Fotografía de Alfa y Omega
Resumen
Exploramos en este trabajo el perfil profesional y algunas de las ideas vertidas por el filósofo francés Rémi Brague acerca del problema antropológico de la justificación de la presencia o de la existencia en el mundo, es decir, del género humano en el mundo; lo haremos a través de la revisión de fragmentos de sus obras donde trata el asunto, no sin resaltar algunas de las paradojas que él expresa y que tienen que ver con la idea del proyecto moderno, su fracaso y la necesidad de ajustar el rumbo, corrigiéndolo en torno de lo único que puede darle sentido a existencia tal del hombre.
Abstract
In this paper, we explore as the professional biography and some of the few ideas expressed by the French philosopher Rémi Brague regarding the anthropological problem of justifying presence or existence in the world—that is, of the human race at the world. We do so by reviewing excerpts from his works that questions this issue, while highlighting some of the paradoxes he expresses, which relate about the idea of the modern project, its breakdown, and the need to adjust course, correcting it around the only thing that can give meaning or sense to humankind’s existence.
Palabras clave: humanismo, modernidad, legitimidad, continuidad, conversación, conservación.
- Sobre el perfil y la obra de Rémi Brague
Rémi Brague es un filósofo francés nacido en 1947. Jubilado como profesor de filosofía; pero su labor investigadora no cesa y sigue vigente. Ha recorrido con éxito su trayectoria como profesor y como investigador de la Historia de las Ideas Filosóficas. Ha recibido un sinnúmero de premios y ha sido reconocido por diversos organismos de humanidades como ciertas universidades, por ejemplo. No es un filósofo, sin embargo, del cual pueda uno quedar indiferente cuando lo lee o lo escucha, pues también se puede encontrar respondiendo entrevistas o dando alguna conferencia y sus videos han quedado en Internet: siempre tendrá algo importante o de impacto para decir. Así, si se trata de considerar una estupidez olvidar el pasado, o si de aclarar el origen medieval de la democracia y su connotación verdadera; o de llamar la atención sobre el sentido de la voz y la naturaleza de la «Universidad» se trate, está allí disponible para todos los que puedan conectarse y conocerlo.
Fue gracias al Dr. Juan Carlos Moreno Romo como en México pudimos conocer la obra y hasta la persona de don Rémi Brague. En el marco del XIII Congreso Internacional de Filosofía, convocado y auspiciado por la Asociación Filosófica de México, en la ciudad de Morelia Michoacán, en el 2005 se propuso participar allí con un simposio cuyo nombre fue «La vía latina». Así lo bautizó el Dr. Moreno inspirado en la obra de Brague Europa, la vía romana.[1] Inclusive se nos fue publicado un capítulo completo en el III Tomo de las Memorias de dicho congreso en El Saber Filosófico[2], obra coordinada por Jorge Martínez Contreras y Aura Ponce de León, con el patrocinio de la Asociación Filosófica y la Editorial Siglo XXI y publicado en 2007.
Luego, ya en la Facultad de Filosofía de la UAQ, en el Seminario Permanente del Cuerpo Académico de Estudios Cruzados sobre la Modernidad donde leímos y analizamos La sabiduría del mundo.[3]
Ya con el análisis de su obra mediante otros cuantos textos y en el marco de las actividades del mismo seminario permanente pudimos pronunciarnos sobre una de las cuestiones que aquí nos ocupa con una presentación sobre la obra de Brague, y específicamente sobre la legitimidad de lo humano en el marco del Seminario Permanente de Estudios Cruzados sobre la Modernidad, el 14 de septiembre de 2017 en la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro. Allí insinuábamos que uno de los múltiples tópicos que pueden encontrarse como objetos de estudio de nuestro pensador es la cuestión humana o de lo humano. Muy mordazmente cuando se pregunta si no será ya hora de cuestionar la trayectoria del pensamiento que ha llevado a encumbrar la noción de lo humano como la referencia absoluta del orden del universo, es decir, si no será que el humanismo ha llevado al absurdo la supremacía del antropocentrismo como para llegar al sinsentido de la relativización del valor otorgado a la propia condición humana y a la disposición en ese sentido de lo que antes, o no era tomado en cuenta como valioso en sí mismo, o no se le encumbraba por encima de otras realidades, a saber, la propia condición de lo humano.
Vale la pena recordar que, en un evento intermedio, mucho más importante, el Dr. Rémi Brague visitó nuestro país y hasta participó del Simposio que el cuerpo académico introdujo, entonces era en el marco del XVII Congreso Internacional de Filosofía, cuya sede volvió a ser la ciudad de Morelia en abril de 2014 y hasta dictó una conferencia el día 9 de ese mes, cuyo contenido, si no ha sido editado y publicado sí existe su audio y ahí Rémi Brague trata el mismo asunto que asentó en su obra —entonces no traducida— Las anclas en el cielo: infraestructura metafísica de la vida humana.[4]
Después pudimos expresar con mayor amplitud la paradoja del humanismo moderno, en específico el 6 de febrero de 2021 con nuevas ideas sobre Brague, a propósito de su entonces recién publicado en español Manicomio de verdades[5] donde considerábamos que Rémi Brague es alguien que desenmascara, ubica, clasifica, revela y urde conceptos más allá de lo que el academicismo y el “canon” del pensamiento nos orilla regularmente a creer o dar por hecho en estas instancias de la filosofía. Es un enemigo de la síntesis anticipada o precipitada. Tiene el hábito de acudir hasta las fuentes primarias cuando se trata de emitir una opinión o consignar una idea según el desarrollo del tema. Ya el simple hecho de traer a cuento el cúmulo de fuentes y haber leído tanta bibliografía y hacer el tremendo trabajo propio del investigador filosófico serio, no puede uno más que reconocerle ese esfuerzo y deleitarse con las perlas que este explorador nos trae desde las profundidades del pensamiento humano. Esa actitud por demás escrutadora le hace ser diferente, sui géneris, único, pues entre sus cometidos por desenmascarar lugares comunes del pensamiento, le hace distinguirse y hasta acreditarse frente a los lectores o seguidores de su estilo y de su obra, lo que le convierte en un referente de lectura obligada para los espíritus curiosos, inquietos e inconformes con el canon oficial de la filosofía.
- Sobre la relevancia y el interés de su obra e investigaciones.
Cuando se presentó su libro Manicomio de verdades, a través del canal de Youtube, de la «Fundación Villacisneros», de España, emitida la sesión en directo el 23 de marzo de 2021, el presentador (traductor, además, de otras obras de Brague) Juan Miguel Palacios, titular de la cátedra de Filosofía Moral de la Universidad Complutense de Madrid, resaltó varias de las —valga la redundancia— virtudes de la obra, entre otras, la claridad con la que Rémi Brague atina a señalar la necesidad de concebir y rescatar ciertas ideas florecientes y relumbrantes de la Edad Media, por ejemplo, por cuanto de dicha etapa podemos aprender y desprendernos de los prejuicios y clichés que obnubilan nuestro juicio como civilización moderna frente al «hombre de paja» al que hemos convertido con pueril suspicacia cuando escuchamos las palabras que la denominan.
Manicomio de verdades —nos dice Palacios— es, pues, un libro de ensayos que ofrece un diagnóstico de la dolencia espiritual que padece nuestro tiempo y propone una terapia para remediarla. En la forma de expresión de su autor hay una singular y rara mezcla de la agilidad, perspicacia incisiva, libertad frente al tópico, provocación chocante y hasta humor e ironía, características del mejor ensayista con la inmensa amplitud de conocimientos, probada solidez e impresionante erudición propias del hombre sabio que lo ha leído todo en muy diversas lenguas antiguas y modernas y que, además, lo que es todavía más difícil, lo ha leído bien.[6]
Nada sencillo resulta, por otra parte, acercarse y sumergirse en la obra de cualquier filósofo, mucho menos si éste sigue vivo en nuestros días, pues mientras tratamos de captar su mensaje y sus ideas, bien puede ya estar produciendo nuevas, estudiando mucho más y desarrollando nuevos temas. De este modo cualquier acercamiento siempre quedará uno o muchos pasos atrás de la obra del filósofo en cuestión. Peor resulta si a quien se pretende estudiar y luego explicar posee una inmensa erudición. Muchos años de estudio harán falta para tratar de alcanzar los niveles del pensador; pero hay algo todavía asaz inalcanzable: el genio productor y creador de ideas del mismo filósofo. Muy humildemente juzgo que estamos ante un gigante del pensamiento. Un hombre al que comparo sin pudor y coloco al nivel de un Aristóteles moderno. Pienso en Rémi Brague e imagino al estagirita y toda su capacidad para sintetizar, organizar y clasificar el cúmulo de sabiduría hasta su tiempo y en su civilización. De igual modo harán falta futuros Andrónicos o Porfirios para organizar y ayudar a digerir la obra de nuestro filósofo. Nuestro filósofo es un referente para entender e interpretar el mundo actual, de lectura obligada resulta si pretendemos distinguir de entre la maraña de conceptos y hasta sucesos, ya no digamos solamente las huellas del pensamiento que permean el espectro y la apariencia del mundo en nuestra circunstancia occidental al menos.
Decíamos que este filósofo es una especie de Aristóteles moderno. Tomamos aquí la analogía en el sentido de la capacidad sintética y la acumulación de saberes y hasta de las fuentes autorizadas para establecer criterios de comprensión a través de la obra y del estudio de los más diversos pensadores a los que se acerca para escrutarlos e interpretarlos. Así como el estagirita, ya sea por cuenta propia o por la impresión que nos dejan sus herederos y quienes organizaron el corpus de su pensamiento, así el francés toma para sí la empresa de clasificar, si es que se permite o cabe la expresión, el cúmulo de pensamientos que le anteceden, según los temas que aborda y el tratamiento que él mismo ofrece para explicarnos a su vez esas cuestiones.
Nada banal resulta su pensamiento. Nada intrascendente ni baladí. Le han reconocido ciertas instituciones de distintas maneras. Uno de los premios que se le dieron fue por sus contribuciones al diálogo Fe-Razón. El premio Ratzinger 2012 fue para él, aun no siendo meramente un teólogo, como cabría esperar de un premio de esa naturaleza. Si pensamos en él y la imagen que pudiera proyectarnos, diría que tiene estas dos características ya enunciadas: la de un Aristóteles actual y la de un académico respetado y reconocido como premios como el Ratzinger.
También se le puede concebir como un referente en lo que hace a los estudios de carácter filosófico medieval. Su cátedra en la Sorbona es debida a esta condición del conocimiento sobre la materia. En cierto sentido podemos considerar que es la máxima autoridad viva para establecer el criterio de conocimiento sobre la Edad Media y sobre cualquier tema que con su acción toca, cual midas de la filosofía. Las múltiples invitaciones que tiene para entrevistas en los medios y las cátedras en las universidades avalan esta condición de supremacía intelectual. Cabe destacar la manera como se introduce a los textos, a las fuentes, la precisión y sofisticación para tratar los contenidos a los que se acerca en su labor estudiosa, en sus investigaciones, no sin un buen rastro de modestia cuando de traducciones se trata, pues acostumbra él mismo a producirlas para su causa.
Se le reconoce la autoría de una gran trilogía, que se conforma por La sabiduría del mundo[7], La ley de Dios[8] y El reino del hombre[9]. El primero examina con lujo de detalle las visiones cosmológicas desde antiguo, no sólo desde las fuentes grecolatinas, sino incluso por parte de los pueblos poco estudiados en filosofía, como el egipcio y desde luego, el pueblo hebreo, entre otros. El segundo puede considerarse medular en el conjunto de su obra, pues en él se dedica a exponer también con el mayor de los detalles cada etapa, corriente y autor que sobre la discusión del origen divino de la ley humana, tanto las fuentes judías, como cristianas y musulmanas y como describen o desarrollan las ideas en torno de esta condición. El tercero pretende y logra ser una contundente visión sobre el ascenso, apogeo y caída del humanismo en la Edad Moderna. Cada una de estas tres obras se corresponde con las tres etapas de historia de la humanidad, a saber, la Antigüedad, la Edad Media y la Edad Moderna, respectivamente. Asimismo cada una de estas obras se corresponde con los tres grandes temas en los que se concentra el saber poseído hasta nuestros días, o al menos la categorización que tradicionalmente se hace, a saber, el mundo, Dios y el hombre.
Cabe decir que, si bien pueden identificarse estas tres etapas, el mismo Brague nos advierte que no por ello hay interrelación y en algunos casos una continuidad o incluso una semejanza en cuanto a los postulados que se pueden rastrear desde la antigüedad hasta la edad moderna.
Por cada uno de sus libros troncales ha escrito y publicado algunos libros, y ha concedido algunas entrevistas, amén de las numerosas charlas y conferencias que ha dictado sobre esos temas, así como los artículos emanados, ya sea de las propias entrevistas, por cuenta propia o como reseñas de los libros que ha publicado. Estas obras paralelas a las troncales las denomina “satélites” o hermanas de las otras. Así, aunque no lo anuncia explícitamente, a La sabiduría del mundo pudiera corresponderle Europa, la vía romana, por lo que se refiere a la identificación de las raíces del talante europeo en la ya conocida fuente latina o romana. En ese sentido —según su página de Internet— también tiene publicados y sin traducir, algunos trabajos sobre Aristóteles y Platón sobre ontología.
Para el caso de la segunda gran obra de su trilogía, La ley de Dios, tiene varios estudios adicionales o complementarios, como En medio de la Edad Media[10], publicada en español con ese nombre por la editorial Encuentro y Mitos de la Edad Media[11], misma obra; pero publicada esta vez así por la editorial Nuevoinicio. Alrededor de esta segunda obra troncal podemos considerar también Sobre el Dios de los Cristianos y sobre uno o dos más[12].
En lo referente al libro de El reino del hombre, tiene como paralelos a Lo propio del hombre. Una legitimidad amenazada[13] y Moderadamente moderno[14].
La virtud de estas obras hermanas menores de las troncales es que expresa con mayor soltura y menor detenimiento en los detalles, los argumentos y las posturas que en cada caso demanda el tratamiento de los temas. Se percibe en ellos más claramente la postura de nuestro autor y pueden servir de preámbulo para adentrarse en las otras, o de conclusión, si ya se ha leído aquellas.
En torno de todas estas nociones, nuestro autor examina otros problemas a la vez tangenciales y a la vez medulares como el del suicidio, el de la baja de la natalidad, el de la brújula perdida de la civilización resultante de la Modernidad; el del fracaso del ateísmo moderno como propuesta o respuesta de sentido en nuestros tiempos; el de la ambigüedad de los «valores» y el no reconocimiento de las raíces de las virtudes para propiciar una vida más armónica o al menos organizada, ya no digamos, de sentido en nuestros días; el del Estado que atenta contra la institución familiar; el de la cultura y la educación, en fin, con el acercamiento que hace de determinados autores, obras, corrientes y doctrinas de toda índole, nos hace reflexionar acerca de nuestro mundo, del sentido y de la perspectiva que podríamos tener si nos tomamos estas y otras cuestiones en serio. Por eso es pertinente estudiarlo y acercarnos a sus ideas y su claridad.
- Selección de problemáticas o paradojas tratadas en la obra de Rémi Brague.
a) La cuestión de la ambigüedad del humanismo moderno.
La primera de las paradojas o anomalías identificadas por nuestro autor es que la Modernidad ha tratado de justificar sus logros sin apelar a nada fuera del propio hombre. «El mundo moderno —nos dice— no deja ileso el capital del que vive, sino que lo corrompe. Porque da un giro particular a cada uno de los elementos que toma prestados de los mundos anteriores para subordinarlos a sus propios objetivos».[15] Ni siquiera pueden las personas, los pensadores y los impulsores de los tiempos modernos agradecer o ya no digamos, reconocer, retomar humildemente o dar continuidad al cúmulo de enseñanzas, aprendizajes, aportaciones y herencias de antaño por la vía de la Tradición, porque para la modernidad todo es rompimiento con el pasado, olvido o manipulación de la memoria y el recuerdo.
Con la Modernidad se da por sentada la primacía de lo humano. Nuestro autor explica que su trilogía mayor es resultado de la idea de que el hombre apeló en un principio a su existencia con referencia a la naturaleza y por ello en La sabiduría del mundo explora dichas ideas, ahondando en las cosmovisiones de las diversas civilizaciones de cuño antiguo; por su parte, en la Edad Media se tenía clara la referencia de la existencia y su justificación respecto de lo divino o de lo sagrado, por ello la raíz judeocristiana trasplantada al cristianismo europeo u occidental cobraba sentido para la civilización cristianizada y en su obra La ley divina lo examina desde sus orígenes. Por su parte, la Modernidad y su piedra de toque que es el humanismo, prescinden de la cosmografía y de la cosmogonía del pretérito; pero no atinan a fundar una cosmología porque, obnubilado este periodo por el influjo de la llamada ciencia galileana y después naturalista y a la postre cientificista, aunado al ya citado humanismo ateo, ha prescindido del referente trascendente.
El humanismo exclusivo es sencillamente imposible. No porque volvería al hombre inhumano, sino porque destruiría al hombre, en el sentido más sencillo de la palabra. Es incapaz de suministrar respuesta para una cuestión fundamental: la del punto de apoyo. Cuestión que se vuelve tanto más candente cuando el hombre se procura cada vez más los medios para tener en sus manos su futuro, decidir libremente que será, y quizá incluso si será o no será; en último término podría procurarse los medios para pronunciarse sobre el mantenimiento o el sabotaje del mundo entero.[16]
Cuando ciertas instituciones se jactan de promover el humanismo, en realidad están sobreexplotando un término que, a buen juicio de Brague, degenera en algo totalmente ambiguo, cuando no contario a lo que pretendidamente dichas instituciones buscarían promover, pues la concepción que aquellas tienen suele inspirarse más bien en la intención de exaltar ciertos «valores» para sustituir las otrora llamadas virtudes; pero con un componente o una connotación moderna, sustraída de todo rastro de espiritualidad o de religiosidad para así poder presentarse como vanguardistas, laicos o universales, pluralistas, diversos, empáticos y acordes a los tiempos actuales y no anclados en aquellas ideas «retrógradas», como suelen tildar lo pasado, lo tradicional o arcaico, sin mayor matiz, ya no digamos, conocimiento. «Antes de este punto de inflexión, y todavía ahora para algunos espíritus retardatarios, el humanismo era una manera cómoda de designar lo que era preciso promover o al menos defender, a saber, un cierto valor dado al hombre y a lo que es humano».[17]
Y sentencia con mayor solemnidad y severidad que: «Es preciso que levantemos acta de un hecho nuevo que no carece de importancia. Uno intenta escamotearlo por mil subterfugios. A mí me parece más oportuno pregonarlo a los cuatro vientos. No, desde luego, como un grito de victoria, sino como expresión de una inquietud profundamente sentida: el proyecto de la Modernidad ha fracasado».[18]
Por otro lado, la cuestión antropológica central del periodo de la modernidad deja mal parado o posicionado el papel de las personas, del género humano, cuando se trata de concebir el tiempo como algo distinto de todo lo anterior, inclusive en el trato dado a nuestro planeta; pero también por la relación que se tiene cuando se habla de proyectarse en el mundo como la especie de moda. La idea del sometimiento y la administración de cuanto compone el mundo en la visión moderna se pierde y se llega a una cierta dificultad para legitimar la presencia y el cometido del hombre en la tierra. No hay nada fuera de él a que apelar para justificarlo; pero tampoco se puede hacer patente la certeza de que ello represente una obligación o una responsabilidad al menos, ya no digamos una tarea y por eso conviene hablar más bien de un proyecto. Uno que, a juicio de Brague, y como ya lo consignamos, ha fracasado:
Se trata, en primer lugar, del proyecto de someter la naturaleza. Ello invierte la percepción del concepto cosmológico de la antropología: en lugar de ser el cosmos el que da su medida al hombre, es éste el que debe crearse un hábitat a su medida. El sentido de la idea de orden cambia entonces radicalmente, así como el lugar en el que debe acreditar su realidad: para la época premoderna, el orden es, ante todo, si no casi exclusivamente, el de las realidades celestes, inaccesibles al hombre, que legitima que se denomine al mundo kosmos, siendo el carácter de lo sublunar algo dudoso. En cambio, según el proyecto moderno, lo que rodea al hombre es en sí mismo un caos; no hay orden sino donde éste es creado por el trabajo humano. De golpe, resulta ocioso buscar el orden fuera de lo que es accesible al hombre, terreno que no está delimitado de entrada, sino que puede aumentar indefinidamente.[19]
b) Sobre la falta de justificación del por qué es bueno ser.
¿Cuál es ese asunto? La justificación de la existencia, permanencia o presencia del hombre en el mundo. También podríamos enunciarla así: ¿qué es lo que hace que nuestra existencia sea buena o incluso que «sea», más allá de las explicaciones de la biología y la condición de haber nacido?
Si es de vero que el proyecto moderno ha fracasado, como lo afirma nuestro autor, es porque no ha podido justificar racionalmente por qué es bueno ser. «El pensamiento moderno —nos dice en Lo propio del hombre— anda falto de argumentos para justificar la existencia misma de los hombres. Este pensamiento ha intentado construir sobre su propio suelo, excluyendo todo lo que trascienda lo humano, sea naturaleza o Dios. Al hacer esto, se priva de todo punto arquimédico. Esta exclusión lo vuelve incapaz de pronunciar un juicio sobre el valor mismo de lo humano».[20]
El largo camino emprendido por los pensadores humanistas, desde la antigüedad; pero más concretamente los pertenecientes, tanto al Renacimiento, como los del siglo XIX, como bien lo señala Brague, quienes deberían autonombrarse más bien ateos, que no humanistas, habían soñado y fantaseado con la idea de la desaparición de lo divino, ese camino ha llegado a un punto en el que es imposible sostener los postulados de esa pretendida autonomía. El ateísmo moderno, pues, ha fracasado. No constituye una respuesta efectiva frente al sentido de orfandad del ser humano cuya sensación parece ser la de que ha sido arrojado a la vida como una suerte de náufrago sin orientación, ni propósito trascendente.
El ateísmo es incapaz de responder a la cuestión de la legitimidad del hombre—nos dice Brague—a y reconoce la contribución del P. Henri de Lubac, sj., (quien) ha hablado del drama del humanismo ateo. (Y que) sostiene que el humanismo ateo podría muy bien fundar una civilización, pero que esta sería una civilización inhumana. Dicho de otro modo, el hombre podría sobrevivir, pero al precio de un descenso de su nivel de humanidad. De este modo, el humanismo ateo pecaría contra el adjetivo y no contra el sustantivo: contra lo humano; pero no contra el hombre.[21]
Un cierto pesimismo puede identificársele a las corrientes ultramodernas de pensamiento, aquellas que resultan de cierto grado atractivas a las juventudes rebeldes y que ya han moldeado el perfil del pensamiento de las generaciones, por lo menos durante las últimas seis o siete décadas, a saber, el nihilismo y el existencialismo. Desde esas formas de ver la vida suele cuestionarse el paso de la «tradición» y llevar al extremo del absurdo el cuestionamiento de la vida, del bien, de la belleza y de otros trascendentales promovidos desde siempre en pro de una vida buena, ordenada y en continuidad con las grandes ideas de antaño. La pretendida rebeldía de las corrientes nuevas del pensamiento es que estas se sitúan cómodamente para tratar de socavar, si no los fundamentos, sí las aplicaciones de las ideas de cuño tradicional; pero con dicha actitud tampoco proponen ni exaltan nada que pueda tener sentido. Por eso Rémi Brague contrapone sus propios argumentos, preguntándose si habrá nuevas respuestas que ofrezcan algo de sentido a las cuestiones fundamentales como esta de saber si es bueno que exista el ser humano en la tierra:
¿Qué nos hace falta para lograr que la balanza se incline hacia la respuesta positiva? La Modernidad es capaz de producir numerosos bienes. Y no solo en el dominio de los bienes materiales. Le debemos numerosos bienes de naturaleza cultural como el Estado de derecho, los museos para todos, la música en soportes baratos. Hay, sin embrago, una cosa que la Modernidad es incapaz de decirnos: por qué es bueno que haya hombres en la tierra. Tenemos bienes en grandes cantidades. Que sea bueno que estos bienes tengan un beneficiario, esto es lo que no podemos demostrar.[22]
c) Sobre las deudas no pagadas de la modernidad.
Los resortes o pilares de la civilización moderna tienden a exaltar locamente virtudes viejas, sin reconocer su origen, sino acallarlo y no ofrecerles crédito alguno, forzando una sensación de que ni en eso se puede encontrar sentido. Rémi Brague enumera varias de estas ideas. Una de ellas es la idea de la creación: se cree que la raza humana, habida cuenta de los avances magníficos en la técnica o tecnología y en la ciencia en general, puede prescindir de elementos ajenos para proporcionar confortables soluciones a ciertos problemas que llegan a aquejar la vida de las personas.
Un poco para suplir la idea de la providencia en el terreno del control de la voluntad nos sugestionamos pensando que los deseos pueden ser infinitos y saciados e insatisfechos de manera cíclica, de ahí nuestra propensión a consumir y correr tras la liebre, como diría Pascal, es decir, estamos propensos y hasta caemos en la trampa de preocuparnos por cosas banales para no ocuparnos de las esenciales, incluso aquellas que nos habrían de proporcionar la idea de la permanencia de la especie en la tierra, obnubilados por el presentismo y la idea de satisfacer las necesidades de confort.
Creemos, más o menos—nos dice—que podemos hacer lo que queramos, dejarnos llevar por cualquier capricho, y la humanidad encontrará la manera de escapar de las nefastas consecuencias que tendrán a largo plazo las políticas que seguimos. Dejamos que la próxima generación haga puenting, y esperamos que alguien le abroche el elástico o le dé un paracaídas para que se lo ponga durante la caída. No engendramos hijos, pero esperamos que la cigüeña nos traiga nietos para que puedan limpiar nuestro desorden ecológico y, no olvidemos, pagar nuestra jubilación.[23]
Unas ideas muy similares podemos encontrar en La rebelión de las masas[24], de José Ortega y Gasset, donde acusa a la civilización moderna de servirse de los bienes espirituales y hasta materiales preparados por la tradición, como una suerte de parásitos que viven de esos «jugos», sin reconocer acaso las aportaciones pasadas, sino en una constante actitud renegada y hostil, de nulo agradecimiento, pero de vasto aprovechamiento de todo cuanto le precede, sin valorarlo, ni aquilatarlo, ni mucho menos por hacerlo más grande y majestuoso, sino para pisotearlo y renegar de ello, después de servirse de lo mismo, desde luego. Brague suele señalar esas ambigüedades o contradicciones en sus obras; pero lo hace especialmente en Manicomio de verdades cuando afirma en sus palabras que la modernidad ofrece remedios ante ciertas disyuntivas de la existencia, retomando en particular soluciones ofrecidas desde la Edad Media, por ejemplo; pero disfrazándolas de remedios actuales, sin darle el crédito a su procedencia y despojando dichas soluciones de aquello que les daba el fundamento para su efectividad. Esos son sólo ejemplos de las deudas no pagadas, porque a lo largo de sus obras señala a diestra y siniestra la multiplicidad de ideas ya ni siquiera estudiadas a profundidad para reconocer en sus matices lo que realmente representaban y cómo hemos sustituido todos esos conocimientos por caricaturas que nos llevan a llenarnos de prejuicios o clichés. Por eso es muy importante también escudriñar con atención sus esfuerzos y dejarnos enseñar por el cúmulo de sus investigaciones plasmadas en sus obras.
d) Sobre la vocación de la ciencia y de la filosofía sin apelar al orden sobrenatural o divino
En la actualidad se cree que se puede apoyar y justificar todo conocimiento en la certeza que ofrece la racionalidad entendida al modo moderno de la ciencia; pero al mismo tiempo se niega racionalmente un origen superior o trascendente de esa misma racionalidad. Para nuestros tiempos y desde el siglo de las Luces «el saber no es apreciado en virtud de sus posibilidades de aplicación técnica, hasta el punto de que la ciencia más importante y más útil es la astronomía, que da a conocer la existencia y la sabiduría de Dios. Ciertamente los hospitales son, en lo sucesivo, salubres, y la inoculación es práctica habitual. Los malos libros han sido quemados, y la biblioteca del rey radicalmente reducida, permitiendo reedificar los conocimientos humanos. Ya no se enseñan saberes inútiles o vanos como las lenguas antiguas, la historia o la teología».[25] No ha sido el primer pensador que señala un proceso de ruptura o de secularización del periodo de la modernidad. Lo han dicho muchos más, de entre ellos en últimas décadas pensadores de la talla de un Michel Henry[26], un Gabriel Marcel[27] o un Carlos Valverde[28], sólo por mencionar algunos, han dado cuenta y detalle de esta condición novedosa de no apelar más al orden divino para fundamentar lo que se cree que con la ciencia puede dar respuestas.
En Moderadamente moderno, Brague dedica un capítulo completo para disertar acerca del papel de la cultura, precisamente para reclamar la primacía de la tradición frente a las visiones modernas del desprecio por la continuidad y todo aquello que formaba parte del catálogo de fundamentos para buscar una vida realmente buena. «La cultura —nos dice—, permite la orientación en el mundo. La orientación no es una simple identificación del lugar, pues aunque esta nos permita saber dónde estamos, la orientación nos ayuda a decidir dónde debemos ir. La cultura conlleva sobre todo aquello que proporciona una buena forma de proceder. Con la cultura se introduce, pues, la noción de valor. Este no es exclusivamente moral, sino también, entre otros, estético».[29]
La pretendida dicotomía o querella de las ciencias versus las humanidades en el desarrollo del pensamiento moderno se da porque de cierto modo el tipo de conocimiento cientificista prescinde de su enlace con lo moral. Nos hemos cansado de observar cómo en muchas escuelas o institutos corre sin freno un tipo de conocimiento o de adiestramiento tecnológico y científico sin atender necesariamente cuestiones del orden moral y, al mismo tiempo, podemos ver cómo de dicha condición proceden no pocas dificultades, principalmente en el ámbito de la convivencia humana. Y aun más: ya no se percibe ni se entiende un orden cósmico que fundamenta la vida como tal, o la creación, porque tampoco se cree que haya habido creación alguna:
La ciencia al estilo Galileo de la naturaleza tiene como resultado un saber que no proporciona un modelo moral. Con anterioridad a la línea divisoria representada por Galileo la naturaleza era el modelo, o al menos el garante del esfuerzo moral del hombre. Esto no era sólo verdadero a nivel político, donde el orden social jerárquico tenía su espejo en el orden cósmico, sino también a nivel del esfuerzo ético sobre uno mismo. La naturaleza no constituía una fuente de moralidad, pero mostraba que coma puesto que el bien era real, era con mayor razón posible.[30]
En ese mismo capítulo al que nos estamos refiriendo, Brague explora la idea de la posibilidad del desarrollo de la ciencia y especialmente de la cultura sin el cristianismo, lo cual le parece una contradicción, pues ha sido en el ámbito cristiano que nació la noción de cultura y donde se han dado los mayores esfuerzos por el camino del conocimiento, del aprendizaje y de la educación. Lo explica aludiendo a esa simbiosis: «Hay algo que el cristianismo, asentado en la Antigua Alianza, solamente puede ofrecer, a saber, el fundamento último de la cultura. Si esta es la forma en la que lo humano alcanza su floración, el cristianismo sabe, antes de todo intento por cultivar, por qué es bueno que se plante y arraigue en la tierra.»[31]
Aunque lo expresa con mayor claridad en Manicomio de verdades:
La idea de la creación como obra de un Dios racional subyace en la suposición de que los seres humanos pueden entender el universo material. Pero el pensamiento moderno prescinde de la referencia a un Creador y corta el vínculo entre la razón supuestamente presente en las cosas y la razón que gobierna o al menos debería gobernar nuestras acciones. Fomenta la renovación de una especie de sensibilidad gnóstica. Somos forasteros en este mundo. La razón humana debe tener como objetivo principal preservar su fundamento en la vida humana. Por lo tanto, debe suponer que la existencia de la humanidad es algo bueno, que su surgimiento a través de la agencia intermedia de procesos evolutivos, desde el «pequeño estanque cálido» de Darwin o incluso desde el Big Bang hasta ahora, ha de aprobarse.[32]
Pocos filósofos han tomado la encomienda o la empresa de disertar sobre el ocaso demográfico y la amenaza que se cierne sobre la humanidad con dicho problema. En la literatura y la ciencia ficción mediante el cine se ha explorado dicha idea; pero no en el ámbito filosófico. Rémi Brague se ha atrevido a poner el dedo en la llaga sobre el problema de la natalidad, de la posibilidad no solamente de amar la vida, sino de darla a las nuevas generaciones. Brague ve la amenaza del suicidio demográfico y la flagrante ausencia de reflexión seria sobre este asunto tan acuciante.
Desde el manifiesto One of us[33], Brague distingue los síntomas de la decadencia europea, con lo cual cabría preguntarnos y hacernos partícipes de la misma, por la simbiosis del globalismo que nos une:
No faltan los síntomas que confirman el diagnóstico. Entre ellos:
-la baja tasa de natalidad,
-la crisis de la familia y del matrimonio;
-la negación de la propia identidad cultural de Europa y de los elementos que la constituyen;
-el auge del relativismo y el multiculturalismo;
-los ataques a la libertad de conciencia y de expresión;
-la negación del sentido de la vida y de la objetividad de los principios y reglas morales;
-la aceptación social del aborto, la eutanasia y otros atentados contra la dignidad de la vida humana;
-la ideología de género y ciertas formas de feminismo radical;
-las injusticias, como la miseria, la degradación del medio ambiente,
-las guerras o la explotación infantil;
-la negación del sentido del sufrimiento, considerado como el supremo mal;
-el ocultamiento de la muerte;
-el desprecio de la persona como ser único y responsable,
-la expansión del ateísmo.
En suma, la deshumanización del hombre.
«La reproducción, —dice Brague—, es la condición primera de toda vida humana, y la existencia de seres humanos es la condición primera, necesaria aunque no suficiente, para que esos seres decidan llevar una vida plenamente humana, la más humana posible, dándole una dimensión moral»[34]. La única manera de hacer entender a la civilización que puede haber continuidad en la vida humana y que la aventura de esa misma vida no se acabará pronto, es el entendimiento de la metafísica de la vida, no su idea etérea e invisible, sino concreta y palpable de dar la vida mediante la procreación, evitando su fuerza contraria, porque «la contracepción se ha convertido en una posibilidad técnica cómoda, un hecho social masivo, practicado a gran escala, defendido por el discurso dominante, y ratificado por decisiones tomadas en el más alto nivel del Estado. Para que la humanidad siga existiendo es preciso que los hombres se basen en la idea, explícita o implícita, de que la vida es un bien. Debe serlo no sólo para los que la dan, sino decididamente también para los que la reciben.»[35]
Bibliografía
- Brague, Rémi, El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno, Encuentro, Madrid, 2016.
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- Valverde, Carlos, Génesis, estructura y crisis de la Modernidad, BAC, Madrid, 1996.
Notas
[1] Brague, Rémi, Europa: la vía romana, ed. cit., s/p.
[2] Martínez Contreras, Jorge y Aura Ponce de León, El saber filosófico, Tomo III, Tópicos, México, ed. cit., pp. 9 – 46.
[3] Brague, Rémi, La sabiduría del mundo. Historia de la experiencia humana del universo, ed. cit., s/p.
[4] Brague, Rémi, Las anclas en el cielo: la infraestructura metafísica de la vida humana, ed. cit., s/p.
[5] Brague, Rémi, Manicomio de verdades: remedios medievales para la era moderna, ed. cit., s/p.
[6] Palacios, Juan Miguel, Presentación del libro «Manicomio de verdades», https://www.youtube.com/live/xs-iqFZ3R9I?si=kYDyFxmahm8ealCi
[7] Brague, Rémi, La Sabiduría del mundo, ed. cit., s/p.
[8] Brague, Rémi, La ley de Dios. Historia filosófica de una alianza, ed. cit., s/p.
[9] Brague, Rémi, El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno, ed. cit., s/p.
[10] Brague, Rémi, En medio de la Edad Media. Filosofías medievales en la cristiandad, el judaísmo y el islam, ed. cit., s/p.
[11] Brague, Rémi, Mitos de la Edad Media. La Filosofía en el cristianismo, el judaísmo y el islam medievales, ed. cit., s/p.
[12] Brague, Rémi, Sobre el Dios de los cristianos y sobre uno o dos más, ed. cit., s/p.
[13] Brague, Rémi, Lo propio del hombre. Una legitimidad amenazada, ed. cit., s/p.
[14] Brague, Rémi, Moderadamente moderno, BAC, ed. cit., s/p.
[15] Manicomio de verdades, ed. cit. p. 6.
[16] Lo propio del hombre, ed cit. p. 25.
[17] Ibid, p. 3.
[18] Ibid. p. 25.
[19] El reino del hombre, ed. cit. pp. 4 – 5.
[20] Lo propio del hombre, ed. cit. p. 24
[21] Ibid. pp. 24 – 25
[22] Ibidem.
[23] Manicomio de verdades, ed. cit. p. 7.
[24] Ortega y Gasset, José, La rebelión de las masas, en OC, Tomo IV, Alianza Editorial – Revista de Occidente, Madrid, 1994, pp. 111 – 310, más específicamente cuando habla del «señorito satisfecho», esto es en el capítulo XI de dicha obra y se encuentra en las páginas 207 a la 214 de la edición citada. También puede verse mi tesis de Licenciatura en Filosofía: Sine nobilitate. Reflexiones en torno a la dimensión moral del mundo masificado (Hernández Castelano, Julián, Universidad Autónoma de Querétaro, 2008), donde hacemos un ejercicio de reflexión y profundización sobre este hecho del desprecio por la tradición.
[25] El reino del hombre, ed. cit. p. 8.
[26] Henry, Michel, La Barbarie, ed. cit., s/p.
[27] Marcel, Gabriel, Los hombres contra lo humano, ed. cit., s/p.
[28] Valverde, Carlos, Génesis, estructura y crisis de la Modernidad, ed. cit., s/p.
[29] Moderadamente moderno, ed. cit. p. 162.
[30] Idem, p. 164.
[31] Idem, p. 198.
[32] Manicomio de verdades, ed. cit. p. 7.
[33]Brague, Rémi, One of us, consultado en línea en https://www.fundacionlejeune.es/wp-content/uploads/Manifiesto-One-of-Us-Plataforma-Cultural-1.pdf
[34] Las anclas en el cielo, ed. cit. p. 101.
[35] Idem, p. 107.
