Seis relatos sobre las vidas infames

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Seis relatos sobre las vidas infames

NICOLA SAMORÌ, “LA VERTIGINE” (2012)

 

Madre loca

Hace años que llegué a la conclusión de que Loca es una madre sin hijo, y cuando digo esto pienso en las pacientes-madres del hospital psiquiátrico, pero sobre todo en aquella mujer que encinta de por vida caminaba en la fila de pacientes yendo al comedor orgullosa de la panza hinchada que hacía presente la ausencia del niño, cargando en ésta todo el sufrimiento que contiene su maternidad fallida. Quiero contar por esto algunos fragmentos de mi encuentro con esas vidas.

Marysol me mira desde la reja de Rehabilitación sin esperanza con su pie baldado y su juventud perdida. No ha venido Marcial, me dice, todavía quiero que venga para hacer otro niño, aunque esté muerto. Porque creo en su palabra.

¿Se acuerda de cuando hace tres años vine aquí y estaba embarazada? pues el niño nació y era de Marcial, el muerto. Nació por un ratito, fue mi niño, aunque mi madre siempre me había dicho que no podría tenerlo, lo tuve.

Marcial no es mi papá ¿verdad? porque él quería un hijo mío también y mi mamá no me lo puede quitar ¿verdad? dicen que ese que es mi hermano es mi hijo, pero eso no puede ser porque el mío se murió el mismo día que murió mi papá. Mi papá me decía que era bonita y por eso me tenían envidia mis hermanas y mi mamá. El me daba regalos y me enseñaba como se hacían los niños, por eso espero a Marcial todos los días para que venga a hacerme otro.

 

Doña Tencha

Yo sé que no me han llevado al hospital para sacarme al hijo así que aquí lo tengo. Hace mucho me embaracé de un abusivo; pero el niño nació, lo pusieron en una canasta, llegó mi padre y se lo llevó. Luego tuve a otro y mi madre se enojó. Me dijo ¡tú no aprendes! es siempre lo mismo, el hombre se fue y mi hijo se murió de tétanos.

El que tenía mi padre, también se murió. Mi madre me amenazó: si te vuelves a embarazar te lo vamos a sacar, por eso éste lo traigo en la panza, ¡es mi hijo, es mío!

El martes doña Tencha me dice emocionada, al pasar con la fila de pacientes que van al comedor, ¡estoy embarazada! Y yo le contesté ¡felicidades! Pero si ya no quiero tener más hijos, replicó; si lo tengo me lo roban.

Doña Tencha tiene más de sesenta años, es muy morena, su cara, poblada de arrugas, expresa una apacible dulzura y con ella llora por sus hijos perdidos, doña Tencha es una loca, una madre sin hijos.

 

Lola

Yo me volví loca desde el 86, me dice Lola, soy periodista y hablo inglés, pero me pusieron una jeringa de aguarrás el día que quisieron quedarse con mis cosas. Yo sé que fue la puta de mi cuñada que también embrujó a mi hermano. También mi madre quiso envenenarme junto con el dueño del periódico y el gobernador, ¿es increíble verdad? ellos no pudieron soportar que yo tuviera un hijo real, sí, real de la realeza, porque lo tuve con el príncipe de Inglaterra. Él fue a Puebla en visita diplomática cuando yo estaba estudiando comunicación. La niña se llamó Lola, como yo. La tuve en mis brazos, aunque las malas lenguas dicen que aborté, que el padre fue mi maestro y que no quiso reconocerla. La verdad no supe qué hacer porque me la mataron al instante, la enfermera me la quitó y la metió en un frasco de formol, como quieren hacerme aquí en el hospital donde me fulminaron el cerebro. Sí, estoy descerebrada, pero eso ya pasó, ahora lo que me preocupa es ella, ¿vivirá todavía? mi niña era tan dulce que con su mirada me decía mamá, como la voz que me acompaña.

Y fíjese lo que son las cosas, su verdadero Padre, el príncipe Carlos, no supo todo esto hasta mucho después; tal vez se enteró por la televisión ¡yo estaba tan joven! Como le dije, estoy loca desde el 86, me han robado todas mis canciones, mi dinero, mi fama y, además, aquí toman película de lo que yo hago. Este es un lugar de prostitución, somos esclavas de los doctores y nos filman. Nos quieren para divertirse, no quieren que tengamos niños. Si los tenemos los matan, por eso vivo angustiada. El otro día vi a una doctora embarazada y cuando supe que su hijo nació, descansé; supe que se había salvado.

Lo que me tranquiliza es que todo esto que estoy sufriendo en el hospital es el sacrificio que Dios me ha pedido para que mi niña siga viva, me lo dijeron las voces y bueno ¿Qué tal que su padre se la llevó a Inglaterra y allá es una princesa? Ojalá.

NICOLA SAMORÌ, “SELF” (2013)

 

Cuca

Cuca fue la cenicienta que devino loca después de ir al baile, a diferencia del cuento de hadas, porque después de éste, el príncipe desapareció y ella se convirtió en madre. Su pecado fue querer serlo y echarse a andar con el niño sin puerto a dónde llegar.

Cuca estaba realmente perdida en su soledad cuando el DIF decidió que no sería buena madre y le quitó al hijo. Fue entonces cuando se rebeló con su locura. Las voces le dijeron que el niño seguía siendo suyo y empezó a vivir en un mundo paralelo donde tenía los apellidos de la familia de sus patrones de crianza. Supo también, por las voces, que el niño fue a la escuela y está esperando, como ella, el juicio final.

Así la cosa quedó resuelta y, dentro del hospital, asesorada siempre por las voces, hace lo que quiere, nunca se queja, pero a veces pelea porque defiende los tesoros que recoge de la basura, y se niega a hacer cosas en común. Decidió no dormir en pre-alta (donde le habían asignado un lugar en su condición de paciente crónica), porque ahí los hombres están demasiado cerca y no puede arriesgarse; la vida le ha enseñado que los éstos se pueden aprovechar de las mujeres. Y así, esperando, Cuca se ríe de los ingenuos que no pueden oír las voces de la verdad.

 

Remedios

Remedios tiene unos cuarenta años y se advierten rastros de belleza, detrás de su expresión dura, que delata un sufrimiento antiguo.

Yo vivía con un hombre malo que me pegaba y me quitó a mi hijo, me dijo que no podía vivir conmigo porque estoy enferma, por eso quise que mi niño estuviera con Dios.

Desolada, sin hijo, Remedios deambula perdiendo el dinero que le pagan por la venta de cosméticos por encargo, su locura se cuela en el desorden del dinero.

Remedios no cobra, y cuando le pagan no paga la mercancía que le fiaron como si no supiera de quién es qué. Se pierde ahí donde todo lo ha perdido, donde su hijo es de otra.

Hace meses la encontraron en el río cuando intentaba matar al hijo. Remedios es una madre sin hijo, vive como muerta. ¿Qué quieren que olvide con las pastillas y con los electroshocks? Mis hermanos quieren quitarme la casa que me dejaron mis papás, no me dejan entrar porque dicen que estoy enferma.

Remedios está loca de hacer como que su hijo no existe. Y es ella la que no existe, la que huye embotada en medicinas, completamente sola, escoltada por sus hermanos, sin nadie.

¿Por qué será que Dios me hizo tanto daño? alcanzó a decir, con una cierta lucidez, cuando salía del hospital, dada de alta.

NICOLA SAMORÌ, “LA FACCIA DEL FIGLIO” (2012)

 

Lucía

Me encuentro con Lucía un día de julio, pero Lucía no quiere hablar conmigo. Le pesan los hijos, los carga en la cara prematuramente arrugada, en su cuerpo flácido, en las coyunturas de sus huesos, en su piel.

¿Para qué hablar conmigo? —me dice—, lo que tengo es sed y hambre. De pronto siento que esa mujer ya no existe, está devastada, sólo puede decir como la llorona ¿dónde están mis hijos? Antes iba al hospital cada vez que iba a tener uno, ¿dónde están? grita en su silencio. Le dolió mucho separarse del último: Manolo.

Seguramente Manolo tiene hambre y no está su mamá —me dice—; cuando me vine, lloró. Mi madre me quitó a Teresita mientras yo estaba aquí, la regaló y luego adoptó a una niña ¿Por qué hace eso mi madre?

El rictus de Lucía delata la ausencia de sus siete hijos. Soy una madre que tiene hambre, que tiene sed —me dice—, y usted doctora, me cae en gracia.

Estas voces se inscribieron en mi en forma de pregunta:

Me quitaron a mi hijo y estoy viva.

¿Estoy viva?

¿es vida eso que suena en mi interior como un eco lejano?

¿soy yo ese pedazo mío que existió y tuvo nombre?

La muerte, que a veces se llama locura,

cae como la carne quemada en el bracero de Dios.

La caída libre no tiene fin

Mi hijo vive, soy yo la que ha muerto.

He cambiado mi vida por su trazo

que se sigue escribiendo en mi con palabras insensatas.

¿Quieren callar a las madres con Haloperidol, con Aldol,

con Valium, para que desaparezca cualquier rastro del hijo?

¡Pero si él es yo!

Soy yo la loca que delira esos trozos de verdad en el lenguaje de los muertos.

El humo del sacrificio

anuncia el advenimiento de mi niño.

Tengan calma, nada ha pasado

Mi sacrificio ha detenido el tiempo.

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