¿Qué es el pesimismo?

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¿Qué es el pesimismo?

Autora: Amy Judd

 

I. El pesimismo como cuestión filosófica

Todos hemos oído hablar del pesimismo aunque, a decir verdad, el concepto de «pesimismo» no es un término muy visto por filósofos. En la escena filosófica del presente no se ha llegado a conquistar como «filosofema» de interés. En general, se puede afirmar que el «estado de la cuestión» de la noción de pesimismo está deficitario en sistematizaciones, pero no en apelaciones. Por ello, parece pertinente proponer una intervención racional a varios cuestionamientos como: si a juicio de Ferrater Mora el problema del pesimismo «es todavía uno de los «problemas vírgenes» […] que afectan de un modo muy fundamental a la comprensión de la existencia humana» [1], ¿por qué razón no se cuenta como uno de los problemas directrices de la filosofía actual? ¿Qué alcance tiene el pesimismo dentro de la filosofía? ¿Cuál es el papel que juega dentro la existencia humana? ¿Cómo considerar el pesimismo dentro del contexto del hombre de hoy día?

Con ello, no se trata de crear una postura ante el pesimismo, con titularidad y protagonismo, sino de esbozar una posible vía de entendimiento. El objetivo es velar por las notas esenciales que definen el pesimismo. Por ello se gozará la crítica de las diversas interpretaciones del pesimismo al plantear los sentidos del concepto. Sugiero con esta pauta no brindar una alternativa psicoterapéutica (de relevancia clínica), ni tampoco ofrecer una «meditación sobre la vida» (estilo Nozick). Aquí conviene advertir que tanto la doxografía como la caracterología del pesimista no tienen una unidad referencial. Pero esta atribución no impide hacer nuestro planteamiento. Lo que sí damos por supuesto es que el pesimismo incide en los campos de la Idea de Hombre, Mundo y Dios. Las implicaciones de esta tesis nos permiten exponer y comprender la naturaleza de los diversos pesimismos. Porque la idea de pesimismo conoce de la problematicidad del hombre cuando vive y cuando muere. Esta es una de las principales razones para elevar a rango de «cuestión filosófica» el pesimismo.

Autora: Amy Judd

 

Este trabajo se divide en cuatro partes: concepciones de pesimismo, significado material del pesimismo, relaciones que hay entre pesimismo y el presente actual y una conclusión. Cabría advertir, que, a toda vez que este trabajo tiene un carácter germinal, en todo momento hemos tratado de ejercitar una filosofía crítica [2]. Bienvenidos.

Autora: Amy Judd

 

II. Las concepciones del pesimismo

De entrada, el común denominador que la «filosofía vulgar» apunta en relación al pesimismo, refiere que se caracteriza por ciertos fenómenos, creencias, experiencias, ideas y/o cosmovisiones asociadas a la pérdida de esperanza, a la falta de alegría, al desánimo, o incluso a la discapacidad –anímica y conductual– para «sonreírle a la vida». Ciertamente, las acepciones denotativas del pesimismo parten de una base forjada por determinada «condición humana» (antropológica, ontológica y conductual). Quien cantare «La vida no vale nada» (inspirándose en una famosa canción mexicana) está constatando algo que lo hará pasar por pesimista. Por lo que sabemos, el significado más próximo de esa expresión sugiere que la vida puede dejar de valer algo. En el sentido de intuición, la enunciación pesimista, al fin y al cabo, implica es un concepción del mundo (que en casos impensados es mera petulancia llena de incoherencia entre lo dicho y lo hecho). Esta idea haría digno de mencionar que los problemas del hombre se inscriben en la desilusión, decepción, estrés, frustración, desesperación, desazón, depresión, angustia, etc. Llevado a sus últimas consecuencias, el pesimismo pudiera ser reducido a esos puntos. Pero, debido a la ampliación del tema, conviene presentar las concepciones de uso corriente del pesimismo (incluida la definición de la RAE). Veamos la siguiente lista que no tiene afanes de holismo pero corresponde a ideas y concepciones utilizadas hoy día [3]:

(1)  El pesimismo como antónimo (o antítesis) de optimismo y meliorismo.

(2)  El pesimismo como forma de conducta que juzga sólo lo más desfavorable.

(3)  El pesimismo tiene que ver con la irrealización de la felicidad de los seres humanos.

(4)  Pesimismo como doctrina de la «negatividad» de la realidad (polariza la negación de un principio de certeza en sentido ontológico, ético y epistémico).

(5) El pesimismo es todo aquello que tiene que ver con el «mal» (entiéndase, el mal «para el hombre»).

Con ello, conviene subrayar el hecho de que sean definiciones reales y no sólo nominales. Como se ve, habría que analizar toda una gama de concepciones. Pero, sobre todo, se tendría justificada razón para cuestionar si es posible un concepto global (totalizante) de pesimismo. Más que hablar del pesimismo habría que hablar de los pesimismos. Y entonces es necesario enfrentarse a la posibilidad de clasificar las partes del pesimismo. Pero como ocurre que cada criterio clasificatorio puede tener una virtualidad propia, es necesario optar por una distinción genérica que parta del «campo semántico» del pesimismo (que lleva a situaciones históricas, culturales, ideológicas, muy variadas). Un criterio que proponemos ad hoc es distinguir entre «pesimismos mundanos» y «pesimismos metafísicos». Si nos atenemos (de momento) a esta distinción, tendremos dos grupos o clases con modulaciones y situaciones propias:

A) Pesimismo mundano (o cósmico) que asume situaciones específicas y concretas del ser humano que le generan como resultado determinado «malestar».

B) Pesimismo metafísico (o metacósmico) que asume radicalmente que el universo es el peor posible y el mundo una manifestación irracional cuyo desarrollo de la conciencia (en sentido idealista) conduce a un dolor absoluto.

Esta propuesta tiene detalles: uno es que haya tantas ideas ajenas a la filosofía en sentido estricto que se superponen al significado del pesimismo (no a nivel empírico sino a escala conceptual), y otro es que haya puntos de intersección entre las dos clases de pesimismos (por ejemplo la interpretación cristiana según la cual el hombre se haya caído por naturaleza). Las situaciones de A, por ejemplo, son muy frecuentes. Porque engloba los pesimismos que se dan a escala del «reino del hombre».

 

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Entendemos por ello, los pesimismos relativos a la sociedad, a la política, a la ciencia, a la tecnología, a la historia, etc. La tendencia pesimista mundana es relativa por completo a algo. La situación B, en cambio, sitúa el pesimismo –por así decir– más allá del mundo. Posturas como la Eduard Von Hartmann lo aclaran. Dice este autor que habría sido preferible que el mundo no existiese dado que su existencia se debe a un acto irracional [unvernünftiger Act]. A esta concepción metafísica del pesimismo se debe agregar la filosofía heredada por Schopenhauer que, sin concesiones, consideraba: «toda vida es dolor». Toda experiencia subjetiva se desenvuelve al filo de una voluntad enfrentada al deseo. Ciertamente así de provocativo es Schopenhauer. Pero, dejando a los autores, nuestro interés es otro: ¿cómo entender el pesimismo? ¿Qué significa? Pese a que la aproximación puede interpretarse –desde una perspectiva emic y no etic– con cínico humor negro no optaremos por hacerlo.

 

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III. El significado del pesimismo

La parte anterior nos puede introducir a la cuestión de si el pesimismo es un rasgo distintivo o implica un rasgo constitutivo del ser humano (independientemente de su cultura). Ante todo, hay que subrayar que el significado del pesimismo tiene muchas versiones. Muchos parten de una definición nominal. Y cuando defino al pesimismo como la opinión de los piensan que todo es pésimo, el definiendum refiere circularmente a la propia definición. Pero si se busca definir el pesimismo en sentido material (materialista) hay que cumplir requisitos, como: referencia predefinicional, universalidad, conexividad y operatoriedad [4]. Todas ellas no significan otra cosa sino que una definición debe tener elementos previos a su definición, tener una estructura capaz de totalizarse, contener la posibilidad de saber si es capaz de conexionar o no, y contener las bases para operar con ella. Así, consideramos que las definiciones (1), (2), (3), (4), (5) son definiciones incompletas. Las notas esenciales del pesimismo –desilusión, desconfianza, infelicidad, desconsolación, negatividad– no son mera retórica: designan algo directamente fenoménico descubierto en la inmanencia de un contexto antropológico. A la luz de este punto las raíces del pesimismo hemos de buscarlas en un campo de fenómenos ontológicos humanos (antropológicos, conductuales).

 

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Siguiendo con lo dicho, es evidente que el significado del pesimismo debe emanar del «campo antropológico». Porque el pesimismo responde a un constructo antropológico. Los animales no pueden considerarse pesimistas, ni Dios, cuya existencia no se predica desgraciada. Así pues, el pesimismo tiene una relación con la idea de Hombre, pero también se relaciona con la Idea de Mundo y Dios. Desde nuestro punto de vista, el pesimismo apela invariablemente a ideas y situaciones como: destino, presencia, límite, sentimientos, soledad, etc. Definitivamente implica múltiples subtemas multiformes y heterogéneos. Las nulas condiciones de univocidad generan diversas doctrinas que se pueden tomar de referencia. Para corroborar esto, nos permitimos citar varias posturas: «pesimismo optimista» (Voltaire, Holbach), «pesimismo realista» (Spengler), «pesimismo alegre» (Vasconcelos), «pesimismo combativo» (Pessoa), «pesimismo ilustrado» (Kant, Finkielkraut), entre otros. Lo que dejan ver esas expresiones, entre tanto, es su imbricación con grandes filosofemas.

 

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En todo caso, es posible determinar el significado del pesimismo con una crítica materialista de referencia. Siempre que entendamos el pesimismo como cuestión filosófica resulta capital problematizar (aplicado, en particular, a las clases de pesimismos cósmicos o metacósmicos) la interpretación tradicional del pesimismo que la asume como parte de la «condición humana». Desde luego que esta línea subjetivista «atraviesa» las definiciones de arriba. El inconveniente es no conocer todas condiciones que hacen algo «humano». Sin embargo, consideramos que todo pesimista, en condición entitativa, es un ser humano (así sea cristiano, judío, musulmán o laico) que afronta su «estar en el mundo». Por lo tanto, ya desde la etimología de «peor» podemos estar de acuerdo con Cioran [5] en tanto que el pesimista es alguien que compromete su vitalidad. Y justo por eso afirmamos que la actitud pesimista no puede mantenerse al margen de una dynamis. Por supuesto que hay faces en la actitud pesimista. Igual, el pesimismo no puede pensarse sin tomar en cuenta «situaciones vitales» que substancian los sentidos de la vida. Pensemos en el fracaso: «el hombre es el único ser que fracasa» [6], decía Nicol. Esta afirmación excepcional descubre un vínculo con la «libertad». En el pesimista se aloja la aptitud para imprecar su presente y futuro. El pesimismo cobra significado cuando nuestra autodeterminación tambalea o no halla garantía en nuestros actos decisionales. Incluso esto último hace patente un correlato asociable al pesimismo: de la angustia por la elección. Pero, dicho así, el nexo existencialista, junto a la «psicopatología clínica» (en cuanto la conducta pesimista es fulcro de diversos trastornos psiquiátricos), serían convidados del pesimismo. De verse así, habría que presentar a la P.B.I.U. o al «constructivismo radical» u otro como vías subalternas que nos hablan del pesimismo de la vida. Sea como sea, para nuestros efectos sólo habría subrayar que el pesimismo –previo al despliegue metafísico– se comprende en la vida. Siempre hay una coincidencia situacional con la vida. En virtud de esa circunstancia, las personas pesimistas se muestran tendentes a dar pronósticos peculiares «de suyo»: los cuales llevan al desistimiento y al desasimiento del disfrute (unos dan con el suicidio y otros siguen en la pose). Bajo esa forma se constituye la pugna interior (personal) con el porvenir, con nuestro «destino».

Ahora bien: en cuanto a su definición real, negamos que el pesimismo sea un concepto categorial o una filosofía per se. ¿Qué es entonces? Incontrovertiblemente, el pesimismo es el superlativo de pésimo y pésimo es la adjetivación de malo. Como concepto, el pesimismo no sale de la mente de Dios ni de la «conciencia trascendental pura». Hay que concebir el pesimismo en terreno material. En este sentido, habría que estimar la derivación psicológico-etológica del pesimismo. Se dice que «uno es pesimista cuando no le va bien» o que «es una cuestión existencial». De allí volvemos a estimar que el pesimismo se proyecta en sentido ontológico y recubre un momento de vida en una postura (mundana o metafísica), con mayor o menor duración, del ser humano en el mundo. El pesimismo es una respuesta a situaciones desfavorables que conservan la vida individual y aún más que privan de algo (amor, salud, empleo, etc.) a nuestro «plan de vida». El pesimismo no es mero extrañamiento del mundo; realmente subvierte el subsistir individual y colectivo (no es causa sui).

 

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Cuando los planes y programas personales reciben un inconveniente se vulnera nuestra autodeterminación. En el proceso de subjetivación en el mundo hay antagonismos que atentan la «esfera de vitalidad» (la que hace tomarse las cosas alegremente). La inclusión de los negativos como pesimistas hace extender una aptitud con una idea. Resulta característico que el pesimismo se identifique con la «negatividad» [7]; sea contrario al «meliorismo» (según el cual el mundo puede mejorar); y polarice las teodiceas que evitan desesperar ante la existencia del mal. En la pregunta por el fundamento del pesimismo no cabe formase juicio de que sea un acto teorético. ¿El desafío del pesimismo vendrá acaso en la consigna de Jaspers de «experimentar el Ser en el fracaso»? Aquí el pesimismo implica una situación límite en busca de un Absoluto. Esta idea podemos ubicarla como resultante de la intersección entre las clases A y B antes citadas. El pesimismo como cosmovisión, así y todo, supone que «visión del mundo no es una simple consideración o contemplación del mundo» [8] sino que es una postura, un ethos.

 

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Así visto, al preguntarnos por los propósitos del pesimismo no conviene acarrear la respuesta simplista de que resulta, como dice un refrán, por «querer todo a pedir de boca». En tanto que la irrealización del deseo tornasola el pesimismo, los rastros de fatalismo en el pesimista barruntan la preocupación por el destino y el deseo. El querer humano aviva el pesimismo. Prácticamente, el rasgo psíquico-conductual de la falta de motivación es la base que se proyecta –y socializa– como indicio de pesimismo. He allí una visión del mundo. Por tanto, ¿cómo conceptualizar el significado del pesimismo? Pues como una respectividad con la existencia a toda vez que materialmente supone una escala de fenómenos antropológicos (soledad, desconfianza, enfermedad) y sociales en su relación con el individuo (a nivel sub specie personae). Así mantenemos la referencia predefinicional con el individuo corpóreo y conductual, que puede ser universal a las postulaciones de la idea de pesimismo. La operatividad de esta definición puede conexionar con otras situaciones de cuño psicológico-etológico (ej.: la depresión conexiona con una actitud pesimista). Bajo este esquema, incluso podríamos sugerir el contraste con el optimismo –en léxico de Adorno– a partir del «estadio predialéctico» del pensar: cada cosa tiene dos caras. En la recurrencia del yo con el mundo se da este descubrimiento. Así el dominio del pensamiento pesimista no se cierra a una crisis interior (mental, en el «fuero interno»). Pero sí, la apertura al mundo se convierte en el punto de inflexión y reflexión donde se presenta y representa la realidad del pesimismo.

Aunado a lo anterior, es interesante mencionar que la representación del pesimismo abarque diversos campos del «espacio antropológico». En literatura el retrato del dolor se ha recreado en multitud de autores cuyas expresiones podrían dar lugar a la «objetivación» del pesimismo. Desde Hesíodo («mil diversas amarguras deambulan entre los hombres: repleta de males está la tierra», Los Trabajos y los días, 100) hasta Leopardi, Pessoa, Caraco y más. Jerphagnon mostró los autores que han manifestado quejas, suspiros y decepciones que nos revelan pesimismo [9]. Fueron pesimistas no sólo a nivel etnopsicológico. En donde sea vemos distintos pesimismo: en Europa, en Asia (los sabios del Indostán o de China), en Latinoamérica (ej.: la poética de Nezahualcóyotl al hablar del tiempo o cahuitl). Desde luego el arte pictórico ha protagonizado profusas expresiones dolientes y derrotistas. Pasa lo mismo en la representación musical. Y en última instancia, no debiéramos olvidar la Historia, pero sólo en su veta de desencanto y frustración por sucesos históricos resultados de procesos, planes y programas sociopolíticos. Digamos que todos esos botones de muestra se «ajustan» a un pesimismo universal, aunque esos mismos materiales no digan qué es lo peor, y aun más que sea transversal (ad hoc). A pesar de ello, hay que reconocer que, al argüir la figura del pesimismo, hay una unidad por cuanto, en general, existe una concatenación temática (no sólo nominal) en las representaciones. Pero no una identidad unívoca. Lo que a este respecto falta –insisto– es el juicio filosófico de que, en definitiva, y sin perjuicio de la «doctrina del pesimismo» que se tenga, el pesimismo está segregado o intercalado con cuestiones relativas a las Ideas de Hombre, Mundo o Dios.

 

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IV. El pesimismo y nuestro presente

Es un lugar común admitir que nuestro presente está lleno de crisis, malestar, sinrazón y desesperanza. Y más específicamente, que «a nuestro país se lo está llevando la chingada» [sic]. Es evidente que esto supone –in media res– una relación con el pesimismo. En realidad, diríamos que en la sociedad mundial de los más de 7 billones de habitantes –al 2017– hay muchos pesimistas. Como tal, socialmente hay afectaciones de violencia inocultables. Tan sólo los índices recientes de Paz en México remachan un panorama preocupante. El discurso federal referente a la «calidad de vida» insiste en la igualdad de oportunidades. Pero hay notoria desigualdad. Junto a la infrahumanizacion de un grueso poblacional que no puede satisfacer ni siquiera sus necesidad materiales para vivir. El punto de llegada de los diagnósticos de la «sociedad del riesgo mundial» (Beck), la «sociedad del cansancio» (Han), la «sociedad líquida» (Bauman), etc. impresiona por su grado de incertidumbre. Y es que hay multitud de situaciones actuales (individualismo, racismo, neocolonialismo, economicismo, tecnocracia, «necropolítica», etc.) que vigorizan la realidad de una sociedad apesadumbrada. Ante lo cual, no habría que responder con una sombría «estética de la tragedia» [10]. El punto es: ¿existencialmente qué capacidad tiene para afectar nuestro ser y estar en el mundo? Si bien, los intentos para no «estar de pesimista» suelen fundarse en distintas alternativas (como la inclinación psicosocial por los «clubs de optimismo», los «centros de bienestar e inteligencia emocional», el «coaching ontológico») cuya su misión es «enseñar a ser felices» (?), «evitar la depresión», «conocernos a nosotros mismos», etc. no aminoran el problema de fondo: ¿qué está ocurriendo con la vida del hombre actual? Esto conduce, directamente, al milenario problema del «sentido de la vida». Los imaginarios colectivos son muy complejos, pero, para acotar, parece obligado referir un asunto capital: ¿la vida actual concibe dicho sentido o acaso ha asumido –parcial o totalmente– el sinsentido por efecto del «nihilismo europeo» (en el entendido de que es un chivo expiatorio de muchos problemas)?

En cualquier caso, en determinadas situaciones sacadas de la vida cotidiana, existe una gran contradicción entre la promoción de la felicidad, el bienestarismo pregonado por el Estado, y la creciente transgresión al bienestar social (v.gr: decadente salud mental, suicidios, feminicidios, etc.). No es una contradicción trivial. Sabemos que la felicidad es un bien por el que se preocupan todos (hasta a los empresarios). Bueno [11] denunció esta mitificación oscurantista de la felicidad. No es que sea un «metarrelato» ideológico sino que, por causas determinables, la felicidad se convirtió en algo capitalizable. El marketing la tomó como combustible de tensión emocional en sus objetivos (parte que Adorno y Horkheimer [12] con justeza criticaron). Estamos ante una sociedad que está sitiada como ha estudiado Bauman [13]. Para hacerse idea de esto hay varias pruebas: consumismo, crisis de la individualidad, avidez de novedad comercial, la desconfianza de lo político, etc. etc. En este sentido no sólo tiene vigencia lo Lukács llamó la ideología pesimista (corresponde al poder burgués que es capaz de generar y degenerar, él mismo, «el» sentido de la vida), sino que también con el fenómeno recién bautizado como post truth. Por mucho racionalismo que se aplique a la construcción de diagnósticos sucede que la opinión pública genera más atención que los propios hechos.

Autora: Amy Judd

 

En tales circunstancias, consideraciones sociales dirán que los días malos del presente (cósmico-antropológico) son tiempo de crisis –y no tanto de transición. Por eso, no debemos minimizar los panoramas mundiales divergentes sobre la «organización». Huse y Bowditch, por ejemplo, caracterizan el panorama pesimista como el expuesto por Orwell donde el control sobre el individuo y la sociedad son cada vez más severos (v.g. criminalidad trasnacional, espionaje, supercontrol, etc.). Desde esta perspectiva organizacional, el análisis del pesimismo tiene en cuenta la sensación de desamparo, alienación e inutilidad al contemplar las organizaciones actuales (universitarias, industriales, etc.). Sin embargo, este panorama se contrapone al panorama optimista según el cual las estructuras organizacionales del futuro serán mejores [14]. Entonces, surge el problema de explicar el alcance de estos dos panoramas mundiales (¿qué tiene que ver el control con la «revolución superindustrial»?). Seguramente la naturaleza sustantiva de lo que significa el «panorama» juega un papel importante en la determinación de los pesimismos en los dominios del presente. ¿Interesa comprender o describir? ¡Oh, lioso problema! Cierto es que los pesimismos mundanos (o cósmicos) constatados en situaciones «concretas», de algún modo se ven reforzados con pesimismos metafísicos. Posiblemente, la clave esté en lo que es el ser humano: un estado de continua oscilación. Decía Uranga al estudiar la mexicanidad que en el hombre «lo definitivo es la oscilación, lo concreto, la ambigüedad» [15]. Y en general, podemos decir que el pesimismo es dinámico (funcional, si se quiere). Respecto a la metafísica y ontología del pesimismo, cuando es considerado un elemento actualizable (materialmente), significa que se reconstruye en función de las categorías dadas. Por ejemplo, el pesimismo político se actualizará en la medida que los «derechos político-electorales» se desprecien. Téngase en claro que la dinámica pesimista en Hesíodo es igual –mutatis mutandis– a la de un ciudadano mexicano con signos de pesimismo cínico que dice: «¿qué importa mi país si está bien chingado?» Es una relación con el mundo que, sin duda, termina siendo nutriente de una concepción totalizadora del mundo. Dicho lo cual, pensamos el pesimismo con un alcance no sólo etic (respecto al sector enfocado) sino también emic (respecto a la intención del agente). Y de continuo los problemas categoriales (sociales, industriales, educativos, etc.) que conocemos hoy día no están a salvo –son vulnerables– de la acusación etic de diagnósticos pesimistas emic.

Así pues, el «reconocimiento explícito» del pesimismo en nuestro presente, no como una idea común y corriente sino como determinada por las operaciones, planes y programas (teleológicos) del ser humano, ha de superar su mera mención para empezar a ver cómo se codetermina por otros principios lógicos, éticos y/o «epistemológicos». Acción que puede templar las machacantes ideas generatrices de la «opinión pública» respecto a nuestro preciso punto en la historia del presente. A pesar de ello, nada de esto debe confundirse con la redención del pesimista (por cualquier vía: religiosa, psicoterapéutica, deportiva, sexual). Por muy optimista que alguien sea, y dé la estadística psicosocial de que el 65% o 75% de una sociedad es «feliz», no obstante, lo importante es razonar el supuesto desde donde interpreta el «supuesto de la felicidad» y el «supuesto de la infelicidad».

Autora: Amy Judd

 

V. Conclusión

Por último, volvamos a nuestra situación inicial. Una vez que ya se ha visto que el pesimismo tiene que ver con un quid filosófico y, más aun, con la idea de Hombre, resultó útil dividir las interpretaciones a las que da lugar el pesimismo en dos categorías: 1) mundanas o cósmicas y 2) metacósmicas o metafísicas. Con ello, incapaces de mencionar todo tipo de pesimismo, se aclararon clases y subclases de pesimismos. Esto depende de la respectividad a la que se refiera. Discutimos también el significado del pesimismo y su relación con nuestro presente. Ahora debemos platearnos cómo abundar en el asunto: si serviría acudir a la neuropsicoinmunología, la psicología comparada o incluso la fenomenología (por ser presta al análisis de los estados de ánimo); si serviría formalizar las opiniones pesimistas desde una lógica doxástica para ser vistas con más exactitud; etc. La suplencia en la deficiencia de la exposición de nuestro tema, ayudará a cribar la doxografía relativa al pesimismo en futuros tratamientos filosóficos. Concluimos, pues, con una llamada de colaboración ante el concepto que hemos tratado. ¡Y así sea! ¿Pues qué aspiración tendrá la «filosofía académica» para abordar esta cuestión ante la concentración de diversos elementos antropológicos, ontológicos, sociológicos y etológicos? En todo caso, ya la ocasión es buena para preguntar si este ensayo no cuestiona la visión oracular de que necesitamos de un «mundo mejor» sin antes ver todo lo que implica.

 

 

Bibliografía

  1. Ferrater Mora, José, Diccionario de Filosofía, Tomo III, 1ª ed. revisada, Ariel, Barcelona, 1994.
  2. Bueno, Gustavo, ¿Qué es la filosofía?, Pentalfa, Oviedo, 1995.
  3. Cioran, Emil M., En las cimas de la desesperación, trad. Rafael Panizo, Tusquets, México, 1991.
  4. Nicol, E., Psicología de las situaciones vitales, FCE, 2ª ed., México, 2013.
  5. Adorno, Theodor, Minima Moralia, Taurus, Barcelona, 1987.
  6. Heidegger, Martin, Introducción a la filosofía, trad. Manuel Jiménez, Cátedra, Madrid, 2001.
  7. Jerphagnon, Lucien, Elogio del pesimismo, Barril & Barral, Barcelona, 2010.
  8. Philonenko, Alexis, La filosofía de la desdicha, Tomo 1, Taurus, México, 2004.
  9. Bueno, Gustavo, El mito de la felicidad, Ediciones B, Barcelona, 2005.
  10. Adorno, Theodor, Horkheimer, Max, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, 1ª ed., Madrid, 1994.
  11. Bauman, Zigmund (2004), La sociedad sitiada, FCE, México.
  12. Huse, Edgar, Bowditch, El comportamiento humano en la organización, SITESA, México, 1986.
  13. Uranga, Emilio, “Optimismo y pesimismo del mexicano”, Historia mexicana, n° 13, Vol. I, 1952.

 

Notas

 
[1] José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Tomo III, 1ª ed. revisada, Ariel, Barcelona, 1994, p. 2771.
[2] Cfr. Gustavo Bueno,¿Qué es la filosofía?, Pentalfa, Oviedo, 1995.
[3] Resulta interesante hacer ver que la presencia de la palabra «pesimismo» haya tenido un repunte en la mitad de siglo XX. Véase en N-gram Viewer los registros del término: https://books.google.com/ngrams/graph?content=pesimismo&year_start=1800&year_end=2000&corpus=21&smoothing=3&share&direct_url=t1%3B%2Cpesimismo%3B%2Cc0
[4] Corresponden a requisitos tomados del materialismo filosófico de Bueno para dar una definición material.
[5] Emil M. Cioran, En las cimas de la desesperación, trad. Rafael Panizo, Tusquets, México, 1991, p. 202.
[6] Eduardo Nicol, Psicología de las situaciones vitales, FCE, 2ª ed., México, 2013, p. 80.
[7] Es cierto que Adorno hubiera reconducido el tema insistiendo en la negatividad como razón de una «ciencia melancólica» (contradistinta a la gaya ciencia estilo Nietzsche). Vid. Theodor Adorno, Minima Moralia, Taurus, Barcelona, 1987.
[8] Martin Heidegger, Introducción a la filosofía, trad. Manuel Jiménez, Cátedra, Madrid, 2001, p. 247.
[9] Cfr. Lucien Jerphagnon, Elogio del pesimismo, Barril & Barral, Barcelona, 2010.
[10] Como propone con interés filosófico Alexis Philonenko, La filosofía de la desdicha, Tomo 1, Taurus, México, 2004.
[11] Cfr Gustavo Bueno, El mito de la felicidad, Ediciones B, Barcelona, 2005.
[12] Cfr. Theodor Adorno, Max Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, 1ª ed., Madrid, 1994.
[13] Zigmunt Bauman, (2004), La sociedad sitiada, FCE, México.
[14] Edgar Huse Bowditch, El comportamiento humano en la organización, SITESA, México, 1986.
[15] Emilio Uranga, “Optimismo y pesimismo del mexicano”, Historia mexicana, n° 13, Vol. I, 1952, p. 397.

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