La menstruación: manifestación de la intimidad en Georges Bataille

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La menstruación: manifestación de la intimidad en Georges Bataille

 

No se puede, discursivamente, expresar la intimidad.

Georges Bataille

 

El presente escrito analiza la relación del erotismo con la menstruación como posible manifestación de la intimidad. Para ello es necesario recurrir a las obras El erotismo, Lágrimas de Eros, Breve historia del erotismo y Teoría de la religión de Georges Bataille. Ahora bien, como introducción, es pertinente entender cómo Bataille comprende el erotismo, diciéndonos que “es la aprobación de la vida hasta la muerte”. Bataille no entiende al erotismo como un acto en pro de la vida, sino de la misma muerte. El papel de la muerte es fundamental en la escritura de Bataille, puesto que a partir de esta es como se adquiere la posible libertad del soberano. No obstante, dicha libertad es imposible en una vida ordenada y calculada.

En la obra El erotismo, Bataille expone la diferencia entre el acto erótico y la reproducción sexual debido a que la segunda tiene como fin procrear, mientras que la primera no tiene un fin más que el excesivo placer. La finalidad del erotismo no es permanecer, sino agotarse en el mismo instante en el que se presenta. El fin del erotismo también es compartido con otras eventualidades como lo son: las orgías, el éxtasis, la risa, el llanto, el sacrificio, el no-saber, la menstruación, entre otros. En general, las eventualidades mencionadas, incluido el erotismo, son presentes de forma violenta y azarosa; asimismo, carecen de un sentido permanente debido a la nula relación con la conciencia (pensamiento). Bataille sostiene que estas eventualidades, al carecer de permanencia y de un sentido fijo, son libres y quien las experimenta (el soberano) es libre, aunque sea por un instante. Dicha libertad trasgrede lo establecido como es la misma identidad (el yo) de quien experimenta. Al trasgredir la identidad, según Bataille, el soberano interactúa con su intimidad.

De manera interpretativa, Bataille relaciona la menstruación con la intimidad, puesto que se efectúa de modo aislado, es decir, lejos de la comunidad, sin perturbar el orden de ésta. La menstruación es la mancha de sangre, producto de vergüenza y violencia. Además, la menstruación no retribuye ningún beneficio: no produce descendencia, tampoco placer. La menstruación ha sido un evento inútil en las civilizaciones tanto primitivas como contemporáneas. En palabras de Bataille: “El líquido menstrual tiene, además, el sentido de la actividad sexual y de la mancha que de ella proviene; esa suciedad es uno de los efectos de la violencia”.[1]

La mancha evidenciada en la menstruación, como en otras eventualidades, es sinónimo de impureza. Los individuos manchados son aislados, puesto que, si no fuese de ese modo, contagiarían a la comunidad, sea cristiana o capitalista. En este aspecto, Bataille juega con las imposiciones procedentes de la religión y la economía; en el primero de los casos, las imposiciones se limitan a ser deberes y prohibiciones, mientras que, en el segundo, se reducen al trabajo. Sin embargo, en ambas maneras de contagiar se deja de lado el beneficio del aislamiento para estos individuos, puesto que a partir de su rechazo y alejamiento se encuentran con ellos mismos, de ahí el papel que lleva a cabo la intimidad. En este caso, Bataille describe la intimidad en su obra Teoría de la religión como: “[…] violencia, y […] destrucción, porque no es compatible con la posición del individuo separado. Si se describe al individuo en la operación del sacrificio, se define por la angustia. Pero si el sacrificio es angustioso, es que el individuo toma parte en él”.[2]

En este sentido, la intimidad se relaciona con el sacrificio y, por lo tanto, con lo sagrado, con aquello que adquiere la inutilidad como característica principal. En la obra El erotismo, Bataille menciona que los seres se clasifican en dos: discontinuos y continuos. Los primeros se encuentran inmiscuidos en el mundo profano donde no tienen relación con su intimidad, sólo se dedican a trabajar y a mantener el orden de la cotidianidad; mientras que los segundos, por un instante, se desentienden de la profanidad y se encuentran a sí mismos en el mundo sagrado, aquel en el que se transgreden los límites y las prohibiciones establecidas en el orden lógico de las cosas. En consecuencia, para que el ser se relacione consigo mismo necesita transgredir la cotidianidad, situándose en lo que va más allá de lo entendible y lo decible, es decir, en elementos sacros no limitados a identidades puras, sino a oscurantismos impuros que revelen al ser antes negado: el no ser.

La intimidad es posible mediante la transgresión del ser discontinuo de lo establecido o impuesto por los agentes exteriores (instituciones de inclinación política, ideológica, filosófica), los cuales hacen uso de su poder de subordinar a través del entendimiento (conciencia); el ser discontinuo al transgredirlos se encuentra con la nada, produciéndole angustia. Bataille relaciona la nada con la misma muerte. Es por ello que la exposición del ser discontinuo es hacia la muerte, pero también hacia su continuidad. Para Bataille dicha continuidad complementa a lo antes anulado o prohibido del no-ser, transformándolo instantáneamente en ser. Asimismo, la continuidad se entiende como la comunión de lo antes prohibido y ahora constituido del ser. La comunión no sólo se reduce al ámbito lingüístico (comunicación), sino religioso (unión); pero Bataille no sólo se queda con la interpretación religiosa de la comunión, sino que, del mismo modo, la reduce a lo absurdo: al sin sentido (la nada).

Ahora bien, la comunión en el caso de la menstruación se realiza a partir del sacrificio, pero en un sentido metafórico en el que no se ofrece a una mujer virgen, ni a un animal, sino que la misma mujer que menstrua se priva de ciertas actividades cotidianas como lo son: efectuar algún deporte, mantener relaciones sexuales, procrear o utilizar prendas claras o incómodas ante este evento. Se desee o no, quien menstrua, temporalmente se aísla de lo externo para reencontrarse consigo mismo, en otras palabras, se torna inútil ante actividades o circunstancias productivas, pues de todo aquello que deja de realizar se extrae un beneficio. No obstante, con la presencia de la menstruación se anula la posibilidad de tal adquisición. Por ello, y llevándolo a un plano actual, la sangre expulsada, sea en forma líquida o en coágulos, suele ser repugnante para el otro, sin importar si se trata de un hombre o de una mujer. De igual manera, la menstruación, simbólicamente hablando, se torna un enigma del horror que suscita presenciarla o, al menos, eso se pensaba de una década para acá.

En la actualidad, tanto el mundo profano como el sagrado se han mezclado y de ello se percata Bataille en su tiempo. El mundo sagrado pierde su valor de inutilidad y se torna útil para el sistema económico. En consecuencia, todas o la mayoría de las eventualidades que antes pertenecían a lo sacro, ahora se entremezclan con lo profano. Ejemplo de esto son las fiestas, las orgías, las relaciones sexuales (el éxtasis) y hasta la misma menstruación. Evidencia de dicha transformación es plasmada en la obra La moneda viva de Pierre Klossowski donde menciona que la libertad sexual a finales de los años sesenta y principios de los setenta es producto de un beneficio mercantil, es decir, se permite lo antes prohibido para que en el mercado la demanda aumente en el consumo de ciertos productos (condones, pastillas anticonceptivas, etcétera). Las relaciones sexuales pierden su aspecto sagrado (el orgasmo, el éxtasis y el erotismo) y adquieren el beneficio material como única finalidad.

Similar sucede con la menstruación. Ahora es producto de proyectos artísticos y promociones publicitarias, sean reproducidas con fines sociales o económicos. La representación del periodo menstrual ya no se priva ni aísla del entorno, sino que se comparte con el otro; desde el momento en el que es necesario tratarlo, se consumen productos para la intimidad femenina (tampones, toallas sanitarias, entre otras modalidades ecológicas), los cuales otorgan mayor comodidad y discreción de su presencia. Algunas mujeres niegan su condición e intentan realizar las mismas actividades cotidianas, negándose a sí mismas y a la suspensión del mundo sagrado. Mientras que otras más, afirman su ser, suspendiéndose y alejándose del mundo profano, reuniéndose consigo mismas en la mayor de su intimidad, una que en nada se relaciona con la patrocinada por aquellos productos de higiene personal.

Sin embargo, la menstruación no sólo es afectada por el aspecto mercantil, sino también social y artístico. En la actualidad diferentes movimientos femeninos resaltan el orgullo y la desinhibición ante la presencia de dicho evento natural. No obstante, Bataille estaría en contra de cualquier exaltación, porque lo que se logra con esto es banalizar el valor sagrado, vaciándolo del sentido de inutilidad, pero más allá, de intimidad. Al exponer lo que anteriormente alejaba de lo exterior, no se hace más que continuar negándose a sí mismo.

De la intimidad convendría resaltar el aspecto natural enunciado en la obra Teoría de la religión de Bataille, la cual expresa la unión entre ambos elementos. Para Bataille, intimidad y naturaleza no se rechazan, sino que se aceptan debido a que se complementan al poseer la cualidad de ser azarosas; cualidad repelada en una actualidad dirigida por el capitalismo. Este sistema económico se rige por el orden, el cálculo y, principalmente, la ganancia. Al no obtener ningún beneficio, entonces se da la pérdida, aspecto fundamental de lo sagrado. En el sacrificio la ofrenda tiene alguna utilidad en la cotidianidad de la comunidad; no se sacrifican objetos sin valor. En consecuencia, la intimidad ligada a la naturaleza no es más que la afirmación del ser continuo como una parte constituyente de la naturaleza donde se carece de la distinción canónica entre lo que es el sujeto y el objeto, convirtiéndose en uno mismo. Y para lograr dicha unión es necesaria la adquisición de la conciencia de sí, entendida como la aceptación del individuo de formar parte de la naturaleza y, por lo tanto, de lo azaroso y lo caótico. El ser continuo ya no se percibe como sujeto, pierde su identidad y toda característica que lo determina como lo distinto y superior a lo natural.

A partir de la perdición se adquiere una ganancia, pero no utilitaria, sino inservible; una desligada de cualquier aspecto económico, moral y social. Lo mismo ocurre con la menstruación, quien la posee se imposibilita de continuar produciendo, suspende las funciones impuestas y se halla así misma en su intimidad, una que la hace consciente de pertenecer a la naturaleza. Pero no se refiere a la naturaleza previamente estudiada por la ciencia, sino la que no logra abordarse de manera absoluta por el discurso científico. En este caso, la naturaleza transgrediría el orden de las cosas, como también la identidad de lo que hace ser una cosa distinta a un sujeto. La naturaleza posee la intimidad de la menstruación y aunque existan diferentes estudios sobre ésta, su esencia continuará oculta, revelándose sólo en quien la experimenta. Siempre y cuando sea consciente que la eventualidad de la menstruación no sólo se manifiesta de forma exterior, sino interior. Dicha revelación se imposibilitará a la menor intención de compartirla o de traducirla. La menstruación en sí misma adquiere sentido en el silencio de la experiencia.

 

 

Bibliografía

 

  1. Bataille, Georges, El erotismo, España, Fabula Tusquets, 2008.
  2. ______________, Lágrimas de Eros, México, MaxiTusquets Editores, 2013.
  3. ______________, Breve historia del erotismo, Uruguay, Ediciones Calden, 1970.
  4. ______________, Teoría de la religión, España, Taurus humanidades, 1998.
  5. Klossowski, Pierre, La moneda viva, España, Pre-textos, 2013.

 

Notas

1 Bataille, Georges, El erotismo, España, Fabula Tusquets, 2008, p. 15.
2 ibídem, p. 54.
3 Bataille, Georges, Teoría de la religión, Madrid, España, Taurus humanidades, 1998, p. 58.

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