Hablar de la vejez

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Hablar de la vejez

[…] la inmensa mayoría de los hombres acoge la vejez con tristeza

o con rebeldía. Inspira más repugnancia que la misma muerte.

Simone de Beauvoir, La vejez

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A finales de los años sesenta Simone de Beauvoir preparaba su ensayo La vejez.[1] ¡Qué tema más triste!, cuenta que exclamaban cada vez que comentaba sobre lo que estaba trabajando. ¡Usted no está vieja!, le insistían, como enfatizando el escándalo que causaba que le dedicara tiempo a una reflexión tan desagradable y ajena a lo que ella era. ¡Como si ella no fuera a envejecer! De la vejez, nos dice la autora de El segundo sexo, la sociedad prefiere desentenderse <>. ¿Para qué visibilizar la vejez si en el horizonte de nuestras vidas aparece como una desgracia? ¿Para qué mostrar los estragos, el deterioro y la decrepitud que provoca el paso de los años no sólo en nuestras capacidades físicas y mentales, sino en nuestras esperanzas y anhelos? ¿Para qué hacer patente el quiebre afectivo de una familia que buscará deshacerse del viejo cuando éste no sea ya más que una carga económica que soportar y un lastre que tolerar? Y Beauvoir responde: porque al evidenciar la desdicha de los ancianos, quienes al final de una vida de trabajo y esfuerzo se han convertido en desperdicio, se hace patente el fracaso de la civilización contemporánea. Para Beauvoir no hay duda: el tema es político. La sociedad sólo quiere invertir sus recursos materiales e intelectuales en los niños y en los jóvenes porque ellos generan rendimiento, son el sector productivo que sostiene nuestra comunidad; los viejos, en cambio, son como cadáveres ambulantes, sacos de enfermedades que sólo generan gastos y queman las energías y los recursos de aquellos que tienen que hacerse cargo de ellos. Pero cada día habremos más viejos y el acelerado incremento porcentual de esa capa de la población obliga a las instituciones políticas y sociales a asumir el tema con seriedad y planeación; entre las representaciones de los viejos como seres abyectos o santos sublimados, es decir, entre el viejito/a sereno/a y experimentado/a que aguarda pacientemente en el sillón de su escondido cuarto a que los hijos o los nietos busquen su sabio consejo a los ancianos/as libidinosos/as y torpes que son el hazmerreír de propios y extraños, nos encontramos todos los demás, personas por las que han pasado los años pero que no por ello hemos perdido la humanidad de nuestra condición humana ni nuestro derecho a vivir una vida buena durante los años que nos restan.

Beauvoir tiene una idea poco alentadora de la vejez. ¿Pero creemos posible visibilizarla con un rostro menos amargo si de acuerdo con las cifras del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia en México, 60 de cada 100 personas de la tercera edad que ingresan a sus centros geriátricos han sido rechazadas o completamente abandonadas por sus hijos porque como ya no tienen una vida laboral productiva no cuentan con ingresos económicos para satisfacer sus necesidades básicas? En el “Informe especial sobre la situación de los derechos humanos de las personas adultas mayores en las instituciones del Distrito Federal”[2] de 2008, una beneficiaria de 85 años de edad de un Centro de Asistencia e Integración Social del Gobierno del Distrito Federal cuenta así su ingreso al asilo:

Un día mi hija me dijo: prepárate dos cambios. Era muy tarde… yo no entendí para qué, pero para no hacerla enojar, mejor ni le pregunté. Me dijo échalas en una bolsa, vamos a salir a dar una vuelta. Subí al coche; íbamos mi hija, mi nieta y yo. Anduvimos dando vueltas un buen rato, no recuerdo cuánto tiempo, lo que sí recuerdo es que no hablamos y que después de un rato me sentí perdida. Después, en una calle muy oscura, me dijo ¡bájate! Yo no entendía nada. ¡Bájate, aquí te vas a quedar! Yo no quería, pero no había nada que hacer. Caminé y lloré mucho tiempo… era muy tarde. Después una patrulla me encontró llorando, en la calle, sola. Me trajeron aquí… ¿sabe?, creo que aquí estoy mejor. De no haberme abandonado mi hija, un día me hubiera suicidado, como mi hijo me lo pidió.

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Y así un sin fin de historias de maltrato, abandono, explotación y abuso hacia las personas mayores porque no todas ellas tienen la fortuna, espero se capte la ironía, de formar parte del ejército de “cerillos” de las grandes tiendas departamentales que publicitan la “contratación de personas de la tercera edad” como una política humanitaria y justa en tanto que asume que los adultos mayores son aún seres productivos a los que debe dárseles la oportunidad de llevar a cabo una actividad laboral que les genere ingresos que contribuyan a una mejor condición económica para satisfacer sus necesidades. Sirves si trabajas, vales si produces. La protección de los adultos mayores la toman en sus manos los particulares cuando debería ser asunto de política pública. Y al igual que con el tema de los discapacitados, el de los adultos mayores parecieran querer resolverlo con otra llamada de auxilio solidario, lacrimógeno y manipulador, a la manera del Teletón.

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De las políticas de las instituciones públicas deben rendir cuentas los funcionarios públicos y, por ello, nos preguntamos ¿quién se hace de la vista gorda para que el robo y el abuso a los adultos mayores sea una situación frecuente en los geriátricos públicos? Las trabajadoras sociales que dan seguimiento a los ancianos que residen en estos centros reportan que es muy frecuente que los familiares de los residentes vayan solamente a visitarlos el día del mes en que les depositan sus poco menos de mil pesos en la tarjeta de ayuda a personas mayores para volverlos a dejar en la soledad y el abandono después de saquearlos. El túnel de la escasez es el círculo vicioso de degradación de los lazos de pertenencia social y el motor de la mezquindad más degradante. El fenómeno de abandono y maltrato hacia las personas mayores es más extremo entre la población pobre porque los ancianos miserables, los/as viejos/as que no cuentan con pensión ni ahorro alguno para satisfacer sus necesidades básicas porque siempre vivieron en la inmediatez del día a día, que no logran contratarse ni siquiera como parte del ejército de empacadores en las tiendas departamentales son abandonados a su suerte y pueden caer en la red de prostitución en las calles del Centro Histórico y La Merced,[3] sin que a nadie le interese si caen en las redes del tráfico y trata de personas pues, con seguridad, no se espera que haya alguien al que le importe reclamar su cadáver.

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Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social sólo 2 de cada 10 adultos mayores pueden solventar sus gastos (dato registrado en un documento de trabajo de la Cámara de Diputados citado en una nota periodística de Óscar Balderas[4] de febrero de 2014); los ocho restantes viven en situación de pobreza ya sea moderada o extrema. La mayoría de esos adultos mayores en situación de pobreza son mujeres pues sólo 2 de cada 10 mujeres mayores de 65 años cuenta con una pensión. El problema de la vejez es también una cuestión de clase, de género y, cada día más, de condición migratoria.

Quizá sea altamente impropio afirmar que los ancianos pueden ser incorporados en la categoría de <> que Zygmunt Bauman utiliza, en Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias,[5] para designar a las <>, es decir, a las vidas errantes que no tienen lugar en este mundo, carecen de utilidad, no son productivas, pueden ser desechadas como desperdicios en la medida en que no aportan ni son necesarias para la subsistencia de la sociedad y, por el contrario, reclaman de ella los medios económicos para allegarse la alimentación, la vivienda, el vestido junto con cuidados médicos y sanitarios.

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El aumento creciente de vidas inútiles ha obligado a las sociedades a preguntarse qué hacer con ellas, cómo evitar que sus demandas agudicen la lucha generacional y desequilibren la estructura y dinámica económica sobre las que descansa el mercado y el orden institucional garante del bienestar y la seguridad de los ciudadanos. Una de las respuestas más violentas que los gobiernos han orquestado para hacer frente a esta situación ha sido el levantar cada vez más fronteras y muros militar y jurídicamente custodiados para dejar fuera al que reclama asilo; otras, aparentemente más humanitarias, habilitan espacios confinados, por ejemplo, campos de refugiados, que permitan garantizar una coexistencia aséptica entre ellos y nosotros, un habitar de los otros entre nosotros que no mortifique nuestro modelo de desarrollo social ni nuestras buenas conciencias. ¿Será excesivo analogar estos ghettos con los asilos de ancianos? Para justificarlo habrá que insistir en la perspectiva de clase. En la Ciudad de México 24 de las 187 residencias de descanso para personas de la tercera edad o casa de retiro para adultos mayores o estancia para ancianos o asilo geriátrico, como quieran llamarlo, que integran el “Listado de albergues, casa hogar, asilos, estancias, casas de días para adultos mayores en la Ciudad de México” aprobado por la Dirección General del Instituto para la Atención de los Adultos Mayores de la Ciudad de México,[6] son públicas; las restantes son privadas y sus costos oscilan entre los 7 mil y los 40 mil pesos mensuales.

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La estancia diurna ofrece una atención entre 10 y 12 horas al día, con o sin alimentos, y puede estar entre 350 ó 600 pesos; el servicio de una cuidadora profesional en la casa del adulto mayor está en el orden de los 350 ó 400 pesos el día además de los alimentos. Por supuesto, en el caso de las residencias, el costo es correlativo a los servicios, al tipo de instalaciones, a la inclusión o no de atención médica cotidiana, a las actividades recreativas y de estimulación cognitiva, en fin, a si el cuarto es individual o compartido con uno o con más residentes, si las medicinas, los pañales y todos los enseres de uso personal se incorporan en la mensualidad o los llevan los familiares. El contrato que uno firma cuando ingresa a su padre o a su madre en una de estas instituciones deja bien claro las reglas del juego; una, por demás significativa, es que se exige que se visite cuando menos una vez por semana al residente internado. ¡Oh desconcierto! Pero sí, a los ancianos clase medieros o ricos también se les abandona, aunque no se deje de pagar la mensualidad para que alguien se haga cargo de ellos. Pocos familiares quieren seguir teniendo algo que ver con la decrepitud que la vejez avanzada y las enfermedades degenerativas provocan en sus padres. Nos espejeamos, me decía alguna vez un neuropsiquiatra. Y a nadie le gusta reflejarse en tan triste y deprimente imagen, nadie quiere aceptar sin resistencia que la vejez está en el horizonte de su propia vida. Pero el panorama de aislamiento, soledad, depresión se incrementa en esos asilos públicos con galerones atestados de ancianos que no reciben los cuidados cotidianos necesarios de limpieza, aseo personal y alimentación balanceada, por lo que sus muros están tan apertrechados para que nadie vea el horror de su interior. Esos centros geriátricos son equivalentes a esos campos de refugiados en donde se auxilia al necesitado pero apenas con lo mínimo pues no se trata realmente de resolver un problema, sino de aparentar que se hacen cargo de la situación aunque la atención esté lejos de tener perspectiva verdaderamente humana. ¿Fracaso de nuestro modelo de civilización como afirma Beauvoir?

De acuerdo con los criterios del INAPAM para la emisión de las credenciales de adulto mayor, uno ingresa a esa categoría a los sesenta años. Para obtener la tarjeta de Pensión Alimentaria para Adultos Mayores el anciano debe tener 68 años cumplidos. Según la Legislación Universitaria de la UNAM, la edad obligada para el retiro son los 70 años. Entonces, ¿cuándo se es viejo? ¿Cuándo nos llenamos de arrugas y la firmeza de la carne se merma porque has perdido gran parte de la masa muscular? O, ¿nos seguimos guiando por las determinaciones convencionales que las instituciones públicas gubernamentales fijen para definir al “adulto mayor”? La pregunta no es ociosa y nos debería ser altamente pertinente porque el deterioro físico y mental está íntimamente ligado a la clase social a la que se pertenece; la vejez no se da de la misma forma en una mujer de 80 años de clase media bien alimentada y con un seguimiento regular de su estado de salud, que en un minero que a los 50 años tiene casi con seguridad atrofiados los pulmones y sufre un deterioro físico que le augura una corta y amarga perspectiva de vida. Hacernos cargo de cómo tipificar y entender la vejez es una acción política impostergable.

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Mi madre murió a los 83 años. Los últimos dos y medio los vivió con demencia senil; antes de eso podríamos decir que fue una mujer muy sana. Su incapacidad para hacerse cargo de sí misma hasta en los más mínimos detalles del diario acontecer nos llevó a la difícil decisión de internarla en una casa de atención para personas de la tercera edad. Al principio se resistió pero el progreso acelerado de la enfermedad hizo que finalmente poco se enterara de lo que estaba sucediendo. La demencia senil es un padecimiento incapacitante, al igual que el Alzheimer, porque merma tu memoria, distorsiona la realidad, desfigura tus emociones, fractura la comunicación verbal, te desliga de tu cuerpo y te aísla de los demás. En la residencia había personas en la misma condición que ella, otras más jóvenes pero física o mentalmente incapacitadas en razón de un accidente, otras más extremadamente deterioradas que se pasaban el día mirando al techo, en fin, personas que en mayor o menor medida estaban ahí porque ya no podían tener una vida independiente y sus familiares no podían/querían hacerse cargo de ellas directamente. No había, afortunadamente, residentes interdictados por los familiares mediante un juicio de incompetencia para así apoderarse de sus bienes y decidir sobre sus vidas, ni ancianos emparentados a esos saqueadores mensuales de la tarjeta de apoyo para el adulto mayor de los que hablábamos líneas arriba. Lo que sí había eran individuos cuyas historias de vida ya no recordaban, personas con una identidad que les era ajena y una imagen especular en la que ya no se reconocían. ¿Cuándo se es entonces viejo? ¿Cuándo la vida deja de ser vida? ¿Deberíamos tener el derecho de exigir a las instituciones públicas que nos proporcionen un final de la vida lo más amable posible cuando uno ya no es uno, cuando se pierde la independencia y la capacidad de autonomía?

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Es claro que muchos prefieren hablar de la ancianidad como una etapa privilegiada de la vida en donde, si bien hay desgaste y debilitamiento, uno vive tranquilo, transmite su sabiduría a las generaciones más jóvenes, descansa sin zozobra económica de una larga vida de trabajo y esfuerzo, y encuentra en el amor de los hijos y los nietos el sentido de la existencia. Pero la realidad se impone y la vejez no es siempre ni la mayoría de las veces una experiencia de amor exitoso como la de Carl Fredricksen que pasa de ser un hombre amargado por la soledad y la viudez a uno feliz y amable por el cariño de un niño de ocho años como en la película Up.[7] La vejez es una etapa horrible y degradante de la vida y no hay forma de edulcorarla; y lo digo así, sin mayor argumento teórico porque es una afirmación que nace de la experiencia emocional, de las razones del sentimiento y el corazón. La vejez es un proceso amargo, es la etapa de la vida cuando la tristeza y la soledad acompaña a los hombres con mayor intensidad. Cuando viejos, el cuerpo apenas se yergue, los miembros flaquean y los anhelos y aspiraciones declinan.

Cuando viejos, la espera se acorta, la errancia se vuelve un recuerdo y el futuro sólo promete la muerte. No necesitamos adentramos en los caminos sórdidos de la prostitución de las mujeres mayores pobres a la que aludimos líneas arriba para hacer sentir la desazón que conlleva la vejez y, sobre todo, la vejez de los hombres y mujeres pobres. No es necesario ni deseable, por otro lado, visibilizar la parte más deleznable de la condición humana para poder otear, quizá con resignación pero mayormente con resistencia, lo que nos depara la vida al final de los años. Visibilizar para denunciar, como afirma Beauvoir, pero sin exponernos a la crueldad que la presentación de la realidad sin mediación provoca ni a la simplificación de la situación que reduce el tema de la vejez a cuánto tienes ahorrado en tu fondo para el retiro. La presentación descarnada y reiterada de un acontecimiento puede provocar o repudio o indiferencia. Debemos hablar de la vejez para poder exigir que a lo largo de la vida seamos tratados como humanos; debemos denunciar los terribles estragos que la permanente explotación laboral o familiar a lo largo de la vida genera en nuestros cuerpos y que nos hacen llegar a la edad postrera como <> que sólo sirven para ser desechados. Lo que buscamos es que la vejez sea un tema, aunque sea un tema triste, porque cuando se acerque el final de la vida de cada uno querremos saber cómo encararlo, querremos tener las mejores herramientas para hacerle frente, querremos contar con el apoyo de aquellos que vivieron a nuestro lado y contar con la salud y la lucidez necesarias para poder decidir y para poder reclamarle a las instituciones políticas su deber de garantizar la cualidad humana de la vida vivida y por vivir. Por ello, no es admisible el silencio. Hablemos entonces de la vejez.

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Notas
[1] Simone de Beauvoir, La vejez, [traducción de Aurora Bernárdez], DeBolsillo, México, 2016 (La vieillesse, Éditions Gallimard, Paris, 1970)
[2]http://www.inapam.gob.mx/work/models/INAPAM/Resource/Documentos_Inicio/Cultura_del_Envejecimiento.pdf
[3] http://www.uv.mx/psicysalud/psicysalud-22-1/22-1/Fernando%20Quintanar%20Olgu%EDn.pdf visto por última vez el 14 de marzo de 2016
[4] http://revoluciontrespuntocero.com/la-tercera-edad-en-mexico-sus-cifras-y-el-abandono/ visto por última vez el 25 de marzo de 2016
[5] Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, [Wasted Lives traducido por Pablo Hermida Lazcano], Paidós, México, 2015
[6] http://www.adultomayor.cdmx.gob.mx/images/pdf/listadoasilos.pdf
[7] Up, película americana de animación en 3D de 2009 producida por Pixar Animation Studios y distribuida por Walt Disney Pictures. Es una comedia drama de aventuras dirigida por Pete Docter.

 

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