Picasso: redistribución del lenguaje desde el otro lado

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Picasso: redistribución del lenguaje desde el otro lado
Picasso, Mujer Desnuda en el Sillón Rojo (1932)

Picasso, Mujer Desnuda en el Sillón Rojo (1932)

I

La lengua se reconstruye en otra parte por el flujo apresurado
de todos los placeres del lenguaje. ¿En qué otra parte?
En el paraíso de las palabras.
Roland Barthes

 

¿Qué es el lenguaje? ¿Qué es la escritura? ¿Es la escritura un tipo de lenguaje? o, más bien, ¿es desde la escritura que encontramos al lenguaje, lo enunciamos, lo creamos? Pero, ¿acaso sólo la escritura es capaz de invocar al lenguaje en su más pura forma, es decir, en su plena soberanía, lejos del dominio y sometimiento de eso otro que comúnmente llamamos lenguaje? Si es así, entonces ¿a qué se refiere Roland Barthes con ese flujo apresurado de los placeres del lenguaje? y ¿cuál es esa otra parte donde se reconstruye? Este incesante cuestionar comienza a llevarnos por sinuosidades donde las palabras resuenan como estruendos que más que aclarar se sumen en el más inmenso silencio. El silencio nos puede dar pistas para abordar los placeres y ese otro lugar donde se reconstruye el lenguaje, pues no se puede aclarar lo que no necesita ser aclarado, sino más bien vivido, sentido, pensado, cuestionado y reinventado. Es en el silencio donde al fin puedo darme cuenta que el lenguaje ha dejado de hablarme a través de su sombra para dejar entrever esa desnudez que nunca se dejar ver por completo, sin embargo, en sus destellos refleja lo desconocido y su infinita posibilidad de devenir en formas siempre nuevas.

Lo desconocido introduce ese flujo apresurado de todos los placeres del lenguaje que lo reconstruye a través, no sólo de la escritura, sino también por medio de la pintura, la música, la escultura, la danza o el cine. Otras formas en donde el lenguaje se vuelca para ser soberano. Formas donde el lenguaje entra en un juego erótico de experiencias singulares que dan cabida a la multiplicidad, la interconexión, el agenciamiento y la desterritorialización de significados dando lugar sólo a lo diferente.

Bajo este preámbulo de ideas esbozo el sentido de este escrito: pensar el lenguaje no sólo desde la escritura sino también desde la pintura. El lenguaje pictórico remite a una experiencia interior que no podría concebirse dejando a un lado lo erótico, lo perverso y la ruptura. Bajo estas tesituras pensemos la obra de Pablo Picasso, un perverso del lenguaje plástico que a lo largo de la historia ha volcado el más febril erotismo, experimentando, creando, reinventando y redistribuyendo el territorio de la plástica y del lenguaje. Inspiración que no cesa de resonar, pues el lenguaje que se vive erótico es anterior a cualquier tiempo, posterior a cualquier moda, permanece porque sólo aquello que es soberano refleja lo más íntimo de la vida.

Picasso, Prostitutas en el bar (1902)

Picasso, Prostitutas en el bar (1902)

Mucho se podría objetar al respecto y sobre ello una serie de cuestionamientos tienen lugar. ¿La pintura constituye propiamente un lenguaje? de ser así, ¿de qué medios se vale para expresar de manera singular un lenguaje autónomo? Y, más aún, ¿cómo desde el silencio puede llegar a ser lo que antes no era? Ante todo la pintura es una fuerza que, más allá de las palabras, expresa objetos y cuerpos (gestos, mirada, olfato, el grito, el baile son también órganos de transmisión) más no en el sentido de un emisor y receptor. Lo que expresa la pintura va más lejos y pareciera estar más relacionado con una experiencia más profunda. Para ello valdría la pena retomar las palabras de Georges Bataille al referirse a la experiencia interior como “la puesta en entredicho (a prueba), en la fiebre y en la angustia, de lo que un hombre sabe del hecho de ser”.[1] Una fuerza que implica ante todo un movimiento propio, un flujo apresurado, donde objeto y sujeto se fusionan para comunicar lo más íntimo del ser, “[…] definiéndose como sujeto el no saber y como objeto lo desconocido”.[2] En esa intimidad, en ese despliegue de intensidades donde angustia y éxtasis contemporizan, la experiencia interior “[…] debe responder de alguna manera a su movimiento, no puede ser una pobre traducción verbal, ejecutable en su orden[3] sino más bien un movimiento donde la representación fiel de formas planas, cerradas y compactas se disuelve: “[…] son los movimientos de una succión sin objeto”[4] que anulan al pintor como proyecto a merced de una finalidad o una meta y, en cambio, potencia un creador de lo no existente donde la línea, el trazo, el contorno y el color se desbordan para ser intensidades extremas que conforman un lenguaje autónomo. La redistribución del lenguaje por medio de la pintura reclama su existencia a partir de la experiencia interior y exige su expresión no por medio de la representación de objetos, sino de la vida que plasma lo más íntimo del ser.

 

II

El arte parece comprometido históricamente, socialmente.
Por eso el artista se esfuerza por destruirlo.
Roland Barthes

Picasso es un pintor erótico en el doble sentido: por vivir la ruptura y, a partir de ella, desconstruir no sólo sus obras sino la pintura que le precede y le sucede, haciendo del tiempo una dimensión anacrónica con significancia propia. En los lienzos de Picasso están ya el Greco, Cezanne, Van Gogh, o Goya, pero también, se perfila el porvenir de Saura, Miró, e incluso cineastas como Godard o Welles. Picasso desgarra la pintura misma, el arte y el lenguaje, al experimentar, y nosotros en su complicidad, un entrecruzamiento entre placer y goce, angustia y éxtasis. No como una sucesión de intensidades sino como potencias paralelas y coexistentes simultáneamente.

Picasso, Acróbata (1930)

Picasso, Acróbata (1930)

 

Tal experiencia no puede ser tomada a la ligera. Barthes lo entiende y, por ello, plantea la diferencia del lenguaje desde el erotismo, pero no desde su significado superficial sino desde el otro lado. Entender el erotismo requiere de una experiencia de ruptura y desgarre; una dislocación capaz de reconstruirse en algo más. En términos de Bataille, el erotismo es el desgarre que expresa lo más íntimo del ser. Pero, como se esbozó anteriormente, lo más íntimo del ser solo se puede vivir desde la más profunda experiencia que desborda forma y contenido. Picasso lleva al límite la expresión de la experiencia humana por medio de una técnica perversa que refleja la más plena libertad de pinceladas sinuosas, impactantes, espontáneas e insistentes. Flujo apresurado del deseo por alcanzar una estética absoluta capaz de expresar en su máxima potencia la fusión de formas sensibles que expresan un lenguaje singular. Las señoritas de Avignon (1907) pudo, o puede, parecer un lenguaje, un cuadro o una escritura sin explicación estética. Al propio Matisse le pareció una obra fuera de tono, un abuso del arte moderno. Pero, ¿no es justamente eso una obra de goce? Una voluntad de pintar lo no pintado que en los lienzos de Picasso se denota como escándalo y desequilibrio de la tradición, desfiguración y desnaturalización de lo establecido. Ruptura de rutas únicas, límites y códigos que invocan una inversión sin la que sería imposible concebir una pintura soberana.

Picasso comienza donde la influencia termina, sus contrastes miméticos marcan un tenor que alcanza una nota más alta de la que está escrita en la pintura. Ruptura de la tradición pictórica clásica que se convierte en una nueva manera de entender de la pintura. Aprender de nuevo, sin modelos, cambiando de gusto, reeducando los sentimientos. Puesta en escena que abre un espacio donde pintor y espectador presienten la ausencia ante la presencia del poder de la expresión, no ya el sujeto, el tema o el objeto sino líneas asignificantes, pulsiones de colores, formas amorfas y sensaciones que expresan la energía del lenguaje pictórico. Ante la obra de Picasso estamos frente a imágenes poéticas que impregnan el lenguaje de una desnudez primitiva despersonalizada, libre de todo significante, pero plena de significancia.

III

[…] espectros, trazos, nubes, necesarias:
la subversión debe producir su propio oscuro.
Roland Barthes

La obra de Picasso sobrepasa cualquier posición temporal o clasificación estética; ésta es ante todo una obra erótica. Sus pinturas son diferenciales, que no cesan de expresar la continúa metamorfosis en que arte y lenguaje devienen en uno mismo. Sus períodos temporales son tan sólo rodeos. Rupturas que en su aparente contradicción traen consigo la impronta de un arte total por venir. Así lo expresan las pulsiones tonales en que cobra vida el azul como un lenguaje que expresa lo más íntimo del ser (la vida, la desolación y la muerte) como La visita (1902) o El anciano judío y un niño (1903); el mundo errante de los circos ambulantes que expresa un lenguaje desterritorializado, vacío de significantes como Niño con perro (1905) o Niña sobre un balón (1905); la oscura línea flexible que manifiesta un lenguaje que interconecta planos principales de colores, dando lugar a figuras-vitrales como Los dos saltimbanquis (1901) y El bebedor de ajenjo (1901); el tratamiento directo, expresivo y austeramente realista de un lenguaje no figurativo que expresa la visión de la vida, el drama y el deseo sexual de los cabarets como Frenesí (1900) Prostitutas en el bar (1902) o; la forma desnuda del lenguaje que capta las diferentes intensidades del cuerpo, los sentidos y la conciencia como La danza de los velos (1907) o Desnudo en un paisaje (1908). Todas estas formas fusionan pintura y lenguaje. Diferenciales en constante transformación. Poesía donde objetos y personajes se fusionan en un ritmo espacial, sin temporalidad, permitiendo que imagen y lenguaje se reconstruyan en una infinidad de asociaciones inesperadas que expresan un arte inacabado, un arte siempre por venir.

 

Picasso, La danza de los velos (1907)

Picasso, La danza de los velos (1907)

Picasso ha dejado de hacer figuras que siguen un modelo de representación. En lugar de ello, sus obras son modelos para armar. Espacio operativo donde las formas se expresan libres y donde el lenguaje plástico tiene la posibilidad de ser por sí mismo. Una obra que apela por un espectador despierto, no pasivo, contagiado por el deseo de experimentar las formas en su más nítida presencia, desmenuzándolas minuciosamente. Deseo que arrastra consigo la eterna coexistencia entre el placer y el goce, sin la cual sería imposible hablar de un lenguaje.

Retomando las principales ideas de este escrito y haciendo eco al pensamiento de Bataille en torno a la experiencia interior y, a la postura de Barthes en relación al erotismo, el placer y el goce, vemos desde una perspectiva, si no clara, al menos crítica que la obra de Picasso se impone como un arte y un lenguaje heterogéneo que se concibe desde el horizonte vacío del mundo, desde la suspensión del saber. El otro lado donde deviene una conciencia primitiva sin la influencia de la estética de la academia y donde predomina un aparato corpóreo listo para ser explorado. Un arte que se vive como un lenguaje desarticulado, erótico y que, a partir de la ruptura del código, la regla o la norma, puede ser redistribuido incesantemente.

 

Bibliografía 

  1. Barthes, Roland, “El placer del texto”, en El placer del texto y Lección inaugural, trad. de Nicolás Rosa, México, Siglo XXI, 2000.
  2. Bataille, Georges. “Esbozo de una introducción a la experiencia interior”, en Para leer a Georges Bataille, trad. Glenn Gallardo, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.

 

Notas

[1] Bataille, Georges. “Esbozo de una introducción a la experiencia interior”, en Para leer a Georges Bataille, trad. Glenn Gallardo, Fondo de Cultura Económica, México, 2012, p. 90.
[2] ibídem, p. 96.
[3] ibídem, p. 92.
[4] Barthes, Roland, “El placer del texto”, en El placer del texto y Lección inaugural, trad. de Nicolás Rosa, México, Siglo XXI, 2000, p.13.

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