La ensoñación del mundo: sobre la estrategia de la representación en la cultura del Barroco

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La ensoñación del mundo: sobre la estrategia de la representación en la cultura del Barroco

…ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes (…) Pues lo mismo –dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato de este mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, Cap. XII

1.0

La filosofía teológica de la Edad Media europea puede ser entendida como una instancia discursiva que tuvo como tarea principal la universalización de los textos judeo-cristianos.[1] En ella la verdad y la voluntad de conocer estaban reservadas a la interpretación de la palabra divina que aparecía en los escritos de la revelación y en la vida eclesial. En contraste, la filosofía moderna puede ser entendida como la narrativa de un actor llamado sujeto que se representa una realidad construida. Representación y sujeto resultarían así los elementos centrales de este nuevo modo de dotar de sentido a los actos y a las cosas, el cual implicó también una manera diferente de ordenar el espacio y de administrar el tiempo de vida.[2]

A partir de este contraste comenzaremos a comprender que en la modernidad el Hombre se afirmó a sí mismo frente a la otredad al convertirla en naturaleza, de manera que ésta aparece como algo que existe sólo para satisfacer la actividad apropiativa del sujeto, sea en términos epistemológicos o sea en términos productivos. El nobel humanismo del Renacimiento, que tiene en autores como Pico della Mirandola o Giovanni Battista Gelli a dos de sus grandes exponentes, postuló que a diferencia del mundo natural, que estaba ahí como objeto de contemplación o de transformación por el hombre, lo humano era aquello que con su acción se daba a sí mismo una esencia y se posicionaba como el nuevo eje de su propio mundo.[3]

Sin embargo, a lo largo de nuestro curso hemos entendido que la conformación de esta subjetividad moderna que se posiciona como la medida y el centro de sentido de los entes, no se dio sólo en el pensamiento teórico en un proceso libre de luchas y contradicciones. Ésta fue más bien el resultado de toda una historia polifónica y multidimensional, que involucró diferentes ámbitos culturales, procesos histórico-sociales y distintas épocas.

En este trabajo se intentará clarificar tan sólo una etapa de las múltiples transformaciones que se dieron en los albores de la modernidad en relación a la subjetividad y la representación. Creemos que la comprensión de la cultura del Barroco y de su estrategia de la representación, que vincularemos a la teatralidad y la ensoñación del mundo, resulta fundamental para entender este proceso histórico que culminó en la conformación de ese sujeto cartesiano que piensa y luego existe.

El Barroco puede ser entendido como una respuesta a un periodo de incertidumbre y crisis económica, política, social y religiosa, en el que el nuevo mundo fenoménico del renacimiento, en tanto que reflejo de una realidad objetiva, se tambalea y no logra consolidarse. Esto se debió en gran parte a la respuesta contrarreformista de la Iglesia Católica, que trataría de integrar o de inhibir algunos de los nuevos elementos modernos en su propia cosmovisión. La experiencia subjetiva barroca resultó así en la traducción de una visión interior en la que el sujeto tenía a la mano un carácter electivo que hacía de sí mismo un hacerse. Así, como en la obra de teatro o como en el sueño, cada uno encuentra la posibilidad de escoger e interpretar a su propio personaje a cambio de admitir la irrealidad de su fantasía (aunque ésta tuviera efectos en el mundo de lo real).

1.1

Frente a esta época de incertidumbre y de confusión, aparecerá en el mundo teórico el elemento desbarroquizador que consiguió consolidar el nacimiento de una nueva era, mucho más ligada a los valores del clasicismo intelectualista.[4] No obstante, creemos que sólo desde las problemáticas que plantea el siglo Barroco (S. XVII), en el que se ensayó la posibilidad de una modernidad alternativa que podría ser vista como el intermedio entre la exuberancia del final del Renacimiento (S. XVI) y los comienzos de la época racionalista (S. XVIII), será que la subjetividad moderna se inclinará definitivamente por despertar de la ensoñación Barroca del mundo al asirse a la certeza (o la supuesta certeza) de la Razón.

A continuación revisaremos algunos antecedentes y elementos analíticos que nos ayudarán a comprender mejor esta etapa de la modernidad: en primer lugar destacaremos las implicaciones que tuvieron la reforma protestante, la contrarreforma católica y la crisis del siglo XVI, en la cosmovisión del Barroco. Posteriormente veremos cómo dichos elementos consolidaron una cierta estrategia de representación, que más tarde sería rechazada por el racionalismo ilustrado. Todo esto con el fin de entender cuál fue la influencia que la cultura del Barroco[5] tuvo en la conformación de la subjetividad moderna.

Antecedentes históricos: Reforma y Contrarreforma

De acuerdo con Antonio Maravall, el Barroco es una cultura que ofreció una respuesta a la dura y difícil crisis social del siglo XVII en Europa.[6] No obstante, si deseamos comprender el origen de esta crisis, antes debemos remontarnos a un momento decisivo en la historia de Occidente: la reforma religiosa del siglo XVI que separó en el cristianismo a una versión protestante de una versión católica. Si el Renacimiento puede ser entendido como el resultado de la apertura mundial derivada de los descubrimientos del nuevo mundo y de la lenta acumulación de riquezas materiales y espirituales que había comenzado ya desde los dos siglos anteriores, la Reforma se presentará como el producto del rechazo de quienes ya no encuentran en la Iglesia la respuesta a sus exigencias espirituales.[7]

Los cambios económicos y geopolíticos de la época[8] terminaron erosionando la mediación eclesial en tanto que lugar de socialización.[9] Debido a que dicha función socializadora comenzó a ser disputada principalmente por el desarrollo del mercado y la introducción del dinero en cada vez más esferas de la vida cotidiana, un problema espiritual comienza a ser planteado hasta convertirse en el objeto de una abierta disputa:

[…] el problema de la salvación es el que todo lo domina y el que todo lo explica. ¿La salvación por la fe? Todo el mundo estaba de acuerdo. Pero ¿tienen también las obras su parte en ello? (…) ¿podemos considerar también como sacramentos otros actos de la vida religiosa: confirmación, matrimonio, extremaunción, penitencia, etc.? ¿Conservan las decisiones de los Papas todo su poder?[10]

1.2

La respuesta a estas preguntas por parte de los luteranos, anglicanos y calvinistas, tendió a rechazar la esencia y función del papado como lugar y persona de mediación que conectaban necesariamente al mundo terrenal con el mundo celestial, es decir, a la voluntad divina con la realidad del mundo. Por ello la Reforma postularía que si anteriormente no existía salvación fuera de la Iglesia, en adelante sólo fuera de la Iglesia había salvación.[11] Derivado de este rechazo a las instituciones católicas, el protestantismo en sus distintas versiones haría también una fuerte crítica a la religiosidad hecha con lo sensible. Por ejemplo, consideraría como sacrilegio o idolatría el culto de imágenes y de figuras santorales, pues para ellos Cristo debía estar fuera del alcance de cualquier profanación posible y de cualquier contaminación terrenal: sólo en la vida interior se encontraba la verdadera vía espiritual para alcanzar la salvación.

Como reacción al rompimiento protestante la Iglesia católica, que tenía su centro operativo en Roma, tuvo que emprender un proceso de reordenamiento y reorganización de la propia identidad del papado y de la vida eclesial. La estrategia de la Contrarreforma fue la de escenificar el sentimiento de proximidad a la divinidad por medio de lo sensible: se determinan siete sacramentos[12] que en general reafirman la jerarquía eclesiástica y el magisterio del sacerdote, además de que se reconocen las reliquias y el legítimo uso de las imágenes para tratar de integrar a la causa católica el desarrollo del arte del Renacimiento.

Todo concurre para elaborar una religión sensible [que involucra los sentidos], ordenada y mística, en la que las realidades se encuentran consagradas, mezcladas con lo divino a causa de la materia empleada en los sacramentos y de las bendiciones que pueden elevar las cosas más humildes a una cualidad superior.[13]

La consolidación del concilio de Trento (1563), que fortaleció estas y otras doctrinas, incluso ha llegado a ser señalada como el final del Renacimiento[14] en tanto que transformó las preocupaciones generales de la cultura europea. Desde entonces se conformaría una nueva geografía político-religiosa del continente en donde se enfrentaba una Europa del Norte Septentrional (protestantes y anglicanos) y una Europa del Sur mediterráneo (católicos y romanos).[15]

La crisis del siglo XVII y la transformación del orden social

La ruptura religiosa que acabamos de revisar implicó no solo la fragmentación violenta entre dos versiones distintas de la misma religión, sino que también suscitó todo un cambio en los órdenes sociales de ambos bandos. Esta transformación sería el producto de una época de largas guerras religiosas,[16] tensiones políticas y crisis económicas que generaron una conciencia social sobre la situación conflictiva y un profundo sentimiento de dolor y angustia en la sociedad europea.

Durante el siglo XVII se presentaron escasos momentos de bonanza, en medio de un largo periodo de dificultades económicas. La reacción conservadora de los países ligados a la Europa del Sur católica y romana, entre los que destacan España e Italia, apostó por revalorizar extraeconómicamente a la tierra para asegurar los beneficios de los principios nobiliarios. En lugar de entregarse al desarrollo de las manufacturas que aplicaban los desarrollos de la incipiente técnica moderna, las élites de estas sociedades buscaron la revalorización de la tierra para mantener los privilegios que gozaban. Por ello exigieron la permanencia de los signos que diferenciaban a los individuos jerárquicamente con el fin de dificultar el acceso de las nuevas burguesías a los puestos de poder, pues se tenía un mayor afán de acumular riquezas que de conquistar ganancias.

1.3

Sin embargo, la vigorización de la propiedad agraria resultó en un creciente empobrecimiento de las masas, en una serie de trastornos monetarios y financieros y en general una economía en crisis.[17] Puede decirse que en la base de esta inestabilidad económica se encontraban las resistencias de la estructura estamental de las sociedades medievales, ante la expansión del individualismo renacentista.[18] Este sería el panorama social de lucha que explica el desarrollo de la cultura barroca, en el que “unos grupos altos y distinguidos tratan de mantener y de aumentar sus privilegios y riquezas cuya conservación se ve amenazada por la crisis (…) y debajo un estado llano hasta el que llegan los azotes de las pestes, de la pobreza, del hambre, de la guerra”.[19]

Todo esto se tradujo en un estado de inquietud y de inestabilidad social que provocó el surgimiento de una conciencia sobre la decadencia del orden medieval, la cual derivó, en algunas ocasiones, en violentas revueltas y guerras civiles de diferente tipo.[20] En ese sentido es muy importante tener en cuenta que el esfuerzo para contener a las fuerzas dispersantes que amenazaban el orden tradicional, implicó también la creación de la Monarquía Absoluta, que antecedió directamente a la moderna noción de soberanía: “la monarquía absoluta se convierte en clave de bóveda del sistema social (…) culmina un complejo de intereses señoriales restaurados apoyándose en el predominio de la propiedad de la Tierra”.[21] De esta forma, la reorganización absoluta de la monarquía involucró la subordinación de los poderes señoriales a la figura del Rey, para garantizar la estabilidad de la estructura aristocrática y el régimen de privilegios económicos.

La crisis del siglo XVII puso al descubierto la estrategia de contención de las energías individuales de reciente despertar, producto principalmente del Renacimiento y la Reforma. Por ello, la cultura del Barroco deberá ser vinculada tanto a la respuesta contrarreformista de la Iglesia católica, como a los esfuerzos del nuevo orden absolutista para someter los impulsos de la reciente modernización individualista.

La cosmovisión Barroca: movimiento, temporalidad y vanitas.

Los periodos prolongados de crisis suelen alterar los órdenes de una sociedad y en ocasiones resultan ser épocas creadoras de nuevas propuestas culturales. Para Rosario Villari[22] la cultura del Barroco ya era una época moderna debido a que los hombres barrocos integraron aquél elemento renacentista que reconocía su capacidad de intervenir sobre la realidad que se padecía entonces:[23] es decir, la crisis ya no era el producto de una especie de maldición trascendente ante la que sólo cabía la resignación pasiva. La cosmovisión que se desarrolló en este periodo puede por tanto ser interpretada como la sistematización de las formas de respuesta que se generaron espontáneamente frente a las diversas dimensiones de la crisis que acabamos de revisar. Creemos que existen tres ideas que pueden ayudarnos a entender la esencia de la cosmovisión del barroco: el movimiento, el tiempo y la vanitas.

1.4

El Renacimiento comenzó a cuestionar seriamente los fundamentos metafísicos de la filosofía aristotélico-tomista, que durante gran parte de la Edad Media había defendido el principio de causalidad a partir de las ideas de Unidad trascedente y de permanencia: es decir, el que no podía haber efectos que no estuvieran ya directamente en las causas. En el Barroco se recuperó la herencia renacentista de la experiencia personal como principio que organizaba mentalmente la relación práctica del individuo con el mundo, pues asumía que a partir de la proyección del hombre sobre el mundo ya no era posible revelar un saber universal, pero si se podía producir un saber universalizable. Sin embargo, a diferencia del Renacimiento, la cosmovisión barroca estuvo dominada por la preocupación sobre el carácter contradictorio de la experiencia. De esta manera fue postulada la idea de que a una misma causa podían corresponderle múltiples efectos que en ocasiones llegaban incluso a contraponerse.

1.5

Esta inquietud se expresaba en uno de los temas centrales tanto en el arte como en el pensamiento del barroco: la idea de movimiento, que aparecerá ahora como el principio fundamental del mundo y de los hombres.[24] En esta concepción dinámica de la realidad, que se muestra en el uso de tropos como la mudanza, la variedad o la caducidad en las expresiones culturales de la época, el equilibrio es resultado siempre de un juego o choque de fuerzas:

Si para el Barroco el movimiento es el principio central de su cosmovisión, se comprende que no pretenda presentar la obra de un organismo perfecto, de un cuerpo arquitectónico, de un tratado sistemático, sino – como observó Wölfflin – la impresión de un acontecer, de un drama, la agitación del devenir, captando una realidad siempre en tránsito.[25]

La belleza ya no queda atrapada en la armonía o la simetría de lo inmutable y lo quieto, sino que es en el movimiento, en la concepción dinámica del objeto estético, donde ahora podemos encontrar lo bello. La idea de que todo cambia y que ninguna cosa permanece en la naturaleza, que se expresaba también en la noción de la mudanza, se sumará al cuestionamiento del orden metafísico de la tradición escolástica: en la vivencia de la mutabilidad no había cosa que mereciera el atributo de ser, pues todo, hasta el mismo hombre, estaba cambiando constantemente.[26] Sin duda alguna, las ideas de la mudanza y del movimiento se asentaban en la experiencia de las crisis sociales de la época.

Otra idea que comenzará a ser muy importante en este periodo será la de la temporalidad, como elemento constitutivo de la realidad. D’Ors y Maravall destacaron que la noción del tiempo implícita en la vocación de movimiento y dinamismo de esta cultura, implicaba que sólo el tiempo sacaba a todas las cosas a ser lo que eran, a la vez que las transformaba en otras cosas: “si la última realidad de cuanto existe es el pasar, y puesto que el pasar es tiempo, quiere decir que el tiempo es el elemento constitutivo último de toda realidad”.[27] El tiempo es entendido así como el proceso dinámico de las transformaciones y la sucesión de estados por lo que pasaba cualquier cosa existente.

El carácter temporal de las cosas afectaba desde luego también a los hombres, por lo que la idea de la fugacidad de la vida se instaló en el centro de todo tipo de manifestaciones artísticas. De esta forma el tema de la vanitas trató de reflejar la condición de transitoriedad también patente en la condición humana, pues en el discurrir de innumerables accidentes se mostraba la fragilidad de nuestra existencia. La vanitas representaba a la muerte, en tanto que carácter perecedero del hombre, a partir de una iconografía que retomaba la finitud de la naturaleza y del mundo: las ruinas, las calaveras, el espejo, indican que la existencia terrena es temporal y finita.

El fondo psicológico de la vanitas se remitía a la urgencia de desengañarse de la riqueza, el poder, la belleza, pues nunca nada iba a ser capaz de superar el triunfo último de la muerte. Sin embargo, ante dicho desengaño solo quedaba adoptar esperanzas tales como la de la fortuna o el juego, pues en la mentalidad del hombre barroco se instaló la idea de que a pesar de que las fuerzas naturales siempre excedían a nuestro control, los hombres eran capaces de afrontar la realidad mediante una estrategia para “acomodarse a los tiempos” o “atenerse a la ocasión”. Así se desarrolla la noción barroca de que los triunfadores o derrotados por la fortuna son resultado del acierto o la equivocación en el juego estratégico:

No significa que la fortuna sea un inexorable fatum que cae sobre algunos; ni tampoco un puro azar tenga que ser pasivamente soportado (…) Ante el reto de la fortuna, ante la dificultad de la ocasión, ha de quedar siempre un margen de posible intervención personal.[28]

La vida es sueño o el teatro del Mundo: la estrategia Barroca de la Representación.

Los elementos de la cosmovisión barroca que acabamos de revisar consolidaron la idea de que el carácter temporal, pasajero y mutable del mundo ya no eran en sí mismos aspectos condenables de la realidad terrena como lo eran para la escolástica medieval, para la que ésta se presentaba siempre como una falsedad radical. En el mundo mutable y temporal del barroco, las cosas, además de esencias, quedaban definidas por ser sobre todo apariencias. La condición aparencial de la realidad era un hecho angustiante ante el cual sólo quedaba jugar, guiándose por el saber, con el fin de sacar el mejor provecho posible de este carácter ilusorio de la realidad. No es que se creyera como falsa a la apariencia porque hubiera otra cosa detrás del aparecer, sino que la realidad del mundo comenzaba a estar condicionada cada vez más por la propia perspectiva construida por cada sujeto.

Al recordar constantemente que la condición ilusoria de la apariencia nos orillaba a jugarnos todo en ella, advertimos que la cultura del Barroco trataba de convencer a los súbditos de que era más fácil adaptarse y jugar dentro de la sumisión a la Iglesia Católica y a la monarquía absoluta, que contravenir la estabilidad del sistema. Esta estrategia cultural resultaba en una estructura teatral en las artes visuales (en donde destaca el trompe l’oeil) y en el famoso tropos del “teatro del mundo”: ya no se trata de copiar algo con tal realismo que llegue a ser confundido con lo real, sino que se pretendía multiplicar una imagen dentro de otra de manera tan articulada que se llegara a confundir el tránsito de lo representado a lo real.[29]

El hecho de que la realidad fuera representada como un teatro no nos incitaba a abandonarla y a descalificarla, como lo hacía el ascetismo cristiano, sino que trataba de advertirnos que podíamos adaptarnos al mundo y escoger el papel que mejor nos conviniera. El hombre barroco piensa que sólo disfrazándose se llegaba a ser uno mismo, que el personaje es la verdadera persona. Es por eso que en el Quijote una ilusión que por momentos se efectiviza y se hace real, como cuando Sancho Panza llega a ser gobernador de la ínsula de Barataria, es el más claro testimonio del carácter ilusorio de la realidad misma.

Una forma similar de representación es la idea de que la vida es sueño, como se tituló una famosa obra de Calderón de la Barca. Para la cultura del Barroco la vida real y nuestros sentidos, en tanto que forma de acceder a esta realidad, formaban parte de la experiencia del sueño: el sueño era más bien sólo un plano de la realidad. Según esta estrategia de representación, el mundo de la experiencia tenía un carácter conflictivo y contradictorio, pues realidad y fantasía por momentos eran indiferenciables.

Es posible que el hombre barroco interpretara al mundo inmanente como un sueño o como una obra de teatro, debido a que no disponía todavía de las herramientas técnicas de la investigación científica de la era ilustrada. Ante la falta de una concepción científico-fisicalista del universo que permitiera trascender la metafísica aristotélica-tomista, sólo se tenía a la mano esa estrategia de la representación espontánea, que permitía hacer vivible una realidad que en muchos aspectos era cada vez más invivible.[30]

Reflexiones finales: la desbarroquización del mundo por la Razón.

En la historia de la cultura, el término “barroco” pasó de ser una indicación peyorativa para referirse al estilo que utilizaba desmedidamente figuras extravagantes y que destacaba lo irracional y lo sensual del mundo, a ser el rótulo que describe el espíritu de toda una época[31]. Sin duda alguna el barroco, como arte ligado principalmente a la contrarreforma, “tendrá como nota característica el amor a lo recargado y lo fastuoso, frente a la severidad y sobriedad de la Reforma.”[32]. Sin embargo, a lo largo de este trabajo comprendimos que la riqueza decorativa de esta cultura no fue una simple perversión del gusto, sino que más bien obedeció a las problemáticas de una época de rompimientos, luchas y crisis que vinieron a perturbar el alegre espíritu renacentista.

Para la cultura del Barroco toda realidad tenía la condición de estar inacabada, de ser un continuo hacerse. Por eso la estrategia de la representación del Barroco indicará que el hombre singular también tenía que ir haciéndose a sí mismo, pues nada nace ya terminado, nada estaba esencialmente definido. Por eso la pregunta de “¿Quién soy?” aparece en muchas de las expresiones culturales de este periodo y orilla al propio espectador a hacerse el mismo tipo de cuestionamientos. Un claro ejemplo de esta indiferenciación entre realidad y representación es el cuadro de Las meninas de Diego Velázquez (1656). En éste el espacio pictórico invade en continuidad a la realidad y nos desconcierta al colocarnos en primera persona en el lugar de los reyes católicos: ¿Dónde está la realidad, dónde la fantasía? ¿Quiénes somos realmente?

1.6

La enorme importancia que tuvieron este tipo de inquietudes en el espíritu de la época, se nos revelan al percatarnos de que preguntas similares aparecen incluso al comienzo de obras como el Discurso del método (1637), en el que Descartes trató de superar esa época de confusiones que hemos descrito. Para ello propuso un nuevo fundamento desde el cual el mundo ya no debía ser desconcierto y angustia, sueño ni teatro: “considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños”.[33]

La salida a este sueño que encontró Descartes fue la negación de lo corporal y lo sensible en favor de lo racional y lo lógico:

Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: yo pienso, luego soy, era tan firme y segura que (…) podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.[34]

Si nuestra naturaleza corporal era perecedera e imperfecta como lo era la de los animales, nuestro espíritu debía ser por completo inmortal e independiente del cuerpo. El solipsismo cartesiano se inclinaba así a clausurar la realidad del individuo sobre sí mismo, aislando al ego cogito de cada uno en su vínculo con Dios.

Por eso no es casualidad que Descartes formulara un método científico que nos permitiera ser dueños y poseedores de la naturaleza,[35] pues desde el estudio del Barroco podemos comprender que ese gesto formaba parte de la estrategia moderna para dotar urgentemente de sentido a algo que cada vez lo tenía menos. De esta manera, tal vez en un impulso similar al de Don Quijote de la Mancha, quien en el cuestionamiento sobre su propia identidad decide amar a Dulcinea para aventurarse en peligrosas travesías en su nombre ante el derrumbe acelerado de su mundo, el hombre moderno decidió asirse a su racionalidad para emprender la moderna conquista del mundo.

Sin embargo, desde ese caótico siglo XVII siempre quedaría en la era moderna esa duda sobre la misma realidad sobre la que hemos establecido nuestro reino, aunque si bien estos cuestionamientos tendieron a ser reprimidos. Desde entonces quedó flotando la sombra de la incertidumbre barroca que, en los tiempos actuales, en los que atestiguamos una especie de quiebra de las utopías de la modernidad, pareciera estar despertando de nuevo de su sueño racionalista:

¿Qué debemos hacer con nuestras imaginaciones? Amarlas, creerlas a tal punto de tener que destruir, falsificar (…) Pero cuando, al final, ellas se revelan vacías, incumplidas, cuando muestran la nada de que están hechas, solamente entonces pagar el precio de su verdad, entender que Dulcinea – a quien hemos salvado – no puede amarnos.[36]

Bibliografía

  1. Agamben, Giorgio, Profanaciones, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009.
  2. D’Ors, Eugenio, Lo Barroco, Alianza Editorial y Tecnos, Madrid, 2000.
  3. Descartes, René. (2011). “El discurso del método” en Biblioteca de Grandes Pensadores: Descartes. Madrid: Editorial Gredos.
  4. Echeverría, Bolívar. (2000). La modernidad de lo Barroco. México: Ediciones Era.
  5. Malverde, José María. (1981). El Barroco: una visión de conjunto. Barcelona: Montesinos.
  6. Maravall, José Antonio. (2000). La cultura del Barroco. Barcelona: Ariel.
  7. Sebastián, Santigo. (1989). Contrarreforma y Barroco: lecturas iconográficas e iconológicas. Madrid: Alianza Editorial.
  8. Tapié, Víctor. (1991). Barroco y Clasicismo. Madrid: Ediciones Cátedra.
  9. Villari, Rosario (editora). (1991). El hombre barroco. Madrid: Alianza Editorial.
  10. Villoro, Luis. (2010). El pensamiento moderno. Filosofía del renacimiento. México: Fondo de Cultura Económica.

Notas

[1] Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, pp. 101-118.
[2] Esta profunda transformación ha sido explicada desde muchas perspectivas y a partir de distintas relaciones de causalidad. Sin embargo, si lo que se desea es comprender algunas de las implicaciones culturales que tuvo este cambio, podríamos comparar, por ejemplo, las características del espacio pictórico del arte medieval con las del periodo renacentista, que comienza a vislumbrarse desde finales del Siglo XIII en la obra de artistas italianos como Giotto di Bondone: mientras que en el medievo la pintura se remite a los símbolos de la fe cristiana sin importar su fisionomía, ni su fidelidad a la “realidad objetiva”, en el renacimiento se intentará reproducir la percepción de nuestra realidad mediante un punto de fuga que representa, en un espacio óptico delimitado por un sujeto, figuras en perspectiva con volumen y peso (entre ellas aparecerán ya cuerpos, rostros, carne y movimiento).
[3] Luis Villoro, El pensamiento moderno, pp. 32-46.
[4] Eugenio, D’Ors. Lo barroco, pp. 80-135
[5] Dentro de la bibliografía que se revisó para la elaboración de este trabajo pueden distinguirse dos grandes perspectivas respecto al Barroco: 1) Aquella que lo entiende como una categoría estética (D’Ors, 2002;) o un ethos (Echeverría, 2000) supratemporales, es decir, que permitirían hablar de lo barroco a lo largo del tiempo; y 2) aquella que lo comprende en un sentido epocal en tanto que hace alusión a un periodo histórico en el que se relacionaron factores económicos, políticos, religiosos y sociales sin los cuales no podría existir esta expresión cultural (Maravall, 2000; Malverde, 1981; Santiago, 1989; Tapié, 1991). En este trabajo me inclinaré a asumir la segunda perspectiva, pues creemos que el Barroco no se puede abstraer, sea como eón estético o como ethos de la modernidad, de su desenvolvimiento en toda la esfera de la cultura y los procesos histórico-sociales.
[6] Es innegable que una etapa muy importante del Barroco fue su realización en la historia de la Nueva España del siglo XVII y comienzos del XVIII. La modernización con tintes barrocos tuvo una enorme trascendencia en la conformación de la cultura y las instituciones latinoamericanas. Sin embargo, por cuestiones de espacio no se abordarán las consecuencias que tuvo dicha cultura en estos lugares.
[7] Victor Tapié. Barroco y Clasicismo.
[8] El siglo XVI vio desarrollarse una nueva era de prosperidad y de abundancia, debido no sólo a la llegada de abundantes metales preciosos desde la Nueva España, sino también por el auge del comercio marítimo y el incipiente desarrollo de manufacturas que ponían a su servicio los avances de la moderna ciencia experimental. El siglo XVI fue pues un periodo de crecimiento incesante de los negocios en algunos países europeos.
[9] Para Echeverría (2000) en el periodo anterior al Renacimiento la iglesia no sólo conducía el sacrificio y la represión de las pulsiones corporales para alcanzar la salvación ultraterrena, sino que era una instancia socializadora en tanto que administraba el lugar, el prestigio y la jerarquía de la vida social.
[10] Ibid., pp. 51
[11] José Antonio Maravall. La cultura del Barroco.
[12] Los sacramentos quedaron definidos como las acciones que a lo largo de la vida definían el ritmo de la existencia humana en la economía de la salvación mediante la Iglesia: bautismo, confirmación, penitencia (confesión), eucaristía, unción de los enfermos, orden sacerdotal y matrimonio.
[13] Victor Tapié. Barroco y Clasicismo, pp. 52.
[14] Santiago, Sebastián. Contrarreforma y Barroco: lecturas iconográficas e iconológicas.
[15] Desde luego existieron algunas excepciones dentro de esta división regional, que probablemente nos pueden ayudar a explicar el desarrollo de las violentas guerras de religión que se agudizarán en el siglo siguiente: por ejemplo, Escocia, Polonia, Flandes, etc.
[16] Uno de los conflictos más importantes de este periodo sería la llamada Guerra de los treinta años (1618-1648), la cual involucró a las grandes potencias de la época en relación a su posición con respecto a la Reforma y la Contrarreforma. (Santiago, 1989).
[17] José Antonio Maravall, La cultura del Barroco, pp. 72-79.
[18] Maravall identifica seis rasgos característicos del enfrentamiento de esos dos modelos sociales: 1) La alteración de los valores y modos de comportamiento: el honor, el amor y el sentimiento comunitario dieron paso al patriotismo, la riqueza y la herencia; 2) No todos pudieron acceder a estos nuevos valores, por lo que crecerá una masa de marginados (ej. Los campesinos, los enfermos, los desprovistos de linaje, etc.); 3) Surgen efectos de malestar e inconformidad; 4) Se transforman las relaciones y vínculos sociales: aparecen los asalariados, los artesanos, los migrantes a la ciudad, etc.; 5) se forman nuevos grupos sociales como los extranjeros, los mercaderes, los oficiales, etc.; y 6) se presentan revueltas y sediciones que reflejan el malestar de fondo de estas sociedades. (Maravall, 2000: 66-67).
[19] Ibid., pp. 88.
[20] Maravall destaca que en este periodo tiene lugar la primera decapitación de un Rey: Carlos I de Inglaterra, en 1649.
[21] Ibid., pp. 71
[22] Rosario Villari, El hombre barroco.
[23] Si tomamos en cuenta que una de las consecuencias de la aparición del renacimiento fue que la naturaleza comenzó a ser entendida como un objeto conquistable y modificable, siempre y cuando se comprendieran sus leyes internas, podemos entender que ante la situación conflictiva del siglo XVII se desarrollará una conciencia social de que las cosas no estaban bien y de que podrían estar mejor
[24] Esta idea quedaría expresada en la obra El Criticón de Gracián, la cual incluye en su páginas la hermosa frase de que “la definición de la vida es el moverse” (Maravall, 2000: 362). Otro hecho que refleja la importancia de este principio, será el descubrimiento de la circulación de la sangre que se hace en esa misma época.
[25] José Antonio Maravall. La cultura del Barroco, pp. 363.
[26] Ibid., pp. 268.
[27] Ibid., pp. 382
[28] Ibid., pp. 393.
[29] Ibid., pp. 406.
[30] Bolívar Echeverría, La modernidad de lo Barroco, Ediciones Era, México, 2000.
[31] En la introducción de la obra Barroco y Clasicismo (Tapié, 1991: 21-41) se realiza un interesantísimo recorrido histórico sobre los usos del término Barroco, el cual comienza siendo una expresión peyorativa derivada de la palabra portuguesa “berrueco”, que se utilizaba para referirse a las perlas de forma irregular, hasta llegar a utilizarse para nombrar a la totalidad cultural de la época del siglo XVII en los países en donde la contrarreforma tuvo una gran importancia, como es el caso del complejo estudio de J.A. Maravall (2000).
[32] Santiago Sebastián, Contrarreforma y Barroco: lecturas iconográficas e iconológicas, 145.
[33] René Descartes. El discurso del método, pp.123.
[34] Ibid., pp. 124.
[35] Ibid., pp.142.
[36] Giorgio Agamben, Profanaciones, pp. 123-124.

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