Checo* de Idalia Sautto con ilustraciones de Cecilia Varela
Escribir y escribir
En el mundo de la literatura y los libros para niños y jóvenes, poco conocido, de diversas calidades, existen aún demasiados paradigmas y estereotipos equivocados sobre la forma y los contenidos que debe tener el texto y la que finalmente será una publicación; se olvida, a menudo, que el público al que van dirigidos y las características que generalmente se le atribuyen (como sus necesidades pedagógicas y sus anhelos moralizantes) no deben eximir ni suplantar el buen principio, sencillo y por ello complejísimo, de su calidad literaria.
Por ello, como editora, cuando de entre las miles de historias sobre la importancia de comer frutas y verduras, de comprender a los otros, de ser buenos y leer mucho (se cree tanto todavía que lo único importante para poder escribir un buen cuento es tener un tema y una moraleja), de pronto aparece un texto de inmediatamente reconocibles bellas palabras que en sus tres primeras frases hace una declaración de sí mismo, que ya en ese momento nos ha transportado, contado una historia (su principio) e inoculado la sensación de una idea: cuando eso sucede, los ojos agradecidos de los que gustamos de la literatura se expanden, se despierta el rostro, se aguzan los sentidos: estamos frente a esa escurridiza señora llamada literatura, que por cierto, varios creen que pueden invitar a cenar a su casa tan sólo porque su lenguaje es el de las palabras escritas y el requisito para aprobar el primero de primaria es leer y escribir. Y no. Hay una diferencia entre escribir (como el acto mecánico, la capacidad de hilar ideas, de contar incluso una anécdota) y escribir (para hacer literatura).
Y a la literatura, cuando las palabras nos conducen vertiginosas y precisas a través de una historia, el pensamiento y las emociones la aprecian y celebran.
Eso es exactamente lo que sucede al comenzar a leer el cuento de Checo: literatura, buena escritura, buena historia, un invitante contexto. Y más aún, después de esas virtudes iniciales, otra apreciadísima característica de la mencionada señora en éste se descubre: una estructura distinta, atrevida, y lograda, claro (porque no es lo mismo nouvelle cuisine que frijoles con miel).
Y así, cruzado el puente del lado de los textos a lado de la literatura, algo que parece ya obvio pero que en este mundo de publicaciones no lo es tanto, Checo se lee de principio a fin y podemos pasar, ahora sí, a la historia de este niño ya no tan niño, real (dentro de la ficción), de carne y hueso, que no tiene el atributo maravilloso de ser bueno por ser niño, sino que es simple y complicadamente un niño, con una vida real, maravillosa e imperfecta, que nos acerca de la realidad, a la posibilidad, en ella, de buscarnos y encontrarnos y, a pesar de todo, salir ilesos. Porque la de Idalia, además, es una historia sin miedo. La historia sí tiene un tema y hasta podrían sacarse varias moralejas de ella, pero su valía consiste en que no parte de ellas como justificación para escribir sino que de la escritura del cuento se desprenden solas; o no. Así, como decía, Checo es una historia sin miedo. Y una historia sin miedo en una sociedad de seres paralizados por el miedo es todavía mejor. Checo, que se va de su casa, real pero simbólicamente, que toma distancia para volver, que descubre el mundo fuera de casa como el retrato profundo de una época y un suceder; Checo que se atreve a disentir y, si queremos verlo así, tiene mucho que revelarnos: es el niño que empieza a crecer y a tener una identidad propia, a discrepar. Y Checo busca, y encuentra, azarosamente, una experiencia que le hará quién desde ese momento será: alguien único, construyéndose a sí mismo justo con su circunstancia.
En Checo la autora ha sido capaz de escribir con creíbles y atinadas y rítmicas palabras esa historia que nos pareció (a los jueces del jurado que lo revisamos, Eliacer Cansino, la misma Verónica Murguía y yo) fundamental premiar con su publicación. Y, tras tal distinción, haber transformado, como su editora, ese cuento en un libro, en el objeto de páginas impresas con la historia; volverlo, al pensar en su tamaño, en su tipo de letra, en el tipo de ilustraciones, en los varios y sutiles detalles y ajustes, en un objeto con significado propio; convertirlo en una situación lectora que más allá de una imagen estética piensa al libro como un hallazgo, fue para mí una labor sumamente placentera que hoy celebro, porque es una buena historia que nos muestra la diferencia entre escribir y escribir, porque a las lecturas de los niños, jóvenes y adultos la buena escritura enriquece y transforma, más allá de entretener.
*(Este texto fue leído en la presentación del libro Checo, ganador de la mención honorífica del Concurso Invenciones de Nostra Ediciones 2010, en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, noviembre 2010.)