Clasificar en Psiquiatría

Clasificar en Psiquiatría

Néstor Braunstein, Clasificar en Psiquiatría, Siglo XXI editores, 2013, 139 págs.


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Clasificar en Psiquiatría de Néstor Braunstein es un libro que debe ser leído como el efecto de trabajo de aproximadamente 40 años alrededor de la investigación y crítica de la psiquiatría, sus modelos de conocimiento y las efectuaciones prácticas de tipo ideológico-políticas. Como el autor lo propone en las páginas del prólogo, este es un libro cuyas formulaciones fueron previamente establecidas en el libro Psiquiatría, Teoría del Sujeto, Psicoanálisis (hacia Lacan) publicado por primera vez en 1980. El itinerario es largo, y entre ellos hay un enorme trabajo de escritura alrededor de dos principales tópicos que han caracterizado la obra de Braunstein: a) el psicoanálisis, de corte ‘lacaniano’ principalmente, y, b) la crítica epistemológica del campo ‘psi’, que tiene en este libro publicado en 2013 al más reciente ejemplar de este orden. No obstante, el precedente de esta última obra no está sólo en el libro de 1980 sino en otro publicado 5 años antes y que lleva por título Psicología: Ideología y Ciencia de 1975.

Estos textos bien podrían hacer una tríada de la fecundidad del pensamiento de Braunstein en torno a la crítica de la psicología y psiquiatría, y sobre todo, del carácter precursor en el contexto latinoamericano de este tipo de compromisos teórico-prácticos.

En otros contextos como el francés, el inglés, el norteamericano o el italiano -por citar algunos-, la crítica a la psiquiatría, y en menor medida a la psicología, cosechó sus primeros frutos en autores como Michel Foucault, Ronald Laing, David Cooper, Erving Goffman, Thomas Szasz o Franco Basaglia en la década de los años 60’. De alguna manera estos conforman una generación de pensadores disimiles en cuanto a sus marcos de análisis y objetos de crítica, pero que confluyen en la innovadora producción de trabajos críticos a la psiquiatría y los marcos que sostienen su práctica. Con conceptualizaciones indistintas como la de “tecnología de poder” (Foucault), “instituciones totales” (Goffman), “tratamiento involuntario” (Szazs) o la diferencia entre “custodia” y ‘atención’ a los pacientes (Basaglia) desarrollaron un campo de lectura desde los cuáles se implicaba a la psiquiatría y su práctica en una contextualización histórica, política, ideológica, cultural y económica, y develaron que bajo la pretensión de una supuesta objetividad científica se debía ubicar a la psiquiatría como un agente de poder para el establecimiento del orden social.

Néstor Braunstein

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No obstante, eran diferentes las líneas epistemológicas y teórico-conceptuales desde las que iluminaban la soterrada imbricación entre el poder y la psiquiatría, entre el establecimiento de la hegemonía histórica-social y las variables estrategias desde las que se sostiene hasta hoy lo que Foucault denominó “el poder psiquiátrico”. Es en ese contexto donde debe ser situado el (los) trabajo(s) de Néstor Braunstein cuyo germen crítico inició -junto con otros[1]- en la acuciosa, rigurosa, pero sobre todo, novedosa en el paisaje de pensamiento latinoamericano, crítica a la psicología en 1975, donde se sostuvo que la psicología es una ideología tanto en el sentido epistemológico como en el sentido político, esto es, e incluso hasta la actualidad, prendida de la ilusión positivista y empírica sin la posibilidad de saltar ese “obstáculo epistemológico”[2] que más bien, hace de ella una profesión que debe ocuparse de ciertos encargos histórico-políticos en calidad de celadores e introductores de normas sociales, propietarios de cierto rasgo que Canguilhem lo definió como “filosofía sin rigor, ética sin exigencia y medicina sin control”.[3]

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En similar línea, el siguiente libro de 1980, Psiquiatría, Teoría del Sujeto, Psicoanálisis (hacia Lacan) estableció los fundamentos para la crítica del sistema de clasificación de la psiquiatría (DSM, y en el que se debe incluir el sistema de clasificación de enfermedades CIE) que al decir de Braunstein opera como un Aparato Ideológico del Estado produciendo representaciones que tienen por función el establecimiento y sostenimiento del status quo, es decir del principio de normatividad vigente desde el que se generan tipos de vida posible y se excluyen otros a título de la caracterología psicopatológica que no hace otra cosa sino responder a los encargos sociales de producción de normas, y desde ahí, ejercer un poder. Quizá el aporte más importante de este texto en cuanto a la crítica de la psiquiatría sea la particular atención puesta sobre el sistema clasificatorio de ‘trastornos’ mentales que, al decir de Braunstein, resulta jocoso y risible la falta de un mínimo de rigor en el establecimiento de los parámetros desde los que se sostiene la oficial ‘clasificación’ con la que operan los psiquiatras y algunos psicólogos, y que es tomada como fundamental para su práctica.

Con un toque mordaz, y cierto gesto irónico, tomó como modelo la ficción clasificatoria escrita por Borges en Otras Inquisiciones [4], para mostrar el carácter de extravío del sistema clasificatorio de los ‘trastornos mentales’ por carecer de un eje conceptual claramente definido, y que por tal razón, desemboca en la absurda consideración, de clasificar en la clasificación lo que no está clasificado, y con eso, como con un enorme salto de garrocha, brincar cualquier consideración epistemológica y teórica seria para el sostenimiento de dicho cerco clasificatorio. Sin duda, tales consideraciones marcaron y marcan un hito en el pensamiento crítico a la psiquiatría y en el pensamiento latinoamericano, dentro del cual el texto Clasificar en Psiquiatría representa una re-edición de esos supuestos críticos pero con la revisión de las refrescadas estrategias e intereses políticos o económicos a cargo de la psicología y la psiquiatría en la actualidad.

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De modo similar a la co-incidencia de la publicación del libro Psiquiatría, Teoría del Sujeto, Psicoanálisis (hacia Lacan) con la elaboración de la tercera edición del Manual Estadístico y Diagnóstico (DSM-III, por sus siglas en inglés [5]) realizadas las dos en 1980, el libro Clasificar en Psiquiatría coincidió en su publicación como precedente a la re-edición del sistema oficial de clasificación de ‘trastornos mentales’ en su 5ta versión realizado en el 2014 (DSM-5). Entre una y otra hay más de treinta años, tiempo suficiente para que la psiquiatría y su armatoste clasificatorio hayan multiplicado los desórdenes (disorders) que hasta 1980 bordeaban los 200 y en la actualidad han acrecentado su cantidad a casi 500. De ahí que el tiempo no ha sido infructuoso en el afán clasificatorio regentado por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (APA) y sus mecanismos de difusión que globalizan su concepción de ‘lo mental trastornado’ apoyándose en corporaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Braunstein en Clasificar en Psiquiatría aborda estas implicaciones entre la APA y la clasificación de ‘trastornos mentales’ comenzada en 1952, pero de modo tal que en principio en el primer capítulo se encarga de la necesaria y sencilla pregunta “¿Qué es clasificar?”. El autor se remite a la historia de la medicina para señalar que la clasificación como forma de conocimiento hace parte de la práctica médica desde el siglo XV en la obra del suizo Paracelso, cuya renovación hecha por Linneo en el XVIII otorgó el carácter propio de la taxonomía botánica a la percepción de las enfermedades entre las que se contaba a la distintas formas de locura.

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No es sino hasta el siglo XIX, en el momento postrevolucionario francés, cuando se realizó la primera clasificación propiamente ‘psiquiátrica’ con ¡5! “vesanias” como las llamaba Phillipe Pinel, cuya estructuración le significó la atribución del sobrenombre ‘Linneo de la Psiquiatría’. De ahí, E. Kraepelin a finales del XIX e inicios del XX realizó una sistematización y descripción clínica de ¡14! formas entre las que destaca la dementia praecox posteriormente llamada ‘esquizofrenia’. Pero no es sino hasta 1952 cuando se organizó el primer sistema de clasificación que oficializó el término de ‘trastornos mentales’ (disorders) conocido como DSM, construido con cierto apoyo del ejército de los Estados Unidos y que hoy se ha convertido en el predominante puntal discursivo de la oficial manera de entender la ‘salud mental’ en el mundo.

En el primer capítulo la lectura crítica orientada por la pregunta antes señalada encuentra inconsistencias epistemológicas en el quehacer psiquiátrico contemporáneo comandado por el sistema de clasificación de “trastornos mentales”. Como primer punto, Braunstein sostiene que la réplica del modelo taxonómico implica un obstáculo serio para el conocimiento psiquiátrico debido a la falta de un eje conceptual que sostenga la clasificación, misma que resulta risible que proponga a los “trastornos” que no están clasificados como siendo parte de la misma: los trastornos no especificados en la clasificación poseen un código como no definidos en el sistema, y así son incluidos. En segundo lugar, la falta de remisión teórica en el abordaje de los “trastornos” plantea una carencia reflexiva que busca ser sobrepasada por un ingenuo y simple empirismo. No hay nada que defina teóricamente al “trastorno”, y ante su carencia existe la supuesta verificación fenoménica recolectada por observación de signos que sumados construyen rasgos de comportamiento que se desvían de una norma percibida con prejuicio naturalista y definidos como anormales o patológicos.

De ahí que la pregunta por el comportamiento normal o anormal requiera ser planteada como un problema de índole social y no natural ni “biológico”, aunque la actualidad del desarrollo tecnológico y científico permita construir la ficción de que la fundamentación de dichos comportamientos está en la morfo-fisiología cerebral. En ese sentido Braunstein hace una diferenciación entre la ‘causa’ de la subjetividad y su ‘sustrato’, planteando que la causa está en las estructuras sociales, antropológicas, económico-políticas, históricas, psíquicas, y el sustrato es una ‘base’ –llamada natural o biológica- de indiscutible incidencia para la vida, pero que no se vuelve en su fundamento, ya que si hacemos un símil con la escultura se podría decir que no se puede conocer La Piedad de Miguel Ángel analizando las propiedades químico-físicas del mármol.

Por ello lo importante de la revisión de lo que se define por ‘desvío’ o anormalidad (disorder) comportamental, ya que nos dirige a la revisión de las condiciones sociales, históricas, político-económicas donde se gesta esa sensibilidad. Complementariamente con este punto, añade como tercer elemento de su crítica epistemológica, que la psiquiatría es la única especialidad médica que no trabaja con ‘enfermedades’, mismas que responden a dos órdenes para su sostenimiento: el etiológico y el anatómico. Al contrario, la psiquiatría es una especialidad médica encargada de trabajar con ‘trastornos’, de estudiar su incidencia y plantear formas para su corrección. Su objeto de conocimiento es de valor social y su práctica de valor político y económico, aunque en la actualidad por vía de la publicitada neurociencia se pretenda objetivar a la subjetividad y sus supuestas desviaciones, como si se tratara de una cosa positivable. De ahí la pregunta sobre el ¿porqué intervenir –por ejemplo- en los problemas de aprendizaje? La práctica como intervención hace un lugar a la psiquiatría en la vida de lo público, y el marco desde el que se sostiene demanda a su accionar un encargo social a ser sostenido; más no ‘natural’ sino históricamente determinado.

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En el segundo capítulo Braunstein nos permite leer a la práctica médica y psiquiátrica como comandada por la ideología de la salud y la salud mental respectivamente. Más allá de los inobjetables aportes de la medicina para el control de la muerte y la enfermedad, sitúa a la ideología de la salud y la salud mental como los agentes del control de la vida y sus múltiples formas. Tal proceso lo reconoce bajo el concepto muy discutido en el ámbito de la crítica a la psiquiatría y la medicina por autores como Ivan Illich [6], Jules Henry [7] o Foucault [8] bajo el concepto de ‘medicalización’, cuya definición, aunque larga, conviene trascribirla:

Una modalidad discursiva, en constante expansión, iniciada en el siglo XVIII, reforzada después en la primera mitad del siglo XIX, decretada oficialmente como política de los estados a partir de la nacionalización de la medicina en Inglaterra en 1942, que dio lugar en todo Occidente a la constitución de ‘institutos de seguro social’ y cada vez más visible a medida que avanza el siglo XXI, por el cual diferentes, cuando no todos, los aspectos de la vida humana son vistos y tratados en términos del ‘saber médico’, supuestamente científico, avalado por cifras y estadísticas que muestran a las claras dónde está el bien (la ‘salud’, equiparada a la normalidad) y donde está el mal, la ‘enfermedad’ que nos acecha” [9].

La medicalización deviene en la transescena de la supuesta inofensiva actividad médica y psiquiátrica, lo que se esconde detrás del telón de la versión oficial de su accionar sobre la sociedad y la cultura. Y para ello requiere de agentes ejecutores que convencidos de su ‘inocente’ y ‘bienintencionado’ trabajo se vuelven en especialistas introductores de un principio normativo modelado bajo la idea de lo normal y lo patológico, que afecta la vida pública y privada de modo que transforma radicalmente esas esferas. Deviene en un poder solventado en el principio de autoridad con que el médico y el psiquiatra se invisten, y por el cual, en nombre de la salud, la vida y la ‘cientificidad’ de sus argumentos, ejercen un control de los andariveles por los que debe trascurrir la existencia social y subjetiva. El problema, nos dice, no es la medicina y sus avances que contribuyen de algún modo a la sociedad y la cultura, sino la politización de su accionar, la manera en que autorizados desde el parnaso de su investidura profesional, contribuyen a organizar la vida de lo público y lo privado, destacándose que en la actualidad, dicha vida debería responder a la convención cultural de la salud y salud mental regentada principalmente por la industria farmacéutica.

La medicalización como concepto responde a un principio universalizante. ‘Todos’, deben someterse a sus dictámenes y específica visión del orden en la que lo anormal o patológico debe ser controlado, disciplinado y sometido a las exigencias correctivas de los ‘comportamientos desviados’, y que en la actual sociedad de mercado (“discurso de los mercados” [10]), dicho poder se ejerce a través de las múltiples píldoras que la industria farmacéutica produce e implanta en la sociedad con la coalescencia de los Estados nacionales que orientan sus políticas al tenor de la imperante ideología de la salud y la salud mental.

Según Braunstein, la globalización implica una renovación del “dispositivo de la salud mental” basado ya no sólo en la maniobra hacia la corrección del desvío por vía disciplinaria sino en el contemporáneo ejercicio de control de la sociedad a través del encierro, ya no en un manicomio como otrora sino en un recuadro taxonómico que deriva al ‘psico-diagnóstico’ ‘sabelotodo’ y de ahí al señuelo ‘psico-farmacológico’. El tercer capítulo muestra el despliegue del ‘dispositivo psi’, es decir, de todo aquello que sirviéndose del prefijo ‘psi’ ejerce una función política en la sociedad: la ‘psi’quiatría, los ‘psi’codiagnósticos, los ‘psi’cofármacos, la ‘psi’copedagogía, los ‘psi’cólogos, etc., conjunto de saberes, prácticas, procedimientos, instituciones, tratamientos, pruebas, cuestionarios, en donde se incluye el manual de clasificación de trastornos ‘psi…’, y según el cual, y en apego al cual, los profesionales del dispositivo toman a su cargo funciones de tipo político cercano al oficio del ordenamiento jurídico, marcando sentencias en apego al manual de modo equivalente a como los abogados usan los códigos… civiles o penales. De allí que su poder no sólo sentencie sino prescriba también, y señale modos de vida, restricciones en cuanto a elecciones, dirección de los apetitos (por suerte, nunca conseguida en su totalidad), etc…

El dispositivo crea sus monstruos para supuestamente controlarlos, y de ese acto performativo valiosas rentas económicas se producen. Su operación ideológica desconoce por antonomasia su función política y el encargo social al que responde, las demandas sociales que dictan subrepticiamente funciones que en la actualidad, básicamente, multiplican en una relación diametralmente directa las casillas para ‘trastornados’ y el beneficio económico que dejan sus ‘tratamientos’. El catálogo de ‘trastornos’ hace parte del dispositivo ‘psi’: “¿Es tan difícil ver la operación política, además de la económica, que está en juego en la promoción de los psicofármacos…?” [11].

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Por ello lo importante de la pregunta del cuarto capítulo “¿Qué clasifica la clasificación?”. En español lo llamamos ‘trastornos’, en inglés ‘disorders’, y ‘troubles’ en francés. Después de un apasionante recorrido de las diferentes etimologías en las distintas lenguas, llega Braunstein a acotar que de lo que se trata en la clasificación diagnóstica DSM (DSM-5) y su acolito CIE (CIE-10), es de aquello que rompe el orden y la orden, que turba, vuelve turbio y perturba porque no es como un torno o tornillo que gira sobre su propio eje sino rompe al encasillamiento y “cambia el eje de rotación”. El orden de la tipificación diagnóstica construye a partir de los sustantivos (‘trastornos’, ‘disorders’, y ‘troubles’) el perfil al que se ajustarán todos aquellos que devendrán en ‘trastornados’, ‘disordered’ o ‘troubles’, que no ‘enfermos’. Ni qué decir del adjetivo que califica a los sustantivos: ‘lo mental’, que se desnuda en su vacío epistemológico y teórico, incluso de mínima definición léxica. Y si es así, entonces, ¿podríamos verter sobre el manual toda la confiabilidad y validez que, supuestamente tiene?, ¿deberíamos pasar por alto el carácter arbitrario y conjetural, atiborrado de presunciones sobre lo que debería ser lo ‘normal’?, ¿acaso no se vuelve, casi imperativo, la percatación y crítica de las supuestas argumentaciones seudo-estadísticas desde dónde se sostienen esos marbetes que mueven la economía en la actualidad a partir de la oferta de ‘trastornos’ y sus ‘tratamientos’?

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“La subjetividad no podría tener ni trastornos ni enfermedades”[12] dice Braunstein señalando que la subjetividad no es un a-priori sino un efecto de las estructuras que la determinan. El sujeto es la condición de sujeción en la que la subjetividad se organiza en estructuras lingüísticas, antropológicas, económicas, políticas, psíquicas, es decir la cultura como Otro que emite demandas en las que debe sujetarse quien devendrá entonces ‘sujeto’. En la actualidad, el Otro emite imperativos de control a partir del discurso de la ‘salud mental’ que en coalescencia con los técnicos ‘especialistas’ encargados de administrarlo y con la cada vez mayor presencia tecnológica en la vida social, ponen en marcha el ‘dispositivo psi’. Esto, a contrapelo de la posible otra ética respecto a lo que hace síntoma, la psicoanalítica, que no lo considera como algo a sustraer sino a escuchar y permitir que quien lo padece pueda desplegarlo en su palabra, ya que el sufrimiento que implica, en tanto particular y no sometido a la lógica de clase universalizante “no se puede ni se deja clasificar”[13]. De ahí que lo clasificado sean un conjunto de demandas sociales de control y disciplinamiento social y subjetivo, cuyo cometido lo pone en marcha el ‘dispositivo psi’ que tiene en la clasificación de ‘trastornos’ a uno de su mayores agentes operativos.

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El sufrimiento está hecho de algo que escapa a la clasificación. De hecho, el sufrimiento responde a una materialidad de fundamento disgregante y no codificable. Basta escuchar a los pacientes para percatarse que en su palabra el síntoma se vive como una otredad, llena de ambigüedades y equívocos propios de los sujetos hablantes que somos, imprecisos y atiborrados de vaguedades en las que pendemos como sujetos, porque hablamos es que lo que entendemos como subjetividad es un efecto de lo que decimos. Pero la más reciente novedad del manual clasificatorio DSM-5 ha multiplicado los perfiles clasificatorios y ha aumentado la codificación en la que pretende ceñir al padecimiento (“malestar en la cultura”). Hay un código para cada ‘inadaptación’ dice Braunstein en el capítulo quinto, desde los ‘problemas de personalidad’, hasta los ‘comportamentales’, pasando por ‘alteraciones fisiológicas o físicas’ para llegar a los ‘síndromes culturales latinoamericanos’. Lo que se vuelve al decir de Braunstein, un “neocolonialismo” desplegado por corporaciones de tipo transnacional como las Naciones Unidas que imponen, a través de sus órganos oficiales como la Organización Mundial de Salud, un recuadro de dominación que pasa desapercibido por la fachada de cientificidad con que está maquillada. Los psiquiatras y psicólogos que asumen este discurso como regidor de su práctica se vuelven en funcionarios de este tipo de dominio social que se expande entre las leyes y normas que impone el aparato jurídico y político y las que la medicina toma a su cargo bajo los principios de ‘normalidad’ con los que actúa. Y de allí, hay un solo paso para convertirse en gerentes de una empresa global de promoción de ‘trastornos’ y supuestos tratamientos ‘psicofarmacológicos’, y hay, dos pasos, pero pequeños, para convertirse en dealers que pasan drogas con marcos de legalidad y legitimidad bien establecidos como propone Francisco Ferrández citado por Braunstein [14].

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Es que estamos frente a una inusitada, novel modalidad de inserción del ‘dispositivo psi’ en la vida social y subjetiva. Si antes la anormalidad debía ser pagada por medio de la inhabilitación, la exclusión y/o el encierro, ahora se suma a esas tres variantes la recientemente operante desde la última mitad del siglo XX: se medica a la patología, y todo lo que sea investido con ese término. El gran telón de fondo del empeño clasificatorio y su necesaria contraparte medicalizante, es según Braunstein en el capítulo sexto (el último de su libro), la industria farmacéutica y los beneficios económicos que se multiplican por miles cada vez que una “patología” es inventada y tratada por vía psicofarmacológica. Sostenida de la creencia de los ‘expertos profesionales’ y de algunos pacientes que no escuchan otra cosa que de la existencia de los supuestos trastornos vendidos como si se tratara de los ‘más recientes hallazgos de la ciencia’, el marketing farmacéutico impone la percepción de la necesidad terapéutica por vía de fármacos, y cosecha grandes réditos económicos de la supuesta ruptura del orden y de su tratamiento. La “tecnología de la anomalía” planteada por Foucault, ahora dispone de la terapéutica farmacológica para imponer un poder (el económico), y una economía (la de la política imperante) de ahorro para la subjetividad que no se cuestiona sobre las razones de su padecer o sufrimiento sino que busca pragmáticamente reducir su aquejamiento bajo la ingesta de pastillas. La propaganda acompaña a la industria, hay que promocionar el ‘trastorno’ para ofertar la curación supuesta, y la clasificación de los ‘trastornos’ y ‘trastornados’ seguido de los cientos o miles de ‘manuales’ o ‘tests’ con los que se busca medirlos, conforman el aparato necesario para el sostenimiento de dicha ideología (‘salud’ y ‘salud mental’).

El ‘dispositivo psi’ impone normas y actúa bajo el auspicio de la ley y las leyes. Si no promociona leyes en sentido estricto de tipo orgánico, estatal y jurídico, brinda eso sí una coalescencia necesaria para la supervivencia de estas. Actuando más allá de lo legal y el aparato jurídico, se inserta como aparato ideológico en la constitución de un orden que no está escrito pero hay que cumplirlo y que sanciona social y moralmente a quienes piensen en quebrarlo. ‘Los trastornados’ son efecto de las normas que impone el ‘dispositivo psi’ y que actúa conjuntamente con el dispositivo jurídico y político para desplegar una de las formas de poder más fuertes y menos perceptibles, más abarcadoras y menos sospechosas, más eficaces y menos dudosas; el ‘dispositivo psi’ es un aparato que lo que menos hace es cuestionarse por la subjetividad y las formas en las que se constituye, así como tampoco por el sufrimiento inherente a su constitución y la interminable producción de remedios a este, ya que el ‘dispositivo psi’ es más bien un aparato que produce réditos económicos y políticos, y ni de jalón, produce un soporte al paciente al que siempre, siempre, es mejor escucharlo y escuchar su sufrimiento, darle un lugar a su palabra antes que acallarlo con píldoras, darle oídos antes que ubicarlo en el cajón de sastre que se convierte la clasificación diagnóstica, enterarse vía escucha de su padecimiento singular antes que hacer equivaler su sufrimiento al de otros por ayuda de la estadística.

Bibliografía:

  1. Braunstein, Néstor, Clasificar en Psiquiatría, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2013.
  2. Bachelard, Gastón, La Formación del Espíritu Científico. Siglo XXI editores, México, 1976
  3. Braunstein, Néstor, Psiquiatría, teoria del sujeto, psicoanálisis (hacia lacan), Siglo XXI editores, México, 1982.
  4. Braunstein, Néstor, et al, Psicología: Ideología y Ciencia, Siglo XXI editores, México, 2003.
  5. Braunstein, Néstor, El Inconsciente, la técnica y el Discurso Capitalista, Siglo XXI editores, México, 2011.
  6. Canguilhem, Georges, Estudios de Historia y de Filosofía de las Ciencias,, Amorrortu Buenos Aires, 2009.
  7. Foucault, Michel, (1996a). La Vida de los Hombres Infames, Editorial Altamira Buenos Aires, 1996a.
  8. Henry, Jules, La cultura contra el hombre. Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1967.
  9. Illich, Iván, Nemesis Médica,, Seix Barral, México, 1978.

Notas
[1] Conjuntamente con Néstor Braunstein, trabajaron en el libro Psicología: ideología y ciencia, Marcelo Pasternac, Gloria Benedito y Frida Saal.
[2] Gastón Bachelard, La Formación del Espíritu Científico, pp.15-25.
[3] Georges Canguilhem, “¿Qué es la psicología?”, Estudios de historia y de filosofía de las ciencias, p. 389.
[4] La ficción escrita por Borges y transcrita por Braunstein es la siguiente: “En las remotas páginas de cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos está escrito que los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.”
[5] En inglés se lee Diagnostic Statistical Manual.
[6] El nombre del capítulo segundo del libro de Braunstein parafrasea el título del segundo capítulo del libro Medical Nemesis de Ivan Illich.
[7] Jules Henry, La Cultura contra el hombre, 1967.
[8] Michel Foucault, “Historia de la Medicalización”, La Vida de los Hombres Infames, 1996.
[9] Néstor Braunstein, Clasificar en Psiquiatría, p.33.
[10] El discurso de los mercados es una propuesta de Braunstein planteada en el libro El Inconsciente, La técnica y el Discurso Capitalista, para sostener que el lazo social contemporáneo responde a una diferente estructural relación al lenguaje y la palabra. Siguiendo la “teoría del discurso” (de los discursos) de Lacan, Braunstein señala que en la actualidad el lazo social es comandado por los artefactos electrónicos –técnico-científicos, que a modo de semblantes del deseo y del goce emiten la premisa de renunciar a la mediación de la palabra y se imponga en su sustitución el imperativo “Goza” de la comandancia del servomecanismo, que antes que siervo es el amo contemporáneo. Si en el lugar de ‘agente’ en el discurso se ubica el servomecanismo (@), en el lugar de la ‘verdad’ del discurso está el saber (S2), que emite la verdad del saber tecno-científico al agente que hace semblante y que se dirige a un sujeto (S tachado) que busca, anhela hallar en el servomecanismo un objeto que colme su falta constitutiva pero que lo único que alcanza es su condición de servidumbre al aparato y al saber que tiene incorporado y del que ignora por completo sus soportes (¡el control remoto controla!). Así, lo que se ubica en el lugar de la ‘producción’ en el discurso, son significantes amos (S1), que responden al ritmo variable de oferta de mercancías y que ofrecen al sujeto opciones múltiples de identidad que ya no se circunscriben a la forma única, o política o religiosa que otrora servía para sostener la subjetividad, sino que en la actualidad esta se remite a puntos de engarce que el mercado ofrece para su sostenimiento, por ejemplo: ser parte del grupo de ‘jugadores de play station’, ‘caminadores por la paz’, ‘ líderes por el bienestar del mundo’ o ‘militantes por los perros callejeros’. Este tipo de discurso opera desde aproximadamente los años 70’, conjuntamente con los otros planteados por Lacan (D. del Amo, D. de la Universidad, D. de la Histérica, D. del Analista y D. del Capitalista). Para una mejor y mayor contextualización de la propuesta, remito al lector al texto anunciado en el inicio.
[11] Néstor Braunstein, Clasificar en Psiquiatría, p.69.
[12] Ibídem., p.80.
[13] Ibídem., p.86.
[14] En una fracción de la cita transcrita por Braunstein del ensayo Del diagnóstico a la demanda: asistencia, conocimiento y enfermedad mental de Francisco Ferrández Méndez, se lee: “En el colmo de su degradación, aquel ‘médico humanista’ que fue el psiquiatra ya no puede aspirar ni a ‘camello’, a dealer autónomo, puesto que las guías clínicas le dirán a quién drogar y con qué, y a no mucho tardar hasta lo acusarán de negligencia y desposeerán del título si no cumple con la recomendación científica que dicta la ‘evidencia’”.

 

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