La sombra de una mujer

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La sombra de una mujer
Tomado del muro de Marco Arte Futura Mariani

Tomado del muro de Marco Arte Futura Mariani  

Era la tercera noche, la última. Caminaba por las calles de Cancún envuelta por el calor del trópico y acariciada por la brisa marina. Esta tierra no tiene montañas y pareciera que tampoco horizonte, solamente cielo y suelo firme. Las calles acostumbran estar vacías por la noche, la gente, seguramente se encontraría en los alrededores de la zona hotelera, celebrando la vida al interior de los bares y centros nocturnos. En la esquina de la calle 20, me esperaba Mark. Al oír el sonido de mis tacones golpeando contra el asfalto advirtió mi presencia y dio media vuelta. Le eché una mirada de abajo hacia arriba, recorriendo sus pantalones brillantes y deteniéndome en la camisa desabotonada. Me mordí el labio. Vino a mi encuentro. Detuvo sus ojos en mi escote.

—Tienes las tetas del millón de dólares, dejarían congelado a cualquiera.

Mis senos son talla 38D y estaban bien enfundados en un vestido tipo club. Llevaba mis zapatos favoritos, pumb de tacón alto, me acentuaban las piernas. Mark me tomó con fuerza por la cintura. Froté mis senos contra su cuerpo mientras lo miraba fijamente. Humedeció mis labios con un beso, sentí pasear su lengua sobre la mía y mi entrepierna se humedeció, pero era demasiado pronto. Caminamos hacia el coche.

Mark Gordon, un hombre divorciado de 34 años, contador de profesión, procedente de Houston, Texas. Vino a México como turista, con la intención de follarse algunas jóvenes y se quedó. Tuvimos suerte al encontrarnos durante aquella fiesta en la playa, de alguna manera buscamos lo mismo: Desfogar nuestros deseos más primitivos.

Nos dirigimos hacia el coche, me abrió la portezuela antes de que subiera me propinó una nalgada que me exaltó un poco. Me incliné y golpee mi trasero para excitarlo.

—Todo a su tiempo y te daré esto.

—Amy, eres una diosa.

—Cuida tus palabras; soy sólo una mujer, ¿de acuerdo? Anda, vámonos.

Tomé asiento, desvié la mirada y se puso al volante.

Nos dirigimos hacia la carretera federal. Mark conoce bien la ciudad y podría encontrar un hotel de paso en cualquier lugar del mundo.

Conducir era algo que se tomaba muy en serio, no despegaba las manos del volante ni separaba los ojos del camino. Recibir una infracción era algo que prefería evitar.

—En una ocasión perdí tanto dinero debido a una multa que mejor hubiera sido comprarme otro coche.

Mientras maniobraba, la sonrisa de su rostro se desvaneció. Relajó la frente. Ese gesto sereno me provocaba incomodidad.

—¿En qué piensas?

—Nada.

—Mentiroso.

—En ti.

—Así que yo no soy nada.

—¡Todo lo contrario! ¡Eres… una mujer… interesante! Pensaba en lo que me has contado de ti.

Las luces de la calle transitaban por nuestros rostros.

—Típico, los hombres se sienten amenazados frente a un cerebro.

—Me sorprende.

—¿Exactamente… qué cosa?

—Comencemos por el principio: Tus padres son ingleses pero naciste en Irak. Te acostumbraste a viajar desde muy pequeña a causa de su profesión, eran médicos y realizaban investigaciones en varias clínicas europeas. A los doce años ya habías visitado Siria, Turquía, Italia y Alemania, hasta que, finalmente, llegaron a Inglaterra, donde viviste hasta cumplir los veinticuatro años. Concluiste tus estudios, trabajaste como modelo por temporadas y después decidiste venir a América. Visitaste, primero, la ciudad del pecado, Las Vegas. Sé lo que hiciste allí, seguramente fue donde aprendiste a follar como una fiera…

—No, no fue allí donde aprendí, pero disfruté mucho. En realidad, toda mi vida he sido el mismo fantasma, desafortunadamente no he podido cambiar ni un poco.

—Bien, bien, no empieces con esas cosas, a veces no te entiendo. Como iba diciendo, después, viniste a México, pero, ¿por qué a Quintana Roo?

—Fue por la pirámide de Chichén Itzá.

—¿Volaste hasta aquí por un montón de rocas?

—No son sólo rocas. La pirámide y el cenote sagrado son los últimos vestigios que sobreviven del mundo mítico en el que las fuerzas de la naturaleza lo gobernaban todo. El temor a la voluntad de los dioses de la luz y de la oscuridad, de la vida y de la muerte, guiaba a los seres humanos en una época en que la magia formaba parte de cada amanecer. Pienso que las creencias antiguas eran más firmes y claras que…

—Vaya, vaya, vaya, quién iba a imaginar que dentro de ese vestido ajustado se esconde una antropóloga titulada en Cambridge.

—¡Ciego, no puedes ver más que tetas!

—Okay, okay, lo siento, continúa.

—Mira, por más que te explique lo que significa el rito de ofrenda al dios de la lluvia no entenderás nada.

—¡Cuidado con lo que dices, tengo un título universitario también!

—El cenote, ese enorme pozo repleto de agua, conducía al mundo espiritual y funcionaba como una especie de puerta para comunicarse con los dioses, ¿no te parece interesante?

—“Hey, dioses, hey, allá abajo, ¿me escuchan?”

Esbozó una enorme sonrisa. Me crucé de brazos y permanecí callada.

—Sabes que soy un tonto.

—Lo sé, pero no deberías menospreciar el pensamiento mágico.

Avanzamos por la carretera, el cielo estaba despejado y la luna brillante, Mark había encendido el aire acondicionado, era refrescante. Dio la vuelta en una esquina y se metió entre las calles, pronto nos encontramos frente a la fachada de un edificio color naranja, un letrero luminoso decía: Hotel Paraíso.

Dejamos el coche en el estacionamiento y caminamos hacia la recepción. Humedecí mis labios. Pude ver cómo Mark sacaba la cartera y pagaba la habitación. Avanzamos por un pasillo. El cuarto estaba al fondo.

En esta clase de hoteles no se acostumbra entregar llave, las puertas se cierran por dentro. Cuando uno se va nadie lo nota, es como si no hubieras estado aquí. Mark llegó a pensar que me molestaría saltarnos la cena y las copas de vino, pronto entendió que no soy una mujer que ocupa su mente en elaborados romanticismos previos al sexo. Él piensa que soy una puta, lo sé, pero no se atreve a decirlo. La mujer es un misterio que la historia no ha podido resolver. Cuando los hombres no están mirando, nosotras acechamos. En el silencio de la hoguera, en la soledad del lecho vacío, detrás del sudor y los alaridos; cuando la lencería descansa arrumbada en una esquina, las mujeres callamos la inmortal historia de nuestros deseos más profundos.

Una cama enorme. Sábanas suaves. En las paredes y el techo grandes espejos para refractar imágenes de amantes. Mark Gordon asegurando la puerta, encendiendo luz tenue, arrojándose sobre de mí para besarme y empujándome hacia la cama. Sus manos inquietas me estrujaron como si intentaran atravesar la carne. Una vez sobre la cama, nuestras lenguas frotan, conduje mi mano a su entrepierna. Poderoso, ansiaba fundirse conmigo. Yo deseaba probarlo.

Me tomó por el pelo, nuestros ojos centellaban. Intenté darle alcance para sumarme a las caricias. Tiró de mi cabello para detenerme y mi piel se erizó. Continúo, levantándome la falda. La excitación mojaba. Los dedos de Mark bailaron. Me domaba usando mi cabellera como rienda.

Mark bañó sus dedos. El placer hizo un escándalo. Me soltó. A gatas sobre las sábanas llego a la orilla, me saco el vestido. Él botó la ropa.

Imaginarlo dentro…

Me tomó por los muslos y con un gran tirón. Cerré los ojos, esperé, se unió conmigo, me embestía…

El lecho y mis muslos se sacudían con cada golpe.

Me disolvía. Junté mis piernas intentando aprisionar el tiempo, pronto me venció. El sudor corría. Una vez abandonado el último rincón de mi cuerpo, fue turno para mis manos y rodillas. Estrujó mis nalgas, se convirtió en un monstruo desenfrenado. Mis senos bamboleaban deliciosamente.

Movió las caderas

                        rápido

                                                rápido

                             rápido

                                    rápido

            Se detuvo

                        poco a poco

            poco a poco

                        poco

                             a

                             poco.

Empiné las nalgas. Él se estremeció.

Tras escucharlo gritar, sentí contracciones y un oasis brotando desde lo más profundo. Sentí el peso de su cuerpo. Tenía los ojos cerrados pero no estaba dormido, lo sé. Simplemente lo sé, no tengo ninguna evidencia pero lo sé.

Me levanté. Tenue luz acariciaba mi figura. Caminé por la habitación mirando el cuerpo de Mark, ¡tan apetecible! Me imaginé en una caverna, miles de años atrás, practicando el rito de la fertilidad: Danzando, en el calor del miedo, en el terror del sexo y en el salvoconducto de la muerte. El sudor esparcido por mi piel me generaba una sensación de frescura. Separé las piernas, acaricié mis muslos.

Esta es la tercera noche, la última, la que me otorgaba el derecho de reclamar lo que me pertenece, la que me permite continuar trascendiendo las civilizaciones. En mis ojos aparece la imagen del río Tigris rodeado de vegetación, como una luz en el fondo de un túnel que me conduce al momento de mi nacimiento, durante el florecimiento de la gran Babilonia. El cabello me cae sobre los hombros. La tenue sombra que proyecta la luz de la lámpara comienza a transformarse debido a la aparición de mis alas y garras de águila. Estiro el cuerpo, mis senos rebozaban y mis pezones se endurecen. En mi cuerpo viven los cuerpos de todas las mujeres que han existido. Levanto el rostro y separo los labios, me han crecido los colmillos.

Un hombre que finge estar dormido se petrifica frente a la imagen de la diosa Ishtar. La expresión de su rostro aterrorizado se quedará grabada para siempre en el muro de mis recuerdos, junto al resto de los miserables que he devorado. Podré contemplarlo una y otra vez al cerrar mis ojos durante los milenios que vendrán. La sombra de una mujer demonio se abalanza sobre la piel y la rasga. La cama se cubre con pedacería de carne, charcos de sangre y plumas marrones. Las ruinas del pasado no son sólo rocas. El temor a los dioses de la luz y la oscuridad que alguna vez guió a los seres humanos nunca debió desaparecer. La hembra está ligada a aquel mundo, en sus entrañas la carne se amasa y cobra forma. No se debe subestimar a la mujer, ella fue, es, y será siempre, una herida en el corazón y la piel, una diosa de la noche.

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