Tu mirada me atraviesa, como los fantasmas que te habitan. Es tan profunda, tan extraña y al mismo tiempo tan alegre, es la entrada al misterio de tu vida que permanece muerta y cerrada.
Me extraña que a tus treinta y cuatro años lleves con tanta dignidad el uniforme de loco, me extrañas que bailes y tu cuerpo se mueva en una humanidad que te es ajena como el sexo desordenado y trágico que se ha instalado en tus huesos y te ha penetrado como a un niño violado una y otra vez para convertirte en héroe.
Me extraña que puedas decir, que mataste a tu padre y salvaste a tu madre, que puedas percibir el ruido de los aviones presagiando la muerte de alguien y saber lo que quiere decir el pase de un gato blanco y de un gato negro y el canto de un pájaro y la mirada de esa mujer que se aproxima. Que sepas del soplo del viento y el brillo de la luna, y sobre todo me asombra el peligro de la conversación entre nosotros que a veces llega a límites intolerables.
Si tus ojos hablan no es más que de el destino, tus ojos dicen soy, porque me manejan, soy un títere, pero sé donde estoy. Y no obstante los expertos que olvidaron tu nombre, te declaran parte de un conjunto de condenados, descarriados del cauce de la normalidad.
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