César Valencia Solanilla, Ensayos de la Media Luna,
ed. Sin nombre, México, 2010
Durante muchos tiempo se consideró que el arte representativo por antonomasia de muchos países, entre ellos México, era la pintura y junto a ella todas las demás expresiones artísticas aparecían disminuidas, sin alcanzar la altura que las hiciera dignas de tomarse en cuenta. Recuerdo que fue Octavio Paz quien se encargó de denunciar esa falacia. No hay pueblos que gocen del don de la vista, y por ello sean sordos y mudos. Lo que es más, en todas partes, las diferentes expresiones artísticas se corresponden. Blake hacía poesía dibujando y dibujaba con las imágenes de sus poemas. Los cuadros de Velázquez, Zurbarán y Goya no se separan, sino que se suman a los de Góngora o Quevedo. La poblada visión circular de los paraísos e infiernos de Dante reaparece en las abigarradas tablas primitivas de Giovanni de Paolo. Esto ocurre con la poesía mexicana en relación con la pintura y las demás artes, pero no otra cosa sucede con la pintura colombiana como Fernando Botero, Obregón y David Manzur y Enrique Grau que se acompañan con Eduardo Gómez; Harold Alvarado Tenorio, Juan Gustavo Cobo Borda y con quien tenemos el honor de presentar: César Valencia. No en vano en su día Octavio Paz escribió que “La poesía es la manifestación verbal, la encarnación en palabras, de la mitología de una época. De ahí que la función mítica sea casi indistinguible de la función poética. Aunque el poeta no es inventor de mitos, a él le toca nombrar a todo ese conjunto de héroes, sucesos reales e imaginarios, creencias y pasiones que constituyen lo que se llama la “imagen del mundo de una sociedad, su mitología. El poeta convierte en imagen a todos esos signos: los configura, les da figura”
.
Comento todo esto porque cuando abro el libro que nos concita: Ensayos de la Media Luna, de César Valencia, no pude por menos pensar que esa manifestación verbal, esa encarnación en palabras, de la mitología de una época, de la que nos habla Paz, no quedan sólo en los poemas sino también en ese arte huxlesiano que es un artificio literario y que sirve para hablar de casi todo diciendo casi todo: el ensayo. Porque no hay duda de que en la literatura latinoamericana la poesía como el ensayo nutren el espacio de la creación: “el ensayo siempre abre puertas y ventanas, complacencias con la vida, asombro frente a la sugestividad y la inteligencia”
Este libro es muestra de ello. Tejido de cinco grandes trabajos el discurso transcurre a la duermevela de un asombro poético. El ensayo sobre el ensayo; la develación de un misterioso Quijote que de infiltra en la voz y en la sangre del príncipe Mischkin que “desfacía entuertos” a la manera del Quijote de Cervantes, pero ahora de Dostoievsky; la revelación de la estética de la brevedad o minimalista de Monterroso y la voz apesadumbrada y en penumbras de Juan Rulfo para culminar en ese periplo de audacia e inteligencia que es “La historia posible en la ficción narrativa de Germán Espinosa”, una historia literalmente escrita de esas cosas dichas, en su realidad misma de cosas dichas, que no son, como tenemos demasiada tendencia a pensarlo a veces, una suerte de viento que pasa sin dejar huellas; sino que ellas subsisten, y nosotros vivimos en un mundo que está todo tramado, todo entrelazado de discurso, de enunciados que han sido pronunciados, de cosas que han sido dichas, de afirmaciones, interrogaciones, discusiones, etc. que se han ido sucediendo en ese territorio que estructura la cartografía de la novela y, por qué no, de la identidad colombiana, pues como César Valencia señala, luego de enumerar las características que Germán Espinosa escribe como características principales de la novel colombiana, Valencia apunta a la segunda: “búsqueda de la identidad individual y colectiva mediante la reconstrucción crítica del pasado”
como la que más se acerca a su propia propuesta.
No se puede disociar el pasado de nuestro presente, acaso es desde ahí desde donde escribimos y nos reescribimos. Me parece claro que Valencia cuando lee a Germán Espinosa, o a Dostoievsky o a Rulfo y Monterroso no acompaña simplemente los textos llevándolos a una segunda resonancia, sino que los “asedia” con las preocupaciones que le tocan, y que trata en consecuencia a la manera de un revelador fotográfico. Lo prueba todo el libro.
En esa medida, no se puede disociar el ensayo tal y como César Valencia nos lo expone aquí con un mundo histórico en el cual vivimos de todos los elementos discursivos que han habitado este mundo y lo habitan aún. Permítanme detenerme en el primer trabajo. Cuando César Valencia escribe su ensayo sobre el ensayo creo que su intención más aparente no es la de recalcar la bien conocida libertad de elección de que dispone el ensayista frente a la infinita variedad de temas posibles. Mucho menos es la de insinuar que el ensayista, por el hecho sólo de adoptar este artificio, quede desligado de todo compromiso con la realidad circundante, piénsese si no cuando al comentar la obra ensayística de Espinosa dice: “Algunos de los libros de ensayos de nuestro autor pueden ser considerados incluso, como hitos claves para la reflexión literaria en Colombia”
; el ensayo entonces no es un género entre otros que, por no decir lo último, pueda decir lo primero que le pase por la mente. Porque el artificio es literario, pero el producto no es artificial o ficticio, no es pura literatura, como la novela. Puede ser o versar sobre la literatura
, como nos dice César Valencia, pero justo eso que nos dice ya nos habla de que no es pura literatura.
El ensayista requiere inventiva pero no es pura invención. Feliz el novelista que puede poner en las palabras y en los actos de sus personajes todas las arbitrariedades que se le antojen, seguro de que así no disminuye su realidad humana, pues la vida le ofrece más variedad y abundancia de situaciones extremosas, inverosímiles, de las que pueda fraguar su imaginación y pueda ésta desbordarse como quiera sin temor de faltar a la verdad. Vean Ustedes si no: dice César Valencia: “en el ensayo el autor pretende llegar a los seres humanos comunes y corrientes, ‘con una voz más cercana a la conversación que a la lección o al sermón” -y sigue- De esta manera puede entenderse como la forma más eficaz de ingresar a la modernidad”
. Esa voz más cercana a la conversación no es, desde luego, la pura arbitrariedad de la cháchara, del comentario trivial, de la invención sino en todo caso de algo que le ha tocado, lo conmueve, y cree en la profundidad de lo que esas voces revelan. Y esto tiene que ver con esa intención que se deja adivinar ya en las palabras de Huxley: ese “casi” con el que restringe el discurso: en la forma de ensayo se puede tratar casi cualquier tema, pero no un tema cualquiera; y cabe decir sobre el tema elegido casi todo lo que él requiere, pero nunca todo.
Por ello cuando leo los ensayos de este libro me convenzo de que César Valencia tiene razón en elaborar una sucesión de visiones sobre el mundo, sobre todo aquello que lo rodea y de todo aquello que presupone que afecta y toca a todo el mundo. Pero para poder entrar en este juego de interrogantes que plantea este giro pragmático es preciso dejar de identificar enunciación y proposición, discurso y texto. La idea es que la fuerza del discurso envuelve su contenido pero no se resume en él. El discurso del ensayo es ejercicio, fuerza, acción: “el ensayo literario abre fronteras y construye poesía a través de la poesía. Ni el facilismo de la crítica impresionista, que lo vuelve todo superficial, ni lo abstruso de los lenguajes pseudocientíficos autocomplacientes, que lo convierten en ininteligible. Es decir, el ensayo, dice Valencia, como el ejercicio de la inteligencia y la imaginación, del rigor sin ataduras, de la sugestividad sin prejuicios”
. La relación que el ensayo guarda con lo real no tiene la forma de la mirada o la prédica sobre algo exterior sino el ritmo de una incidencia que acontece y se espacializa en los trazos que va dejando su propia jugada. Claro que, para advertir este juego es preciso pervertir la pretensión de transparencia del decir, su aparente inmaterialidad y dejar que las palabras aparezcan en la fuerza de su acción.
La propuesta que nos hace Valencia de reinstalar al ensayo dentro del espectro de la creación, de ese espacio en donde el ensayo ha tenido y ha cumplido “un papel liberador, transgresor, y profundamente dinámico” es porque creo advertir una intención de pervertir la inquietud epistemológica moderna e instalar una nueva inquietud. En lugar de preocuparse por hallar criterios que permitan distinguir los discursos legítimos, volver la mirada hacia esos monumentos discursivos en torno a los cuales se despliegan las problematizaciones que organizan prácticas colectivas, lo que este libro de ensayos pretenden es hacer práctica de lo que señala: “enseñar a pensar por cuenta propia, construir un criterio, invitar a la búsqueda individual, incitar al ejercicio de la libertad de pensamiento, porque estos ensayos están embebidos en la fiebre por el saber y la voluntad de escudriñar el mundo desde la incertidumbre y las fronteras difusas del conocimiento”
.
Este libro es pues un ejercicio y una práctica. Demarcar espacios en los que es posible encuadrar -sin contradicciones- los códigos de una cultura, recorrer las líneas enunciativas que alimentan las interpretaciones de la experiencia, se sitúa en el nivel de “la lengua que permite decir”. No me cabe duda que César Valencia lo que intenta es una operación arriesgada, porque poner al ensayo en el lugar que le corresponde dentro de la creación literaria es volver a abrir un espacio en donde respirar en medio del academicismo tan exacerbado y rígido, asfixiante y cerrado. Pensar el ensayo, y más el ensayo literario, es sólo una cortesía que nos hace César Valencia porque, y en esto estoy persuadido, es la forma que mejor nos va a los latinoamericanos para expresar, narrar, contar, determinar, perfilar, dibujar, y participar del mundo. Ya se ha hablado mucho de por qué no hay sistemas filosóficos en este lado del planeta, muchas teorías han corrido. Aunque no sólo.
En este libro, Aproximaciones sobre el ensayo literario, me atrevo a decirlo, perfila todo el libro, traza directrices sobre los caminos que ha seguido el ensayo, justo, ensayando. César Valencia nos recuerda una pléyade de ensayistas de América Latina. No sólo nos conduce al encuentro con los grandes ensayistas de Europa sino que se convierte este ensayo sobre el ensayo en una traza, en una geografía pasional de nuestro propio rostro.
La obra que presentamos es amplia en referencias, un espacio abierto donde el análisis mantiene una clave de lectura que es como la labor del cartógrafo: recorre los relieves de las formaciones discursivas remarcando líneas de dispersión, líneas de permanencia, zonas de confluencia, circulaciones, recurrencias. Pareciera que César Valencia pudiera decirnos que esta más bien obsesionado por la existencia del ensayo, por el hecho de que ciertos acontecimientos han tenido lugar y que estos acontecimientos han funcionado en relación a su situación original, han dejado huellas tras de sí, subsisten y ejercen, en esta subsistencia misma al interior de la historia, un cierto número de funciones manifiestas o secretas como en ese memorable ensayo que llama La psicología quijotesca en Dostoievsky.
Sin duda leer a Monterroso ha sido siempre como instalarse en el contrapunto entre el viaje total por los laberintos de la existencia y por los misterios de la forma y la visión objetiva y directa de la realidad del mundo, pero cuando César Valencia aborda el minimalismo de la “estética de lo breve”, pareciera que entramos a esa zona de momentos robados a la experiencia, en el que, mediante el poder de la palabra, el mundo se abre por unos instantes y nos entrega su secreto.
En esta dirección, en conjunto, los ensayos que construyen esta realidad llamada Ensayos de La Media Luna constituye un magnífico estudio sobre los fundamentos de esa realidad que conocemos como Latinoamérica. La erudición empleada en el sentido más creador, y la profundidad crítica, así como el poder de síntesis, es lo que hace de la lectura de este libro un territorio al ras de la superficie, en donde podemos rastrear los puntos en los que ciertas posiciones se estabilizan y los mecanismos que hacen que ciertas voces -con más sonoridad que otras- marquen los contornos de visibilidad y enunciabilidad de una experiencia tocada por la poesía.