El ensayo: “Nietzsche y el círculo vicioso” escrito por Pierre Klossowski hacia 1969 analiza con “curiosa ignorancia” caminos ya recorridos, plantea preguntas gastadas, y sin escrúpulo alguno reenvía los últimos fragmentos que Friedrich Nietzsche dedicara a las nociones de Círculo Vicioso y Eterno Retorno bajo la luz del arte, la ciencia y la economía a este presente. En este sentido, la relectura del ensayo de Klossowski que ahora se propone, busca como mero ejercicio inútil, repensar el Círculo vicioso en su relación con los afectos industrializados del capitalismo actual y el resentimiento del bufón manifiesto en protestas gregarias recientes.
Nietzsche entiende que la identidad del yo en tanto persona (cuerpo y pensamiento) no es más que una ficción. El cuerpo es un territorio en que se libra una lucha incesante entre las diferentes pasiones que ahí habitan y que en diversas ocasiones son “incontrolables” hasta para el mismo individuo, es el caso de la risa, los celos o la furia; en otros casos los estados de excitación corporales pueden, con base en la razón y el pensamiento, permanecer conciliados momentáneamente, lo cual hace pensar que existe una identidad del yo y que el cuerpo es siervo del pensamiento.[1]
La supuesta unión entre ambos se ve fortalecida por la “historia irreversible” del cuerpo, esto es, la falaz continuidad de causas y efectos que únicamente se daría si fuera idéntico al yo,[2] pero al tiempo que quiere estar cohesionado y permanecer idéntico al cuerpo, no deja de envejecer, por lo que en su propia “historia irreversible” el yo quiere recapitularse en el sentido y fin que a sí mismo se ha impuesto. En este sentido aparecen dos sentidos de fatalidad en Nietzsche: el primero implica el curso irreversible de la vida; en el segundo aparece el Círculo Vicioso para, por una parte, suprimir el sentido y meta del yo, por el otro, para confundir incesantemente el principio y el fin de la existencia.
El cuerpo, pues, es el espacio de las emociones. Cada experiencia es orgánica e inorgánica, por tanto, química y fisiológica. Sin embargo no se tiene mayor conocimiento de estos procesos más que por la representación que se tienen de cada afecto. Aquello que se llama “sí mismo” es la conciencia del orden y jerarquía de emociones de las cuales solamente se tiene una imagen, es decir, cada “persona” no es otra cosa que la representación de sus propias pasiones conforme a un sentido. La conciencia, al parecer, es el conjunto de signos con que el individuo se refiere a la realidad -tanto del mundo exterior como del interior-, pero que terminan por escaparse a cada momento en un equívoco: por más monstruoso o desordenado que sea lo que promueve el inconsciente depende de los signos cotidianos de la conciencia para hacerlos más o menos expresos.
En otros términos al no existir correspondencia entre las palabras y la realidad no es posible insinuar la comunicación de la “verdad” entre los hombres. El ruido de las palabras (fijeza del lenguaje) permite asumirse consciente y continuo, pero el silencio denuncia la violencia del lenguaje en el concepto arbitrario.[3] La conciencia de sí, el conocimiento de las pasiones y el nombre para cada afecto, no son sino unidades ficticias para encerrar en un término -cual esencias- a los impulsos. Pero no son idénticos al yo en la “historia irreversible” de cada uno y mucho menos comparables en la diferencia que existe de un hombre a otro.[4] No por ello Nietzsche piensa renunciar al lenguaje, a la intención o a la voluntad; en otro sentido invita a pensar, sobre todo a experimentar, de manera diferente lo que hasta ahora ha gobernado la voluntad: los valores cristianos.
Hacia 1886 Nietzsche es considerado un pensador “positivista” por recurrir a la ciencia y querer impulsar la ilustración en beneficio del Círculo Vicioso: “La estricta separación del concepto filosófico frente a la praxis argumentativa de las ciencias exactas y la expresión artístico-creativa, que había caracterizado a la tradición, es suprimida por Nietzsche […] las obras de Nietzsche en su periodo de libre pensador son experimentos de forma, en los que se aproxima, a veces, al acervo de las ideas científicas de su época y, a veces, a la libre creación de conceptos”.[5] Nietzsche, en aras de cuestionar la moral, propone un ejercicio de extrañamiento[6] que, lejos de ser llevado a cabo por un sujeto ajeno y objetivo que contempla la conducta humana, lo realiza un conjunto de seres a los cuales les llama inasimilables, “plantas raras”, filósofos impostores, futuros “amos de la tierra”.
El unirse o no a la prueba del Eterno Retorno propuesta por Nietzsche da como resultado ya sea el amo o el esclavo dependiendo de la experiencia del filósofo del porvenir. Este experimentador es al mismo tiempo tentador, pues no solamente tiene como misión crear sino al mismo tiempo modificar respecto a sí mismo y los demás la realidad. Es posible que por medio de la ciencia y la historia pretenda ser anacrónico y niegue las condiciones que le son contemporáneas y, en cambio, opte por el restablecimiento de aquellas que dieron lugar a individuos notables. El Eterno Retorno, probable metáfora del Círculo Vicioso, debe entenderse como “fisiología aplicada”.
Es desde esta perspectiva de la «fisiología aplicada» desde donde su pensamiento recobra los criterios de lo “sano” y de lo “enfermizo”, de lo “gregario” y de lo “singular”, en función de los ejemplos de la historia y del porvenir que promete la ciencia contemporánea; y así su lucha contra la moral cristiana burguesa y contra sus prolongaciones en la sociedad mercantil, abarca hasta el movimiento socialista humanitario, para componer con esa moral burguesa postcristiana y sus propias antinomias económicas la “fisonomía de un solo y único” adversario, o sea, siempre la “gregariedad existente o venidera” –incluso si esa gregariedad debe proporcionar la sustancia de sus propias ambiciones creadoras.
Si el sentido que se plantea el hombre es combatir los signos del gregarismo en las sociedades contemporáneas, entonces crear se entiende como violencia a lo instaurado, incluso contra los demás seres. Los impulsos deben ser creadores de nuevas condiciones de vida a través de la remistificación (fabulación y ficción) de la moral por medio de la razón y la ciencia. Pero si el agotamiento termina por vencer la creación de estos nuevos fantasmas pulsionales, el intelecto mismo termina por convertirse en uno de ellos y la objetividad científica deviene una forma del mismo.
El simulacro, reproducción del fantasma, toma en manos del filósofo impostor la reproducción deseada de los fantasmas no deseados productos de la pasión. Si el fantasma se “expresa” por medio del arte, el simulacro es la suspensión lúdica de la realidad que otorga el intelecto para su manifestación. Sin embargo “la norma del gusto” se establece conforme a la generalidad, reglas, conocimientos previos históricos y biográficos aceptados por la academia y el vulgo. Aniquilando, de esta manera, el gusto individual, pues éste, ajeno al reglamento, al conocimiento fijo, al concepto y al discurso esclarecedor, continuamente cambia pues no depende del yo idéntico a sí mismo.
Tanto arte como ciencia son cómplices del intelecto al asumirse espacios que no producen cambios en el comportamiento humano, sino que han trazado metas y sentidos institucionales (darwinistas) para la conservación gregaria en la realidad. El simulacro está de acuerdo con fijar una meta y un sentido, siempre y cuando sean producto de la remistificación y la fabulación de los fantasmas de la vida pulsional cuyo interprete debiera ser la voluntad de poder. Así, el experimentador busca suspender la realidad no solamente en el arte, además pretende hacerlo en la ciencia y la economía. El principio de realidad que tanto ignora la ciencia mantiene el impulso gregario para evitar el caos y la inseguridad de la especie, es decir, la ciencia se enfoca detenidamente en dos impulsos: el conocimiento y la conservación de la especie. Por lo que el ejercicio de extrañamiento invita en silencio a combatir con la violencia del simulacro la conservación del conocimiento anclado al lenguaje de la masa.
“Fija una meta”, “dar” un sentido – no sólo para orientar a las fuerzas vivas, sino también para suscitar “nuevos centros de fuerzas” –, éste es el propósito del simulacro: un simulacro de meta, de sentido – “que hay que inventar”. ¿A partir de qué? de los fantasmas de la vida pulsional – siendo el impulso, como “voluntad de poder”, el primer intérprete.[7]
La soberanía de la voluntad se acrecienta conforme se da libertad a las pasiones. No obstante la educación fortalece lo gregario y evita la excepción (desviaciones o enfermedades), produciendo artistas y científicos útiles, mesurados para la energía, el trabajo y el consumo. La instrucción favorece la mediocridad de la población, en consecuencia, el despliegue de la economía. Solamente las culturas aristocráticas tienden a la excepción, la experimentación, el riesgo. Los momentos más grandiosos de la cultura radican en la corrupción del sentido moral.
¿Puede darse, como sugiere Nietzsche, una conspiración entre el arte y la ciencia cuyos fines sean los de una “contra-sociología”? Si fuera posible probablemente la sociedad industrial la aniquilaría en una “puesta en escena” aunque en ello se descubra el rostro de la modernidad que no busca la libertad del individuo sino la industrialización de los deseos gregarios basados en gustos normados. Asimismo tal conspiración solamente se vería realizada por un experimentador solitario y creador, filósofo impostor carente de testigos, renuente a mezclarse con la muchedumbre. Si esto llegara a darse, se piensa, la ciencia debería con su poder experimental ser una forma soberana; sin embargo, al obedecer a fines institucionales y económicos se olvida fácilmente de la creatividad. La ciencia podría seguir un imperativo creador para, en efecto, procurar al individuo raro por quien vale la pena reproducir en lo gregario el fantasma del superhombre. En otras palabras, resulta válido sacrificar a miles de miembros de la masa con tal de cumplir el fin último de la ciencia: la creación del individuo soberano llamado a ser el “amo de la tierra”.
Dicho amo está llamado, por un lado, a formar parte del Eterno Retorno; por el otro, a ubicarse al margen de la sociedad industrial basada en el trabajo, el consumo, la reproducción y el ahorro. Las empresas buscan la acumulación de capital a partir de la producción industrial basada, por una parte, en la mano de obra módica, por la otra en ingenieros que producen objetos con el conocimiento científico requerido (competente y certificado). Los proyectos de adiestramiento y selección[8] se propagan con la velocidad de un virus gracias a que son relevantes para la economía.
Cristianismo, socialismo y ciencia son manifestaciones históricas enemigas de los impulsos y la voluntad de vivir; las valoraciones subjetivas y antropológicas al servicio de lo gregario vienen a consolidar la institucionalización de los valores universales, es decir, fortalecen la moral decadente del hombre mediocre masificado.[9] Aquello que la ciencia acepta como “verdad” es lo coincidente con los valores y necesidades de la gregariedad.
La importancia de la gregarización y el incremento de las poblaciones son sólo el reverso del fenómeno industrial: si hay cada vez más necesidades por satisfacer, incluso si nuevas necesidades supusieran una pretendida “elevación del nivel de vida”, su multiplicación misma las vulgariza, luego también se vulgariza su satisfacción – nueva forma de gregariedad.[10]
Frente a la humanidad se encuentra un futuro que depende solamente de los logros solitarios. Lo gregario se conserva en la mediocridad economizando las energías. El individuo soberano puede permitirse el derroche y la gratuidad,[11] mientras que el pueblo guarda en sí misma un ritmo: administra el proyecto de su vida, normaliza el gusto, ahorra para el futuro siempre quimérico y a cada instante tiene más afinidades con sus semejantes. Experimentador y masa son amo y esclavo en la economía general.
En la sociedad de consumo la casta mercantil incapaz de insubordinarse está sepultada en el trabajo para satisfacer las necesidades propias (también las ajenas), mientras que otros, los menos, las “plantas raras”, huyen de tal moral. Los esclavos o falsos amos suponen una meta y un sentido, una planificación vital; en tanto los amos ocultos ríen de tales determinaciones generales aguardando el momento para invertir la “significación” última.
Los amos ocultos se consolidan a medida que las sociedades pugnan por igualarse en la ley:
La ley y el orden son la defensa que tiene el débil para protegerse del vitalmente poderoso; para estos, humildad, simpatía, dolor, comprensión, etc., son calificaciones de la virtud, a la vez que las virtudes de los nobles son la ejemplificación del mal. Para el plebeyo el gregarismo es un mérito y una virtud.[12]
Los inasimilables, en cambio, forman en secreto una raza que con el excedente de fuerza se dedican a la belleza, la cultura, el lujo, lo inútil. Son un conjunto desarticulado que vive de la economía general ubicándose más allá del bien y del mal.
Esta casta de hombres improductivos no se preocuparán más por participar del trabajo gregario, serán blanco del señalamiento moral industrial al no participar en la generación de productos-satisfacción y del intercambio de éstos, es decir, los inasimilables soberanos elaboran en silencio, inconexos, la insurrección afectiva (Sade) contra el imperativo de la virtud. Sin embargo, la aparición del filósofo impostor no se dará con el combate ni el resentimiento; basta con precipitar el proceso de igualdad democrática en la sociedad industrial. Garantía jurídica para obtener oportunidades, trabajo, realización y satisfacción.
En la actualidad se puede pensar, entre otros tantos vectores y diagonales, el caso de la casta mercantil “indignada” que ha recorrido como un fantasma algunas ciudades de Europa. El llamado a la insurrección pacífica por parte del “movimiento” ha buscado promover a través de las leyes el fortalecimiento de la democracia, los valores universales, el derecho al trabajo, la seguridad social, la educación para todos, el respeto a la dignidad humana. Exhorta a sumarse al tren de la historia con la participación de cada uno, al tiempo que sugiere compasión y ayuda para quienes no tienen motivo de indignación. Finalmente cubren su “malestar” con una frase: “Crear es resistir. Resistir es crear”.[13] Ninguna de las dos, al parecer, forma parte de los “indignados”: la creación simplemente les es ajena (reproducen incesantemente un discurso institucional bajo el control de los poderosos) mientras la resistencia se reduce a un campamento.
Quizá lo realmente indignante es el no formar parte de los instruidos acordes a la sociedad industrial, el no contar con un trabajo que reditúe el suficiente capital para satisfacer los deseos y necesidades, el estar negados al consumo y a los beneficios que la ciencia provee, por último, el ser ajenos al gregarismo al no estar protegidos en el derecho. El indignado exige para sí un yo inserto en la población.
¿No el anarco-capitalismo -liberal, científico, positivista- siempre ha invitado al individuo a sumarse a la humanidad para, en igualdad de condiciones, satisfacer sus deseos mediante la esclavitud de su trabajo? Tal vez el problema es que al individuo de hoy en día ya no le queda nada por exigir; más bien se sabe afortunado si cuenta con un trabajo cuya remuneración y condiciones sean mínimas, indignas, para cualquiera. De esto se sabe bastante y desde hace tiempo en la Escuela de Chicago. Cabe preguntar: ¿es posible renunciar a la casta de los esclavos? ¿Es viable la creación, la provocación, del suprahombre? ¿No será que solamente se puede aspirar a la reproducción del bufón?
Dicta el concepto: “Hombres superiores.- Ellos son muchos, pero desarrollan una misma empresa: reemplazar, después de la muerte de Dios, los valores divinos por los valores humanos. Ellos representan, por tanto, al devenir de la cultura, o al esfuerzo por situar al hombre en el lugar de Dios. Como en el principio de la evaluación habita lo mismo, como la transmutación no se ha realizado, ellos pertenecen plenamente al nihilismo, y están más cerca del bufón de Zaratustra que de Zaratustra mismo. Son «fallidos», y no saben reír ni jugar ni bailar”.[14] El bufón imita a Zaratustra pero representa en todo momento la traición a la doctrina del Circulo Vicioso al probablemente quedarse en el resentimiento, es decir, puede dejarse llevar en la espalda de alguien como Zaratustra o saltar por encima de éste, contrasentidos ambos del «Superhombre». En palabras de Klossowski, esta casta de hombres no termina por aparecer “y, a menos que no se esté preparando ya en los pupitres de las escuelas, lo más temible en su género aún duerme en las cunas”.[15]
Y, ¿qué es dado esperar al retornar a la lectura del ensayo francés sobre Nietzsche? Ficticios Círculo Vicioso y Eterno Retorno, simulacro del Suprahombre, ilusoria experimentación nietzscheana. También a Nietzsche disfrazado de Klossowski[16] redactando un falso estudio.
Bibliografía
Deleuze, Gilles, Félix Guatarri, ¿Qué es la filosofía? Trad. Thomas Kauf, Anagrama, (Argumentos, 134), Barcelona, 1997.
Foucault, Michel y Deleuze, Gilles, Theatrum philosophicum. Repetición y diferencia. Trad. Francisco Mong, Anagrama, (Argumentos, 172), Barcelona, 1995.
Frey, Herbert, La sabiduría de Nietzsche. Hacia un nuevo arte de vivir, Universidad de las Américas Puebla-Miguel Ángel Porrúa, México, 2007.
Hessel, Stéphane, ¡Indígnate!Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. Pról. José Luis Sampedro, Trad., Telmo Moreno Lanaspa. Destino, México, 2011.
Hume, David, Investigación sobre el conocimiento humano. Investigación sobre los principios de la moral, Trad., Jaime de Salas y Gerardo López Sastre, Tecnos, (Los esenciales de la filosofía), Madrid,2007.
Klossowski, Pierre, Nietzsche y el círculo vicioso. Trad., Isidro Herrera, Arena, Madrid, 2004.
Nietzsche, Friedrich y Hans Vaihinger, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. La voluntad de la ilusión en Nietzsche. 5ª ed. Trad. Luis Ml. Valdés y Teresa Orduna. Tecnos, Madrid, 2007.
Ruiz Company, Federico y Albert Pitarch Navarro, Friedrich Nietzsche, Editilde, (Historia de la Filosofía [Filosofía II]), Valencia, 2006.
Sigg, Pablo y Gerardo Villegas (ed. y dir.), Zarathustra, Ediciones Basílides, México, 1997.
Citas Bibliográficas
[1] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, pp. 51-53.
[2] No resulta ajeno que los fragmentos tratados en el ensayo de Klossowski y que coinciden con el ocaso del mismo Nietzsche resuenen, como un eco, desde el pensamiento de David Hume en diversos puntos. El problema de la identidad personal, la costumbre para encadenar causas y efectos, el poder de las pasiones para generar una representación o la relación que existe entre la libertad, la utilidad y la moral son abordados por Hume en las obras: “Investigación sobre el conocimiento humano” e “Investigación sobre los principios de la moral”.
[3] Cf. Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
[4] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, p. 70.
[5] Herbert Frey, La sabiduría de Nietzsche, pp. 209, 211. Para un estudio sobre la creación de conceptos: Cf. Gilles Delueze y Félix Guatarri, ¿Qué es la filosofía?
[6] H. Frey, op. cit., p. 215.
[7] P. Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, p. 177.
[8] P. Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, p. 194.
[9] Federico Ruiz Company y Albert Pitarch Navarro, Zarathustra, pp. 17, 19.
[10] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, p. 203.
[11] Bataille desarrolla de manera portentosa el problema de la economía general y el derroche, planteados aquí por Nietzsche, en el escrito: “La parte maldita”.
[12] F. Ruiz Company y A. Pitarch Navarro, op. cit., p. 11.
[13] Stéphane Hessel, ¡Indígnate!, p. 48.
[14] Gilles Deleuze, Diccionario de los principales personajes de Nietzsche, apud Pablo Siggs y Gerardo Villegas, Zarathustra, p. 62
[15] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, p. 216.
[16] Michel Foucault, Gilles Deleuze, Teatrum Philosophicum. Repetición y diferencia, p. 47.