El exilio y la conciencia despierta que se escribe

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El exilio y la conciencia despierta que se escribe

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Los temas que atraviesan El exilio como síntoma: literatura y fuentes, no sólo me interesan como temas académicos propiamente dichos, sino como cuestiones fundamentales de una reflexión necesaria en el ámbito personal y político, y más en un tiempo tan convulso y donde la violencia produce desplazamientos que causan vivencias en carne propia, heridas silenciadas, desamparos compartidos, orfandades, desalientos vitales y exilios diversos. Por ello, me parece que este libro arroja una serie de pistas para acercarnos a ese no-lugar donde el sujeto en cuestión “-repasando la sutil expresión de Alain Badiou- deviene «fragmento local de un procedimiento de verdad»” (p. 21) y del que se vale la autora para ir desarrollando, poco a poco y sobre la marcha de su propio discurso, “las fuentes que han iluminado” su dicho. Fuentes heterodoxas y plurales, señala, que le ayudaron a ella a desplegar su propio pensamiento respecto del exilio como condición existencial –y por ello sintomal- y la memoria como recurso clave de todo acontecimiento.

La lectura de este libro me ha supuesto una provocación pero también un reto que creo haber superado en el propio ejercicio de diálogo con la autora y a partir de recuperar las ideas centrales como aprendizajes obtenidos de un texto exuberante en argumentos y muy profundo. En lo personal, el libro de Cassigoli me representa un esfuerzo significativo por ejercitar un pensamiento que nos recuerda que hay que seguir pensando el exilio, la autobiografía como memoria viva, la escritura como estrategia para vengarse del mundo que arrebata al exiliado, diría Imre Kertész (1998, p.78), y el sentido ético del perdón que en sí mismo contiene su imposibilidad.

Los cuatro apartados/ensayos que conforman este libro, proponen una lectura lineal, pero también, no lineal. El discurso de Rossana Cassigoli se ancla en lo que ella llama “etnografía existencial del exilio” en la que su observación densa sobre su “experiencia singular” en tono al exilio de su madre judía en tiempos del nazismo y el exilio familiar en México a partir del golpe militar sucedido en Chile en 1973, nos aproxima a emociones y sentimientos que tocan nuestra propia vulnerabilidad, nuestra propia humanidad y por ello, nuestra comprensión. Sin embargo, este libro no es propiamente una autobigrafía sino, como bien lo advierte de inicio la propia autora, es un rastreo “de zonas marginadas de una biografía intelectual del exilio” cuyo desafío es el de vincular, en el ejercicio mismo de la reflexión, “las dimensiones intelectual y emocional, para intentar verificar un hecho antropológico: los contenidos intelectualizados y teorizados responden a una imposibilidad de zanjar embates emocionales” (p. 13)

 

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“No existe historia pequeña”, se asegura de escribir Cassigoli como principio determinante en la “apostilla” que apertura su reflexión hacia los territorios sinuosos como son la memoria, su escritura y el valor que guarda con la autobiografía, y que tocan mi propia biografía. La lectura de este libro me ha hecho evocar momentos familiares que traslucen secuelas de un cierto exilio familiar. Surge de manera espontánea el recuerdo de mi abuelo materno que, con lupa en mano, tardaba en leer el periódico del día toda una eternidad. Mi abuelo materno nació en Líbano y llegó a México en 1922, tenía 20 años y una vida que a partir de ahí se dedicó a vivir con el pasado agazapado y sumido en la incapacidad de historizarse. Su extranjería la asumió como renuncia y en tensión permanente con la engañosa apertura hacia una vida asimilada en la cultura mexicana. Para que ello constara, decidió dejar su lengua, el árabe, en el filo de su pasado y vivir un bajo perfil que lo mantuvo –aún lo recuerdo- entre la tristeza y los recuerdos que prefirió ahogar en el silencio porque, sin duda, la pérdida de su lugar le significó, como bien señalas, “la pérdida de la familiaridad y de la confianza en la vida comunal; la pavorosa constatación de que ese orden es vulnerable y puede convertirse súbitamente en un infierno” (p. 72). Mi abuelo siempre supo que no habría regreso, quizá porque no pudo dejar el exilio que siempre lo habitó.

Pero en realidad no quiero hablar de mi abuelo, sino hacer constatar que El exilio como síntoma: literatura y fuentes es un libro que conmueve, pero además, ofrece un trazo que nos descubre las posibilidades que hay de construir la historia olvidada de la memoria a partir del “régimen ético de la autobiografía” como medio para recuperar esa pequeña historia que como bien señaló la autora, no lo es.

 

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Como procedimiento de verdad, el relato autobiográfico que se escribe desde la memoria individual de sujetos determinados por el exilio, es estrategia pura. No hay duda que la autobiografía transgrede la memoria histórica y coloca al sujeto que narra como “sujeto en su devenir”, porque, explica Cassigoli, “la motivación autobiográfica emana de un autoconocimiento. Un sujeto que emerge, se permite decir algo al lenguaje; «obliga a pensar eso que se llama sujeto». Tal acontecimiento «no es lo que se puede ver» sino «lo que se vuelve»” (p. 27); es decir, es donde la palabra propia le devuelve al sujeto la dignidad y el sentido de y ante su propia vida. Una vida vivida sobre un “interior deshilachado” y que muchas veces no avizora el regreso como hecho probable, aunque la tristeza siempre lo acompañará con recuerdos de un pasado que lo acerque al origen, al lugar donde comenzó todo… Comparto con la autora la idea de ver a la memoria como “responsabilidad presente” y posibilidad histórica que en la propia palabra que (se)narra, se establece, sin duda, la toma de palabra necesaria para el devenir constitutivo de una sociedad. En este sentido, la autobiografía es praxis que encuentra sentido no en el individuo que (se)narra, sino en la “estructura especular” que nos devuelve hacia el nosotros y justo por esta responsabilidad es que, nos dice la autora, el exilio contiene en sí mismo un problema ético.

 

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Una posición ética que la autora asume y explicita en el apartado/ensayo sobre el impacto filosófico de Primo Levi y Jean Améry, a propósito de las encrucijadas que contienen sus obras en torno a “la responsabilidad de no olvidar”, en el caso del filósofo italiano, y a los factores involucrados en el perdón y que no se sintetizan en una cuestión de voluntad de quien perdona, es decir, de la víctima, en el caso del ensayista francés de origen autriaco. Sus obras son ejemplo de relatos autobiográficos que Cassigoli utilizas para argumentar a partir del diálogo permanente que sostiene con ellos. Es a partir de recordar las contingencias particulares de estos autores sobrevivientes del holocausto, que plantea cuestiones fundamentales con las que yo me quedo y que es el valor moral que tiene el resentimiento, el cuestionamiento sobre la culpabilidad colectiva y el carácter resistente del no-perdón que revisa desde una “ética del perdón” (de Giannini, p. 155), a partir de desteologizar el concepto y mostrar el sentido “real” del perdón para quien experimenta la ofensa y para quien lo pide. El perdón no es lo mismo para el ofendido y para quien ofende, la diferencia estriba, señala la autora, en que “el perdón que se da no es una acción, en el sentido de que no sólo por el hecho de decir «te perdono» ocurra   allí el evento del perdón” (P. 161). Si algo es el perdón es ser una promesa y, en todo caso, el perdón, si es que existiera, no logra borrar el dolor ni la ofensa, y por ello, emana en sí una disyuntiva: su imposibilidad real. Una cuestión que entonces me lleva a preguntar en voz alta ¿Qué significa hoy en día pedir perdón? ¿Qué significa hoy en día perdonar?

 

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Vele la pena seguir pensando aquello que sí se puede pensar y no se debe olvidar. Aquello que la escritura vocifera y hace que la conciencia despierte y se registre en otras posibilidades del lenguaje como es la poesía y en la que la autora muestra -de la mano de Gadamer y a propósito de la poesía de Hilde Domin-, que unos versos encierran experiencias que se abren en la palabra para escapar del silencio que contiene toda experiencia traumática. Y justo leyendo al poeta kosovar Xhevdet Bajraj, que vive en México desde 1999, me encontré con unos versos que sintetizan la preocupación que me parece central en toda la reflexión de Cassigoli: el sentido ético que tanta falta nos hace; además de que deja abierto el diálogo pendiente sobre las otras sobrevivencias de las que como señaló bien Levi, no somos los verdaderos testigos. Estos versos los comparto para escuchar igualmente su silencio:

 

La foto del año

Los hombres vestidos de azul

Con bestias negras en las manos

Que ladan ra-ta-ta-ta

Asesinaron a cuatro personas

Cuatro personas fueron asesinadas y no había guerra

No había guerra te lo juro por Dios

Y no se volvió el evento del año en el planeta

               Como premio de consolación

               La foto de los familiares de uno de los muertos

               Llorando aterrorizados junto al cadáver

               Se declaró la foto del año a nivel mundial

               Te lo juro que se declaró

 

El asesinado en señal de protesta

Se rebeló en el recuerdo

Y sigue viviendo en ausencia (Bajraj, 2005, p. 15)

 

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Bibliografía 

  1. Bajraj, El tamaño del dolor, ed., Era, México, 2005.
  2. Kertész, Un instante de silencio en el paredón. El holocausto como cultura. Herder, Madrid, 1998.

 

Notas

[1] Anotaciones a propósito del libro de Rossana Cassigoli, (2016), El exilio como síntoma: literatura y fuentes. Ediciones Metales Pesados-UNAM: Chile. Presentado el 7 de noviembre en la 1ª. Feria del libro latinoamericano y caribeño de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM.

 

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