Comentario a La resistencia íntima de Josep María Esquirol

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Comentario a La resistencia íntima de Josep María Esquirol

Se acostumbra a vincular la resistencia a un tipo de rebelión contra el statu quo político, pero, ¿y si la resistencia es constitutiva del ser humano? Una resistencia discreta, que no busca grandes titulares, sino que brota, madura y persevera en la vida cotidiana, en las calles, en casa, cerca del prójimo.

Que la existencia de los hombres no está exenta de dificultades no es ajeno a nadie. Tal y como recuerda Esquirol, nuestra situación es esencialmente límite. El desierto, metáfora que emplea el autor para ilustrar la precariedad de la condición humana, nos acompaña allá donde vayamos, y es que nuestra realidad, movida en gran parte por las “fuerzas disgregadoras”, nos asalta continuamente y no da tregua. Precisamente por esta razón tiene sentido resistir, permanecer en vigilia, para no sucumbir a lo que, sin reflexión, sinceridad, constancia y ternura, nos engulliría como un agujero negro. Una resistencia que no admite prórroga, sino que tiene que darse en este presente, contra esta actualidad, y que es indisociable del cuidado del otro y de uno mismo. Como un médico en tiempo de guerra (Esquirol habla del médico y del maestro como “categorías ontológicas”, “formas de ser del hombre”), que no puede abandonarse ni abandonar a sus pacientes, el resistente se mantiene firme en su propósito y confía en la fecundidad de su acción, aunque sus frutos no sean inmediatos.

Al reconocer en sí mismo una disposición a la nada que se manifiesta en la angustia de la que hablaba Heidegger, al asumir la finitud, al admitir su vulnerabilidad, Esquirol constata que lo que despierta en el resistente es el anhelo de volver a casa: hallar la paz, compartir la comida con los cercanos. Y es que no son los grandes placeres que se podrían encontrar en el paraíso lo que el hombre desea después de un viaje extenuante, sino la sencillez de la cotidianeidad. Desde aquí se comprende el sentido de una filosofía de la proximidad, que tendría como elementos fundamentales la casa y el tú. La casa como resguardo frente a una noche oscura y perturbadora que todo lo abarca (la nada), la casa como punto de orientación, ahí donde nos podemos recoger. El tú “como casa originaria”, el tú que nos acoge y que acogemos, la palabra del tú que es abrigo. Por eso la resistencia “íntima” a la que se refiere Esquirol tiene que entenderse como “próxima, en tanto que nuclear, del sí mismo”. Para el autor, la metafísica que surge después de la experiencia nihilista no se construye sobre principios sustanciales, sino sobre el “abrigo y el cuidado”, que cobijan. Que el verbo empleado sea cobijar tiene todo el sentido: allá fuera nunca dejará de llover (recuerda Esquirol que el nihilismo y la finitud no podrán ser superados), pero desde el amparo se podrá afrontar todo lo que venga. La respuesta al abismo recae, pues, en la “apropiación de la cotidianeidad”, en considerar que lo esencial se encuentra en los verbos y los adverbios, en los nombres propios, en el sentido común.

Esquirol reivindica la resistencia al “imperio de la actualidad”, actualidad entendida como anticipación, como no perderse aquello que “ya ha llegado, que en cada momento se hace actual”. Estrechamente relacionadas con la actualidad, encontramos la homogeneización y la impersonalidad. Hay que resistir y rescatar la diferencia, “salir de la estadística” y crear, “ser inicio”. Prestar atención al lenguaje ayudará a llevar a cabo esta tarea, ya que el autor cree que el lenguaje, como “casa del hombre” que es, también permite orientar. En el diálogo con uno mismo y con el otro (si es que tiene sentido diferenciarlo), el concepto de franqueza resulta fundamental, pues quien habla con franqueza habla con libertad. La sinceridad es prioritaria a la información veraz e impersonal. Esquirol está de acuerdo con Lévinas cuando consideraba que el aspecto previo del lenguaje es la proximidad y no la identificación o el discurso. Llegamos al mundo y lo hacemos expeliendo una súplica. Después llega la acogida: los brazos de la madre. La primera forma esencial de le lenguaje es la plegaria, seguida inmediatamente del amparo, al que invoca.

Volvamos a la imagen del desierto. Ahí el rostro del otro es insoslayable, el régimen de la impersonalidad no tiene cabida cuando nos encontramos con el tú que nos interpela. Es nombre propio, es palabra viva, es condición de posibilidad para la propia libertad porque “yo soy con los demás”. La única respuesta con sentido frente a la precariedad es el resguardo. De la conciencia de una situación originaria a la intemperie y de la integración de la experiencia nihilista, nos descubrimos como sutura, dice el autor. La juntura, ahí donde dos límites se encuentran, es frágil, y de aquí nace el sentido de ayuntamiento, que quiere decir “parar atención a la juntura que somos y a la juntura que es el otro”.

La condición de vulnerabilidad que compartimos con el prójimo conduce necesariamente a tener cuidado del otro y de nosotros mismos, y es que la firmeza de los otros depende de nosotros, y de los otros depende nuestra firmeza. Por eso Esquirol recupera la fortaleza como virtud del resistente, que “tiene que ver con soportar y emprender”: el cuidado de uno mismo quiere decir resistir a las fuerzas disgregadoras y empezar a recorrer un camino que, al ser recorrido, fortalece a quien lo traza. El pensar —o la actividad teórica— se yergue como la actitud de orientación, de búsqueda de sentido. Por este motivo, la filosofía no es evasión: la mirada de quien tiene cuidado de sí mismo lo sitúa en un camino de transformación que implica no ceder a la absurdidad o no ceder ante un mundo recargado de sentidos banales. Ahora bien, no se trata de una filosofía generadora de grandes sistemas ni explicaciones, sino que, al contrario, se reconoce huérfana de respuestas y está hambrienta de sentido. Vista así, la filosofía es hermana de la plegaria.

La resistencia íntima es una apuesta por volver a la superficie, por redescubrir los lugares donde siempre hemos estado. Los verbos y los adverbios, los nombres propios, la casa, son piezas esenciales de una filosofía de la proximidad. Cuidar de lo que hacemos, de lo que somos, del prójimo que, como uno mismo, es sutura. Permanecer con el oído alerta para atender al otro, labrar fortaleza para asumir la finitud. Reconciliarnos con los gestos cotidianos y, especialmente, recuperar el calor que sólo se encuentra en el hogar para irradiarlo fuera, a pesar de la inexorable tormenta.

 

 

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