Sin saberlo, todos entramos en los sueños amorosos de quienes cruzan con nosotros o nos rodean. Y sucede a pesar de la fealdad, la penuria, la edad o la sordidez de quien desea; y a pesar del pudor o la timidez de quien es codiciado, sin que encuentren sus propios deseos, dirigidos tal vez a otra persona. Así, cada uno de nosotros abre a todos su cuerpo y a todos se lo entrega.
Marguerite Yourcenar.
Resulta espinoso abordar un tema tan subjetivo como es la coquetería y la seducción. Aunque ambos vocablos son ampliamente usados en lo cotidiano, no es sencillo definir ni adentrarse en lo que significan. Vamos, la realidad es que tanto la coquetería como la seducción son expresiones humanas muy complejas que están íntimamente vinculadas, ya que, en esencia, representan dos caras de una misma moneda. Con cierta diferencia por supuesto, pero que en principio participan de un mismo fin: atraer al otro. ¿Qué es la coquetería y qué la seducción?
Del deseo de gustar, al deseo de poseer
Quién no ha dicho algunas vez, bajo el fantasmagórico mirar y la burlona sonrisa de una mujer, o su tambaleante caminar, que es una coqueta. Muchos, aunque hoy titubeamos tan siquiera sugerirlo a causa de las constantes circunstancias de acoso sexual que a diario opacan ese intrigante juego en donde sólo tenía cabida la perplejidad por la presencia del otro, y no el abuso. Pero, ¿qué es la coquetería? La coquetería, primero, es una palabra derivada del francés, coquette, con la cual se hace mención a un modo de ser y estar y cuyo sentido enfatiza el cómo es que te aprecian y aprecias al otro en situación. La coquetería representa, en términos generales, una de las tantas experiencias eróticas de la alteridad.
Georg Simmel, un sociólogo y filósofo alemán, hace ya varios años dedicó algunas de sus reflexiones a dar luz sobre aquella tremenda suerte en donde ocupan un espacio importante las miradas y la interpretación de ellas para nuestra subjetividad. O también, cómo, en otro caso, valiéndose de la etnología, entendió que una señal, simple o extravagante en el mostrar de la vestimenta e incluso de un adorno también conformaban un elemento nodal de la coquetería. Como sea, pareciera que la coquetería se abre paso en la interpretación simbólica como un acto que dice más de lo que aparenta y que se hace presente de modo firme cuando las personas cruzan su camino. Para Simmel, coquetear, como verbo, significa dejar apreciarte con el fin de agradar (o gustar).
No obstante, pretender agradar, en efecto, no agota lo sustancial del coqueteo. O más bien, no sería un agradar cualquiera. Razón por la cual Simmel subrayó más puntualmente y con mucho acierto que la coquetería desemboca en una especie de doble acción cuyo efecto se da en sucesivo: tesis y antítesis,[1] que aquí, cercano un poco a Hegel (pero no en todo), significan ofrecerse al otro, y negarse al mismo tiempo. Ofrecerse y negar el ofrecimiento. Potenciar el deseo de quien nos ve y en el mismo acto decir no; eso es un juego, como se dijo, estupefacto de ida y vuelta que deja en suspenso lo posible. Es la entrega aparente de la sexualidad sin que ello se cumpla. “La coquetería tiene que hacer sentir a la persona a quien va dirigida, el juego fácil entre el sí y el no, la negativa, que pudiera ser un rodeo para llegar a la entrega (…).” [2]
Por esto es que la coquetería nos habla de la acción simbólica para atraer, y de la cual todos de algún modo nos valemos sin previo entrenamiento cuando nos relacionamos con los demás. En los círculos de amigos, fiestas, o la misma calle. No importa realmente el escenario mientras estemos frente a otro. La coquetería, por esto, es una forma de actuar que básicamente se aprende por tanteos, apreciando el modo de comportarse de quienes nos rodean; y es por ello que se ejerce la gran mayoría de veces con sencillez, ya con un simple toque del cabello, una sonrisa, algún detalle ornamental, etcétera (Algunos le llaman el lenguaje corporal). O bien, por el contrario, también es factible de accionarse el coqueteo pero con una franca racionalidad estratégica. No obstante, cuando esto último sucede, entonces ya estamos en el plano de la seducción, el otro nivel de la atracción.
Por esto dijimos que coquetear y seducir son dos caras de la misma moneda. La última por supuesto hace del juego de atraer un cálculo razonado en donde se atienden los costos y los beneficios. Seducir en efecto, es un paso adelante de la coquetería a tal grado que puede incorporar a ésta como elemento de un plan determinado. No siempre por supuesto, la seducción supone un entrenamiento bien definido, al contrario, la gran mayoría de ocasiones, tal como la coquetería, se ejercita por tanteo, ensayo y error, es decir, se pule en la práctica sin que ello garantice que quien lo haga se volverá un audaz y hábil seductor. De hecho gran número de jóvenes y adultos tienen problema, en mucho por timidez, para ejercitar esa habilidad.
Don Juan, o Casanova, por el contrario, encarnan, como sabemos, a dos de los personajes más emblemáticos de la literatura que hacen de la seducción su modus vivendi. Ellos son los expertos, los grandes maestros. Lo mismo sucederá con otro Juan, pero el de Kierkegaard. Éste último, con su novela El diario de un seductor, logró disertar con verdadero ahínco narrativo el problema que implica la estrategia seductora. Básicamente, salvo el corte de los vocablos, de su sentido, seducir es similar a declarar una guerra. Porque involucra un plan de ataque donde el fin de la conquista será muy claro: la posesión sexual.
Esto es evidente a lo largo de la narración del filósofo danés, que conjunta vivazmente todos los posibles escenarios y elementos requeridos para impactar en el alma de la otra persona. Al decir alma, aquí nos referimos por supuesto a la imaginación del otro, que será pronto estimulada por el deseo, el cual se truncará cuidadosamente bajo el efecto del amor. Cordelia, la bella mujer elegida, la contraparte del seductor kierkegaariano, va a ser el objetivo que lleva a Juan a coordinar una serie de momentos bien marcados que consisten en simular o engañar. Tengamos esto en cuenta porque la acción de seducir implica eso: simular. Un buen seductor sabrá de antemano que lo primordial para sus fines consiste fundamentalmente en la simulación entendida ésta como una técnica que se vale de otras estratagemas o astucias secundarias para avanzar hacia su objetivo.
Por esta razón es por lo que la seducción se vuelve un tema de mucha más amplitud y meticulosidad al grado de que puede, como vimos, envolver a la coquetería como un elemento de ella, pero sólo como un momento. Porque asentados en la seducción, ésta necesariamente tenderá a ir más lejos. Kierkegaard bien lo hace notar, al momento que prácticamente traza un mapa de los puntos que tiene que minar para acceder a Cordelia. Hay un asedio sin que la víctima lo sepa, de ahí se desprende la necesidad de estructurar un conocimiento pulcro y minucioso de los movimientos del objetivo. En cierto modo, es una analogía de la función y operatividad de un asesino perfecto, que no dejará rastro alguno de su crimen cuando se decide a asestar el golpe final.
El seductor, pues, procede con la misma escrupulosidad de perfección de un excelente criminal, pero el fin de su avanzada, al contario del primero, requiere dejar una huella profunda, hiriente. Cuando el seductor ataca, tratará de vulnerar el piso del otro para robarle un fragmento de lo que lo hace ser. Algo que en Kierkegaard está ligado al llamado estadio estético, erótico, o simplemente poético. Y que vaya, se devela su resultado desde las primeras páginas cuando el narrador da a conocer las cartas que dan vida al diario, y en cuyas líneas leemos: “Yo me imagino perfectamente cómo sabría seducir a una muchacha hasta estar seguro de que ella lo sacrificaría todo por él. Llegados hasta ese punto, lo cortaba todo”.[3]
Resulta por otro lado paradigmática la lectura que de El diario de un seductor realizó Jean Baudrillar.[4] Porque desmonta dos polos de la seducción que en Kierkegaard no son explícitos. Por un lado, la parte inmanente, que para Baudrillar sería la viva naturaleza de lo femenino. Esto quiere decir que para Baudrillar la seducción es en esencia femenina, por lo que prácticamente toda mujer es en potencia, según él, seductora. A tal extremo de no requerir más que un leve movimiento de su cuerpo para impactar y seducir. Y no necesariamente el acto ha de ser consciente para despertar un deseo inmediato que se puede traducir como una falta, esto es, una carencia para el otro. De hecho antes el seductor tendrá que ser seducido por el otro, motivo para resolver su propio camino de ataque. Esto es lo notable que hace ver Baudrillar. Ya que Juan primero tuvo que ser seducido por Cordelia, y por eso se decide a “contraatacar” pero con una intención aún más elevada: la poética. Ahora bien, el problema que sigue es: ¿Qué pasa entonces con la seducción masculina?, ¿qué de femenino hay en ella? Y la respuesta es simple para Baudrillar, en el hombre la seducción, que en esencia es femenina, se transforma en verbo o palabra.
El seductor entonces desde la perspectiva del francés tiende a apropiarse de lo femenino y lo vuelve parte de sí a través de la apariencia, esto gracia al vehículo de la palabra y el “histrionismo”, ya que ahí es que encuentra las verdaderas herramientas que le permitirán engañar y ganar la atención del contrario. Aquí es donde recupera Baudrillar, para ilustrar mejor su postura, un término que retoma de una técnica de la pintura moderna, el trompe l’oeil, y que básicamente es igual a otro término que encontramos en castellano: trampantojo. Tanto una palabra como la otra significan engañar al ojo: lo que se ve. El seductor con un buen entrenamiento que exige gran paciencia práctica, logrará ese efecto (avanzado el camino) que reproducirá una ilusión. Así, y vía el acto de las promesas, de las declaraciones, del “buen decir”, logros de todo excelente histrionista, consigue duplicar la imagen que tiene el otro de sí mismo para potencializar el deseo hacía él.
Esto es algo que también explicaría muy bien Jean-Paul Sartre, en El ser y la nada, al disertar sobre el deseo sexual. Del que mostró que desear es desear el deseo del otro, por lo que el fin último no es la posesión simple del cuerpo, sino despertar el deseo hacia nuestra persona. Y ello es fácil de interpretar en Kierkeggard, porque si bien el objetivo es, como se dijo, la posesión sexual de Cordelia. La huella que deja el seductor no se reduce solamente al acto sexual, sino en haber despertado el deseo de la otra persona hacia él: y eso es lo que no se olvida.
No es casual por eso que en la ruptura (amorosa) que provoca el seductor, le haga experimentar a la seducida una fractura tremenda que bien se podría entender como una tortura mortal. Tal como dice el narrador sobre la pobre Cordelia cuando es abandonada por Juan: “Y sin embargo, ella se ha dado por entero; y la infeliz, al tener conciencia de eso, sufría una doble amargura: no se podía quejar por nada y se sentía lanzada a los más diferentes estados de espíritu, como a una danza diabólica. Y a veces lo censuraba, o censurándose a sí misma, encontraba perdón en él”.[5]
La seducción, pues, a diferencia de la coquetería, se puede comprender como un paso delante de ella, que surge del mismo acto, pero de modo específico y razonado. Cada paso, cada decisión que se toma para seducir tendrían que estar plenamente justificados si es que no se quiere errar, o en todo caso, si se quieren maximizar las posibilidades de lograr la posesión del sujeto deseado.
Sea como sea, con lo anterior sólo quisimos ilustrar de un modo breve hasta dónde el seductor bien entrenado, en la paciencia y la pericia, el histrionismo o la simulación, puede llegar a lograr. Esto por un lado, pero también debemos de externar que por supuesto, esto no es a nuestra manera de ver un ejercicio exclusivo de un sexo en particular. Porque esencialmente la seducción es una estrategia que como arriba se señaló, implica un cálculo razonado que tiene por meta hacer de nosotros el espejo que el otro quiere ver de sí. Por eso es tan compleja y peligrosa (según se vea) la seducción, y por supuesto, difícil de ejercer. Sólo queda por decir, ya para concluir, que tanto la coquetería, que trata de agradar sexualmente, como la seducción, que va hacia el objetivo atacando sutilmente, son maneras de ser y estar en situación con la alteridad, con el otro, siempre al resguardo o bajo la mediación de la imaginación erótica.
Bibliografía
- Baudrillar, Jean, De la seducción, ed. REI, México, 1990
- Kierkegaard, Søren, El diario de un seductor, ed. Fontamara, México, 1984
- Sartre, Jean-Paul, El ser y la nada, ed. Alianza, Madrid, 1984
- Simmel, Georg, Cultura femenina y otros ensayos, ed. Austral, México, 1961
Notas
[1] Tesis y antítesis (y por supuesto síntesis) son términos que hay que decirlo, no son de uso en la obra hegeliana, sino que se implementaron por asuntos pedagógicos con el fin de ilustrar de mejor modo la dialéctica.
[2] Georg Simmel, Cultura femenina y otros ensayos, ed. cit., p. 53
[3] Søren Kierkegaard, Diario de un seductor, ed. cit., p. 11
[4] Véase De la seducción de Jean Baudrillar, ed. cit.
[5] Søren Kierkegaard, op.cit., p. 11
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