De Prometeo a Narciso.

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De Prometeo a Narciso.

Del mito de la identidad al ensimismamiento ideal

Bañeras, Nacho, La cura de sí o el cuidado filosófico, Ed. Icaria, Barcelona 2016.

 

El no futuro es la forma de vivir el agotamiento de lo posible[1]

 

Tal y como desarrolla Lipovetsky en su libro La era del vacío, aquello que permitió una movilización interna del binomio consumo-producción hasta mediados del siglo XX fue convertir la identidad en parapeto, estrategia y núcleo tras el que contrarrestar un mundo ideológicamente en decadencia. A través de este libro y, más globalmente, a lo largo de toda su obra, hilvana la estrecha relación de configuración entre aquello que creemos ser y el sistema económico en el que estamos inmersos. Para ello, escoge la noción de aquello que intuimos más afín, a saber, quiénes somos, concretamente nuestra identidad, y despliega tanto la funcionalidad de esta categoría, mostrándola como el combustible de un movimiento[2] que hace posible el consumo-producción, como la propia forma de construirla y dotarla de contenido. Lipovetsky desgrana cómo, en la historia y dinámica de la interiorización de los discursos de movilización, tuvo la identidad, en la era del fordismo, un papel fundamental para afianzar y dirigir el movimiento del Capital. Muy resumidamente, primeramente, priorizó un consumo igualitario y masificado y, seguidamente, a finales de siglo, un consumo pivotado sobre la voluntad de expresar una diferenciación cultural, siendo las marcas el mejor de los ejemplos.

No obstante, esta dinámica mutó hacia un nuevo fenómeno que se despliega desde hace ya un tiempo, desplazando la identidad como base y artilugio sobre la que sostener una acción movilizadora y derivando esta fuerza hacia un narcisismo más dúctil y no sustentado sobre un ideal base y, hasta la fecha, fijo.

¿Qué ha sucedido para que se produjera dicha mutación?

¿Cómo articula dicho cambio la noción de identidad y, más profundamente, cómo reconfigura el terreno de la subjetividad contemporánea?

En la atareada marcha por alcanzar la plenitud de lo subjetivo, el conocido querer realizarse, va constatándose la imposibilidad de su consecución, aún zarandeada por rebrotes desesperados en su búsqueda. La fatiga de ser uno mismo va, lentamente, haciendo mella en la compulsión al consumo, modificando así las pautas y las costumbres, mutando hacia una explosión orgásmica de reflejos en multifacéticas imágenes, sin un obligado anclaje más allá de la pulsión del ser visto a través, de nuevo, de la única vía permitida, la producción-consumo. Esta mutación de una identidad movilizadora a una imagen narcisa vino auspiciada por una anunciada saturación del mercado. Todo estaba ya producido y quedaron las experiencias como lo único por conquistar. Además, mutó, también, por el cansancio de una dinámica que nunca podía ser finalizada, que nunca pudo descansar en la atalaya de una identidad firme, estable y eterna. El cansancio por la infructuosa búsqueda de este ideal, que no dejaba de ser una huida, hacia adelante, en soledad, de un presente hecho escombros, desvaneció, progresivamente, esa ilusión evasiva por alcanzar una plataforma identitaria. Esta auto-realización empezó a husmearse como imposible.[3] Fue esta imposibilidad la que abrió las puertas a la estrategia narcisa, no centrada más que en buscar una experiencia sobre uno mismo, como último humanismo por alcanzar. Se descartó, entonces, el esfuerzo por llegar a ser y se optó por priorizar el presente como plataforma donde aparentar. En este sentido, el desarrollo de la tecnologías manifiesta esta misma dinámica, potenciando, cada vez con mayor ahínco, un mundo virtual donde el juego se expresa como una ostentación momentánea de la omnipotencia. Maticemos, no obstante, que la preferencia por el presente no se dio, ni se da, en un presente radicado en lo que hay. El presente se vive como un no-futuro, como una base hedonista a través de la cual expresar el malestar mediante una imagen que busca, en su alienación, todo lo aparentemente contrario, es decir, alzar su narcisismo. Derrocado el último referente, la promesa moderna convertida en panacea del individualismo, la auto-realización, va acallándose.

NACHO BAÑERAS

Sin embargo, el movimiento no se detiene. El individuo se aboca a consumir, ahora, únicamente experiencias. Experiencias de sí mismo. El consumo se convierte en un búsqueda hedonista por consumir el propio deseo. La fatiga de ser uno mismo muta en un hedonismo narciso.

“El narcicismo no es este amor de sí mismo que es uno de los mecanismos de la alegría de vivir, sino el hecho de estar prisioneros de una imagen idealizada que torna impotente a la persona que puede convertirse en dependencia”.[4]

Saturado el mercado material y cada vez más evidente el cansancio por alcanzar una imposible identidad fija, la identidad se desplazó hacia el narcisismo, a saber, la posibilidad de pivotar la movilización sobre un consumo-producción que, sin acabar de marginar lo material, pone todo su énfasis en el ámbito de la experiencia. Es decir, la imposibilidad por alcanzar un sustrato estable que se proyectaba en una subjetividad identidad capaz de hacer frente a un vacío existencial cada vez más evidente, provoca un doble movimiento estratégico que nosotros resumimos con el narcisismo, consistente en derivar, primeramente, la movilización hacia un ideal que ya no se proyecta hacia el futuro, sino que se consume en el presente y, seguidamente, en un ideal que no tiene un sustrato estable, sino que se modula bajo los estándares, más lábiles, de una satisfacción evasiva, momentánea e infantil, orientada a hacer aparecer una sensación de omnipotencia capaz de compensar un vacío que, por otro lado, se intuye, aunque silenciado, de una forma más radical.

Esta modulación se concreta en el binomio producción-consumo, en la posibilidad de vivir identidades multifacéticas y sin compromiso, diversificándose el mercado en una compra-venta de experiencias que permiten convertir la vida misma en un parque de atracciones. El antiguo pivotar sobre una personalidad clara, definida y estable se desplaza hacia una nueva forma de entender la subjetividad que ya no requiere de un pedestal para hacer frente a la tormenta de sinsentidos, sino que, mediante el naufragio a la deriva, consigue reflotar el oleaje consumista. Saturado el mercado de bienes de consumo dirigidos a aupar una única marca personal, se abre el camino para un nuevo tipo de consumo y experiencia, más aleatorio y no sujeto a parámetros de selección identitaria, sino según parámetros de satisfacción narcisista o deflexión narcisa. Este nuevo consumo ya no requiere de un cúmulo de coordenadas orquestadas por una identidad fija a través de la cual orientar una acción, moldear una vida o decidir un consumo. Nuestro consumo opta por priorizar la experiencia narcisista, el intento reiterado por alcanzar una imagen ya no anclada en un ideal más o menos inalterable, sino, todo lo contario, una imagen móvil en función de la posibilidad de continuar sosteniendo la capacidad de ejercicio de poder u omnipotencia, entendiendo poder u omnipotencia como la capacidad de sostener la movilización consumo-producción. La estrategia de movilización, por tanto, nuestra propia alienación y neurosis, aparece más descarnada. El círculo que dibuja con el sistema mercantil deviene más cerrado, más eficiente y más viciado. Desplaza la importancia del contenido, la subjetividad identidad, hacia la preferencia por la imagen, pues es ésta, al menos, la que posibilita la sensación de poder que caracteriza, en el fondo, a todo yo-Narciso. Pero tampoco nos engañemos, se trata de un poder reorientado a la posibilidad, al poder de la acción, a hacer posible el movimiento continuado y sin fin del doble eje producción-consumo. Son estos dos polos la forma de reflejar poder y, por ende, de mostrar imagen y, en última instancia, validez y ser.

Ya no importa el contenido, aquello con lo que se izaba una determinada identidad. La saturación de bienes de consumo, la aceleración de los tiempos vitales o la competencia entre nosotros, lo descartan como una finalidad inviable tanto por la obligada dedicación que demanda como por su propia finitud. La precariedad obliga a centrar los esfuerzos en una imagen más voluble y maleable que permite, no obstante, una mayor capacidad movilizadora. Es la libertad del reflejo lo que permite, a la vez, mantener el movimiento en continuo y ser, él mismo, su propio motor. Es por ello que el yo deja de anclarse en la identidad y se desplaza, en vacío, hacia la multiplicidad de imágenes, pivotando su movimiento en una voluntad de poder más trasparente, más descarnada, que se ejecuta y realiza a través de sí misma, esto es, buscando su propia realización, en nuestro presente, su propio consumo-producción.

Por ello, para nosotros, el narcisismo se concreta en una estrategia compensatoria (como cualquier neurosis) que tiene por finalidad derivar la atención de la vulnerabilidad, vacío, insatisfacción y carencia, sensaciones que se han radicalizado y evidenciado por la propia dinámica del sistema, a través de una experiencia, realizada en el consumo o la producción, que se expresa a través del deseo de uno mismo, y que busca, finalmente y de manera reiterada, invocar la omnipotencia como ideal ficticio y pseudo-emancipador.

Arrebatada cualquier promesa, utopía o ideal, queda sólo el consumo del presente, sin referente, coherencias o finalidades. Sólo consumo o producción en busca de satisfacción, de tal forma que pueda abrirse, en el acto, un abismo que posibilite la escapada de la insatisfacción, y únicamente a través del consumo y de la producción de nosotros mismos, pues son estas dinámicas, en la carencia de alternativas o la fagocitación de las mismas, las que permiten el margen de libertad mercantil.

El cansancio de querer ser nosotros mismos, de un eterno encaminarnos en peregrinaje en busca de un imposible en imagen, va desplazándonos hacia un monótono hedonismo de consumo de deseos. Un deseo que palpita a través de una frustración no realizada, de una enajenación, hilvanando un engranaje entre ambos que mantiene el movimiento y, a su vez, lo retroalimenta. Un deseo más proclive a encaminarse por las sendas fáciles y marcadas por un deflectar constante en busca de satisfacción, que a probar ese deseo y esa alienación como arma arrojadiza. Si el envite, cansancio de por medio, trata de hundirnos en nuestro propio deseo, en la desesperada corrediza por una compulsión constante en busca de una mínima y pasajera satisfacción, desvanecido lo común, eclipsado el individuo, encadenado ahora el deseo, ¿qué nos queda?

 

Bibliografía

  1. Bañeras, N., La cura de sí o el cuidado filosófico. Ed. Icaria, Barcelona, 2016.
  2. Ehremberg, A., La fatiga de ser uno mismo. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1998.
  3. López, S., Entre el ser y el poder. Ed. Traficantes de sueños, Madrid, 2009.

 

Notas

[1] S., López, Entre el ser y el poder, ed. cit., p. 71.
[2] En un primer momento, este movimiento consistirá en una voluntad de alcanzar el parapeto de la identidad.
[3] Una similar trayectoria puede constatarse para la noción de progreso.
[4] A., Ehremberg, La fatiga de ser uno mismo. ed. cit., p. 151.

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