La H. Muda de lo femenino

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La H. Muda de lo femenino

Ana Viganó, (compiladora), (H)ETÉREAS. Las mujeres, lo femenino y su indecible, ed. Grama, Buenos Aires, 2014

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Para hablar del libro que Ana Viganó coordinó quisiera empezar evocando otro libro y a otro autor: Las palabras y las cosas de Michel Foucault, y deseo hacerlo porque cuando se empieza la lectura de ese texto mágico y maravilloso, lo hacemos desde el asombro justo porque con su lectura trastornamos todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres y provocamos una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria, como decía Foucault, “de lo Mismo y lo Otro”.

(H)ETÉREAS. Las mujeres, lo femenino y su indecible, pertenece, sin duda alguna, a este género de libros donde la cultura parece librarse de sus rejas lingüísticas, perceptivas y prácticas con el fin de hacer aparecer aquello que ha sido excluido, puesto del otro lado, saberes que se saben pero que quedaron en un silencio, flotando, hablando desde sí mismos, transcurriendo como un saber sometido que solo vaga por las sombras, y que pareciera que ahora es necesario recoger en una única forma (siempre aparencial) del saber todo, todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado e interpretado para volver sobre él de forma que nos revele su naturaleza otra, esa que, como dice Ana Viganó, es muda en cuanto se la enuncia: “¿qué quiere una mujer?” Para concluir que “La mujer no existe”. Este libro nos habla, como ya lo decía Foucault, de lo Otro, y que en el asombro de esta taxinomia, lo que se ve de inmediato, tras la lectura de cada uno de los textos, de sus secciones, de sus enunciados, lo que se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto: ¿no es acaso, como recita el título mismo, lo indecible? (H)ETÉREAS, si no he leído mal, nos habla de la diferencia, de la historia no narrada de una división, de un seccionamiento que toda la sociedad ha instaurado, se trata también de un modo de encerrar eso Otro que se nos aparece, se nos muestra y a través del cual se evidencian las condiciones de posibilidad de la emergencia de unos enunciados o para ser más preciso, de unos significantes que nos tratan de hablar de lo que no puede ser dicho ni enunciado.

Jarek Kubicki

Jarek Kubicki

Quiero hacer una pausa, comentarles que (H)ETÉREAS no es un libro fácil. No diré que es un libro que se lee de una sentada, ni que se lee como una novela, y mucho menos como un tratado de filosofía, no, para nada. Les cuento que he pasado por momentos muy amargos para comprenderlo, para tratar de ir deshilvanando todos y cada uno de los conceptos que componen y tejen sus textos, que he sufrido y padecido su lectura, que no me ha dejado en paz ni un solo momento desde que me di a la tarea de empezar a leerlo y que tengo que confesarlo, no sé siquiera si lo he podido comprender. Me ha emocionado sobremanera, me ha alertado, me ha dicho muchas cosas que sabía a medias, pero sobre todo, me ha dejado con una enorme interrogante que sólo se agrava día a día y que me invita a tratar de desbrozar el camino para intentar una respuesta. Supongo que esto es el libro, un acicate, un reto, una moneda lanzada al aire sin solución posible, sin respuesta verdadera, sin saber al fin y al cabo qué quiere una mujer, qué es la feminidad, lo femenino como un territorio sin límites, sin señas, en el que nos perdemos porque no encontramos un mapa seguro que nos dirija y nos guíe, pero más aún, porque nos enfrenta a eso que se denomina como su indecible. Si es cierto que somos seres habitados por el lenguaje, en este punto geográfico sin marcas ni fronteras, nos encontramos ante lo innombrable, pero como en Beckett, nos hace guiños, nos habla de alguna manera.

Hubiera querido renunciar a su lectura, escapar por la puerta falsa, hacerlo a un lado, dejarlo olvidado en alguna parte de los libros que habitan en el olvido. Escribo este texto bajo el acicate de comprender lo que en el fondo de mi ser no quiere formar parte de mi enciclopedia de la frustración sino de mis deseos porque he de decir que a través de su lectura en cada página encontré motivos para seguir adelante porque este libro es el espacio de un encuentro con ese Uno-no-todo, con ese trozo de real; con el goce, el sinthóme de lo hétero, el cuerpo de mujer; con la histeria hoy o con la histeria rígida; con el feminicidio visto desde el psicoanálisis, con ese cuerpo por siempre femenino e indecible.

Ese Otro al que nos referimos, en palabras de Ana Vigano, no es más que la evocación de “ese silencio y su presencia en la H de nuestro título. Referencia inequívoca a lo Hétero como eso mudo que bajo el cobijo equívoco de femenino, resulta lo irreductible de un modo de pensar el goce para hombres y mujeres” (p.10). Los textos que conforman este libro son trazos que elaboran sólo perspectivas de “lo femenino y su indecible; las mujeres y lo femenino; lo que de ellas confronta tanto con los hombres como con ellas mismas; los hombres y las mujeres en tanto héteros; lo etéreo –inestable a veces fluido otras, extraviado incluso- que conllevan desde siempre y con renovada actualidad ciertas referencias a las mujeres –sus cuerpos, sus pensamientos-, contrastando con esa H muda, nada etérea, del goce”. (p. 10) Nada más cierto, porque lo Hétero es lo que para nuestra cultura es a la vez interior y extraño y debe, por ello, excluirse como si se tratara de un peligro interior que al excluirlo se conjurara, reduciendo su alteridad.

Jarek Kubicki

Jarek Kubicki

No repetiré lo que en el libro se expresa, porque no soy psicoanalista sino un profesor de filosofía que sabe que el filósofo es una extraña criatura que ve, dice y escribe siempre desde el asombro. Asombrarnos es nuestro quehacer, nuestro medio de acercarnos a lo más ordinario para alcanzar lo extraordinario. Por ello comentaré que este libro me asombra y lo que me asombra más que nada es que este libro nos habla de lo femenino y su indecible y también de ciertas referencias a los cuerpos de las mujeres, del lugar de visibilidad del goce pero eminentemente de un régimen de enunciados y de los códigos fundamentales para alcanzar la enunciación siempre en falta de ese Otro –es decir, los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas- y que fijan de antemano los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá, en el otro extremo del pensamiento.

Si se me empuja un poco querría decir que este libro quiere responder al reto que Lacan precisó ya en el Seminario 14 en estos términos: (la cita es larga, pero no tiene desperdicio) “Hay una cosa que vale la pena que sea subrayada…: que el psicoanálisis parece que en una cuestión tal como la que acabo de producir, volverá incapaces a todos los sujetos instalados en su experiencia, principalmente los psicoanalistas, de afrontarla mínimamente. La prueba está hecha abundantemente; en esta cuestión de la sexualidad femenina no se ha hecho jamás un paso que sea serio, viniendo de un sujeto aparentemente definido como macho por su constitución anatómica. Pero lo más curioso es que las psicoanalistas mujeres, aproximándose a este tema, muestran todos los signos de un desfallecimiento que sugiere que están […] aterradas de suerte que la cuestión del goce femenino no parece próxima a ser puesta en estudio ya qué ¡Dios mío! es el único lugar donde se podría decir algo serio. Al menos de evocarlo así, sugeriría a cada uno y especialmente a quien pueda tener algo de femenino entre los que parecen mis oyentes, el hecho que se pueda expresar así en lo tocante al goce femenino; nos basta ubicarlo para inaugurar una dimensión que, aún si no hemos entrado por no poder, es esencial situarlo”.

La exposición de estas perspectivas, como dice Ana Viganó, si me es lícito decirlo así, pareciera ir desanudando una serie de problemas que Lacan planteó a lo largo de sus seminarios, como la diferenciación entre el goce y el deseo, así como también el goce femenino y el masculino; el ideal del goce del Otro que está presente en la relación sexual, o también el lado femenino del goce y el Uno (lo que no alcanza a dos) tal y como lo trató en los seminarios 19 y 20, por ejemplo, en el Seminario 20 Lacan señaló que “Se le llama impropiamente la mujer […], el la de la mujer, a partir del momento en que ese anuncia con uno-todo, no puede escribirse”. (Sem. 20, p. 98); y en el seminario 19 Lacan expresaría que “Nada hay tan resbaladizo como ese Uno. Es muy curioso. Si hay algo que tiene caras que llegan a hacerse no innumerables pero sí singularmente divergentes, es por cierto el Uno. No por nada debo primero apoyarme en el Otro. El Otro, escuchen bien, es entonces un entre, el entre que estaría en juego en la relación sexual, pero desplazado, y justamente por interponerse como Otro. Es curioso que al plantear ese Otro, lo que hoy debí proponer no concierne más que a la mujer. Ella es por cierto la que, de esta figura del Otro, nos brinda la ilustración a nuestro alcance, por estar, según lo escribió un poeta, entre centro y ausencia”. (Sem 19, 118-119).

            ¿No es esto de lo que tratan los trabajos aquí expuestos? Sin duda que el reto es enorme, y por ello, estos trabajos desencadenan, visibilizan, hacen decible a fin de cuentas el artificio para “lidiar con lo real” (p. 27), como cuando se señala en el Seminario 23 que todo aquello que viene a ser la “A barrada quiere decir que no hay Otro del Otro, que nada se opone a los simbólico, lugar del Otro como tal. Por lo tanto, tampoco hay goce del Otro”. En realidad, como se señala en el texto que estamos presentando, “Se trata de la inexistencia del Otro sexo, del sexo femenino, del universal de la mujer”. Es cierto, no hay un La universal, sino una mujer, esta mujer, y no otra. En fin, no puedo desarrollar ni mucho menos enunciar todo el rico contenido del texto. Dejo otras cosas asombrosas que tanto Lacan como Miller y cada uno de los textos aquí escritos, intentan hacer decir, o sea, visibilizar como el sinthome, lalangue que nos habla de una realidad sintomática del sujeto y su goce; el atolondradicho”, la escansión y lo real como abolición del sentido, el real y el estrago… Quizá lo que más me asombra es cómo se enuncia esa H muda, cómo se arquitecturiza eso llamado mujer, lo femenino y su indecible, que este texto o este conjunto de textos quieren poner en el tapete del juego a eso Otro para referenciarlo como un nombre que bordea sólo un agujero por medio de las marcas de lalengua en el cuerpo, pero en sí mismo indecible, como dice Stiglitz (p. 27). Todo una gramática, todo un conjunto de enunciados, todo un discurso o una formación discursiva para circundar la orilla de lo indecible de lo femenino, como dice Lacan y repite Salamone: “ hay siempre algo de ella que escapa del discurso”. Esto es asombroso si pensamos que el inconsciente está estructurado como lenguaje y que si realmente vivimos en un mundo de signos y de lenguaje tenemos que declarar que la realidad no existe, lo único que hay es el lenguaje y de lo que hablamos es del lenguaje, hablamos en el interior de él. Pero esto es otra cosa.

            Finalmente, quedo convencido de que la constitución de ese (H)ETÉREAS o de eso que se llama las mujeres, lo femenino y su indecible llegará a ser como la obra de la totalidad de lo dicho en el conjunto de todos los enunciados que la nombran, la recortan, la describen, la explican, cuentan sus evoluciones, señalan sus correlaciones, y eventualmente le prestan la palabra articulando, en un nombre, discursos que deben pasar por ser suyos, es decir, individualizar lo femenino, su indecible, para que podamos hablar de ella, pero sin constituir nunca una identidad sin diferencias ni intersticios.

           Ricardo Piglia, quizá el más grande escritor argentino vivo, escribió no hace mucho. Él dice que hay dos clases de narradores, uno es Ulises, el de Homero, el de la Odisea, el hombre de muchos viajes, el que siempre está en situación precaria, el nómada que quiere retornar, ese que sabe de su fragilidad y ésta es sustituida por la razón y por eso narra en fuga, en camino y el otro que es Edipo, el descifrador de enigmas, el que investiga un crimen, el de Layo y que al final termina por comprender que el criminal es él mismo. En este libro todos somos Edipo (sin alusión a Freud, desde luego) porque al leerlo nos leemos a nosotros mismos, la feminidad es indecible, y la masculinidad que pudiera ser, por el contrario, una evidencia es probable que tampoco exista o de cualquier modo, estaríamos afectados por ella, por ese real, así que en este libro, en cada caso somos cada uno de nosotros leyéndonos a nosotros mismos.

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