Al acercarme al ensayo de Nietzsche titulado Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida me he preguntado qué pensaría ahora Nietzsche de lo que se ha dado por llamar la “Era de la información”. Me parece importante rescatar actualmente algunos de los puntos de tal escrito, ya que, además de cumplir con su objetivo dando una descripción acerca de los distintos modos de acercarse a la historia y la manera en que éstos pueden traer consecuencias negativas para la vida, tanto de los individuos como de los pueblos, también hace un llamado y una especie de profecía acerca del futuro, quizá nuestro presente.
En primer lugar, es necesario puntualizar que para Nietzsche la historia es algo superfluo, a menos que sirva directamente a la vida. “Sólo en la medida en que la historia sirve a la vida queremos servirla nosotros, aunque exista una manera de practicarla y una apreciación de la misma por la que la vida se atrofia y degenera.”[1] La forma en que la historia puede ser dañina es la hipertrofia: “como cualquiera sabe, una virtud hipertrofiada –como así me parece que es el sentido histórico de nuestro tiempo– puede muy bien llegar a convertirse en causa del posible deterioro de un pueblo como un vicio hipertrofiado.”[2] Ese sentido histórico que Nietzsche identificaba en su época y que advertía como un rasgo devorante, quizá hoy día podríamos compararlo con el desarrollo inaudito de la información y los dispositivos que la favorecen. Es posible en varios espacios equiparar el sentido histórico con el sentido informacional de nuestra época. Lo que a primera vista los une es el afán de registro y captura. Más adelante se irán detallando los parecidos. Pero en caso de que no de quiera admitir tal similitud tajante, al menos en lo que no se puede negar su equivalencia es en el sentido hipertrófico de su desarrollo.
Para caracterizar, por principio, la tan llamada sociedad de la información, Manuel Castells y Pekka Himanen –autores conocidos por sus desarrollos teóricos sobre ésta– destacan algunos rasgos estructurales comunes en todo el mundo:
se fundamenta en la generación conocimiento y procesamiento de la información con ayuda de tecnologías informaciones basadas en la microelectrónica; está organizada en redes; y sus actividades fundamentales están interconectadas en red en una escala global, actuando como una unidad en tiempo real gracias a la infraestructura de las telecomunicaciones y el transporte.[3]
La información fluye por los canales que conectan los nodos de las redes, de tal forma que la red se vuelve una estructura comunicativa para la vida social. Manuel Castells[4] ha llegado a identificar esta misma estructura como una sociedad red global, ya que, aunque la mayoría de las personas del mundo no participan en las redes, la sociedad red es global porque todas las personas del mundo se ven afectadas por los procesos de la estructura social que tienen lugar en las redes globales.
Se podría decir que si Nietzsche ya afirmaba que su tiempo sufría de una fiebre histórica, ahora se sufre de la fiebre de la información donde la historia se une a cualquier otra calidad de documentos sin distinción entre lo oficial y lo no oficial. Toda información se agrega a la historia, a un registro sobre el movimiento; toda información hace historia, todo movimiento es información. En una sociedad tal, cada uno de nuestros movimientos está continuamente expuesto y puede ser contemplado, clasificado y utilizado. Recordemos que en el ensayo mencionado Nietzsche afirma que es necesario distinguir entre lo claro y lo oscuro, lo que se debe recordar y lo que se debe olvidar. Si no se es capaz de olvidar y dejar atrás aquello que pertenece al pasado, se va hacia la decadencia, ya se trate de un pueblo o de un individuo. En la sociedad de la información no hay claro ni oscuro, se borra tal distinción pues todo dato entra con los mismos privilegios. Más aún, toda entrada a los circuitos de la red efectivamente la altera, pero también está predestinada a pasar rápidamente. Queda grabada y registrada, pero se olvida al mismo tiempo. Hoy se podría decir que el cáncer de la historia se lo ha tragado todo, la decadencia ha llegado a tal grado que se encuentra en un estado de metástasis. Y, sin embargo, el colapso, o la muerte, parece no llegar nunca. Más bien incluso se podría afirmar que este proceso no tiene fin.
En cierto sentido todas las sociedades evolucionan hacia la adopción de los rasgos característicos de la sociedad de la información, incluso aunque en la mayoría del mundo esta transformación afecte solo a las funciones y procesos dominantes que están conectados a las redes globales de creación de la riqueza y procesamiento de la información.[5]
Sería difícil clasificar el tipo de operación que realiza la sociedad red dentro de alguna de las categorías que propone Nietzsche para la historia: anticuaria, monumental y crítica. A primera vista podría decirse que la sociedad de la información es definitivamente anticuaria, pues colecciona a toda costa cada uno de los momentos de la historia y se sostiene gracias a toda la gran cantidad de datos con los que cuenta la cultura hasta el momento presente. La sociedad de la información se regodea en el tenerlo todo, en el acceso a todo el saber existente, de ahí saca toda su fuerza. Sin embargo, también se está creando historia a cada segundo, una vez que toda interacción e intercambio informativo transforma la red, por lo tanto es crítica también. Se puede decir que esta sociedad ha logrado integrar a los críticos de tal manera que sirvan al beneficio de la misma. Finalmente, el crítico también toma en cuenta la historia, aunque sea para derrumbarla y así construir más historia. Para la sociedad de la información no importa el contenido crítico, sino que tales intentos por destrozar la historia simplemente se unirían como un dato más que la hacen más fuerte. Monumental sería también en el sentido de que cualquier cosa se vuelve un monumento, sería entonces hipermonumental.
Como se puede ver, se ha llegado a tal grado de desarrollo histórico que se vuelve posible cualquiera de los acercamientos. Por ello tal vez sería más correcto llamarla sociedad hiperhistórica. Y lo es de esta forma justo porque posee una enorme fuerza plástica en el sentido en que el propio Nietzsche lo manejaba: “esa fuerza para crecer por sí misma, ese poder de transformar y asimilar lo pasado y extraño, de sanar las heridas, de reemplazar lo perdido, de regenerar las formas destruidas…”[6] Es decir, la sociedad red posee la capacidad de hacer crecer la cantidad de datos a partir de otros datos; tiene una capacidad de asimilación y apropiación del pasado monstruosa; incluso para ella cada instante es de inmediato un pasado y se agrega al cúmulo de información que sirve para dirigir los futuros acercamientos a la misma información. “Lo relevante de la Era de la información es, precisamente, que se trata de una sociedad global, diversa, multicultural.”[7] A la sociedad de la información no le interesa de qué calidad sean los datos, de dónde provengan ni cuál sea su contenido, mientras sea información todo está bien.
Los defensores de la sociedad de la información se alegran de que gracias a las tecnologías de la información es posible generar una serie de beneficios sociales a gran escala. Como lo dice Hubert Dreyfus,
se nos dice, entre otras cosas, que por sus modos de conectar y proveer acceso a información, Internet traerá una nueva era de prosperidad económica, que nos llevará al desarrollo de buscadores inteligentes para dar justo con lo que necesitamos, resolver los problemas de educación de masas, conectarnos con toda la realidad, permitirnos una identidad aún más flexible de la que podamos tener y, de este modo, dotar de nuevos sentidos a nuestra vidas.[8]
Pero, como se ha visto hasta ahora, el informacionalismo trae consigo más bien la tendencia a incrementar la desigualdad. El propio Castells [9] admite que lo que él identifica como “la más extraordinaria revolución tecnológica de la historia”, más que procurar las prodigalidades prometidas se caracteriza por una perplejidad informada. Castells asegura que en la sociedad red son los programadores los que ejercen el poder en cada uno de los distintos niveles que la componen. De forma conjunta, los programadores deciden el funcionamiento de la red. Sin embargo, aunque las fuentes de poder social en nuestro mundo no han cambiado nunca, ahora están organizadas en redes y no en unidades individuales. Es decir que aunque haya metaprogramadores que posean incluso la capacidad de crear redes, éstos también están inscritos en una red. Finalmente no son más que nodos con cierta relevancia dentro de lo que el mismo Castells ha llamado “autocomunicación de masas”, es decir, comunicación de muchos a muchos en tiempo real dentro de un hipertexto digital, interactivo y complejo. [10]
Al parecer la sociedad de la información tiene la capacidad para organizar y buscar objetivos para dirigir a las masas por sí misma. Pero recordemos que Nietzsche es muy claro cuando habla de las masas:
las masas sólo me parecen un modelo útil en tres sentidos. En primer lugar, como copias borrosas de los grandes hombres, aunque copias realizadas sobre un mal papel y con arquetipos gastados; en segundo lugar, como resistencia frente a lo grande; y, en último lugar, como instrumento de lo grande. Por lo demás, ¡al diablo con ellas y sus estadísticas![11]
Quizá al haber sustituido a los “grandes hombres” por programadores y estadistas, la sociedad de la información se ha quedado sin referente. Al ser resultado de un proceso tecnológico extenso, desarrollado principalmente gracias al progreso de la comunicación de masas, la sociedad de la información no necesita de los “grandes hombres” una vez que ha sido echada a andar. La repetición de los datos y relevancia de los mismos se organiza automáticamente con los registros de las entradas de los usuarios. La mayoría numérica manda. Bajo estos parámetros, todo intento por oponerse a la fuerza de las masas fracasa.
De hecho, de acuerdo a Castells [12], dos mecanismos constituyen el poder en la sociedad red: los programas de las redes y la conexión entre ellas. El poder y el contraponer en la sociedad red finalmente utilizan los mismos mecanismos. “Cuando el sentido histórico gobierna sin límite alguno y desarrolla todas sus consecuencias, desarraiga el porvenir, pues destruye las ilusiones y retira a las cosas existentes la atmósfera en la que pueden vivir”, dice Nietzsche[13]. Y en efecto, hoy día tal sentido se ha desarrollado sin límites y el único futuro que se puede concebir es un futuro de ilusiones históricas, un futuro en las redes y para las redes. La sociedad de la información transforma todo lo que toca en masa. El sentido histórico/informacional se ha convertido en las ilusiones como tales, destruyó las raíces y las ilusiones para hacerse pasar por ellas; por lo tanto, el único futuro imaginable se concibe sólo como parte del proceso histórico/informacional. Pareciera que no hay alternativas,
[…] quien ya ha aprendido a doblar la espalda y asentir con la cabeza al «poder de la Historia», termina por otorgar finalmente un «sí» mecánico-chinesco a cualquier poder, sea éste sólo un gobierno, una opinión pública o una mayoría numérica, moviendo sus miembros exactamente al compás de cualquier poder.[14]
Al parecer, ese “sí a todo poder”, que ya advertía Nietzsche, ha llegado.
Nietzsche afirma que el hombre “es virtuoso en tanto que se rebela frente a ese poder ciego de los hechos, frente a la tiranía de lo real y se somete a leyes que no son las que rigen las fluctuaciones de la Historia”[15]; el hombre sólo es capaz de crear en la ilusión, pero ¿qué pasa cuando los hechos ya son una ilusión? ¿Cómo distinguir entre los hechos y las ilusiones cuando ante nosotros sólo tenemos un cúmulo de datos que se nos aparecen sin ordenamiento único aparente?, ¿cuál de ellos representa “lo real”? Bajo esta lectura: ¡Habría que rebelarse ante todo! Porque sí hay un orden, y ese orden es el que dicta la información. Es ahí donde está el peligro. El hombre virtuoso tendría una labor titánica, quizá imposible. Si ahora la producción, la experiencia y el poder no son más que un flujo de datos que circulan, ¿dónde queda la vida cuando la información se transforma en la vida misma? Nietzsche es muy claro cuando dice que la historia debe servir a la vida, pero en la actualidad pareciera que vida e historia son la misma cosa. La historia posiblemente se ha tragado a la vida por completo o está a punto de hacerlo ¿dónde está la virtud ahora?
Hubert Dreyfus ha identificado la tierra del conocimiento que constituye la red de información global con el clásico ideal de dejar atrás la corporeidad; y relaciona este rasgo con Platón, “quien veía en el cuerpo la tumba del alma y, siguiendo a Sócrates, aceptaba que la tarea más alta del ser humano era «morir en el cuerpo» y ser pura mente.”[16] Pero frente a esto, Dreyfus cita precisamente a Nietzsche, cuando en boca de Zaratustra, en el apartado De los despreciadores del cuerpo, exalta las virtudes de éste.
Nietzsche pensaba que lo más importante para los seres humanos no eran sus capacidades intelectuales, sino las posibilidades emocionales e intuitivas del cuerpo. En su implacable cuestionamiento del platonismo y el cristianismo, e incluso antes las formas más abstrusas de la ciencia y la tecnología, este autor apostaba por la trascendencia de nuestras limitaciones humanas hacia el superhombre.[17]
¿Cómo responder entonces ante la amenaza de los “despreciadores del cuerpo”?, ¿es necesario hacerlo? En caso de que la respuesta sea afirmativa, entonces es preciso buscar los medicamentos necesarios para tal enfermedad histórica/informacional. Pero tales antídotos, siguiendo con Nietzsche,
[…] no nos sorprendamos si son los nombres de venenos. Los remedios contra lo histórico se llaman lo ahistórico y lo suprahistórico. (…). Con el término de «lo ahistórico» designo el arte y la fuerza de pode olvidar y encerrarse en un horizonte determinado; llamo, por otro lado, «lo suprahistórico» a los poderes que desvían la mirada de lo que meramente deviene, dirigiéndola a lo que da a la existencia el carácter de lo eterno e idéntico, hacia el arte y la religión.[18]
Ahora pues, ¿cómo imaginar una sociedad ahistórica o suprahistórica actualmente?, ¿sería preciso prescindir de la acumulación de información con la que contamos ahora? Sería preciso olvidar todo y comenzar de nuevo. ¿Cuántas veces en la historia se ha imaginado este nuevo comienzo desde la nada? No lo sabemos, pero quizá remitirnos a la historia para contestar estas preguntas no sea una buena idea. Del otro lado, si queremos rescatar cualquiera de las dos propuestas suprahistóricas, el arte o la religión, lo mejor sería apartarse de la historia de éstas para hacerlo, pues una vez que se cae en el hoyo de la contemplación del pasado, el viaje no termina nunca, menos aún en la sociedad de la información.
Difícil es hacernos una idea acerca del futuro de tal sociedad de la información. Se vuelve tortuoso estimar su alcance y su duración cuando parece que ahora todo depende de ella. Incluso se vuelve casi imposible tan sólo imaginar una sociedad diferente. Dentro de sus límites se nos presenta como algo eterno y tan mutable que es capaz de abarcarlo todo. Eso es lo que se puede decir desde dentro, sin embargo, al menos creo que será preciso recordar a Zaratustra cuando habla de del país de la cultura:
Emborronados con los signos del pasado, los cuales estaban a su vez embadurnados con otros signos: ¡así os habéis escondido bien de todos los intérpretes de signos! (…) Puertas abiertas sois vosotros, junto a las cuales aguardan sepultureros. Y ésta es vuestra realidad: «todo es digno de perecer».[19]
Y, del mismo modo, no dejar de lado las advertencias nietzscheanas que se convierten en una especie de sentencias cuando se actualiza su pensamiento. Es posible ver la actualidad del pensamiento de Nietzsche cuando se mira de cerca nuestra cultura y lo poco que ha pasado desde que escribió sus textos. Aunque la Era de la información se presente como el culmen del progreso social, siempre es necesario recordar que existen otras perspectivas y que tarde o temprano será la vida, y no la vida histórica/informacional, quien juzgue y decida. Es difícil saber cómo terminará este desafío de los datos hacia la vida, pero sí podemos advertir lo que mencionaba Nietzsche desde el inicio de su obra: “todo lo que nosotros llamamos ahora cultura, formación, civilización, tendrá que comparecer alguna vez ante el infalible juez Dioniso.”[20]
Bibliografía
-Castells, Manuel e Himanen, Pekka, El Estado de bienestar y la sociedad de la información, El modelo finlandés, Alianza Editorial, Madrid, 2002.
-Castells, M., Comunicación y poder, Alianza Editorial, Madrid, 2009.
________ La era de información, Vol. III: Fin de milenio, Siglo XXI editores, México D.F., 1999.
-Dreyfus, Hubert., Acerca de Internet, Editorial UOC, Barcelona, 2003.
-Nietzsche, Friedrich., El nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
________ Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2009.
________ Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida [II Intempestiva], Biblioteca Nueva, Madrid, 1999.
Citas bibliográficas
1. Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, p. 38.
2. Ibídem., p. 39.
3. Manuel Castells y Pekka Himanen, El Estado de bienestar y la sociedad de la información, p. 18.
4. Manuel Castells, Comunicación y poder, p.51.
5. Castells e Himanen, El Estado de bienestar y la sociedad de la información, p. 1.
6. Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, p. 43.
7. Castells e Himanen, El Estado de bienestar y la sociedad de la información, p. 19.
8. Hubert Dreyfus, Acerca de Internet, p. 16.
9. Castells, La era de la información, p. 428.
10. Manuel Castells, Comunicación y poder, p. 88.
11. Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, p. 124.
12. Castells, Comunicación y poder, p. 76.
13. Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, p. 96.
14. Ibídem., p. 111.
15. Ibídem., p. 113-114.
16. Dreyfus, Acerca de Internet, p. 19.
17. Ibídem., p. 20.
18. Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, p. 135-136.
19. Nietzsche, Así habló Zaratustra, p. 183-184.
20. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, p. 168.