El zoológico de Nietzsche: la moral como problema veterinario

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El zoológico de Nietzsche: la moral como problema veterinario

Sabemos ya suficientemente cuán ofensivo resulta oír que
alguien incluya al hombre, de manera franca y sin metáforas,
entre los animales […] ¡Qué importa! No podemos obrar de
otro modo: pues precisamente en esto consiste nuestro
nuevo modo de ver las cosas.

Más allá del bien y el mal, “Para la historia natural de la moral”, §202.

3

  1. Superación de la moral: enriquecimiento animal

En la veterinaria y zootecnia existe un problema, relativamente común cuando algún animal silvestre es llevado al cautiverio, por ejemplo, en los zoológicos —para deleite de aquel otro animal curioso, el que disfruta simplemente mirando, aunque tal vez goce al ver cómo otros animales caen en reclusión, como sucedió con él hace miles de años en la historia evolutiva. Cuando dichos animales —acostumbrados a un territorio sin cercas, a jugarse la vida en cada acometida, a los retos de la caza, la intemperie o la sequía— son contenidos repentinamente en un espacio limitado, con presas y parejas reproductivas limitadas, con horarios de comida establecidos, comienzan a observarse comportamientos y efectos patológicos en la conducta animal, todo ello concentrado bajo el término estrés. Al no poder dar cause normalmente a sus instintos e impulsos, lejos de las necesidades y el entorno salvaje, algunos animales confinados desarrollan estereotipias —conductas aleatorias, repetitivas, sin aparente sentido ni finalidad—, otros se violentan a sí mismos —se lamen o rascan frecuentemente en un mismo lugar, hasta sangrar— o a otros especímenes; finalmente, la señal inequívoca de estrés animal en cautiverio es la falta de apareamiento y reproducción, al grado que en la actualidad, el hecho de que algunos especímenes logren reproducirse en cautiverio es motivo de encabezados en muchos noticieros —terminan siendo, curiosamente, animales ascetas.

Ya se adivina en dónde hemos visto un escenario semejante: en el problema del hombre como lo propone Nietzsche; la crianza de un animal civilizado, un proceso equivalente al despliegue de una moral dirigida a suspender los instintos que fueron maestros del hombre en otro momento de su historia. Tal es una primera hipótesis de este escrito: la problemática de la moral, como la plantea el pensador de la Genealogía de la moral, se puede leer desde una perspectiva veterinaria, o en todo caso, dicha mirada puede enriquecer la interpretación del problema de la moral en Nietzsche. El desarrollo de la “mala consciencia” ofrece algunas pistas iniciales: cuando la bestia humana se vio desplazada a la contención de un marco social, algo que no parece haber sido progresivo ni mucho menos haber tenido la forma de un pacto o contrato, “de un golpe todos sus instintos quedaron desvalorizados y en suspenso”, [1] pues se le hizo prometer, a la fuerza, que no descargaría su instinto violento contra el vecino a la menor provocación o antojo, que no desencadenaría sus impulsos reproductivos con la primera hembra que considerase adecuada, que no defecaría donde sintiera necesidad o cuando quisiera establecer una marca territorial. El problema es que dichos instintos no dejaron de reclamar su satisfacción, y cuando les fue impedido volcarse hacia fuera, encontraron una nueva víctima hacia el interior: “La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, en la agresión, en el cambio, en la destrucción —todo esto vuelto contra el poseedor de tales instintos: ése es el origen de la «mala conciencia»”.[2]

3.1

En este panorama, en esta jaula, observamos al hombre deambular, impaciente, irritable; lo vemos comenzar a rascarse y lamerse tanto, que llega al grado de auto flagelarse, dirige ya la crueldad contra sí mismo; lo vemos ejercitándose en prácticas repetitivas, mecanizadas, sin aparente finalidad fisiológica; lo encontramos con trastornos alimenticios y finalmente reproductivos, pues ha llegado en algunos casos, como quiso Schopenhauer,[3] a suspender la voluntad que conduce a reproducir la especie. Finalmente, el hombre dará con el ideal ascético, con los sacerdotes, para que ellos le den razón de su confinamiento, a ellos buscará con gran desesperación para que den sentido a la inexplicable reclusión de sus instintos, “aproximadamente como un animal que está encerrado en una jaula, sin saber con claridad por qué y para qué, anhelante de encontrar razones”.[4]

Y bien, ¿cuál es el problema de este encierro zoológico? Desde un punto de vista extramoral, si una voluntad de poder mayor se ha enseñoreado del hombre para recluirlo y disfrutar viéndolo en su jaula —como hace a su vez el hombre con algunas especies—, no hay nada que reprochar. El problema es que dicho confinamiento, llevado así sin más, de manera irreflexiva, conduce al incumplimiento del propósito inicial del zoológico: ¿quién disfrutaría del espectáculo de animales enfermizos, auto flagelados, apáticos, errantes, trastornados? Sólo un animal resentido, sin duda, pero dicho animal es ya un efecto secundario del zoológico animal. A través de estos encierros y prohibiciones hacia todo vestigio de animal salvaje, la moral se propuso formar un “mejor hombre”, uno que fuera manso, apacible, no egoísta. No obstante, en palabras de Nietzsche:

[…] llamar a la domesticación de un animal «mejoramiento» es para nuestros oídos casi una broma, quien sabe lo que sucede en las ménageries[5] duda de que con esto el animal sea mejorado. El animal se debilita. Se vuelve menos dañino, se convierte en un animal enfermizo en virtud de la emoción depresiva del miedo, en virtud del dolor, de las heridas, del hambre.[6]

Al menos en un zoológico nuestro goce es cruel pero no resentido: disfrutamos ver a los animales privados de su entorno, en condiciones sesgadas —como nosotros, pequeño retrato—, pero no nos divertiría mucho el verlos postrados en el suelo, y si murieran se acabaría el espectáculo —en el zoológico, que es uno de los múltiples puntos de fuga para la sublimación de nuestras crueldades. Como un intento de paliar todas estas consecuencias del cautiverio artificial, los veterinarios y zootécnicos, ya en el siglo XX, propusieron la estrategia del enriquecimiento animal[7]: para no atrofiar el libre flujo instintivo de los animales, y provocar de tal modo que éste se exprese posteriormente de una manera destructiva, errática, negadora de la vida, el criador le plantea juegos o retos al animal; por ejemplo, en lugar de colocar habitualmente el alimento en una charola, la comida se coloca en un lugar de difícil acceso, de forma que el animal deba ingeniárselas para llegar a ella, ejercitarse, crear soluciones, resolver enigmas, correr, destruir lo que se oponga en su camino y hasta colaborar con otros individuos. La cuestión es no negar el instinto, sino estimularlo a través de juegos y problemas.

En esto último encontramos matices semejantes a la apuesta de Nietzsche por la potencia creadora, que no niega el cuerpo y la vida, sino que constituye su máxima sublimación. El individuo creador[8], sea cual sea el objeto de su arte —su propio cuerpo, su mente, la filosofía, la historia, la sociedad— se ejercita en las antiguas tareas de la destrucción, la crueldad, para edificar una visión, plasmar su interpretación del mundo, todo ello a manera de juego y problema; es como el niño de Zaratustra[9], que después de ser león, tal vez enjaulado, aprende por fin a ser jovial, una auténtica madurez que significa “haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar”.[10] El arte y la creación serían un enriquecimiento animal para el hombre extramoral, quien tal vez vuelva a “cazar”, aunque no imaginemos el objeto de su caza, con la misma seriedad que lo hacíamos cuando éramos animales sin más —¿Acaso hemos dejado de serlo?

3.2

Ahora bien, el enriquecimiento animal no es necesario en todos los casos, solamente cuando hay condiciones desfavorables, en suma, cuando se detecta estrés. Todas las especies tienen criterios distintos para estresarse, y modos muy variados de expresar dicho estado, pero la señal inequívoca para detectar estrés animal es la falta de reproducción, esto lo saben muy bien los veterinarios, y por ende se trata del primer indicador a observar en la vida en cautiverio. No obstante, no todos los animales recluidos tienen problemas de reproducción, es decir, no todos padecen el cautiverio de manera tan amrcada. ¿Se adivina ya cuáles están en este caso? Se trata de los animales de granja, que han sido criados para producir. Aunque moralmente pueda ser inaceptable ver decenas de cerdos transportados en un camión, o a centenares de pollos, conejos y corderos recluidos en diminutos corrales, éstos siguen reproduciéndose, y por montones, una pequeña señal de que fisiológicamente no están tan estresados como pudiéramos imaginar. Después de un milenario proceso de evolución, simbiosis y domesticación, estos animales de granja renunciaron al desquite arbitrario de sus instintos en un entorno libre, a cambio de la calidez de una lámpara humana, del alimento rutinario y seguro, e inclusive, de la reproducción cómoda y asistida. Todos ellos buscan una mano que los guíe, una cerca, una jaula, un corral que les garantice la vida.

3.3

En cierta medida, quizá es una buena señal que aún nos indignen las condiciones en que existen los animales de producción, pequeño lapsus de una valoración más salvaje, de que algo en nuestro interior aún prefiere la vida lejos de los corrales. Pero dicho lapsus parece quedar sepultado por la corriente dominante: el instinto de rebaño. Como el cordero, como todos los animales de granja, tal vez estemos hoy perfilándonos hacia el final de un largo camino de domesticación, del cual somos acaso “el fruto más maduro”[11] y tardío, de modo que como la oveja no veamos ya con dolor a las cercas como una imposición violenta, sino como la tranquilizante conducción hacia una vida quieta, segura, un alivio, un bálsamo y analgésico. A final de cuentas, como estos animales de granja, hemos preferido que nuestro alimento y medios de vida estén siempre disponibles, garantizados, en lugar de crear constantemente nuevos caminos, juegos y problemas para vivir. Quizá sea esto parte de lo que se juega en la esencia de la técnica contemporánea, según ciertas pistas de Heidegger,[12] ante la posibilidad de que todo devenga constantemente dis-ponible, en reserva, accesible sin el mínimo esfuerzo, como resulta para los animales de granja. Pero ya sabemos lo que sucede en un zoológico empobrecido: cuando todo, desde nuestra comida hasta nuestro apareamiento esté al alcance de un botón, ¿qué nuevos sistemas de crueldades habrán de irrumpir para dar cauce a la vitalidad suspendida?, ¿qué nuevas patologías, estereotipias y autoflagelaciones desarrollaremos? O bien, si todo esto se logra sin problemas y sin dolor, será indicio de que al final lo hemos conseguido: nos habremos convertido completamente en corderos. Tal vez valdría la pena interpretar a la técnica como el producto más refinado en la historia de la moral y el ascetismo.

i. Metástasis: moral única

Y bien, ¿cuál es el problema con esta moral ascética? Después de todo tiene su sentido; sin su asistencia, seguramente un puñado de bestias, sean rubias, negras o mestizas, gobernarían unos cuantos clanes, y entre asesinatos, robos y ultrajes, el homo sapiens, que seguramente no se llamaría así, no pasaría de ser una aburrida especie endogámica de África o Asia central. El mismo Nietzsche reconoce el lugar de esta moral en la historia de los despliegues de la voluntad de poder. El problema es que dicha moral, dominante durante casi dos milenios, pretende ser y se presenta como la única posible. Tal vez se pregunte: ¿no concuerda ello con los rasgos de la voluntad de poder que busca imponerse sobre lo demás? No es tan simple, la vida como voluntad de poder busca imponerse, sí, pero como afirmación de sí misma, no como negación de lo demás; ésta es la gran diferencia entre lo afirmador/activo y lo reactivo. La moral resentida, reactiva “dice no, ya de antemano a un «fuera», a un «otro», a un «no-yo», y ese no es lo que constituye su acción creadora”.[13]

De nueva cuenta, ¿cuál es el problema de que algo niegue todo lo demás y se afirme como lo único? Es un problema que concierne a la vida, es la cuestión del cáncer, al menos en dos sentidos. En primer lugar, y sobre todo cuando la moral ascética se encarna en las religiones —con su pathos predicador y evangélico—, éstas “quisieran lograr que todo otro modo de sentir la vida fuera considerado falso y se volviera imposible”.[14] Con esto, olvidan que son sólo medios y se asumen como fines en sí mismas; buscan imponer su modelo de hombre ideal —el manso, sumiso, expectante por la llegada final de un trasmundo— como el único, perfecto, intentan fijar finalmente a ese animal disperso que es el hombre. En segundo lugar, con su programa de indulgencia y misericordia, buscan defender a toda forma de vida en general, sin importar su condición enfermiza: “Intentan conservar, mantener con vida cualquier cosa que se pueda mantener […] han conservado demasiado de aquello que debía perecer”.[15]

Ésta es la operación misma del cáncer, en el cual hay una falla en la apoptosis, es decir, la muerte celular programada, un mecanismo fijado genéticamente cuyo objetivo es controlar el crecimiento desmedido de un tejido celular, y es fundamental para la destrucción de células dañadas. El cáncer parece afirmar la vida, es reproducción, supervivencia y crecimiento sin control, pero conocemos su efecto: cuando un grupo celular crece de manera ilimitada comienza a invadir otros tejidos, atrofiando su normal desenvolvimiento. Cuando el cáncer se propaga a través de vasos sanguíneos y linfáticos (metástasis) pueden alcanzar otros focos de crecimiento, nuevos órganos, hasta provocar la muerte de todo un organismo. Se dice de un tumor que es benigno cuando no puede propagarse por invasión y metástasis, de modo que no es potencialmente mortal. Por cierto, a un nivel de observación mayor, tal vez la muerte, como la conocemos, tenga un papel similar al de la apoptosis: evitar que una forma de vida se propague e imponga sus condiciones a las demás, de modo que un ecosistema en su conjunto se vea afectado —parece que esto sucede con el hombre y su relación con el planeta entero. De este modo, habría que reinterpretar la muerte, incluso a ella, en un sentido vital y jovial: no como el enemigo eterno de la vida, sino como un mecanismo a través del cual la vida prolifera y se diversifica.

Cuando una visión, una moral, se reproduce como la única, se la lleva en evangelios, panfletos y programas educativos, ¿no podrá expandirse sin control hasta invadir otras visiones, otros valores? Es radical el contraste con el pathos de la distancia, característico de una moral de señores y poderosos, éstos no buscan diseminar sus valores, no quieren convencer a nadie: sólo ellos son dignos de sus valoraciones, sólo ellos son lo suficientemente sanos y fuertes para valorar de tal manera. Cuando la moral única se expande como cáncer, llega al nivel de países, civilizaciones y épocas enteras a través de la historia. Así, es posible leer la historia, como Deleuze, en tanto que desarrollo del resentimiento y reactividad a nivel civilizatorio: “En vez de la justicia y de su proceso de autodestrucción, la historia nos presenta sociedades que no quieren perecer y que no imaginan nada superior a sus leyes. ¿Qué Estado escucharía el consejo de Zarathustra: «dejaros invertir»?”[16]

Hasta ahora, prácticamente no hemos conocido ninguna cultura, ninguna cosmovisión lo suficientemente fuerte como para no considerarse universal. Casi toda civilización antigua se autointerpretó en sus mitologías como centro del universo, como el lugar donde los dioses crearon al hombre; y la mitología moderna del progreso no es la excepción, pues se asume como la culminación de la historia, como el punto más avanzado. En cambio, los valores joviales que propone el pensador de Sils María, implican una fuerte afirmación de la pluralidad, no como un romántico llamado a la armonía del género humano, sino como afirmación del poder de la vida misma. Por ello, inclusive el Übermensch no es una parada final, la cúspide definitiva y estática de la historia, algo ante cuyo advenimiento habría de cesar el devenir; así también lo interpreta Vanessa Lemm, para quien lo sobrehumano “no supone un intento de estabilizar al ser humano en una especie de forma sobrehumana ideal, sino de provocar un contra-movimiento que cuestione aquello que se estabiliza a sí mismo en una identidad y una naturaleza inalterables”[17]. La negación de lo otro y la posterior afirmación a ultranza de una identidad estática, la cual además se esgrime —cuando no se busca imponer por la fuerza, a través de guerras santas— como modelo universal: en ello radica lo cancerígeno de una moral. La moral de esclavos, conducida por el sacerdote ascético, con su propia meta de un hombre domesticado, “no permite ninguna otra interpretación, ninguna otra meta, rechaza, niega, afirma, corrobora únicamente en el sentido de su interpretación”[18].

3.4

Por otro lado, a pesar de todo, si se pretende bosquejar un pensamiento afirmativo, evitando caer en una denuncia panfletaria y resentida contra semejante metástasis, habría que preguntarse cuál es el sentido para la vida de dicho cáncer; tal vez albergue una posibilidad afirmativa, como sucede con el propio ideal ascético. En el tercer tratado de la Genealogía, Nietzsche presta armas a su rival —pues todo ser poderoso desea un enemigo a su altura— y plantea un sentido afirmativo del ideal ascético, esto es, un papel que debe jugar a favor de la vida sana: tal ideal ha re-direccionado al resentimiento, mismo que en lugar de dirigirse hacia fuera, se dirige al ser que lo ha generado, de modo que el ascetismo ha servido “para hacer inocuos hasta cierto punto a los enfermos, para destruir a los incurables sirviéndose de ellos mismos”.[19] En este sentido, cabe la posibilidad de que el cáncer sea una apoptosis, ya no ejercida a nivel celular, sino al nivel de los organismos pluricelulares y los grandes colectivos. De esta manera, no debería sorprender algo que muchos han notado: en fechas recientes los casos de cáncer parecen multiplicarse. Tal vez, justo cuando un modo de vida monolítico —el del hombre moderno occidental— se afirma sin dar cabida a ninguna otra alternativa, sus propios hábitos terminan por producir algún tipo de cáncer, tarde o temprano.

Bibliografía

  1. CARLSTEAD, Kathy y SHEPHERDSON, David, “Alleviating Stress in Zoo Animals”, en G.P. Moberg y J.A. Mench (editors), The Biology of Animal Stress, CABI Publishing, Oxfordshire, 2000.
  2. DELEUZE, Gilles, Nietzsche y la filosofía, Anagrama, Barcelona, 2012.
  3. LEMM, Vanessa, La filosofía animal de Nietzsche. Cultura, política y animalidad del ser humano, Universidad Diego Portales, Santiago, 2010.
  4. HEIDEGGER, Martin, “La pregunta por la técnica”, en Filosofía, ciencia y técnica, Editorial Universitaria, Santiago, 1997.
  5. NIETZSCHE, Friedrich, Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid, 1997.
  6. NIETZSCHE, Friedrich, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1997.
  7. NIETZSCHE, Friedrich, El ocaso de los ídolos, Tusquets, Barcelona, 2009.
  8. NIETZSCHE, Friedrich, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 2012.
  9. SCHOPENHAUER, Arthur, El mundo como voluntad y representación II, Trotta, Madrid, 2005.

Notas

[1] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado segundo, p. 108.
[2] Ibid., p. 109.
[3] Cfr. Arthur Schopenhauer, los “Complementos al libro cuarto”, en El mundo como voluntad y representación II.
[4] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado tercero, p. 180.
[5] Las ménageries son el antecedente directo de los zoológicos actuales; eran jardines especiales en los cuales los gobernantes y aristócratas más poderosos recluían animales exóticos, como muestra de su riqueza y conquistas.
[6] Friedrich Nietzsche, “Los «Reformadores» de la humanidad”, en El ocaso de los ídolos, p. 80.
[7] Para un panorama del enriquecimiento animal, en relación en el estrés en cautiverio, cfr. Kathy Carlstead y David Shepherdson “Alleviating Stress in Zoo Animals”, en G.P. Moberg y J.A. Mench, The Biology of Animal Stress, CABI Publishing, Oxfordshire, 2000.
[8] Cfr. La genealogía de la moral, Tratado tercero, § 25, donde Nietzsche describe al arte como un mejor rival para el ideal ascético, en comparación con la ciencia.
[9] Cfr. Friedrich Nietzsche, “De las tres transformaciones”, en Así habló Zaratustra.
[10] Friedrich Nietzsche, “Sentencias e interludios”, en Más allá del bien y del mal.
[11] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado segundo, p. 77.
[12] Cfr. Martin Heidegger, “La pregunta por la técnica”, en Filosofía, ciencia y técnica.
[13] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado primero, p. 50.
[14] Friedrich Nietzsche, “El ser religioso”, en Más allá del bien y el mal, p. 112.
[15] Idem.
[16] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, p. 194.
[17] Vanessa Lemm, La filosofía animal de Nietzsche, p. 59.
[18] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado Tercero, p. 187.
[19] Ibid., p. 165.

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