En la era del libro digital

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Resumen

En este trabajo abordamos una manifestación del entorno novomediático en el que estamos insertos la cual es de importancia capital para los investigadores en humanidades, a saber, el libro digital. En realidad el e-book es parte de toda una nueva sensibilidad que se configura en relación tanto con la portabilidad de “contenidos” como con el acceso deslocalizado a los mismos. En este texto examinamos cómo es que el libro digital es parte de una rearticulación radical del trabajo del investigador en humanidades a partir del fenómeno general de la digitalización de la información –los “contenidos”–. Autores como M. McLuhan y V. Flusser insistieron en que la información digital tiene características míticas y en este texto discutimos que, en efecto, los libros digitales en la medida en la que estén en la “nube” adquieren las características de lo transcendente, son información desligada del aquí y el ahora, en términos humanos eterna por indestructible a efectos prácticos y, además, el acceso a dicha información tiene un carácter “religioso”: genera la comunidad de los que están en contacto con lo “transcendente”, aquello más allá de la inmanencia del aquí y el ahora. En todo caso la accesibilidad ilimitada y deslocalizada a dicha información distingue a una comunidad de los “justos”, los que ya están en contacto con lo “infinito” e “indestructible”. Es a partir de tales características que los libros digitales generan el nuevo set mental que revoluciona la forma de la investigación en las humanidades.[1]

Palabras clave: digitalización, portabilidad, deslocalización, humanidades, divinidad.

 

Abstract

In this text we approach a manifestation of the newmediatic environment, which is of capital importance for researchers in the humanities, namely the digital book. In fact the e-book is part of a whole new sensitivity that is configured in relation to both the portability of “contents” and the delocalized access to them. In this text we examine how the digital book is part of a radical rearticulation of the researcher’s work in the humanities as part of the general phenomenon of the digitization of information – the “contents”. Authors like M. McLuhan and V. Flusser insisted that digital information has mythical characteristics and in this text we discuss that, in fact, digital books as long as they are in the “cloud” acquire the characteristics of the transcendent, they become information disconnected from the here and now, in human terms they are eternal since they are indestructible for practical purposes and, in addition, access to such information has a “religious” character: it generates the community of those who are in contact with the “transcendent”, those beyond the immanence of the here and now. In any case, the unrestricted and delocalised accessibility to this information distinguishes the community of the “just” ones, those already in contact with the “infinite” and “indestructible”. It is starting from such characteristics that digital books generate the new mental set that revolutionizes the form of research in the humanities.

Keywords: digitalization, portability, delocalization, humanities, divinity.

 

No hay ninguna duda de que el futuro inmediato es el del libro digital, tal como ya ocurre con el formato correspondiente para la música. Así como el acetato y la cinta magnética y posteriormente el CD pasaron a la historia, tomando un lugar al lado de la piedra, el cincel y el martillo. De la misma manera la página impresa pasará al museo tecnológico, de hecho ya casi está ahí, basta con ver las estadísticas de la venta de libros de la tienda en red Amazon en el 2011.[2] Habrá que atender también al hecho de que en algunos estados de la Unión Americana se discute la posibilidad de declarar una moratoria de dos años para la compra de libros físicos en la high school substituyéndolos por libros en formato electrónico.[3] En el mismo orden de ideas, mencionemos que en algunos de los países del primer mundo de todos modos se desarrolla un proceso gigantesco de digitalización de acervos bibliográficos porque una gran parte de sus volúmenes están condenados a una rápida desaparición dado que hasta los años 90 del siglo pasado la mayoría de los libros fue impresa en papel ácido y se convertirán en polvo en el lapso de unas cuantas décadas.[4]

Por lo demás, resulta absurdo, a menos que sea uno coleccionista excéntrico, tener una pared revestida de acetatos, una cajonera llena de cintas musicales o torretas llenas de CD. Un iPod, por ejemplo, puede almacenar en un volumen minúsculo de solamente 11x6x.5 cm unas 40,000 piezas musicales, lo que permite transportarlas y tener acceso a ellas con gran facilidad. En realidad también las puede uno tener en la “nube”, es decir, en un “servicio de alojamiento” en línea, al cual es posible acceder en todo momento desde cualquier lugar en el exista la señal de internet. Para escuchar la música no es necesario, entonces, estar en un lugar en donde esté almacenada físicamente.

Por otra parte, yo acostumbraba circular por el mundo, además de cargando uno o dos textos, llevando conmigo un pequeño estuche con marcadores de texto de varios colores, plumas muy finas de color rojo y una pequeña regla para subrayar y también para conectar partes de una página unas con otras. Hacía anotaciones minúsculas con dichas plumas muy finas (anotaciones que hoy ya casi no alcanzo a leer). Tenía que buscar un lugar plano para apoyar el texto, poder anotarlo y usar la reglita. Si esperaba a alguien en un café tenía que calcular si valía la pena iniciar toda la parafernalia de empezar a trabajar mi texto de manera ordenada, haciendo lugar para desplegar todos mis instrumentos. Ni que decir que con frecuencia manchaba los textos y siempre tenía los dedos más o menos entintados con algún color, además de correr el riesgo de que en cualquier momento se terminara alguna de las tintas y ya no pudiera subrayar o marcar o anotar, por eso traía varios utensilios de cada tipo y color.

Adicionalmente siempre estaba el gran peligro de perder el texto arduamente trabajado. En una ocasión, de regreso de la entonces todavía Leningrado a Berlín Occidental, en el tren olvidé El concepto de angustia, de Kierkegaard, totalmente trabajado. No lo puede recuperar y perdí todo mi trabajo de cerca de doce meses –y lo más lamentable es que nunca he tenido el tiempo para poder retrabajar seriamente dicho texto–. Durante años trabajé minuciosamente el texto Sein und Zeit, de Heidegger; lo trabajé tan intensamente que lo tuve que empastar dos veces y aún así mi ejemplar está casi deshecho. Ni que decir que cuando viajaba a algún evento en el que iba yo a exponer sobre Heidegger, el libro lo portaba celosamente conmigo, jamás en el equipaje documentado. En dicho volumen están cientos de anotaciones y todas mis referencias cruzadas a la totalidad de la obra de este autor hasta entonces publicada, unos 80 volúmenes, además de que numeré a mano todos los renglones de las 437 páginas que lo conforman para hacer referencias cruzadas en el propio texto y de los otros textos de la obra de Heidegger a dicho texto. Perderlo era perder de manera definitiva años de trabajo, era mucho, muchísimo peor, que perder mi pasaporte, el cual siempre es recuperable. Todo eso se acabó.

Hoy en día casi todos los formatos electrónicos tienen la posibilidad de subrayar, marcar de maneras muy diferentes para rápida localización de pasajes –por ejemplo, para utilizarlos en una conferencia o un seminario–, tienen la posibilidad de añadir anotaciones, imágenes y otros elementos. Además es posible encadenar pasajes del texto a otros pasajes del mismo texto, lo cual también es muy útil para todo tipo de trabajo, especialmente para presentaciones orales. Gracias a eso, lo único que cargo conmigo hoy en día es mi iPad con posibilidad de conexión a la red en cualquier lado a través del celular. Y lo fabuloso: en la “nube” tengo disponibles alrededor de 800 volúmenes que tienen que ver con todo lo que trabajo actualmente, para no hablar de obras de consulta que también tengo almacenadas ahí, mientras que la red me ofrece todo tipo de diccionarios y de información que puedo incorporar a las notas de mis textos con gran facilidad. Por supuesto, puedo estar en Estambul o en Honolulu y tener acceso a todos mis volúmenes y anotaciones en un santiamén –así como a todo mi trabajo y documentos acumulados desde 1998.[5] Aunque en algún café espere yo a alguien que puede llegar en cualquier momento, o no llegar, ya no hay ningún problema. En el texto digital está todo disponible en el instante y basta con que haga a un lado mi iPad, para atender a quien esperaba. Ni se me caen los marcadores, ni tengo que guardar la regla, ni cerrar el estuche, ni poner un separador de página. Nada, absolutamente nada de eso. Eso pertenece ya a una tenebrosa y escalofriante cultura mediática, como cuando no existían el teléfono o los antibióticos.

Por supuesto, en el caso de los libros la versatilidad de la información no es solamente una cuestión de accesibilidad, portabilidad y almacenamiento, sino también, y fundamentalmente, de la manera de trabajar. En el caso de las humanidades el trabajo serio con un texto requiere de un esfuerzo analítico que durante mucho tiempo se facilitó con la ayuda de los famosos thesauri –“tesoros”– asociados con la ediciones críticas o científicas: índices omniabarcantes de todas las apariciones de una expresión en una obra dada, así se trate de una mera conjunción, de un simple artículo indefinido o una interjección. Esto es algo mucho más completo que un elemental índice de autores o de conceptos. Es con ayuda de los thesauri asociados con la ediciones críticas –las cuales numeran los renglones dentro de cada página, para facilitar la localización de cualquier expresión en cualquier página de todo un volumen, que es lo que  hice yo con Sein und Zeit, según referí arriba–, que se puede realizar un trabajo analítico de un texto bien fundamentado: con ayuda del thesaurus correspondiente uno puede rastrear todas, absolutamente todas las apariciones de una expresión, sus variantes y todas las otras expresiones que se asocien con ella en todas las oraciones que las contengan. Con eso ciertamente no se convierte uno en la pistola más rápida del oeste pero sí en la cita más precisa del oeste; con el libro electrónico se convierte uno, además, en la cita más rápida del oeste.

 En algún momento en los años 60, los tesoros se empezaron a producir por informáticos y se plasmaban como ediciones de libros especiales muy caros, casi fuera del alcance de particulares y solamente disponibles en instituciones académicas. Pero ahora, con ayuda de un formato electrónico, digamos un documento Word o PDF, cualquier lector puede hacer sus búsquedas de expresiones en instantes, con toda precisión y, además, totalmente customized, es decir, a la medida de las necesidades e intereses totalmente individuales del lector en turno. Cada libro, por el simple hecho de ser digital, tiene, por así decirlo, su tesoro –thesaurus– virtual asociado; en particular, los índices de autores y de conceptos se vuelven innecesarios.

Localizar un pasaje o un término cualquiera en un pasaje dado en un libro, deja de ser tarea basada en la memoria visual, con la que el lector recordaba, digamos, que más o menos por la primer tercera parte del libro, en alguna página del lado izquierdo y cerca del final de la página, el autor dice que… . No sobra señalar que la efectividad de la memoria visual es muy pobre en el caso de libros que solamente trabaja uno de manera superficial y que, en todo caso, se deteriora al paso de los años. Pero la memoria visual de un texto va resultando cada vez menos necesaria. Ahora escribe uno en la ventana de búsqueda del texto en formato electrónico una secuencia de signos arbitraria y el resultado es una lista omnicomprensiva de la aparición de esa secuencia de signos en la obra en cuestión y en el contexto de las oraciones y pasajes correspondientes. Suponiendo que la memoria no sea buena aliada y uno haya creído equivocadamente que una expresión dada aparecía en una obra determinada, la búsqueda electrónica nos mostrará en instantes que estábamos equivocados, que la expresión no aparece en la obra, evitándonos así semanas de inútil y a veces desesperada búsqueda.

Hay que hacer notar que solamente thesauri muy especiales y voluminosos presentaban no las palabras sueltas sino, por ejemplo, un verbo o un sustantivo, en el contexto de todas las oraciones en las que aparece –tal es el caso de los thesauri del Instituto Kierkegaard, de Copenhagen, referidos, justamente, a la obra de Kierkegaard–. Estos, los thesauri contextuales, eran mucho más caros, pesados y, difícilmente manipulables por lo voluminosos, pero muy útiles. Si uno necesitaba tener delante de los ojos lo que Kierkegaard dice sobre, digamos, el “remordimiento”, acudía uno al thesaurus de substantivos, y siguiendo el orden alfabético encontraba uno la sección titulada “remordimiento”, en la que aparecía un listado con todas las oraciones en las que surge dicho término en toda la obra de Kierkegaard. La ubicación de un término no simplemente en el número de un renglón de una página de un volumen sino expresamente en la oración correspondiente y, claro, la ubicación de dicha oración, era la ventaja del thesaurus contextual sobre el thesaurus de palabras o expresiones, es decir, el thesaurus analítico. Veamos la diferencia.

Por ejemplo, en el tesoro correspondiente a la edición de El ser y el tiempo, de Heidegger, hecha por Max Niemeyer, junto a la palabra germana Hingabe (entrega) aparecen tres grupos de números: 19908, 19925, 19931, y ya, no más. Eso significa que en todo el texto dicha palabra aparece únicamente en tres ocasiones, y las tres ocasiones en la página 199, una en el renglón 8, otra en el renglón 25 y la última en el renglón 31. Si uno necesita saber si Heidegger utiliza dicha expresión en la mencionada obra y, dado el caso, cómo lo hace, el tesoro ya lo solucionó. Sin embargo, el tesoro no es contextual, por lo que solamente nos da las páginas y los renglones y uno tiene que ir al libro a ver qué se dice. Si el tesoro fuera contextual entonces aparecerían directamente en él las tres oraciones correspondientes, con lo que probablemente nos ahorraríamos la búsqueda en el texto original. Cabe señalar que no existe el tesoro contextual para dicha obra y recordar que si existiera sería carísimo… y en la actualidad digital totalmente inútil, tanto como el tesoro de palabras.

En efecto, la digitalización y la búsqueda electrónica ha superado por completo la diferencia entre los thesauri de palabras, analíticos, y los thesauri contextuales: para un buscador computacional la diferencia entre palabras y oraciones no existe. De hecho, el buscador digital trabaja sobre la base de secuencias arbitrarias de signos convencionales del código ASCII, con lo que ni siquiera es necesario buscar palabras completas o expresiones constituidas por combinaciones de palabras. Volviendo al ejemplo anterior, uno solamente tendría que escribir la palabra Hingabe en la ventana del buscador y todo estaría solucionado en unos instantes. Pongamos un ejemplo real.

Hace poco, necesitaba yo un pasaje de Husserl en una de sus obras en la que se habla de la ideal vollkommene Gegebenheit (el hecho de que algo sea accesible de manera idealmente perfecta), etc. Dicho pasaje lo había citado hace trece años y no recordaba para nada en qué parte del texto se encuentra. Mi memoria visual al respecto había caducado –desaparecido– por completo. Con el texto físico hubiera tenido que solicitar a uno de mis asistentes la búsqueda, la cual lo hubiera llevado a invertir mucho tiempo –horas, si no es que días o semanas– para localizar el pasaje correspondiente. El archivo PDF de la obra mencionada me permitió encontrar el pasaje exacto en algo así como un minuto y, además, utilizarlo inmediatamente. El proceso fue el siguiente:

  1. En vez de ir a la biblioteca por el volumen, el cual eventualmente estaría prestado y, en el peor de los casos habría sido robado o no existiría, o bien en vez de ir a mi depósito personal de libros –ya ni siquiera le digo “biblioteca”– en otra parte de la cuidad, simplemente ingresé a mi servicio electrónico de alojamiento –mi nube privada–, en la ventana del buscador escribí parte del título del volumen –Catesianische Meditationen und Pariser Vorträge– y tuve acceso casi instantáneo al mismo. Es decir, me ahorre la búsqueda real, física, del volumen igualmente físico.
  2. Ya con el archivo del volumen abierto escribí en la ventana del buscador “ideal vollkom” y voilà: en un segundo tuve mi página con el pasaje correspondiente.
  3. En vez de transcribir el pasaje –con el riesgo de error que siempre conlleva dicha acción– seleccioné el texto deseado, pulsé copy, arrastré el cursor a mi documento Word en el que necesitaba la cita y pulsé paste. Hice coincidir el formato del texto copiado con el formato del texto de destino, ajuste la cita, puse las comillas, hice la referencia, y continué escribiendo (no tuve que traducir del alemán puesto que estaba yo escribiendo en dicho idioma).

Todo ocurrió en menos de dos minutos. Obviamente, mis asistentes no fueron distraídos inútilmente de sus labores.

Respecto de cada texto digital tengo opciones fabulosas para trabajarlo. Por ejemplo, según el color del subrayado puedo hacer aparecer en la parte lateral de la ventana todos los subrayados, marcas de texto o todas las anotaciones de un color dado –es decir, las que tienen que ver con un tema o asunto dado– en vez del engorroso procedimiento de hojear el texto. Así mismo puedo hacer aparecer mis comentarios de un color dado; también puedo buscar conceptos o expresiones dentro de mis comentarios, los cuales obviamente no son parte del texto mismo. Esto es invaluable conforme pasa el tiempo, ya que uno empieza a olvidar dónde comentó qué exactamente. Así, suponiendo que yo haya escrito una nota referente a la “narrativa combinatoria” del cineasta Raúl Ruiz hace cuatro años, y que en la actualidad no tenga ni idea de en qué parte de los tres volúmenes de la Poética del cine de dicho cineasta escribí dicha anotación, puedo revisar electrónicamente el contenido de todas mis notas a los textos en cuestión y encontrarla con la misma facilidad que en el ejemplo de las Cartesianische Meditationen und Pariser Vorträge, de Husserl.

También puedo vincular parte del texto a otras partes del texto con algún criterio totalmente arbitrario y saltar entre todos estos vínculos, lo cual es invaluable para algún seminario en el que quiera discutir ideas de un autor en un orden dado –sin que se me pase ninguna–. Puedo poner marcas y revisarlas igualmente para un seminario o conferencia. Puedo hacer todo tipo de líneas y de todos colores en el texto para resaltar cosas. Puedo añadir notas de voz y reproducirlas delante de los participantes en un seminario, por ejemplo; puedo añadir vínculos de la red, puedo añadir imágenes de cualquier tipo, entre otras varias opciones.[6] Transfiriendo el archivo a la computadora puedo proyectarlo con todo y anotaciones y todo tipo de añadidos sobre una pantalla, como si fuera “un PowerPoint”. Por supuesto, no hay ninguna diferencia, en cuanto a las opciones, entre trabajar el archivo –el texto– en el iPad o en una computadora cualquiera[7] (además de que existen algunas tabletas electrónicas que permiten proyectar el texto desde ellas mismas, lo cual, desgraciadamente todavía no es el caso con el iPad).

Otro ejemplo. Habiendo ya leído y trabajado los dos volúmenes de la edición inglesa de ¿Qué es el cine?, de Bazin, me propuse reconstruir para mi uso personal en la investigación y en la docencia su teoría del realismo cinematográfico. Por supuesto yo ya sabía bastante bien qué otros términos se asocian en Bazin con el concepto de “realismo”. Pero simplemente con escribir “realismo” en el buscador del archivo en formato PDF me aparecieron todas las oraciones correspondientes –como en los thesauri contextuales– y, con ellas, los términos asociados: “espacio”, “ilusión”, “temporalidad”, “continuidad espacial”, “coeficiente de realidad”, “realidad”, “naturaleza”, “apariencia”, “fenomenología”, etc. Posteriormente hice una búsqueda de cada uno de estos términos, y aparecieron algunos más, relativos al asunto pero conectados con “realismo” no directamente en una misma oración sino en otras oraciones mediante los ya señalados. Con esto tuve todas las oraciones pertinentes y, además, – siendo esto una diferencia importantísima respecto de los thesauri contextuales – los pasajes correspondientes necesarios para reconstruir la teoría con toda precisión, sin faltar ningún pasaje. Esta síntesis teórica basada en un análisis verdaderamente exhaustivo del texto es muy difícil de hacer sin la ayuda de un tesoro, con él, con el tesoro, es más fácil, pero con el libro digital es cosa simple.

Y nótese otra diferencia: con el thesaurus contextual –que nunca existe para libros que no son realmente canónicos y si existe es carísimo y voluminoso– uno solamente tiene un listado de las oraciones en la que aparecen los términos, después uno mismo tiene que transcribir las oraciones pertinentes para el uso que uno necesite. Con el buscador digital uno puede copiar y transferir las oraciones y los pasajes completos –un contexto más amplio que la mera oración– al documento electrónico que uno quiera, eventualmente, digamos, una presentación en PowerPoint. En otras palabras el mejor thesaurus contextual es más limitado –solamente toma en cuenta oraciones aisladas– que el buscador, y también es menos versátil en su uso pues hay que transcribir el texto. Habrá que insistir, además, en que el marco más amplio que ofrece el thesaurus contextual es la oración: está impresa en el thesaurus, pero para averiguar más uno tiene que ir a la página en cuestión del volumen correspondiente, es decir, hacer todo cambio de libro –cuando se tiene uno que ver con varias obras de un mismo autor– y buscar la página. Digitalmente uno puede tener varios volúmenes “abiertos” en la pantalla y con el buscador electrónico un simple click lo lleva a uno a la página misma en el lugar correspondiente del volumen en cuestión, con lo que uno dispone del contexto total de la oración, cosa imposible y que, además, sería absurda en el caso de un thesaurus –ya que un thesarus no de oraciones sino de cláusulas o de párrafos sería gigantesco, inmanejable.

Por supuesto, como investigadores en humanidades no contamos más que con los textos –lo que un colega diga pero no esté publicado no es citable, es como si no lo hubiera dicho, está en la esfera escondida del misterio, la de sus acólitos y correligionarios, no en la pública del ministerio, por ello, realmente no puede ser referido con pretensión de seriedad–, los cuales son para nosotros el equivalente a un sitio arqueológico: de los textos y solamente de ellos podemos obtener nuestro material, que no es otro que oraciones conteniendo ciertos términos. Reconstruir la teoría desarrollada en un texto es como reconstruir una vasija o un esqueleto o un sepulcro con los restos enterrados en un sitio arqueológico bien definido. El antropólogo y el arqueólogo utilizan diferentes instrumentos, desde pequeños y finos cepillitos y raspadores hasta sonares de diferentes tipos. Yo utilizo simplemente un buscador electrónico en el “sitio arqueológico” bien definido que es mi texto o una serie de ellos. El arqueólogo reconstruye, digamos, una vasija, yo reconstruyo una teoría. El arqueólogo compara vasijas de diferentes sitios, yo comparo teorías de diferentes autores (textos). El arqueólogo tiene pedazos de vasija o partes de un esqueleto, yo tengo términos técnicos y oraciones; él busca la concordancia de los pedazos físicos, yo busco la coherencia conceptual de las oraciones; con sus pedazos el arqueólogo reconstruye la vasija, con los términos técnicos y las oraciones en las que aparecen yo reconstruyo la teoría. Siempre lo hice, pero antes lo hacía, por así decirlo, a pie, con ayuda de thesauri cuando existían o bien con mis listados y numeraciones personales de expresiones, los cuales eran herramientas para mi valiosísimas pero confeccionadas con grandes inversiones desgastantes de tiempo y de atención; ahora lo hago ayudado por la velocidad de la luz que me ofrece el texto digital.

Puedo hacer todo eso en todos los libros que quiera, los cuales estarán en la nube o en mi dispositivo portátil, y utilizar los resultados con gran precisión, en todos lados y en todo momento –claro, no acostumbro estar en medio del Sahara ni tampoco a mitad de la Selva lacandona; cuestión de conectividad, evito los lugares que carecen de ella.

En abril del 2010 estaba yo en Venecia, en ocasión del 9º Congreso de la Asociación Internacional de Semiótica Visual, sentado en una terraza fantástica enfrente de la  hermosísima basílica de Santa Maria della Salute, al otro lado del angosto brazo de mar, degustando un vino blanco excepcional acompañando un prosciutto, un mozzarela di bufala y unas carciofi alla romana espléndidos. Intermitentemente reflexionaba yo sobre la intervención que íbamos a hacer al día siguiente –siempre trabajamos en equipo– en el congreso. Me vino a la cabeza una nota que había yo escrito al libro de Metz El significante imaginario, texto que, por supuesto, no portaba conmigo. En vez de pensar que ya revisaría yo mi nota cuando volviera a México – eso si no se me olvidaba el asunto –, simplemente abrí mi iPad y consulté la nota que deseaba, lo cual me resultó de gran ayuda para afinar la presentación. En cosa de dos minutos había resuelto el problema y continué gozando el lugar y el momento.

Por supuesto, el problema de la posible pérdida de textos desapareció por completo. Tengo varios respaldos sincronizados –en diferentes discos de una misma computadora y en diferentes computadoras en diferentes locaciones– y siempre está la actualización más importante, a saber, la actualización en la nube –y la nube está en todos lados y en ninguno específicamente–. Lo más que me puede pasar es que pierda una pequeña porción de trabajo no respaldado –por cierto, si olvido mi iPad en algún lugar, lo cual ya me ha pasado, lo puedo localizar inmediatamente en el GPS de mi iPhone e ir por él, incluso puedo seguir a quién lo haya encontrado, alcanzarlo y pedirle mi dispositivo. También es posible rastrearlo desde cualquier computadora.

Con los respaldos en la computadora doméstica, en la laptop y la computadora de la oficina, en el propio iPad y, especialmente, en la nube, la información adquiere características divinas: está todo el tiempo en todas partes simultáneamente y es indestructible.

Ubicuidad, eternidad e indestructibilidad. La ubicuidad de la información es muy importante porque nos permite el trabajo en equipo. Un libro físico solamente puede ser trabajado por una persona, un libro digital puede ser trabajado simultáneamente por un equipo indefinidamente grande y disperso por toda la faz de la tierra –en términos de derechos editoriales esto no es problema pues para eso existen las licencias de grupo–. Todos los miembros de un equipo pueden tener acceso a los ítems de la nube que uno designe para ello, y uno puede tener acceso a todo el trabajo que haga su equipo con esos ítems en el mismo instante en que lo hace, sin que los integrantes del equipo tengan que estar en el mismo lugar. No sobra decir que además existen entidades digitales tales como Messenger y Skype, las cuales permiten la comunicación en tiempo real utilizando el mismo dispositivo: la tableta electrónica de lectura –obviamente también el teléfono digital o la computadora–. La gran utilidad de todo esto para las presentaciones de trabajo colectivo es evidente.

La información digitalizada muestra entonces, su carácter religioso, es decir, re-liga: genera comunidad, permite la comunidad si no de los justos si de los investigadores de un equipo. La ubicuidad de la información electrónica y del texto digital en particular, religa a los investigadores, permite la actualización de su comunidad intelectual en todo momento y en cualquier lugar, genera, por así decirlo la comunidad trascendente porque no está ligada a la inmanencia del aquí y del ahora: la comunidad es posible más allá del lugar y en todo momento, no tiene que esperar al final de los tiempos ni al fin del mundo para su realización o, si se prefiere, la información electrónica trasciende no solo al lugar sino también al tiempo, está ya más allá de ellos, si es que el mundo y el tiempo son la cristiana dimensión del peregrinaje a cuyo término está la comunidad de los salvos. La red y la nube tienen la potencia de generar la comunidad trascendente – sin tiempo ni lugar – no de las almas sino de los intelectos

Por otra parte, en realidad la información digitalizada que uno ha colocado en la nube sí puede ser destruida, a saber, en el caso de que explote el gigantesco sistema volcánico de Yellowstone, en el caso de que alcance a la Tierra un meteorito de grandes proporciones, de que se de una tormenta solar gigantesca que aniquile todas las memorias magnéticas, en el caso de que una potencia siniestra genere un gran pulso magnético –el cual tendría el mismo efecto que la tormenta solar– o, finalmente, en el caso de que se de una guerra nuclear. En cualquiera de estas eventualidades catastróficas la información que uno ha puesto en la nube podría haber desaparecido, y lo más probable es que también uno con ella –y también, claro, la información almacenada en términos físicos. En el remoto caso de que uno sobreviviera, obviamente tendría problemas ingentes que harían de la pérdida de su información una bagatela. En el caso de que sobrevivieran ambos, uno y su información, dicha información le sería a uno tan inútil como a mi ejemplar de Sein und Zeit estando en medio del Sahara, perdido, sin provisiones y sin agua. En términos prácticos, pues, la información en la nube, entre ella los libros electrónicos, trabajados o no, es indestructible, eterna, realmente al margen de las vicisitudes de la existencia material, localizada en el reino de las “ideas” entendido como cadenas de codificaciones digitales desmaterializadas, es decir, en el topos uranus informático.

La divinidad en la era informática es el código digital, la Ciudad de Dios o el Reino de los cielos, es la red; los justos, los que están en el Reino de los cielos, son los que tienen acceso a la red, ellos son los que forman la comunidad de los salvos o redimidos; los caídos, los hombres en el peregrinaje, son lo que están en el mundo de la inmanencia por no gozar de la conexión a la red, ellos si que están en la inmanencia del aquí y el ahora, mientras que los que tienen acceso a la red están en el reino de la trascendencia: el ámbito desmaterializado de la información digital, reino ideal fuera de las vicisitudes del tiempo y del espacio.

Creo que a manera de contraste es necesario recordar qué pasa con los libros publicados por la BUAP. Quedan en su gran mayoría, como podemos decir parafraseando a Marx, librados a la crítica dentaria de los roedores, dado que simplemente no se distribuyen –en el mejor de los casos acaban malbaratándose a 10 pesos en las “ferias del libro” en la “Plaza de la democracia”–. En lo personal tengo mucho más respuesta a mis publicaciones en red que a mis publicaciones físicas. A las publicaciones en red todo el mundo puede tener acceso, por lo menos a la información editorial sobre ellas. La red actúa como un catálogo  y un thesaurus gigantesco de ideas –para no hablar ya de libros–, donde se entera uno de la existencia de trabajos que ni siquiera sospechaba que hubiese. La difusión de las ideas en formato digital es incomparablemente más amplia y veloz que en impresos, sean estos del tipo que se quiera. Las ideas dejan de ser misterio para adquirir el carácter público del ministerio –ministerio = función pública, abierta.

La comunidad pensante es mucho más profunda y ágil por medio de la digitalización, mientras que los textos físicos se difunden y se trabajan con gran lentitud y con menor productividad. La biblioteca tradicional –aunque sea la famosa del congreso en los EEUU– tiene cada vez menos que ofrecer frente a la información en la red.[8]

Las tiradas de las editoriales universitarias en todo el país son mínimas, prácticamente para el Sistema Nacional de Investigadores de México (SNI) y para el anaquel del investigador, para su jefe –quien para garantizar su reelección financia puntualmente todo lo que se le da a editar– y para la novia o novio del investigador en cuestión. Claro, además, el jefe – normalmente un director de escuela, facultad o instituto–, mandará a hacer – ¡oh, ironía!– una presentación digital en PowerPoint con la imagen del libro material, de tal manera que la tribu académica correspondiente pueda constatar que bajo la regencia del director en cuestión se publicó un libro que no se va a distribuir. Suponiendo una tirada grande, de todos modos la tirada es finita: hay límites para acceder a la obra porque se puede agotar. En cambio, la tirada digital tiene, nuevamente, un carácter divino: es infinita, sin límite. Hay tantos ejemplares como descargas se hacen, no hay ningún límite para las descargas, lo que equivale a decir, y esto es lo decisivo, que no hay ningún límite para la difusión de la obra. De la ubicuidad pasamos a la carencia de límites físicos de la información digital. Indestructibilidad, eternidad, ubicuidad, infinitud, religiosidad, son todas características de cualquier información digital, incluidos los libros electrónicos que uno ha adquirido; a través de ellos uno roza la existencia de lo divino –sin necesidad de ser un poeta maldito, que siempre se vuelve loco, es decir, que es destruido por haber osado establecer contacto con lo sagrado.

En cuanto al almacenamiento, en un iPad de 64 gigas cabe buena parte de los volúmenes resguardados en La casa amarilla, del Instituto de ciencias sociales de la BUAP, si no es que todos.[9] En los 350 gigas de una MacBook Pro, caben buena parte de los acervos de la BUAP y, definitivamente, en los 4 terabytes de una computadora de oficina cabe el acervo de la biblioteca central de la UNAM sin ningún problema. Todo esto es, por supuesto, irrelevante ya que a fin de cuentas no se trata de que la información esté toda en un dispositivo particular, y ni siquiera en una nube de acceso privado sino, simplemente, en la red de acceso universal – aunque sea de paga–. Para cualquier investigador es mucho más que suficiente con que su iPad o cualquier otra tableta de lectura pueda almacenar 2000 volúmenes y que si le hace falta alguno pueda acceder a su nube personal –esto sin olvidar que también existe el acceso remoto móvil a cualquier computadora fija.

Es evidente, pues, que ya ahora las bibliotecas son una reliquia de épocas pretéritas y que la biblioteconomía es una profesión equivalente más o menos a la de embalsamador o agente de la CIA. El bibliotecónomo y el bibliotecario son ya hoy en día embalsamadores de ideas conservadas entre las pastas de un libro, las que ya no verán la luz del día; serán como agentes de la CIA que mantienen información oculta de la vista de todos dado que ya nadie visita las bibliotecas (si esto todavía no es así, pronto lo será). Las bibliotecas –tal como van– se convertirán en criptas llenas de sarcófagos en un sótano de una institución dedicada a la secrecía, la biblioteca misma. La información se divide en pública y secreta, la que solamente quede en las bibliotecas será secreta porque ya nadie las visitará… y con ello mismo perderá su carácter de información.

Las grandes bibliotecas públicas nos remiten a un pasado remoto de tal manera que más que elefantes blancos, son cada una un pretérito mamut blanco (por supuesto, la objeción de que ahí hay computadoras nos llevaría a que en realidad son cybercafés de proporciones descomunale). Se han convertido en nuevas pirámides para rendir culto a un conocimiento que en realidad estará oculto porque nadie estará interesado en sacarlo a la luz del día ya que los posibles interesados preferirán recurrir a la red. Las bibliotecas, de espacios ministeriales con la función de ventilar el conocimiento, se convierten aceleradamente en centros mistéricos, encerrando conocimiento que permanecerá oculto. Un joven cualquiera pasa hoy en día por la temprana experiencia de navegar en la red en busca de información, en cambio, adquirir su credencial bibliotecaria y trasladarse al centro ceremonial llamado biblioteca será cada vez más todo un rito iniciático y propiciatorio, que, en realidad, no le interesará, dado que la red lo educa para el ministerio, es decir, para la esfera pública, no para el misterio.

De todo lo anterior lo más importante para los investigadores es que simplemente para la mera difusión de las ideas pero más aún para el trabajo académico serio los libros físicos dejaron ya, insisto en eso, ya, hoy en día, de tener utilidad, para convertirse en verdaderos obstáculos en la labor de investigación. La inutilidad relativa de un libro físico frente al libro digital es, si cabe, mayor que la inutilidad relativa del rollo de papiro respecto de la utilidad del libro físico. Claro, es mejor moverse una gran distancia en un caballo que sin caballo, pero es mucho más eficiente moverse en automóvil que sobre una carretera. En el peor de los casos es mejor la marca en la corteza del árbol o en un hueso que ninguna marca. Pero lo ideal hoy en día son las grafías digitales o digitalizadas. El auto es aquí el texto digital, la carretera son la computadora y la red, el pie descalzo y, además, llagado, es el libro material.

Por supuesto, la objeción romántica típica de que es agradable sentir el libro en las manos, es totalmente absurda, no puede ser tomada en serio de ninguna manera y quien la expresa no merece más que conmiseración. Si lo que importa es el objeto y no las ideas, entonces hay que empezar por pedir no simplemente un libro físico sino un libro de lujo, empastado en cuero y con el mejor papel (de preferencia impregnado de alguna esencia que lo haga agradable al olfato y, mejor todavía, cuyas hojas tengan algún sabor para lamerlas, como si fueran condones postmodernos). Un objeto importa en tanto tal cuando su apreciación está dictada por sus características sensoriales. Tal es el caso de una pintura, digamos. Un libro nunca ha sido en realidad básicamente un libro en tanto objeto físico, sensorial; un libro o texto es un conjunto de ideas –oraciones–, y es dicho conjunto de ideas lo que se aprecia, aunque ocurra desde diferentes criterios o puntos de vista. La dimensión física de un libro importa básicamente como mera portadora de ideas. Esa función portadora puede mezclarse con funciones estéticos sensoriales, como cuando se quiere hacer del libro mismo una obra de arte plástico (de esto hay varios ejemplos en la historia del arte). Pero todo lo interesante o agradable que pueda tener un libro en tanto objeto sensorial, no tiene nada que ver con lo que lo define como libro, que es lo conceptual. De hecho, toda la amabilidad sensorial del objeto libro es parasitaria respecto de su función de portar ideas, sin esta, no tiene ningún sentido: no se puede decir que algo que se vea como libro es un libro si no porta ideas, por más agradable y artístico plástico que nos resulte.

Por otra parte, las tabletas de lectura, incluido, claro, el iPad son objetos industriales casi todos bellos y, por lo mismo, agradables. He de confesar que en particular considero al iPhone 4 o 4s uno de los dispositivos industriales más bellos en términos multisensoriales que han existido: no solamente se ve muy bien sino que se siente igualmente bien en la mano; no le pongo funda para poder gozar de su vista y al mismo tiempo solazarme en su tacto cada vez que lo utilizo. Lo mismo me ocurre con mi MacBook Air y con mi iPad 2: son simplemente bellos y, lo más importante, cada uno de estos dos últimos objetos es cualquiera de muchos, muchos libros, en el momento en el que uno quiera. De hecho, el iPad se puede convertir en cualquier libro que uno descargue de la red, con todas las posibilidades de trabajo ya descritas. Con esto encontramos otra propiedad divina: la transubstanciación; la tableta digital pasa de objeto industrial a manifestación fenoménica del intelecto. La tableta no es el espíritu contenido en un libro particular sino el espíritu en general: cualquier imagen, música o concepto, manifestado fenoménicamente en una pantalla portátil o a través de su bocina. Cada uno de esos aparatos es El salvador: es materia que nos redime ya en esta vida, dándonos el acceso a la Ciudad de Dios informática.

Por lo demás, es notable el hecho de que en ocasiones a las tabletas de lectura también se les llame hoy en día e-books, como si ellas mismas fueran un libro. Lo cierto es que en todo caso también son e-music y e-images, es decir, son trinitarias: tres naturalezas no en una sola divinidad pero si en un solo dispositivo, y la razón de esto es que en realidad se trata no tres personas en un solo Dios, pero si de tres versiones una sola substancia: el código digital, la auténtica divinidad, como lo muestran sus atributos.

Justamente, como lo que importa no es el objeto físico sino las ideas y la versatilidad del acceso a las mismas, el hecho es que ya no es raro ver a señoras de clase media en el Sanborns leyendo Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, o algo de ese nivel, en su tableta electrónica. El mercado de libros de entretenimiento es uno de los que más rápidamente se está transformando en un espacio de circulación de textos digitales, como los muestran las ventas del formato Kindle en Amazon.

Y que conste: todo esto es algo totalmente independiente del costo de la información, de su compra, para pagar la autoría, la traducción, la edición, las cuales son intangibles que por supuesto tienen un valor. No somos inocentes y sabemos que aquí hay problemas tecnológicos y legales de monta. Sin embargo, lo cierto es que nos movemos a pasos agigantados no solamente hacia la transformación mistérica de las bibliotecas sino también hacia la desaparición de las librerías –no necesariamente de los derechos de autor–. En la gran manzana de New York desapareció hace ya algunos años Tower Records, la tienda de música –en acetatos y CD– más grande del mundo y ahora dicho puesto lo ocupa iTunes Store desde el 3 de abril de 2008. Y nótese: iTunes ocupa un puesto pero no tiene ningún lugar, es dis-embodied information. De la misma manera están haciendo bancarrota y desapareciendo grandes librerías como Barnes & Noble y Borders. Lo más reciente es la desaparición de Blockbuster en los EEUU, gracias al servicio de renta o compra de películas y videos por medios digitales como la tienda iTunes de Apple o Netflix. En este contexto habría que agregar todavía los inmensos problemas de Kodak, la cual, a pesar de sus 130 años de historia, está a punto de quebrar por no haberse sumado a la tendencia hacia la digitalización.[10] En este mismo contexto, es importante señalar que ya desde 2009 se suspendió definitivamente la fabricación en serie de cámaras cinematográficas basadas en la película química y se substituyó por la producción de cámaras cinematográficas digitales.[11]

En el mismo caso están los periódicos. Es evidente que la gran mayoría de nosotros tenemos todo de nuestro lado para sobrevivir a los periódicos físicos. En mis dispositivos suelo acceder a unos 15 periódicos, nacionales y extranjeros, en su versión digital, por lo que no puedo más que mover la cabeza transido de conmiseración y en parte de sorpresa momentánea cuando veo a mis colegas –al cabo “humanistas”– manchándose las manos de mala tinta hojeando La Jornada (entidad que, haciendo gala de primitivismo mediático, emula digitalmente a la edición física reproduciendo ahora sobre la interface lumínica o monitor las imitaciones del periódico físico). Me parecen algo así como jíbaros paseando la cabeza reducida de algún enemigo colgada de su cinturón, claro que en este caso la cabeza del enemigo es la de Calderón simbolizada por el cotidianamente alarmista titular de La Jornada refiriendo a un fracaso de la política presidencial real o meramente supuesto y, más bien, añorado por este periódico y sus lectores. Mis colegas “humanistas” no solamente no pueden salir de su ideología setentera sino tampoco de sus hábitos visuales e intelectuales predigitales. No sé que van a hacer en unos años cuando no tengan más la oportunidad de llenarse los dedos de tinta… y cuando la juventud digitalizada no deje espacio a ciertas ideas políticas de la época de la pluma, el tintero y del “volante” impreso en “papel revolución”, los cuales son algo arcaico comparado con las “redes sociales” y su difusión viral de la información trinitaria: textual, sonora o visual.[12]

Algo similar ocurre con la radio y con la TV. Ambos tienen ya una transmisión digital, es decir, a través de la red, lo cual hace posible recibir las señales correspondientes en cualquier parte del mundo, de manera tal que sus contenidos tendrán que irse adaptando a un público que tiene acceso a una gran cantidad de información de todo tipo simultáneamente, con las consecuencias que esto pueda tener en un futuro cercano. Además de que ya no se necesitan ni la TV ni el radio en tanto tales, la computadora puede jugar ambos papeles. Así como desaparecieron las “consolas” y los tocadiscos, así, de la misma manera desaparecerán los aparatos de radio (el caso del la TV es más complicado porque aunque las computadoras pueden hacer las veces de TV, hay la fuerte tendencia al uso de la pantalla televisiva como substituto de la pantalla cinematográfica, lo cual, parece, alargará la vida de los aparatos llamados TV).

En este contexto novomediático más les vale a las editoriales ser sensibles y adaptarse a los cambios acelerados provocados por la digitalización. En mi caso, si no puedo encontrar el libro digital lo compro físicamente, lo digitalizo y lo trabajo digitalmente. Por aprecio a mi propio tiempo y a mi estatuto como académico, y a la comunidad que es mi equipo de trabajo, me niego por principio a trabajar textos físicos (y, claro, a escribir a mano: todo lo escribo en mis dispositivos electrónicos). Todo lo que sea trabajar un libro físico me resulta, a estas alturas, un desperdicio de tiempo miserable porque además de que me cuesta mucho más trabajo, dicho trabajo me es mucho menos productivo que el invertido en el mismo texto digital; mucho menos productivo empezando ya por el hecho de que no lo puedo compartir con mi equipo de investigación. Más trabajo y menos productivo, eso es algo nada razonable. Y como yo, así lo ve cada vez más gente, por eso, insisto, la gente busca cada vez más los textos digitales, por eso en Amazon se venden, ya hoy en día, más libros digitales que físicos.

En todo lo anterior no señalé nada acerca de las revistas científicas y académicas porque el tema son los libros, pero, con ciertas modificaciones, lo dicho vale para ellas aún más todavía. Solamente habrá que decir que aún cuando una institución como la BUAP pueda adquirir las ediciones físicas, su utilidad es ya, prácticamente, inutilidad en comparación con las digitales. Hay que tener un recinto especial para que el interesado acuda a hojear las revistas. Si ya tiene la referencia, el interesado se puede ahorrar el paso de hojear, pero si busca algo sobre un tema o si quiere ver el índice, tiene que escoger la revista, andar solicitando los volúmenes de cada año, con la esperanza de encontrar algo de su interés. Esa revisión física es muy poco productiva y consume mucho tiempo. Por el contrario, electrónicamente basta con ingresar a un banco de datos de revistas académicas, digamos Jstor, buscar en la ventana correspondiente un tema, autor, o concepto o secuencia de signos y el buscador arrojará una lista omnicomprensiva de todos los pasajes de todos los volúmenes de todas las revistas en dicho banco de datos que contengan la información (la cadena de signos) buscada. Después, habiéndose ahorrado la ahora inconcebible por engorrosa búsqueda física, el interesado puede escoger qué artículos de qué volúmenes, de qué revistas, descargar (normalmente con un costo para la institución de investigación o de educación correspondiente).

Hay pues que ser conscientes de que ya estamos en la era del libro y el texto digital y que no habrá marcha atrás. ¡Investigadores: abracen la fe y digitalícense! ¡Salgan de la perdición de este mundo material!

 

Bibliografía

  1. Flusser, V., Für eine Philosophie der Fotografie (1983), European Photography, Göttingen, 1999.
  2. Flusser, V., Ins Universum der techinischen Bilder, European Photography, Göttingen, 1999.
  3. Flusser, V., Writings, Electronic Mediations, Trad. Eric Eisel, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2002.
  4. McLuhan, M., Understanding Media. The Extensions of Man (1964), MIT Press, Cambridge, 1998.

 

Notas

[1] Este texto fue escrito en la primera mitad del 2012, pero con ligeras modificaciones en relación con los dispositivos sigue siendo plenamente actual.

[2] v. http://articles.businessinsider.com/2011-05-19/tech/30094841_1_kindle-books-kindle-edition-free-kindle Amazon vende por medio de la red y ya superó con mucho a sus competidores que venden físicamente, uno de los cuales, Barnes & Noble quebró el 18 de julio del 2011 (véase: http://www.fonerbooks.com/booksale.htm), pero además, la venta de libros electrónicos en Amazon supera ampliamente a la de los libros físicos (véase: http://www.fonerbooks.com/surfing.htm). Véase también el desarrollo de la venta de libros en el formato Kindle, de Amazon: http://www.fonerbooks.com/kindle.htm
[3] v. http://www.wdtv.com/index.php/home/local-news/7302-no-more-text-books-not-just-yet-
[4] v. http://printwiki.org/Acid_Paper
[5] Huelga decir que evito escribir sobre papel y que todo lo que me importa lo digitalizo.
[6] Desgraciadamente todavía no hay emoticones para marcar los textos, por ejemplo una carita que se mueve indicando sorpresa, para señalar una parte especialmente sobresaliente o de un texto, por ejemplo, un pasaje o una afirmación que nos resulte iluminadora.
[7] La diferencia no está en las opciones de trabajo, la diferencia se reduce simplemente a que el iPad es más ligero y tiene la pantalla táctil, por lo que uno utiliza el dedo en vez del cursor. Esta es una diferencia muy importante, que hace al iPad más útil al respecto que la computadora, empezando porque hace innecesario al famoso “ratón”.
[8] ¡Esa es la razón de fondo por la que la famosa Librería del Congreso, de facto la librería nacional de los EEUU, se dedica ahora a la febril recolección almacenaje de páginas WEB!
[9] En un gigabyte pueden almacenarse, en promedio, algo más de 1000 libros, así que 64 gigas darán cabida a unos 65000 libros.
[10] Apenas unos días después de que estás líneas fueron escritas, Kodak se declaró efectivamente en bancarrota.

  1. http://www.informador.com.mx/economia/2012/351775/6/kodak-se-declara-en-bancarrota.htm

[11] v. http://magazine.creativecow.net/article/film-fading-to-black
[12] Añadido al texto original. A unos pocos años de haber escrito la referencia a la juventud que es “nativa digital”, ahora me doy cuenta que la digitalización no ha contribuido en realidad a modernizar los contenidos mentales de muchos jóvenes, sino, que, llamativamente, los jóvenes tienden a reproducir digitalizadamente las ideas de sus viejos profesores que ya no superaron la “brecha digital”. Muchos jóvenes son nativos digitales que piensan de manera predigital.

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