Eduardo Nicol y Ernst Cassirer: antropología y ontología. Del animal simbólico a la idea del hombre como ser de la expresión

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Eduardo Nicol y Ernst Cassirer: antropología y ontología. Del animal simbólico a la idea del hombre como ser de la expresión

Roberto Andrés González, Eduardo Nicol y Ernst Cassirer: antropología y ontología. Del animal simbólico a la idea del hombre como ser de la expresión, Editorial Académica Española, 2015, 156 págs.

No hace falta hablar para dialogar
el silencio es una forma de comunicarse…
Roberto Andrés González  

 3.

Sin duda alguna, una de las lecturas más comunes de la historia de la filosofía del siglo XX es aquella que interpreta a ésta como una actitud crítica ante el endiosamiento de la razón que la misma filosofía, desde la modernidad, había instituido. No son pocos los filósofos que integran la fila de críticos que severamente cuestionan la concepción del ser humano como un animal esencialmente racional, concepción que se sostiene desde el auge de la filosofía griega clásica. Por otro lado, la barbarie, de sobra conocida en la dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX es motivo de interpelación hacia la filosofía y hacia la antropología filosófica, motivo que permite pensar la nueva realidad a la luz de un nuevo hombre, de modo que los pensadores de aquel tiempo hacen todo lo posible para abrirse a nuevas concepciones sobre lo humano, toda vez que el fracaso del racionalismo está allí evidenciado en la barbarie de las grandes guerras.

Ernst Cassirer, filósofo alemán, precursor del neokantismo es un pensador que muestra una gran preocupación por captar al hombre desde un punto de vista que amplía la posición tradicional, esto es, ya no sólo como un ser esencialmente racional sino también como un animal simbólico. En efecto, es este hallazgo el denominador común de la obra de ambos autores. Eduardo Nicol, filósofo español exiliado en México, comienza una ardua meditación que —encaminada por el mismo derrotero que Cassirer ha emprendido— también apunta a ampliar el concepto de hombre al ir más allá de lo racional, pero también de lo simbólico, de modo que lo que él propone es una idea de hombre como ser de expresión. Así pues, ¿Cuáles son esos puntos de coincidencia y divergencia entre estos dos intelectuales del siglo XX? Pues bien, la respuesta a tal cuestionamiento la podemos hallar en el texto de Roberto Andrés González, cuyo título nos advierte prontamente que el contenido está enfocado a analizar el pensamiento de dichos autores: Eduardo Nicol y Ernst Cassirer: antropología y ontología.

En este libro se propone una comparación de dos autores cuyo ejercicio encierra ya un supuesto ineludible, a saber, que ambos existe algo en común, ya sea el contexto, el tema a que están direccionadas sus reflexiones, o los objetivos trazados por sus respectivas meditaciones, etc. Aunque no por ello debemos decir que las diferencias respectivas están ausentes. Contrario a esto, son las diferencias las que enfatizan más la originalidad respectiva de los autores, puesto que sólo se compara aquello que siendo similar guarda, en el fondo, ciertas diferencias que son, precisamente, las fuentes enriquecedoras de conocimiento, pues ¿qué sentido tendría poner en el mismo escenario dos autores que prácticamente en todo estén de acuerdo o, al contario, en todo en desacuerdo? Basta un aspecto en común para comenzar a entenderse. El mismo Aristóteles observó este rasgo desde su Metafísica y allí sugirió que:

Los que pretenden participar conjuntamente en una discusión tienen que estar de acuerdo en algo. En efecto, si esto no se produce, ¿cómo le será posible participar conjuntamente en una discusión? Cada palabra, por tanto ha de ser comprensible y ha de tener un significado.[1]

3.1

Empero, tanto Cassirer como Nicol comparten una inquietud que consiste, según los trazos de la investigación planteada por Roberto Andrés, en la ampliación de aquella definición del hombre como animal racional. Para el filósofo alemán lo más correcto consistiría en ver al hombre como un ser simbólico, mientras que para el mexicano-catalán, el hombre es un ser de expresión.

No obstante, el título del libro es bastante sugerente y tan pronto como deja ver una comparación entre dos autores comunes, traza, al mismo tiempo, las condiciones que permiten vislumbrar los puntos divergentes entre ambos. Luego de que se ha enunciado el nombre de los autores de los que se ocupa Andrés Gonzales, éste hace notar que la trinchera desde la que uno argumenta es la antropología, mientras que la del otro es la ontología.

La filosofía no es un discurso que se mueva en el plano de las abstracciones y se torne indiferente ante lo concreto del ser humano y el mundo, antes bien, se mantiene en una actitud crítica ante el hombre de carne y hueso. Así pues, es probablemente esta idea la que explique, en gran medida, la preocupación de los autores en cuestión en el libro de Roberto Andrés González, de desmarcar al hombre de lo puramente racional. El filósofo responde ante el mundo concreto. En consecuencia, la filosofía, queda desmentida como un discurso puramente abstracto y se comprende como un discurso encarnado, es decir, vivenciado en carne propia por el hombre que ejerce el oficio de filósofo. Este es el rasgo que el autor del libro que aquí comentamos ha tenido bien en cuenta, de modo que la preocupación que inauguran las páginas del libro expone, de modo anecdótico que, el gran empeño que tenía el filósofo nacionalizado mexicano por conocer al neokantiano alemán, se hizo notar desde la admiración que el catalán sintió al descubrir su vocación filosófica.[2] De modo que Nicol tuvo siempre presente la intuición de que a partir de los trazos que hasta entonces había atisbado el autor de la Filosofía de las formas simbólicas, podía encontrar el hilo conductor que guiara una investigación encaminada por un derrotero en el que Cassirer ya se había encaminado y que, sin embargo, el autor de la Metafísica de la expresión, se comprometería a llevar adelante de forma más amplia.

La preocupación de Cassirer gira entonces en torno a la fundamentación de una ciencia del hombre, de un hombre nuevo, de una noción ampliada de humanidad; fundando desde esta noción más vasta una ciencia antropológica. De modo que, en la perspectiva de González Hinojosa, las meditaciones de Cassirer sobre el hombre, no son abordadas desde la ontología sino desde la antropología filosófica. Y ello por la razón de que la ontología se ocupa del ser. En consecuencia, abordar al hombre desde la ontología sería lo mismo que preguntarse por el ser del hombre. No obstante, tal postura ya lleva implícita la premisa de que el ser del hombre tendría una esencia y que finalmente quedaría traducido en algo estático e inmóvil. Mas las observaciones preliminares y siempre constantes del autor del Mito del Estado insisten en que el hombre no es un ser sustancial y por ello no se le puede definir a partir de algo esencial. En lugar de eso el hombre se comprende a partir de la función, es decir, en virtud de su actuar. Y esa función del hombre se ve reflejada ya no sólo en lo que construye racionalmente, sino antes bien por la vía no racional, lo que rompe con la lógica de la identidad y elude el ser encerrado en ella, como es el caso del mito, la religión, el arte y la historia. Siendo así que lo que ahora tenemos es un ser histórico.

3.2

Pero al ser el hombre de Cassirer un ser histórico es también un hombre creador, de modo que por medio de la creación construye las formas simbólicas. Desde la óptica de Roberto Andrés, éstas son “energía creadora que quiere decir que el espíritu está siempre activo y permanentemente está produciendo creaciones nuevas” como la religión, el arte, la filosofía, etc.

De acuerdo con lo anterior, encontramos que en Cassirer predomina una idea que ha sido de capital importancia para el pensamiento occidental, llevada a su máxima exposición sistemática por Hegel, a saber, la idea de “espíritu”. Empero, esta idea opera desde otro ámbito en Cassirer con respecto a Hegel. En el neokantiano el espíritu “se identifica con el ser propio del hombre (no es el espíritu absoluto), el hombre no es portador de ningún otro espíritu sino de su ser mismo”. Las reflexiones que Roberto Andrés atisba a este tenor abundan insistiendo detalladamente en que “el espíritu es ante todo, una actividad, una función que busca siempre abrirse paso en el claro de diferentes caminos del despliegue (…) ese camino del espíritu no es ya un camino exclusivo, como en el caso del espíritu absoluto. Hoy, al contrario, ese camino absoluto se ha dislocado por distintas veredas, esas veredas son el mito, la religión, etc.” En consecuencia, el despliegue del espíritu humano se direcciona por distintos derroteros, lo que llevará al autor de la Antropología filosófica a decir que esas formas simbólicas que abrevan en su obra son el resultado de culturas diversas, y ya no una cultura única y hegemónica. Queda, de este modo, establecida la proposición de que el hombre es un ser simbólico, porque al existir está ya en el mundo en relación con los otros a través del símbolo.

3.3

Por otro lado Eduardo Nicol irrumpe en la filosofía en medio de un panorama oscuro y sin un horizonte claro, cuyo contexto se puede entender, según las acotaciones de Roberto Andrés, en la dispersión de lo humano. El hombre, preocupación central del exiliado en México, ya no sabe ni quién es ni qué hace. La inquietud de esto deja ver que el camino que Nicol emprende para aclarar el problema del hombre, se desenvuelve por la vía de la ontología, es decir, los objetivos de su investigación estarán guiados por la pregunta que interroga por el ser del hombre, quedando claro que aquí, a diferencia de Cassirer, sí estamos en la posibilidad de encontrar una esencia del hombre, pues la ontología apunta a esa búsqueda.

Mas como todo filósofo, Nicol no inaugura sus reflexiones de la nada, sino que parte de una tradición o de una obra ya hecha. Su inspiración, en ello insiste una y otra vez el autor del libro del que aquí damos cuenta, es la obra de Cassirer. Si para éste, funcional y no sustancialmente hablando, el hombre es un animal simbólico, para Nicol, en cambio, además de lo simbólico, es —ahora sí sustancialmente— un animal que expresa esos símbolos, es decir, un ser de expresión. Pareciera que Cassirer quiso dejar atrás la ontología y partir hacia otra ciencia inusitada y, en cambio Nicol —a pesar de retomar muchas cosas del alemán— retorna a la ontología, aunque lo que él se propuso fue dar un paso adelante respecto a su maestro ¡Cuestiones de método a final de cuentas!

No obstante, la preocupación del filósofo nacido en Catalunya es desentrañar quién es el hombre, pues pareciera que se ha perdido de vista tal cuestión, y de él ya no se sabe nada; en realidad, el hombre no es, a fin de cuentas, algo del todo desconocido, y en este caso Roberto Andrés no nos aclara con precisión hasta qué punto la influencia de Heidegger está presente en el pensamiento de Nicol como sí están presentes las de otros filósofos; pero lo cierto es que cuando Roberto Andrés González expone esta concepción del hombre en la óptica del catalán, nos da la impresión de estar manejando una fórmula en la que se pueden notar las huellas de Heidegger. Mientras que el autor de Ser y Tiempo observaba que “como un buscar que es [el ser], ha menester el preguntar de una dirección previa que le venga de lo buscado. Es, por ende, necesario que el sentido del ser esté ya de cierto modo a nuestra disposición”.[3] Para Nicol, de modo paralelo, el ser no es punto de llegada sino punto de partida. No investigamos para ver si hay ser, sino porque hay ser investigamos. Roberto Andrés insiste una y otra vez en que para el catalán, el hombre, a pesar de su desconocimiento, es lo de por sí evidente, pues el hombre es el ser que da cuenta del ser. Aun cuando no se afirme nada sobre el ser, pero ya con una mínima sospecha sobre él, o con la inquietud de interrogarse por él, el ser del hombre ya está ‘a flote’. Por eso es que el hombre es lo más evidente, pese a ser lo desconocido. De modo que quizás, lo que Nicol buscaba no era un conocimiento del hombre sino un re-conocimiento. Aunque a los ojos de Andrés González, el término adecuando es la comprensión, término en el que se reconoce nuevamente esa influencia heideggeriana.

3.4

Así pues, eso que de entrada es conocido sobre el hombre mismo es que, además de ser un sujeto racional, es también portador del ser, de un ser que no es en sí, sino ser para el otro: ser expresión. Pues es ésta la que permite comunicar la racionalidad a los otros. De modo que, a estas alturas, Roberto Andrés se dispone a ubicar a Eduardo Nicol como representante de una filosofía dialógica, en cierto punto similar a la de Buber. En consecuencia, es aquí donde la filosofía del pensador mexicano queda ya coherentemente articulada como pensamiento original que ha captado y retocado las influencias del maestro de Marburgo. La categoría principal que atraviesa la obra del alemán es el símbolo que para Nicol “es el vínculo entre el yo y el tú”, de modo que, parafraseando al autor del texto que pone a debatir a los dos filosofo del siglo XX, podemos decir que el símbolo no es algo en sí, sino para el otro, Roberto Andrés todavía reafirma que “se comparte el símbolo porque no hay símbolo sin el otro”. Finaliza esta exposición sentenciando que todo “diálogo es simbólico”.

Pues bien, lo que hemos reseñado hasta aquí es sólo un acercamiento a la obra que nos entrega Roberto Andrés González. Lo cierto es que las ideas que hemos planteado son sólo algunas de las muchas que en el libro abundan, a nuestro juicio, claramente desarrolladas sobre la relación entre Nicol y Cassirer. Por nuestra parte, no nos queda sino invitar a los interesados a sumergirse en la lectura del texto, pues allí hay tesis enriquecedoras que nos hacen comprender, más que a dos filósofos del siglo XX, al hombre de aquel tiempo, pues sólo comprendiendo a aquel es cómo podemos comprendernos a nosotros mismos.

El mismo Roberto Andrés González llega, en algún momento a establecer semejanzas entre Nicol y Ortega y Gasset, de modo que vale la pena citar unas palabras de Ortega para terminar esta invitación, dejando claro que estas palabras podrían por sí solas justificar la lectura del libro aquí comentado: “la vida es prisa y necesita con urgencia saber a qué atenerse y es preciso hacer de esta urgencia el método de la verdad”.[4]

 

Bibliografía complementaria

  1. Aristóteles, Metafísica, Madrid, Gredos, 2011.
  2. Heidegger, M., El ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 2014.
  3. Ortega y Gasset José, Historia como sistema en Obras, Madrid, Gredos, 2015.

Notas

[1] Aristoteles, Metafísica, 1062a15
[2] El libro de Roberto Andrés está nutrido no sólo por lo que atañe al pensamiento filosófico de ambos autores, sino que también está enriquecido por algunas anécdotas que permiten retener con más familiaridad las explicaciones subjetivas y vivenciales de cómo estos dos grandes pensadores coincidieron. De modo que algunos datos sobre su vida, que en el texto se encuentran son, a nuestro parecer, aspectos que hacen más amena la lectura, siendo así que se encuentra una explicación bastante convincente, mas no implícita, sino explicita en el texto mismo, de cómo la filosofía es cuestión de vocación en la vida diaria de los filósofos. En este sentido, no nos perderíamos la oportunidad de dejar pasar este importante momento de la biografía de Nicol que muestra que, una vez en tierras mexicanas, sitúa desde allí su nacimiento como el filósofo que fue, preocupado por dejar en claro que lo que haya hecho antes carece de importancia ya. Esto acontece en el año de 1939. Entre otras cosas, podemos también mencionar que uno de los aspectos que hay que valorar en la investigación de Roberto Andrés estriba en la preocupación que tiene por recabar información que muestra el vínculo entre los dos filósofos en cuestión, de modo que la atracción de uno respecto al otro va más allá de la simple admiración por el potencial intelectual respectivo. Así pues, Roberto A. Gonzélez pone cuidado en mostrar que el mismo Nicol se aferró con insistencia a que el alemán le dirigiera su tesis doctoral, pretensión que, finalmente, fue motivo de frustración y desconsuelo para el mexicano al fracasar en dicha empresa debido al exilio que ambos filósofos experimentaron.
[3] Heidegger, El ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 14.
[4] Ortega y Gasset José, Historia como sistema en Obras, Madrid, Gredos, 2015, p. 196.

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