En busca del tiempo perdido

Home #40 En busca del tiempo perdido
En busca del tiempo perdido

Resumen

Caminar y drogarse, habitar más en el espacio y menos en el tiempo, ¿qué se busca cuando se decide salir al parque a quemar un porrito? La representación del individuo que se mueve mientras se droga, el desapego y la renuncia a la sobriedad. No andar en un auto, no hacer hot box, sólo caminar y drogarse. ¿Cuáles son las mejores calles para fumar mota?, ¿por qué nos encanta salir y quemar?, exponernos a la mirada indiscreta de los puercos (siempre los puercos), a que el olor llame la atención o los erizos.

Palabras clave: caminar, drogarse, tiempo, espacio, ética, políticas actuales

 

Abstract

Walking and taking drugs, inhabiting more in space and less in time, what are you looking for when you decide to go to the park to burn a joint? Individual representation of the one that moves while taking drugs, disregard and renounce of sobriety. No travel in car, not making a Hot Box, just walk and take drugs. Which are the best streets to smoke pot? Why do we love to get out and burn? Getting exposed to the indiscrete looks of pigs (police officers, always the pigs), getting the smell to call attention or prickly people.

Key words: Walking, drugging, time, space, ethics, current policies

 
Me haré pasar por un hombre normal
Espinoza Paz

 

Salgo a caminar, salgo a caminar para poder fumar cannabis, en mi casa no se puede porque está prohibido ser marihuano, lo mismo que en la mayoría de las casas del país.

Una parte de mí, una zona que no ubico dentro de mí disfruta de consumir una sustancia prohibida; tener que conectar con gente desconocida que no disfruta esconderse o recibir llamadas de números desconocidos.

Mientras leo estas ideas se me antoja rellenar mi pipa y fumar plácidamente mientras ¡oh hipócrita lector!, no puedes más que imaginar la densidad de un humo lleno de THC.

Lamento que podamos hablar con la seriedad de personas que poseen necesidades y obligaciones y a la vez no podamos prendernos un poco dentro de este recinto por la “seriedad” de nuestro encuentro.

A la gente que se droga (incluso sólo con mota) no se le toma demasiado en serio, cuántas veces no he escuchado esa punzante frase: “déjalo, está muy marihuano”. Recuerdo una nota de Zabludovski en El Universal de nombre “Peña y la marihuana”, en su artículo el octogenario periodista termina preguntando a los lectores si se dejarían sacar una muela por un doctor marihuano. La pregunta encierra un grado de prejuicio que no es para nada una sorpresa. Sin embargo, cuántos profesores, reporteros, barrenderos, panaderos, zapateros, taxistas, poetas, estudiantes, cineastas, ingenieros, cantantes de salsa, luchadores, chefs, choferes, filósofos, pilotos, doctores honoris causa, vagabundos, pintores, psicólogos, desempleados, tesistas, actores, médicos han realizado sus obligaciones profesionales bien drogados, rebotando con los ojos desorbitados y la boca seca como el desierto de Sonora.

Con dificultad puedo reconocer a un marihuano en la calle, difícilmente el olor a porquería de las calles del DF permite reconocer el olor a cáñamo quemado.

El tabú al cual pertenece la idea de que sólo sobrios podemos actuar con responsabilidad y en la totalidad de nuestras capacidades resulta delirante y obtuso; habitamos un mundo construido en mayor porcentaje por gente “sobria”, la mayoría de nuestros patrones de conducta, de nuestro traumas, de la forma en que interactuamos con el otro se basa en la cultura de la “sobriedad”. Se da por hecho que cuando se interactúa con otra persona, ésta se encontrará “sobria”, que a nuestras palabras las responderá un individuo dotado de la luz sobria del juicio. ¿Cuántas veces nos ha pasado lo contrario?

En este momento una pregunta ronda el humo imaginario que inunda esta sala y no permite que dejemos de toser. ¿Cuál es nuestro margen de sobriedad?

Me levanto de la silla y salgo a fumar, muy pronto mis ideas van y vienen, qué tan sobrio debo estar para ser sobrio. Pero yo no quiero estar sobrio, la sobriedad posee la intención de engañar al otro, de probar la superioridad de mi conciencia sobria frente al otro.

Sigo caminando, ahora por una calle oscura, son las dos de la mañana y en las panaderías sólo duermen vagabundo abrazados. Sigo caminando y prendo mi pipa, fumo mi pipa como si tratara de habitar un lugar donde mis ideas no suenan absurdas y “marihuanas”.

Salirte a fumar un toque tiene cierto de riesgo y renuncia, es ocupar el vacío de la calle para rechazar prohibiciones, la de no poder consumir una planta, una fórmula química, la de no atender a lo correcto.

Sigo caminando, es 2 de octubre de 1968 y la ciudad ya está desbordándose, me prendo un churro para salir a marchar, soy un consumidor de mota en medio de una revuelta social, entonces una chiquita me ve darme mis torzones, pega un grito dentro de los demás gritos y me dice: “¡qué estás haciendo, esto es una marcha seria, no para pinches marihuanos”!

La idea de seriedad es una jaula muy seria, muy seria muy seria, en serio.

¿Se puede ser serio y estar marihuano? Y, en dado caso, para qué demonios se desea seriedad en un estado que basa su interés en la levedad con que la conciencia se expande.

¿Muy serio para darse un toque?, no.

Es otro día y salgo a caminar, es México 1919 y yo sigo prendiendo, una calle, un precio, un lugar, los cigarros Rateros de Celaya, cigarros medicinales contra el asma, la bronquitis y el dolor de pecho. Sigo fumando como si el mundo no pareciera caerse a pedazos.

Alguien, muy cerca del callejón, me chifla, oye barbón, zacatito. Sigo la voz y dos compañeros me piden las tres, los veo inhalar profundamente durante largo rato de mis frajos, no hay señales de la poli, en el aire gira el olor a orín y mierda de caballo; el cielo es amplio y sin nubes cuando veo los ojos rojos del camarada y comienza a hablarme: “Desde antes ya nos gustaba la mota pero hemos decidido negarlo, está prohíbo, no podemos llegar a tocar una puerta y decir buenas tardes, fumo yerba, buenos días, déjeme subirme al tren”.  

Sigo caminando, fumo sin meditar en el agotamiento de mis pulmones, más en el espacio, menos en el tiempo; caminar y fumar son actividades inherentes a un fumador regular.

Salir, buscar y encontrar una calle solitaria, una esquina sin cámaras, un policía descuidado.

Sigo caminando, debo detenerme en un teléfono público para poder espulgar y rellenar mi pipa, fumo dentro de la cabina telefónica y después de parpadear estoy en la “facu”, entro a una conferencia sobre drogas y consumo lúdico, me doy cuenta que en el fondo hay un hombre encubierto, nos vienen a filmar porque todavía, en la inmediatez de un siglo que presume vanguardia, no podemos fumar abiertamente sin que la imagen del consumidor sea la del enfermo, de la rata dependiente.

Es inevitable no querer ir a monchear, pensar en qué mal van los pumas y en lo caro de su maldito uniforme

 

Leave a Reply