La Akrasia socrática desvergonzada, a propósito de Bartleby, el escribiente

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La Akrasia socrática desvergonzada, a propósito de Bartleby, el escribiente
Herman Melville

Herman Melville

 

Una primera lectura del relato de Herman Melville referido en el título conduce al extrañamiento. Se trata de un texto libre, atravesado por un sentido de lo absurdo. La lectura así es puro goce estético y literario. En una segunda lectura, ya mediando una mirada filosófica profesional, la experiencia ya no puede ser hecha con ojos inocentes, sino con una mirada llena de demandas hacia el texto. Entre estas exigencias, está aquella que pregunta acerca del contexto filosófico dónde podemos ubicar la temática de Bartleby. O, si se quiere, con esa forma inquisitiva de la mirada filosófica, se busca comprender el relato como un problema filosófico. El lector debe saber que el texto de Melville versa sobre un copista neoyorkino llamado Bartleby quien se emplea en la oficina de un abogado, quien es agregado de la Suprema Corte del Estado de Nueva York. Como escribiente, el empleo no supone más experiencias que un rutinario copiar expedientes completos de litigios judiciales. No obstante la gris imagen, la historia toma cauce cuando Bartleby empieza a desobedecer cortésmente cada instrucción de su empleador con un escueto, pero resuelto: preferiría no hacerlo. Ese estado de negación o de rebeldía, impregna todo el relato hasta que la renuencia de Bartleby lo conduce a ir en contra de cualquier principio de acción propositiva elemental, tal como retirarse a casa después del trabajo, hacerse responsable del producto de su labor o aceptar la remuneración por el trabajo devengado. Así, es fácil ver que él pasará del estado de negación práctico al estado de negación vital ; es decir, despreciará el principio, para muchos irrenunciable, de mantenerse vivo. Nuestro personaje, si bien nunca explícitamente, abandona la vida y los hilos de los que pende con cada decisión a la inacción.

7.1

Filosóficamente hablando, bajo cierta mirada, el tema que nos propone el autor de Benito Cereno, parece cercano a aquel que Platón pone en boca de Sócrates en el diálogo Protágoras, a saber, la denominada akrasia socrática desvergonzada. O, en términos más asequibles, la imposibilidad de actuar sobre malas razones. Donde el carácter malo de las razones tiene sentido porque atentan en contra de nosotros mismos, el punto es que ese sentido negativo de nuestras razones para actuar nos resulta oscuro a nosotros; es decir, lo desconocemos. Desde el punto de vista del Sócrates platónico, es imposible que actuemos conscientemente contra nosotros mismos, y si lo hacemos es solo por ignorancia, nunca basados en el conocimiento. De este modo, suceden dos cosas: en primer lugar cuando decidimos actuar, lo hacemos sobre la base de las mejores razones o propósitos, esto es, decidimos aquello que nos resulta mejor en vista de las razones presentes o a la mano. Así, en segundo lugar, si decidimos actuar sobre razones desastrosas para nosotros es solo porque nuestra ignorancia nos conduce a ser ciegos a las buenas razones. Nadie, socráticamente hablando, se hace mal a sí mismo conscientemente y de mala fe.[1]

Protágoras

Protágoras

 

[…] sabes entonces que muchos hombres no nos creen, ni a ti ni a mí, y que afirman que muchos que conocen lo mejor no quieren ponerlo en práctica, aunque les sería posible, sino que actúan de otro modo… (Protágoras 352 d5-8)

[…] resulta absurda vuestra afirmación, cuando decíais que, a pesar de conocer el hombre que las cosas malas son malas, sin embargo las pone en práctica –aunque le sería posible dejar de hacerlo– arrastrado y seducido por los placeres. Y, por otra parte, también decía que el hombre, a pesar de conocer lo que es bueno, no quiere practicarlo por sufrimientos momentáneos, dominado por ellos. Cuán absurdas son esas afirmaciones… (Protágoras 355 a7-b5)

Como es evidente en las palabras que Platón pone en boca de Sócrates, la posibilidad de actuar basados en malas razones resulta un despropósito. Es absurdo, diría Sócrates. Es decir, desde el punto de vista que interesa a Platón defender, no resulta posible creer que hecha una evaluación acerca de cuál es el mejor curso de acción en vista de un objetivo o meta planteada, nosotros, no obstante que sabemos qué resulta mejor hacer, hagamos algo distinto. Si se ve, la posibilidad de actuar de modo distinto al mejor curso de acción posible, en vista de las razones a la mano, exige que sepamos no solo que el camino al cual renunciamos es el mejor posible, sino que aquel por el cual optamos es francamente el peor posible. Es decir, el desafío exige hacer sentido a la idea que sostiene que es posible actuar conscientemente con base en malas razones.

Desde el punto de vista socrático, la Akrasia es imposible. La posibilidad de actuar con base en malas razones solo puede ser inteligible si está sostenida por la ignorancia; esto es, las razones o buenas razones para actuar de un modo u otro no son transparentes a nosotros.

Como es evidente, la tesis platónica sostenida en lo anterior es la siguiente: si un individuo conoce cuál es el mejor curso de acción a seguir dada una determinada meta, entonces elegirá ese curso de acción. Cualquier otra alternativa elegida que sepamos, conscientemente, reditúe menos beneficio, sería una forma de actuar acráticamente. Opción absurda para el Sócrates platónico.

Una postura crítica de la tesis anterior, desde la tradición antigua, es la que ofrece Aristóteles en la más célebre de sus éticas. Aristóteles dice que la tesis platónica puesta en boca de Sócrates está “en contradicción manifiesta con los hechos” (Ética a Nicómaco, 1145b)[2]. Así, concede que hay situaciones en las que un sujeto, aun sabiendo que lo que va a realizar está mal, actúa de acuerdo a ello. Las posibilidades son entre otras las siguientes, según Aristóteles:

(El) incontinente sabe que obra mal movido por su pasión, y el continente, sabiendo que las pasiones son malas, no las sigue a causa de su razón (Ética a Nicómaco, 1145b)

(…) la incontinencia es contraria a la propia elección, y el vicio está de acuerdo con ella (Ética a Nicómaco, 1151a)

7.3

La distinción que realiza Aristóteles entre un individuo continente y uno incontinente, es la distinción entre un individuo que se controla o auto regula racionalmente en cada caso de acción o decisión, y otro que no. Quien no se auto regula, esto es, el incontinente, es quien renuncia al control regulado de su razón, no necesariamente porque desconozca las mejores razones, sino porque aún conociéndolas decide ir en contra de ellas. El motivo para hacer eso, según Aristóteles, es que, a pesar de conocer el contexto de su decisión, actúa cegado por las pasiones o los vicios. Es decir, en no pocas ocasiones, los individuos saben que actúan mal, pero sobre su decisión de actuar de un modo u otro pesan factores cortoplacistas e irracionales, como son las pasiones o los vicios, los cuales tergiversan el correcto actuar. Si se ve, lo que sostiene Aristóteles es que es posible actuar sobre malas razones aun conociendo o siendo conscientes de ello. Con lo cual, la idea socrática acerca de que dichas decisiones solo ocurren por ignorancia es falsa.

La importancia de la aportación aristotélica radica en sostener que para actuar incorrectamente, el conocimiento o no de las mejores razones para lograr un objetivo no es relevante; en vista de que sobre nuestras decisiones y elecciones suelen pesar factores irracionales, los cuales sesgan nuestro correcto actuar.

Es importante mencionar una posible distinción que está presente en la versión aristotélica del problema. El estagirita admite implícitamente que existe una diferencia sustancial entre la versión que sobre la akrasia expone el Sócrates platónico y la posibilidad que él admite. Como expuse recién, un comportamiento acrático para Aristóteles solo puede existir como un tipo de akrasia calificada o impetuosidad causada por la ira. Para él, actuar en contra de las mejores razones a la mano solo puede producirse como una desviación de nuestras decisiones por motivos circunstanciales o coyunturales, como el vicio, la ira o las pasiones. En ese sentido, por lo menos para el filósofo estagirita, un comportamiento acrático como el sostenido en el diálogo Protágoras es evidentemente absurdo, dado que carece en principio de una explicación. Parece por lo menos que debemos hallar tal explicación en algo distinto de nuestra decisión y las virtudes trazadas con ella. Lo curioso de este caso es que si es posible hallar esa explicación, ésta provendrá del interior de nuestra propia consciencia volitiva, es decir, si es posible una conducta acrática socrática, esta deberá ser una forma de auto sabotaje.

7.4

La narración de Melville no nos sitúa en un lugar mejor que aquel que nos permite hacer una libre interpretación de los motivos de Bartleby para la inacción. Aunque bien podría decirse que el personaje del relato carece de un motivo explícito para abandonar cualquier principio de acción voluntaria propositiva; de hecho, no expresa ningún proceso de reflexión o deliberación acerca de lo que considera mejor o preferible con respecto a un acuerdo común y compartido de qué es lo correcto. De este modo, tomo libremente el texto para situarlo en otra discusión, no tan distante de la problemática acrática, a saber, dentro de la denominada debilidad de la voluntad. [3]

7.5

La permanente renuencia de Bartleby a actuar también puede enmarcarse en una tradición contemporánea que guarda relación con el problema acrático platónico expuesto en el Protágoras, a esta discusión se le ha denominado como el problema acerca de la debilidad de la voluntad. En pocas palabras, además del sentido sicologista del nombre, el problema referido trata de establecer por qué, en ocasiones, pese a haber tomado una decisión y realizado una elección, no obstante, no la llevamos adelante. En otras palabras, se dice que nuestra voluntad es débil cuando dada una decisión que nos compromete con cierto curso de acción, decidimos, mediante una revisión de nuestra decisión, diferirla o renunciar a llevarla a cabo. Cuando mostramos una voluntad débil es cuando somos incapaces de mantener nuestras intenciones iniciales para llevar algo a cabo. Esta incapacidad para llevar a término nuestros propósitos prácticos es imputable a nuestra voluntad débil; nunca a la virtud o no de nuestros propósitos. En otras palabras, podemos tener las mejores razones, propósitos e intenciones para actuar, pero frente a una voluntad débil, nuestros fines son comúnmente revisados. Son revisados en función no de sus meritos o bondades, sino de nuestra capacidad o no de sostener nuestras intenciones iniciales. Esto es, su revisión no responde a nuevos procesos de reflexión y análisis de los méritos de nuestros fines, sino a nuestra incapacidad de mantener nuestras intenciones iniciales de llevarlos a buen término.

7.6

Si se ve, la diferencia, una de ellas, entre el problema socrático y la variante contemporánea acerca de la debilidad de la voluntad,[4] es que el primero parece ser inconcebible. Nuestras intuiciones nos señalan que parece haber una fuerza normativa entre la reflexión que llevamos a cabo para determinar cuál curso de acción es preferible para lograr una meta que es el caso, y decidir efectivamente ese curso de acción para hacer asequibles esas metas. Lo que nos pide la akrasia es que concedamos la posibilidad de que aun habiendo y conociendo ese curso de acción, decidamos voluntariamente hacer algo distinto.

7.7

La debilidad de la voluntad comparte con la actitud acrática su raíz volitiva. Sin embargo, creo que estamos frente a dos temas distintos aunque no distantes. La debilidad de la voluntad es perfectamente concebible como una cuestión empírica y psicológica. La akrasia corresponde también a una cuestión empírica, pero su ocurrencia compete más a una actitud irracional. La distancia entre un cuestión psicológica y otra epistémica o racional se halla en que la debilidad de la voluntad admite como explicación la presencia de sesgos de la conducta, psicológicos, culturales, y demás elementos que pasan inadvertidos a nosotros, o escapan a nuestras manos. Una conducta acrática resulta compleja en su concepción porque en ella nuestra acción es deliberada y voluntaria, aunque enfáticamente irracional. Según Davidson, el carácter especial de la akrasia es que en ella “el actor no puede entenderse a sí mismo: él reconoce, en su propia conducta intencional, algo esencialmente irracional”.[5] Esta es la base de la propuesta de Davidson acerca de tematizar la conducta acrática en el marco de un problema de racionalidad en la filosofía de la acción, no de filosofía moral. Lo hace, dado que separa la importancia de las pasiones, la concupiscencia y las afecciones a la hora de describir una conducta acrática como voluntaria y consciente.[6]

Donald Davidson

Donald Davidson

Como se ve, hay diferencias que no son solo de matiz entre la denominada debilidad de la voluntad y la akrasia socrática. Más allá de la caracterización que he realizado de cada una de estas formulaciones, ejemplificaré cada una, destacando los rasgos asociados con una acción acrática y un comportamiento típico de la voluntad débil.

Comúnmente, la debilidad de la voluntad dije que se asocia con una tendencia a revisar nuestras intenciones al momento de ser inminente el llevar a cabo una decisión. En ese sentido, nuestra intención inicial para llevar algo a buen término puede verse aplazada o trastocada. Un ejemplo que ilustra esto, sería el siguiente: Supongamos que decido iniciar una dieta que me ofrece múltiples beneficios. El régimen de dieta al cual decido adherirme me pide que fije una fecha para iniciarlo. Aunque no hay un día que dicho régimen establezca como prioritario, elijo iniciar la dieta en primer lunes del mes de enero. No obstante, cuando esta fecha inminente se acerca, opto por hacer una revisión de mi intención inicial de iniciarla el primer lunes del mes, y entonces no la inicio; de hecho, puedo revisar mi intención de llevar a cabo la dieta iniciando enero, quizá después de hacerlo, también decida aplazarla indefinidamente. El punto aquí es que esa revisión de mis intenciones iniciales la realizo sin justificación alguna.[7] El resultado invariablemente es aplazar el llevar a cabo mi decisión, cuando no, o incluso declinarla.[8] Justo una voluntad fuerte, o una fuerza de voluntad, es aquella donde no se revisa una intención a menos de que sea razonable hacerlo, por ejemplo, cambio en las condiciones del contexto sobre el cual se tomó una decisión, o que resulte potencialmente pernicioso para uno mismo o alguien más llevar a término una resolución.[9]

Un comportamiento acrático, desde el punto de vista que hemos comprometido, esto es, como una conducta que resulta irracional en vista de que es consciente y voluntaria, se ejemplificaría con lo siguiente: supongamos que charlando con un familiar, éste da cualquier cantidad de buenos argumentos por los cuales piensa que ingerir bebidas azucaradas acarrea múltiples problemas a la salud, sin embargo, esta misma persona las acostumbra beber. Este comportamiento es acrático por varias razones. Primero, existe consciencia acerca de los perjudicial que resulta ingerir bebidas con alto concentrado de azucares. En segundo lugar, porque no obstante que conoce y es consciente cuál sería el mejor curso de acción en vista de las mejores razones a la mano, éste decide hacer lo contrario, voluntaria y conscientemente. Por último, no es compatible con una descripción respecto a una voluntad débil, básicamente porque al seguir ingiriendo bebidas azucaradas no ha declinado una intención contraria, tampoco ha revisado una intención inicial que implicara dejar de consumirlas. Simplemente opta por actuar contra las mejores razones.[10]

7.9

Bartleby, en el contexto de ambas discusiones, difícilmente representa un ejemplo de la debilidad de la voluntad. El contexto de la obra de Melville nunca pone en cavilación al escribiente respecto a ninguna decisión, tampoco sobre las intenciones por las cuales toma la decisión de abandonar cualquier mandato práctico, incluso de supervivencia; así como nunca se fija propósitos, nunca revisa sus intenciones para llevarlos a cabo. El caso del escribiente es más radical. En el caso de la akrasia, tenemos más posibilidades de enmarcar el relato en un comportamiento acrático.

Es verdad que Melville nunca hace explicitación acerca de qué tipo de decisión ha contemplado el escribiente, por la cual, el decidir eventualmente abandonarse, pudiera ser considerado como comportamiento acrático. Es decir, si el abandono de sí, y la entrega a un tipo de quietismo, representa una actitud irracional; ésta es así porque lo razonable sería mantenerse con vida y en observación de una disposición socialmente funcional. Lo anterior, aunque no lo explicita Melville a través de Bartleby, parece ser un principio implícito de cualquier individuo que vive en sociedad. Por ello, el comportamiento súbito de Bartleby resulta inexplicable.

Igualmente, el personaje de Melville puede leerse como la figura que encerrado en sí mismo decide una buena vez ir en contra del sentido social que exige cumplir el ciclo de sobrevivencia, incluso cuando carecemos de incentivos para dotar a esa vida de sentido, como si vivir fuera suficiente para decidir seguir haciéndolo. En ese sentido, la decisión de Bartleby no es contra natura, es contracultural. Él decide romper con el ciclo social de vivir inercialmente. En ese sentido, el literariamente lánguido Bartleby de Melville, supone una versión del hombre sartreano de la segunda mitad del siglo pasado, para quien renunciar a elegir es también un acto auténtico de elección.

Recordemos que frente a cualquier imperativo práctico, Bartleby prefiere no hacerlo, es decir, elige; y, como todo sujeto, cuando elige, decide a la par no ser otras múltiples posibilidades. Quizá, en ese sentido, Bartleby se convierte en un personaje imposible de hallar en una existencia real, puesto que el personaje de Melville al optar, o preferir no hacerlo, lleva esa elección a sus últimas consecuencias. Debemos pensar entonces en el Bartleby de Melville como un hombre, pese a todo, congruente. Y esa es una virtud en cualquier época. Sin embargo, el personaje del escribiente también desafía, en la mirada de Davidson acerca del comportamiento acrático, una intuición compleja y contradictoria, a saber, que es posible que dos creencias opuestas y contradictorias cohabiten en la mente del mismo sujeto. De igual forma, que frente a dos creencias que se oponen, optemos por aquella que sabemos no nos conduce a ningún lado. En el caso del escribiente, si bien jamás hay en la narración una estimación respecto a lo valioso que resulta persistir en la funcionalidad práctica y el apego a la sobrevivencia, estos valores socialmente comunes y socialmente aceptados, parecen estar implícitos en cualquier individuo que se traza metas y objetivos, así como en la sociedad a la que pertenece y constituye su contexto. Por ello, más allá de intenciones autorales, creo que el relato de Melville ilustra, muy cercanamente, un comportamiento acrático. Lo hace porque da sentido a una posibilidad de acción irracional llevada a sus últimas consecuencias. Recordemos, un comportamiento acrático exige que se opte por un curso de acción, aunque éste sea visiblemente pernicioso y negativo para nosotros. Es decir, la narración le da forma a algo que por parecer absurdo se considera imposible: que actuemos consciente y voluntariamente en nuestra contra.

Notas

[1] Las citas corresponden al Platón, Protágoras, traducción, versión y notas de Ute Schmidt, UNAM México, 1993.
[2] Las notas corresponden a Aristóteles, Ética a Nicómaco, traducción: María Araujo y Julián Marías. Madrid Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009.
[3] Expondré concretamente la versión que Donald Davidson ha analizado y discutido ampliamente, a partir de su Cómo es posible la debilidad de la voluntad, en Ensayos sobre acciones y sucesos, Barcelona, UNAM- Crítica, 1995.
[4] Para Donald Davidson, ambas variantes son ejemplos de un tipo de irracionalidad en nuestra acción. Dicha irracionalidad no se halla en nuestras metas o los medios para hacerlas asequibles, sino en el interior de nuestra propia racionalidad, como habilidad. Es posible suponer que Davidson se refiere a un fallo dentro de nuestros procesos racionales de decisión. Es decir, si el principio metodológico de caridad, postulado por él en al caso de la interpretación radical, el acuerdo como seres racionales, maximizaba el acuerdo entre hablantes; la irracionalidad sería el origen del desacuerdo entre lo que un conjunto de hablantes considera como correcto en un contexto de decisión determinado.
[5] Davidson, Op. Cit. p.62.
[6] Recordemos que en la descripción del caso, Davidson señala que la akrasia ocurre cuando una vez vistas todas las alternativas a la mano para elegir un mejor curso de acción, dada una meta deseable, el ácrata opte por una curso de acción diferente al mejor y contraproducente. Esto es, el ácrata no actúa por ignorancia ni por pasiones, tampoco inconscientemente.
[7] Una revisión justificada sería aquella que me obliga a diferir o renunciar a una intención inicial en vista de motivos más importantes o urgentes que un régimen de dieta. Pienso, por ejemplo, que la dieta pensada sacrificaba más calorías de las que mi organismo requiere mínimamente para no descompensarse. Quizá estaría justificado también cuando de hecho no requiriera una dieta, sino solo tuviera preocupaciones frívolas.
[8] Sobra decir que esa revisión de las intenciones de una decisión no se realiza sobre la base de mejores razones para no seguir el curso de acción trazado, sino por una debilidad manifiesta para “empujar” una decisión que había sido cavilada como conveniente, y que no hemos hallado diferente desde entonces. En la debilidad de la voluntad, no cambiamos de opinión respecto a la conveniencia o la virtud de una decisión, sino denotamos un déficit en la firmeza requerida para llevar adelante una decisión.
[9] Ver, Holton, Richard, Intention and Weakness of Will, en Journal of Philosophy, 1999. p. 252. pp. 241-262.
[10] Desde luego, siempre es posible hacer coincidir esta posibilidad con una acción guiada o condicionada fuertemente por la adicción, la compulsión o la tradición marcada por el hábito. En ese caso, podemos modelar a la incontinencia como el concepto que mejor comprehenda la idea que sugiere el ejemplo. Sin embargo, opto por no caer en un reduccionismo causal que tratara de explicar cada hecho de nuestra conducta práctica como producido efectivamente por agentes que escapan a nuestro control, y por ende, son involuntarios y fuertemente inhibidores de nuestra libertad de decidir.

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