Un margen, lo imposible de decir

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Un margen, lo imposible de decir

MONDRIAN, EL MANZANO FLORECIENTE (1912)

Resumen

El presente ensayo plantea el asunto del margen en psicoanálisis como aquello que resulta imposible de decir; prosigue los planteamientos psicoanalíticos de Freud y de Lacan en los márgenes del lenguaje y del pensamiento, bordeando el silencio como ese resto inasimilable, imposible de eludir, pero también, imposible de aludir directamente.

Palabras-clave: silencio, margen, palabras, Freud, Lacan.

 

Abstract

This essay raises the issue of margin in psychoanalysis as that which is impossible to say; continues the psychoanalytic approaches of Freud and Lacan in the margins of language and thought, bordering on silence as that unassimilable rest, impossible to avoid, but also, impossible to allude directly.

Keywords: silence, margin, words, Freud, Lacan.

 

Las enfermedades ya de día ya de noche van y vienen a su capricho entre los hombres acarreando penas a los mortales en silencio, puesto que el providente Zeus les negó el habla.
Hesíodo, Trabajos y Días

 

El silencio no siempre concierne a la dificultad de decir, dificultad asistida por la prohibición; una de las vertientes de la ley que se cierne sobre la palabra y sus efectos. Esta vertiente de la ley está articulada por la palabra, en el entendido de que no cesa de decir. Bajo esta premisa, si algo no puede decirse, si el silencio abarca el borde de su espacio, sus confines, el silencio nos confina en sus entrañas, desde donde recurrimos, como recurso, a la escueta expresión: “no  hay palabras para decirlo”. Sin embargo, decimos que la palabra no deja de decirse, no obstante que enfatizamos con ella la dificultad que surge al pretender decir algo y carecer de las palabras para hacerlo. Quizá, eso sea algo que no pueda decirse, y por otra parte puede ser algo que no deba decirse. Que aun teniendo las palabras, de eso, no se debe hablar. Siendo específicos tenemos dos vertientes, un “no” que corresponde al ámbito de la prohibición, y por otra parte, un “no” que proviene del ámbito de lo imposible. Del espacio donde la imposibilidad teje su margen y se cierra en sí misma.

Ante ciertos eventos, luego de recurrir a la lógica, afirmamos que hay cosas, sucesos, que no pueden ser. Por ejemplo, el estruendo del relámpago nunca es anterior a su intempestivo destello, al breve instante de resplandor lumínico. En tal caso, aseveramos que una cosa no va sin la otra, y la antelación del desagarrado trueno no es factible, pero no porque esté prohibido que lo sea, sino porque en la secuencia física es imposible que eso suceda. Así, cuando hablamos y algo no puede decirse, en ocasiones suele ser por una imposibilidad que concierne a la estructura del lenguaje, a algo etwas que se ha introducido por medio del lenguaje y es imposible de decir. Una imposibilidad que descubre la dimensión de imposible que adviene por la entrada del orden simbólico. Nos referimos a un imposible simbólico que depende de la postura subjetiva en la que cada quien se sostiene. A los efectos del orden simbólico que se muestran según la postura, la posición que uno establezca como propia. Entonces, este imposible que señalamos, no procede del orden de lo natural, proviene del orden simbólico, del orden de la palabra y el lenguaje, y que adquiere un matiz singular, pues en este caso sería un efecto de la palabra, incluso sobre lo real.

Para proseguir con el despliegue de esta idea, es necesario recurrir a algunos planteamientos de Sigmund Freud y de Jacques Lacan, sobre todo para encontrar en el contexto del psicoanálisis los argumentos que sean suficientes en sí y nos permitan acercarnos a la conformación de una ley que no solo de cuenta de lo concerniente a la prohibición, sino también a lo imposible. Y, en particular, a ese imposible que no obstante serlo, cuando deviene resulta incomprensible, y lleva a que alguien en el contexto de la clínica a decir: es imposible que me sucedan estas cosas o no tengo idea de qué sea eso. Sin descartar que ambas frases puedan venir luego una pregunta acerca de ese imposible, como una manera de restablecimiento de lo simbólico.

PINTURA DE VICENTE ROJO

Freud a través de una propuesta que engloba en la metapsicología, esclarece el funcionamiento de la represión, pero al mismo tiempo, este esclarecimiento devela su complejidad. Nos referimos a los dos momentos de la represión y específicamente al primero. Propuesta que en ocasiones es excluida en el psicoanálisis bajo la premisa de que todo lo que esté indicado como primario en Freud, debe ser descartado. Considerando la inclusión, es necesario destacar que, más que abordar el proceso de la represión, se trata de dar cuenta de la consecuencia, de los efectos, de ese primer momento de la represión. Al respecto, el primer momento de la represión, urverdrängun, se lleva a cabo en el momento en el que al representante de la pulsión se les impiden Versagung su traducción a otro sistema (Prcc), porque su traducción, por sí misma, sería causa de displacer. Esta propuesta destaca la existencia de un sistema ajeno a la traducción, a la puesta en palabras, al sentido  con el que la conciencia y la acción del yo tratan a las representaciones. El rehusarse a decir Versagen, lo que clínicamente Freud llama represión Verdrängung, responde a un motivo: “una desligazón de displacer que se generaría por la traducción, como si este displacer suscitara una perturbación cognitiva que no permitiera el trabajo del traductor”.[1] Es el displacer quien suscita una perturbación en yo, no el paso de una instancia a otra. Asimismo, esta perturbación va más allá de la perturbación: impide el trabajo del traductor y, en consecuencia, la traducción misma. Su existencia sólo tiene sentido por un registro que no está cruzado por la significación, ya que el proceso se sostiene frente a una inscripción no traducida. Desde esta perspectiva, la represión surge como un hecho-del-lenguaje que recae sobre las representaciones, propiciando una fijación Fixierung de éstas en el inconsciente.

Años después, en el contexto de la Metapsicología (1914), Freud continúa con la idea de la participación de una Versagung que acompañe al proceso de la represión Verdrängung. Y con esto, la instauración de un proceso que se lleva a cabo en una etapa previa al juicio adverso Verurteil, lo que propicia una represión sin la intervención de éste, una represión originaria Urverdrängung que se caracteriza por el impedir, el rehúsarse a decir Ver-sagen en otra instancia, a la agencia representante de la pulsión (Vorstellungs-) Repräsentanz des triebes. Aquello que por su enlace con el placer Lust que despierta lo sexual, en la incitación pulsional Triebregung, permanecerá al margen de la traducción: “La condición de la defensa patológica (represión) es, por lo tanto, la naturaleza sexual del suceso y no la cantidad de displacer, pues en ocasiones la persona se empeña en vano para olvidar recuerdos que conllevan un gran displacer”.[2]

La (Vorstellungs) Repräsentanz, es la propuesta de Freud para dar cuenta del representante de la pulsión en el campo de la representación, y que está forma es su inscripción, su fijación como representante bajo el efecto de la represión primaria, en otras palabras, es la inscripción inconsciente. Una inscripción no representativa, pues no es copia, un reflejo del objeto o una reproducción de la realidad. Por consiguiente, la representación reprimida no es lo representado de un deseo articulable en una representación, sino el efecto de fijación, la inscripción del Vorstellungsrepräsentanz.

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Desde esta perspectiva, la represión se ejerce sobre el representante Repräsentanz de la pulsión, sobre amalgamas similares a los jeroglíficos –característica de las formaciones del inconsciente–; recae sobre la agencia representante de la pulsión (Vorstellungs-) Repräsentanz des triebes., lo que implica concebirla: “Como una operación que refuerza la resistencia a la traducción, a la posibilidad del sentido, separando al representante de cualquier posibilidad de adquirir significación por las representaciones palabras, dejándolo libre de cualquier atadura al preconsciente”.[3]

Lo cual da pauta a la existencia de rasgos, inscripciones, que permanecen móviles en la combinatoria inconsciente, así como a formaciones ajenas a las constituidas por la conciencia. Sin embargo, en esta compleja y fina propuesta de Freud es necesario establecer un punto de aclaración. En el campo del psicoanálisis y de la psicología, es recurrente la tendencia a considerar la representación como algo que proviene de una sensación, y por tanto se asocia a ella, ya sea que procede de la percepción del objeto o que se precipita en la emergencia de sensaciones del orden del placer y displacer. Sin embargo, esta propuesta no resulta ser la más adecuada para el psicoanálisis, no es factible considerar una representación que provenga de una sensación y, por tal motivo, es necesario ubicarla en otro contexto: una representación que provenga del Otro y no de la sensación. En el entendido de que para el psicoanálisis, la representación tendría que estar antes que su registro y no forzosamente como consecuencia de una sensación de placer o displacer. Digamos que hay que invertir la versión que proviene de la concepción de la representación clásica, respecto a la dirección que va de la sensación a la representación. Por ende, resulta adecuado optar por el significante. Primero irá el significante y de ahí la sensación, sea de placer o displacer. En el entendido de que un significante puede ser cualquier cosa que tenga valor de representación. Ahora bien, en este sentido es necesario acogerse al significante para de esta manera afirmar que este representante-representación que refiere Freud tienen una característica primordial, la cual radica en la resistencia a la posibilidad de sentido, quedan en libertad de cualquier enlace que conlleve a su traducción, pero no por el hecho de estar prohibidas sino por la imposibilidad, la resistencia a ser traducidas. El rehusar a decir Ver-sagung, es lo que indica la imposibilidad de ser dichas. Desde esta consideración, nos encontramos con el pleno desconocimiento de lo que portamos, incluso el mismo saber que se porta.

Recapitulando, el cambio de sentido en la representación, así como la inversión en la relación sensación-representación, optando por el significante, es porque se parte de la concepción de un sujeto que está en relación con la palabra, está en relación con el Otro, y es por medio de los significantes autorizados por este Otro que el sujeto habla. Y no de una concepción en la cual el sujeto está determinado por la percepción, las sensaciones y de ahí su referencia a la palabra. A propósito de la represión, Safouan en su libro Estudios sobre el Edipo hace una afirmación que enclava, en parte, en la propuesta que sostenemos: “Y si es precisamente en lo no-dicho –en lo que no se dice de lo que se dice– que permanece, prohibido, el deseo sobre el cual se interroga el sujeto”.[4] Asimismo trae a consideración que es menester recordar que lo que propicia la represión es inarticulable por parte de quien la padece, y que si se tratara de una prohibición que se sustenta en la moral, ésta y la culpa son lo que el sujeto lucha cada que se acerque a lo reprimido y no precisamente la causa de éste. Más que una prohibición que conlleve un sesgo moral, un juicio adverso o condenatorio, es un automatismo lo que propicia no la prohibición a decir algo en lo que se dice, sino la imposibilidad como forma inherente que muestra un resto imposible de decir, que escapa y muestra que la palabra, al nombrar, siempre habrá un resto que se escapa, inarticulable en el simbólico. Muy distinto al retorno de lo reprimido, donde el juicio adverso y condenatorio se anudan para darle un sesgo de falla ante una entidad moral, que en este caso sería un proceso preconsciente que se articula reflexivamente.

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Con lo anteriormente expuesto, al destacar la imposibilidad, destacamos con esto, que nos referimos a la imposibilidad de decir aquello que corresponde a la pulsión en tanto representante y en este sentido, es imprescindible tomar en consideración otros aspectos, pues la representación clásica por su referente a la percepción del objeto, no es un medio que nos permita transitar de manera consistente en el contexto del psicoanálisis. No se descarta la importancia de la representación freudiana, sobre todo en el contexto de un aparato psíquico, pero es necesario reconducir el camino hacia la pulsión en el ámbito del significante, como tesoro del significante en la diacronía. De esta manera, nos apartamos de las inconsistentes propuestas que afirman la existencia de significantes reprimidos. Asimismo, traer a consideración que para Freud, lo que hay en el inconsciente son pensamientos –Gedanken– reprimidos, más que representaciones, ya que no hay representaciones aisladas en el inconsciente, hay pensamientos. En este caso, un pensamiento lleva a otro pensamiento, en una cadena significante.

Con la inclusión del significante y la propuesta del concepto de pulsión a partir de Lacan (ya que para Freud, Trieb: es un impulso que proviene del interior del cuerpo y alcanza el alma) quien la concibe como un mensaje, mensaje por descubrirse pues no es manifiesto hasta que asoma por medio del lenguaje. En este sentido, la pulsión podría considerarse como pensamientos inconscientes, aunque no es precisamente la manera más adecuada de tomar la pulsión en Lacan. Por tal motivo optamos por referirla a un mensaje. Tal como lo señala Lacan en “Subversión del Sujeto y la dialéctica del inconsciente”, al apoyarse en el ejemplo del mensajero que lleva inscrito un mensaje en el cuero cabelludo,[5] destacando que lo crucial va más allá de llevar inscrito un mensaje, porque quien porta el mensaje no sabe que lo porta, ni qué dice. Con esto enfatizamos la implicación del mensaje inscrito para Lacan, cuando aborda la pulsión, mensaje que proviene de un orden –hablando estrictamente– gramatical. En este sentido, la pulsión es aquello de la gramática que se convierte en un mensaje particular, mensaje para alguien. Es la manera en que ciertas normas se han quedado fijadas para un sujeto como mensaje, registros que en su operar lo determinan en su decir, en su pensar, en sus actos. Aspectos muy distintos a los que remite la representación reprimida freudiana, esa que proviene del inconsciente y por medio del análisis deviene consciente. En este caso nos referimos al mensaje más inconsciente que se porta, que se le rehúsa su decir, del cual el sujeto no sabe que lo lleva inscrito, no sabe qué dice y ni siquiera sabe que lo porta. Eso inconsciente que se caracteriza como imposible y que al mostrarse habla del sujeto y sus determinaciones. Es una noción de inconsciente que difiere de aquella en la que el sentido priva su funcionamiento, y su manifestación consiste en evocar sucesos, huellas, objetos del pasado.

A través del psicoanálisis advertimos un real sin sentido, la falta de huella y de objeto. Lo que concierne al significante: sin sentido, sin objeto y sin huella. Aspectos que nos posicionan desde otra perspectiva respecto a la noción clásica de representación, a la que sería imposible incluir el real. En la sesión de apertura del seminario Lacan decía: “Lo simbólico por relación a lo real, el lenguaje, puede enunciarse bajo el nombre de inconsciente. Es por esto que lo real es el inconsciente, lo imposible. El inconsciente es lo imposible, a saber, lo que se construye con el lenguaje”.[6] Porque es imposible que el lenguaje gobierne lo real. No está en su ámbito hacerlo y por tal motivo es necesario que uno este advertido, que uno sepa que hay algo que es imposible de decir, y es precisamente por eso que es real. Ese imposible de decir, es lo que pretendemos siempre decir. Lacan en el discurso de Tokio (1971), manifestaba: “[el discurso, se dirige a alguien que yo llamo el gran Otro]”. Entonces, es menester dar cabida a la afirmación de que no se puede decir cualquier cosa, tal como se anuncia al inicio de algunos tratamientos, tampoco que se pueda decir todo a quién sea. En todo caso, el sujeto hablante se encuentra con lo que le hace obstáculo al decir, que en el hablar algo se pierde como consecuencia de haber operado.

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Este imposible que encontramos en la clínica, surge como consecuencia de la introducción del lenguaje en lo real, sobre lo real, no así de lo real en sí mismo, de ahí que se requiera la introducción del lenguaje en calidad de tercero para que pueda suscitarse la posibilidad de la imposibilidad, que por lo general no es posible cuando hay dos, ya que es cuando todo es posible. Es el momento clínico cuando el analizante dice: no es posible que me esté sucediendo esto. No puede ser que me vuelva a suceder. Eso imposible es del orden simbólico que se muestra dependiendo de la posición personal que se tiene. Y es, precisamente el momento donde adviene la pregunta sobre lo que acontece. ¿Por qué a mí me vuelve a pasar eso? Pues bien, eso que cae como imposible de decir es lo que Lacan designa, en “El Seminario sobre la Carta robada” como caput mortuum, lo que cae como imposible de decir en el significante. No obstante la preeminencia de lo simbólico, señala Lacan, lo simbólico tiene un límite, ya que no todo lo real es simbolizable, lo cual abre la discusión de la superposición de lo real sobre lo simbólico, considerando un real que emerge causa y como imposible, un residuo que insiste (siempre habrá un agujero en la lógica, como en el caso de los policías que buscan la carta en la novela de Poe y no la encuentran). Por eso no todo lo real es simbolizable.

Caput mortuum, es un término que Lacan toma de la alquimia, y que en el contexto medieval, era el resto que quedaba pegado al caldero que utilizaban los alquimistas al finalizar su experimento. Vertían las sustancias y lo que quedaba en el fondo del caldero, lo que sobraba de la operatoria del alquimista, eso era el caput mortuum (cabeza muerta). En la tradición de la alquimia, la participación del investigador determina el resultado de lo investigado. En este sentido, si lo que se pretendía era la producción de oro y obtener la piedra filosofal. El procedimiento era por medio de la utilización del fuego, procurando la purificación de las sustancias, y, en contraparte, el investigador buscaba su purificación, pues si no estaba purificado, el experimento tampoco lo estaría. Era una manera de incluir la subjetividad del investigador. Respecto al resto que quedaba en el caldero, en sentido metafórico es lo que Lacan propone como el caput mortuum del significante. Una manera de designar al resto, al residuo que queda en el fondo, lo que se pierde como consecuencia de haber operado algo.

El caput mortuum del significante es lo que escapa a la voluntad, pero también es lo que falta, lo que denominamos a partir de Lacan: a. Decir falta, lo que escapa, no sólo atañe al objeto, también a las letras y palabras que faltarán en el transcurso de un análisis, a las letras y su combinatoria que serán imposibles. ¿No es acaso, que quién acude a análisis es quien tiene cosas que resultan imposible de decir  y que acude en la suposición de que allí es donde algo podrá decir de sí mismo?

Esta imposibilidad, la falta de ciertas letras en la combinatoria, es en parte lo que Lacan llama caput mortuum, en “La carta robada”. Esta cabeza muerta del significante, que por el hecho de escapar a la voluntad, también lo hará de la conciencia, y lo hará porque no depende de la intervención, ni la elección que uno pueda hacer conscientemente, ya que es una consecuencia del orden simbólico y la articulación de una cadena significante. Entendiendo con esto, que el orden simbólico es lo que nos domina y no que nosotros lo dominemos. Motivo por el cual es imposible decir cualquier cosa, lo que se nos ocurra, como ya lo habíamos indicado. Entonces, si el orden simbólico es quien introduce lo imposible de decir, el mismo simbólico no pude deshacerse de su propio efecto.

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En este dominio simbólico se propicia lo imposible de decir, el objeto a. Objeto imposible de eliminar, pues al ser introducido por lo simbólico, éste no podrá evitar producirlo como resto. Y si a conlleva el antecedente del orden simbólico, a mayor orden simbólico será mayor la incidencia de la imposibilidad de decir. O sea, a mayor orden simbólico en alguien es mayor la incidencia del caput mortuum del significante. En la medida en que alguien tenga un fuerte orden simbólico, la imposibilidad de decir será más grande; que entre más ordenado estemos por el simbólico habrá más cosas que no se pueden decir, lo que nos da una idea clara al interior de la clínica cuando alguien está afectado con la imposibilidad de decir. Con esto, no se pretende argumentar la existencia del objeto a sino su incidencia. Depende de cómo el sujeto se coloque respecto a su decir para que se percate que tanto hay cosas que puede o no decir.

Al posicionar el caput mortuum del significante, es necesario considerar que, si bien proviene de la operatoria simbólica, este proceso hay que colocarlo en un plano topológico, bajo cierta secuencia en el orden temporal. Lacan, en este mismo seminario, al respecto escribe: “Que en el intervalo entre ese pasado que es ya y lo que proyecta se abra un agujero que constituye cierto caput mortuum del significante es cosa que basta para suspenderlo a alguna ausencia para obligarle a repetir su contorno”.[7] En esta propuesta, el pasado marca cierto sentido hacia el porvenir, así como el presente resignifica el pasado que determina ese porvenir. Lo que llamamos pasado, las historias y referencias, a esos otros de nuestra vida siempre se muestran afectando en el presente, y en este movimiento la tendencia del S1 es hacia el futuro, y en esta tendencia de S1 a S2, entre S1 y S2 es donde Lacan ubica el intervalo, de ahí que indique que en ese intervalo entre el pasado y lo que proyecta, el movimiento de S1 a S2, se abra un agujero. Con lo cual, Lacan hace una propuesta diferente en la cadena significante ya que no se trata de un corte que propiciaría dos superficies, tal como sería el intervalo, sino que la propuesta radica en la introducción de un agujero. Propuesta que complica las cosas, sin embargo, abrir un agujero que constituye cierto caput mortuum del significante, es dar paso a la implicación de la ausencia.

En esta manera de introducir el objeto a, esa ausencia que sabemos de su existencia es fundamental porque obliga a repetir su contorno. Que en cada contorno de la secuencia significante, en cada repetición, al hablar, se pretende asir esa falta que funciona como caput mortuum del significante. De esta manera, cada que se empieza a hablar, se suscita en el hablar la imposibilidad de decir, no por la cadena significante sino por la falta en la que hace contorno la cadena en su cierre. Eso que ha quedado en la imposibilidad de ser dicho es lo que propicia nuevamente el retorno al contorno, a la repetición. Si no hay repetición no se puede hacer contorno a ningún objeto en la cadena significante. Y por otra parte, lo que se denomina por Lacan el caput mortuum del significante toma su aspecto causal, lo cual no es cualquier cosa en el hablar y la clínica misma. Con esto se destaca que si hay una causa, el resto que cae de la operación significante: la falta. Y que esta falta causa el contorneado a través de la cadena significante.

El contorneado si es en la cadena significante apunta al deseo, si es en torno a un agujero en el cuerpo real es la pulsión. Pero en este caso Lacan alude al significante y no obstante contorneé el objeto a, eso es del significante más que del cuerpo, sin que por esto el cuerpo deje de estar. Lo que articula es el resto que cae en la acción significante, el objeto a que es causa del deseo y objeto de la pulsión causa de su movimiento. Este objeto a, como ya lo hemos indicado, es el caput mortuum del significante, lo imposible de decir, el resto que cae de la cadena significante.

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En “Subversión del sujeto y la dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Lacan se pregunta por el estatuto subjetivo de la cadena significante, “He aquí ahora en efecto nuestra atención solicitada por el estatuto subjetivo de la cadena significante en el inconsciente, o mejor en la represión primordial (Urverdrängung)”.[8] Con lo cual se advierte que algo es solicitado, por una parte, y por otra, está en relación con el estatuto subjetivo. O sea, cuál es la relación entre la cadena significante inconsciente y el sujeto. A continuación, en la misma cita escribe: “Se concibe mejor en nuestra deducción que haya habido que interrogarse sobre la función que sostiene al sujeto del inconsciente”,[9] destaca una función que sostiene al sujeto. “[…] al observar que es difícil designarlo en ninguna parte como sujeto de un enunciado, por consiguiente como articulándolo cuando no sabe ni siquiera que habla” Si el enunciado es: yo imparto una conferencia. Ese yo, no es el sujeto del inconsciente, nunca es lo que designa el enunciado como contenido de la cadena significante inconsciente. Que no es ni el sujeto de la oración ni quien lo dice, porque quien lo dice ni siquiera sabe que lo dice. “cuando no sabe ni siquiera que habla. De donde el concepto de pulsión, donde se le designa por una ubicación orgánica”. La pulsión viene de la implicación subjetiva de la cadena significante. Y al sujeto de la cadena significante inconsciente se le designa por una ubicación orgánica. Cuando el sujeto ni siquiera sabe que eso habla, Lacan dice que debemos requerir de la pulsión, por tanto, el sujeto se ubica en una parte del cuerpo. Pero, esto hay que darle cierto lugar, porque implica que: “donde se le designa por una ubicación, oral, anal, etc., que satisfaga esa exigencia de estar tanto más lejos del hablar cuanto más habla”.[10] De esta manera, la pulsión cumple la doble exigencia de menos darme cuenta de que eso habla cuanto más habla. De ahí que, hay que tomarlo como mensaje. La cadena estrictamente inconsciente es aquella que se dice mediante el cuerpo, porque es mi cuerpo, pero yo no sé qué dice en cuanto contenido, ni siquiera que eso sea un decir. El mensaje, el codicilio. Se habla con el cuerpo sin saber qué se dice y que lo que se dice le corresponde a uno. Ese resto, eso que escapa a lo imposible de decir.

 

Bibliografía

  1. Freud, Sigmund, La represión. Obras completas, Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1976.
  2. _____________, Die Verdrängung [1915], Frankurt, Fischer Taschenbuch Verlag, 1990.
  3. Freud, Correspondencia Freud- Fliess, Amorrortu, Buenos Aires, 1994.
  4. Galindo, Carlos, “La representación en la obra de Sigmund Freud”, Tesis doctoral, UAQ, Querétaro, 2006.
  5. Heródoto, Historia, Libros V-VI, Gredos, Madrid, 2000.
  6. Lacan, Escritos I. El seminario sobre la carta robada, Siglo XXI, México, 2011.
  7. _____, Escritos II, “Subversión del sujeto y la dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Siglo XXI, México, 2011.
  8. Safouan, Mustafa, Estudios sobre el Edipo (introducción a una teoría del sujeto), Siglo XXI, México, 1977.

 

Notas

[1] Sigmund, Freud, Correspondencia Freud- Fliess, Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 220.
[2] Ibídem, p. 221.
[3] Galindo, Carlos, “La representación en la obra de Sigmund Freud”. Tesis doctoral, UAQ, Querétaro, 2006.
[4] Safouan, Estudios sobre el Edipo (introducción a una teoría del sujeto), Siglo XXI, México, 1977, p. 49.
[5] Heródoto en su Libro V de Historia, ya había hecho referencia al esclavo que porta un mensaje tatuado en la cabeza, y de este modo transmitir el mensaje de Histeo para incitar a la rebelarse a Aristágoras, sin ser descubiertos. Pues el cabello al crecer cubría el mensaje, pero al ser rapado, el mensaje se ponía al descubierto. v. Heródoto, Historia. Libros V-VI, Gredos, Madrid, 2000. p. 62.
[6] Lacan, Ouverture de seminaire, 10-11-1978, en Ste-Anne, Prof. Deniker
[7] Lacan, Escritos I. El seminario sobre la carta robada, Siglo XXI, México, 2011, p. 59.
[8] Ibídem, p. 776.
[9] Ídem.
[10] Ibídem, p. 777.

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