Los Artefactos hablan esta noche

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El propósito de estas líneas es buscar en los ámbitos de la ciencia ficción cómo es que nos arreglamos para hacer ficción de lo político y lo cultural. Abrimos la brecha entre los parámetros del ciberespacio y sus aparatos de redes internas y comunicación global. Para lo cual tomamos como pretexto algunas observaciones que hace Fredric Jameson sobre la novela Pattern Recognition o Reconocimiento de pautas, novela escrita en el 2003 por William Gibson.

Los protagonistas en estas historias son los hacker nautas, esos corsarios de los espacios cibernéticos que navegan con sus dispositivos. La posmodernidad está cableada a la computadora. Sus viajeros pueden lanzarse a Tokio, esa urbe que funciona como hada madrina de toda ciber narrativa. Tal vez el escenario es California con sus huestes de ‘inventores inadaptados’ que planean atacar las estructuras de poder y ‘enfermar’ los depósitos de petróleo en Tejas. La fauna política se compone de una red de terroristas, antiguos agentes de la KGB y nacionalistas ecologistas.
Sin embargo, en el momento que tomo la pluma fuente, que me perdonen las deidades del presente por este anacronismo, para proseguir con este manuscrito, mi computadora silba insistentemente, un escrito nada por la pantalla, tal vez haciendo referencia al Raskolnikov de Dostoievski, argumenta que en una cultura de la violencia los actores de las revueltas de 1840, realizaban actividades contra las instituciones rusas. Lo rechazaban todo, su nueva ética se denominaba ‘egoísmo racional’ aquel que conduce a Raskolnikov –prototipo o ancestro del terrorista- al asesinato utilitario. Los intertextos de nuestra actualidad aparecen en el email.
Pero regresemos a Reconocimiento de pautas de William Gibson, quien describe un nuevo movimiento que se hace llamar ‘Deliberación Sexual’, capaz  de modificar  la sexualidad y erradica el impulso sexual. Este instrumento parece modificar las leyes biológicas de una economía sexual. El neo imaginario que estimula esta  política despliega nuevas cartografías y culturas que derivan del medio de intervención artificial, este mundo se compone espectralmente, o sea que los lugares son constructos cibernéticos que se generan a partir de los programadores. Debemos apreciar cómo William Gibson desvía lo político a una serie de grupos terroristas. Me explico, el fenómeno político se tamiza por el instrumento de angustia y sus grupos terroristas y una ficción o una ficción angustiada.
En otro rubro Derrida acuña la palabra pública como artefacto ; de aquí deriva el concepto de artefactualidad, es decir, una mezcla entre un evento registrado de la actualidad  y el artefacto implicado en comunicarla a través de una tele tecnología. Para Derrida la artefactualidad aborda un conjunto de dispositivos técnicos y políticos. El giro político ocurre en cuanto se distingue lo que subyace, es decir el control que ejerce el Estado sobre estos artificios. Aclaremos un punto en este inciso, la actualidad que nos compete es una actualidad ficticia, William Gibson manifiesta o pone en acción las piezas y engranes de la artefactualidad al  diseñar mundos que se comunican a través de redes globales. Los hackers representan los nuevos protagonistas que al navegar con sus naves cibernéticas pueden crearle serios problemas a los estados. Recordemos el caso reciente de WikiLeaks, esa organización que puso en jaque a varias potencias al hacer públicos los secretos y la información clasificada y el impacto que tuvo hace algunas semanas en las relaciones internacionales entre distintos países. De tal suerte que, si en Gibson ‘los terroristas’son inventores inadaptados, antiguos agentes de la KGB y nacionalistas ecologistas, la población del activismo político actual parece cambiar de manera acelerada. Algo que debe resultar sintomático de lo que ocurre, es que la artefactualidad ya no está en manos del Estado pues ya salió a los teléfonos celulares y otros dispositivos que no se prestan a la sujeción del control estatal. Claro que mi inquietud radica en si esta artefactualidad funciona de manera distinta cuando se la traslada al mundo de la ficción y si acaso la ficción misma, sobretodo la que nos concierne ahora, no es en sí misma una modalidad contemporánea para controlar el imaginario ideológico de lectoras y lectores. El libre albedrío se trueca por las demandas de la moda que igualmente se encuentra disponible en el portal electrónico de eBay. Si durante los 60’s, 80’s y hasta los 90’s la gente vestía indumentarias indígenas para celebrar el exotismo, ahora pueden adquirirse camisetas con dibujos tribales. Emigramos del homo faber al homo ciber quien es un híbrido perfecto para cumplir con las demandas de la economía centellante del Fast Information que va de la mano con el Fast Food. Nuestro inconsciente es una extensión cibernética que maniobra nuestros deseos y expectativas. Esta es la gran época de lo espectral porque la consola de la computadora y la conexión vital que establecemos con la pantalla nos permite un contacto con seres que pueden estar al otro lado del planeta, pero con los cuales no podemos establecer contacto con su presencia corporal.
La ironía en el diseño que ofrece Gibson, mediante el repertorio de aparatos tales como esas sillas denominadas ‘reformadoras’ que guardan semblanza con el estilo Weimar equipadas con un complicado sistema de resortes y que funcionan como equipos de ejercitación. Los nombres que definen estos entornos posmodernos, los nombres de los diseñadores,  son esos neo fetiches con toda la carga de poderes mágicos y atributos maravillosos. Son las artefactualidades vestidas de aquellos estilos que pertenecían a otras épocas de la artesanía y al diseño industrial. Porque se vive el orden de la globalización todo se encuentra bajo la condición de traslado; impera una suerte de ensalada cultural para que en sí misma brinde servicio a las demandas y exigencias del consumo ovívoro de la ciber audiencia. La apariencia de las ciudades ha ido cambiado frente a las señales que ordenan su mundo, existe el activismo reflejado en las paredes vestidas de graffiti y del jeroglifo secreto que comparten los grupos en sus logias actuales para comunicarse cosas inteligibles para los no iniciados. Ante las definiciones convencionales de la cultura del Establishment comienzan a proliferar estas contra culturas que albergan sus propias políticas y estéticas. Las pinturas o los videos prohibidos ornamentan los muros o emergen en el You Tube, los recientes organismos de la clandestinidad. Los escenarios históricos que asoman en estas novelas pertenecen a la era nostálgica de 1914 o 1950, incorporando vestuarios y maquinaria de estos momentos. Una artefactualidad cinematográfica que se desarrolla en escenarios del futuro. Prevalece un ambiente en el cual se pueden escuchar tonadas del siglo pasado, de los años 50 con su consabido sentimentalismo, que ya no regresará pero que conservan algunos en las cajas de la nostalgia. El arte en todas sus manifestaciones se convierte en arte-factualidad; depende en todos sentidos de un instrumental de reproducción electrónica, visual y virtual. A través de los comentarios que adelanta Jameson para dilucidar estas literaturas, nos habla de una ‘neutralidad semiótica’ yo la identificaría con una estética del vacío; la cual se somete a un proceso de disolución. Entre estos parámetros culturales existen conductas de duda e indecisión, se llega a admitir relatos contradictorios cuyos callejones están tatuados de luz y sombra pero que no pueden determinarse con precisión. En estos linderos hasta los conflictos atraviesan por un terreno casi onírico, tienen un carácter mínimo, resultan a menudo marginales, el pegamento de la realidad parece disolverse con facilidad. Las formas de pensar también han sufrido alteraciones y ahora se tornan oscilantes. El sentido que se trasladaba a un destino concreto pierde significado, es mejor arrojar la brújula por la ventana pues el sentido de dirección incluye el conocimiento de varias dimensiones. Constatamos que una serie de testimonios pequeños ocurren intermitentemente, de las grandes epopeyas pasamos a las micro epopeyas que se acomodan o encajan en la pantalla de la computadora. Todo acompañado de un exceso de marcas. Así lo expresa la protagonista Cayce Pollard en Reconocimiento de pautas.
Estas cosas eran simulacros de simulacros de simulacros. Un tinte diluido de Ralph Lauren, que diluyó la gloria de Brooks Brothers, que ya había pisoteado el producto de Jermyn Street y Savile Row, agregando el sabor de ‘listo para usarse’ con adornos liberales de las barras reglamentarias del tejido polo. Pero Tommy Hilfiger ciertamente es punto nulo, el hoyo negro. Debe existir algún evento Tommy Hilfiger en el horizonte, debajo del cual resulta imposible generar más derivaciones, más alejado de la fuente, más desprovista de alma (Gibson en Frederic Jameson 391).
En la novela, Cayce es la personificación del espacio alterado, cuando ella misma da cuenta de una ‘extrañeza invasiva’. Lo importante a destacar es un tratamiento dramático del futuro, en donde existe una cultura tecno política que lo define, pero sobretodo una tecno psíque que resulta alterada. Es indispensable construir las mitologías del futuro para explicar estas neo cosmografías dentro de las cuales nuestro presente entra en los temas que ocupa el futuro, pero antes que nada brinda un servicio a la avidez por consumirlo. Hemos ensamblado una máquina que recicla la posmodernidad en las habitaciones de la ciencia ficción; nuestra inteligencia sufre los embates invasivos de su Alter Ego, la inteligencia artificial. Hasta se discute una enfermedad del imaginario denominada ‘Influenza futurista’ que se manifiesta como un ataque del futuro sobre el cuerpo del presente. La equivalencia entre los ataques virales a nuestras computadoras y estos marcos se hace cada vez más evidente. Experimentamos tiempos de enfermedades que han dejado de ser imaginarias para convertirse en patologías virtuales.
Sin embargo, hay que evitar la emulación de un terrorismo literario y convertir estas circunstancias en laboratorios políticos y culturales que nos revelen un poco más sobre las complejidades tecno culturales por las que atravesamos.
Bibliografía
Derrida, Jacques y Bernard Stiegler. Échographies de la televisión. “Artefactualités”.
       París: Galilée-INA. 1996.
Jameson, Fredric. Archeologies of thje Future. The Desire Called Utopia and Other
       Science Fictions. Londres, Nueva York: Verso. 2007.