Intelectuales, refugiados, emigrantes

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Intelectuales, refugiados, emigrantes

1.0

Uno lamenta la desaparición de los intelectuales orgánicos de la República, capaces de decir lo justo, lo bueno y lo verdadero – aunque a veces criticando la República misma. Uno deplora que en su lugar resuenen resplandores sospechosos, derivas mal identificadas, y el bombo sin parar, donante de lecciones en todas las direcciones. Hace debate, hace foto, hace ruido. Pero uno no debe equivocarse. Debe saber escuchar el silencio y ver lo que no se muestra.

Hay muchos intelectuales – digamos mejor: de gente que piensa – ocupados con las cosas más importantes que con la proclamación reiterada de las certezas adquiridas. Hay muchos más de lo que uno piensa, algunos conocidos, otros menos o nada en absoluto: todos estos para quienes las preguntas verdaderas son más importantes que la firma (¡el sagrado nombre!) en la parte inferior de los artículos o de las peticiones.

No hay duda de que a veces hay que reafirmar las evidencias que parecen oscurecidas para unos, mientras que en otros se parecen repetitivas: hay que (lo que se llama “hay que”) dar refugio a los refugiados, que su fuga está provocada por las convulsiones de un mundo que ya no protege nada más contra sus apetitos más feroces, y por lo tanto en contra su propia devastación, y que dar refugio sería también acoger los problemas que vienen con el desastre itinerante. Pero primero uno tiene que medir adecuadamente lo que está en juego. No se trata de un poco más o menos de la soberanía, de Europa, del humanismo y de la fraternidad. Se trata de esto, que cada una de estas palabras, una por una, y muchas otras a su continuación, no tienen ningún sentido inteligible. O bien no tenemos la inteligencia de su sentido. Nosotros, todos nosotros, todos los que piensan (que se presumen o no, que lo sepan o no) y en primer lugar aquellos cuya cualidad de “intelectual” hay que ponerla en el servicio del sentido y de las condiciones en las cuales el sentido es posible o no.

1.1

El pensamiento también conoce migraciones, exilios, mutaciones, derrotas, fugas y de refugios. La postura asegurada de la solución es esa del responsable, no del pensador. Hay por supuesto responsables – también hay que ser capaz de criticarles. Pero no hay que hacer pasar por decisiones posibles de viejos significados que uno no sabe más de argumentar -, así bien como el “humanismo” que “la soberanía” o “pueblo” o incluso “político”.

Algunos han dicho y han escrito en los últimos años: hemos entrado en una mutación de la civilización. Es decir de esta civilización occidental convertida en la estructura general de la expansión técnica e ideológica a la cual no se opondrá nada más sino las furias de la agitación global. Esto es lo que nos ocupa: el mundo que seis siglos de progreso han hecho crecer hasta el punto que todo crecimiento alcanzó; el punto de la apoplejía y de la obsolescencia.

Otras civilizaciones han pasado por allí. Mayas, Hititas, Micenes, Romanos, Mongoles, muchos otros han conocido las agonías de la descomposición y del extravío. Sus fuerzas profundas se están transformando. Estas mutaciones son tan amplias y tan largas que nadie puede captarlas sino después. Pero es posible, es necesario pensar en este horizonte o la línea de fuga.

Esto no impide pensar en el presente. Al contrario. Esto da, por ejemplo, excelentes razones para ver en los refugiados los mensajeros no sólo de la crisis y de la guerra, sino también y sobre todo, los mensajeros de la historia, de nuestra historia, lo que nos pasa y empuja a nosotros mismos en migración silenciosa, activa y vigilante.

1.2

Jean-Luc Nancy (original http://www.liberation.fr/debats/2015/09/22/savoir-ecouter-le-silence-des-intellectuels_1388232, publicado el 22 de septiembre 2015).

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