Paola Martínez: Género, política y revolución en los años setenta. Las mujeres del PRT-ERP, Buenos Aires, Imago Mundi, 2009
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Universidad de Buenos Aires
Desde el comienzo del trabajo su autora expresa que el objetivo del mismo es el análisis de las limitaciones y potencialidades que cruzan la participación femenina en la organización político-militar denominada Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejercito Revolucionario del Pueblo1 (PRT-ERP). Para ello, apartándose del recorrido efectuado por los estudios previos (los cuales invisibilizaron temáticas tales como la maternidad, por mencionar sólo uno) decide escuchar e indagar que análisis y reflexión acerca de su propia experiencia militante realizan las protagonistas a posteriori de sus acciones e intervenciones, “durante el exilio y luego con el regreso de la democracia”2. A tal fin adopta una perspectiva de análisis cualitativa, anclada específica y fundamentalmente en la historia oral. A tal efecto, efectúa 24 entrevistas en profundidad a (ex)militantes (22 mujeres y 2 hombres) del PRT-ERP. Como la propia autora se apresura en aclarar, las entrevistas realizadas no constituyen una muestra representativa, lo cual no es un obstáculo metodológico dado que el estudio no tiene como fin realizar un análisis estadístico. Sí se observa como problemática la escasa cantidad de hombres entrevistados, sin duda, indagar más profundamente en sus prácticas y sus representaciones en torno a las relaciones de género hubiera enriquecido notablemente el análisis.
Como primer paso para lograr la construcción de un marco analítico que le permita arrojar luz sobre diversos aspectos de la polivalente “militancia de las mujeres”, la autora apela a un “recurso durkhemiano”: la crítica y el consiguiente distanciamiento de posturas teóricas con las que no concuerda. Así, comienza por apartarse de las concepciones esencialistas, que sostienen la existencia de una naturaleza femenina y/o una psicología femenina. Martínez desestima rápidamente estas perspectivas, pues pretenden explicar “lo social” apelando a un origen no social, sino biológico o natural. Reconoce en la noción de género una herramienta útil para luchar contra esa clase de esencialismo. Comprender al género como “el sexo socialmente construido”3, le permite “no sólo rescatar a las mujeres como actores sociales sino estudiar a partir de la relación entre los sexos un aspecto de dichas relaciones”4. De tal modo que la investigación no sólo indaga en las problemáticas particulares que atravesaron a las militantes femeninas sino que lo hace analizando las relaciones intergénericas dominantes en el PRT-ERP, colocando su mirada en los modos y micro-procesos político-culturales intersubjetivos a través de los cuales se constituían las feminidades en la organización político-militar señalada.
Otra de las perspectivas teóricas con las que se asume una postura crítica es el liberalismo, específicamente en lo relativo a la clásica escisión dicotómica entre lo público y lo privado5. Desde la corriente teórica señalada se sostiene la tesis acerca de la existencia de dos esferas en oposición, el espacio público, tradicionalmente ocupado por varones, y el espacio privado o doméstico protagonizado por mujeres, connotando atribuciones de lo masculino y lo femenino respectivamente. La autora, si bien no deja de reconocer la existencia de ambas esferas, se aparta de la operación tradicional de escisión que se produce en torno a las mismas dado que -a partir de los aportes del feminismo de cuneo marxista- se inclina por sostener que hay una interpenetración entre la dinámica intradoméstica y el mundo social y político más amplio. De allí que, sostenga que las experiencias y trayectorias personales están configuradas a partir de factores y procesos públicos.
Hasta aquí hemos puesto nuestro foco de análisis de la metodología adoptada por la autora, así como también en las rupturas y distanciamientos teórico-políticos (frente a las perspectivas biologicistas y esencialistas del género, así como también en lo que respecta a la tradición de pensamiento liberal) por ella efectuados. En lo que sigue expondremos, los que a nuestro entender, constituyen las contribuciones principales que efectúa la investigación.
Para el PRT-ERP la revolución socialista no comenzaba ni se agotaba en la toma del poder, sino que la conformación de una nueva moral revolucionaria debía transformar de modo prefigurativo, es decir, previamente a la conquista del poder político, las prácticas (costumbres, gustos, deseos, etc.) y la conformación subjetiva de sus militantes. El sujeto del que emanaban las directrices y virtudes de la moral poscapitalista no podía ser otro que el proletariado, en tanto “sepulturero” del orden burgués, las que se consideraban eran sus virtudes más profundas, como la humildad, el sacrificio, la decisión y la tenacidad, se constituyeron en máximas canónicas que debían regir el obrar y la vida de las y los militantes. Como señala la autora, la caracterización romántica de las cualidades constitutivas de la clase obrera, sin duda, hacía sistema con una imagen génerica más masculina que femenina. Prácticas y valores como la decisión o la tenacidad, que son asociados socioculturalmente al mundo masculino. Lo cual se veía potenciado en la figura del “hombre nuevo”6 que devendría de la consolidación de esta nueva moral, esto es, un militante revolucionario que se caracterizara por el sacrificio, el heroísmo, la entrega absoluta a la causa y la obediencia (nuevamente valores y prácticas que se ligan con lo considerado como masculino). Las experiencias de las mujeres militantes de extracción obrera que recoge la autora dan cuenta de que en los círculos obreros se encontraba más arraigada y sedimentada, una mirada androcéntrica y sexista de la sociedad, de forma tal que las prácticas y opiniones sostenidas por sus entonces compañeros de organización devinieron en un obstáculo -así percibido por las mujeres- para que las activistas mujeres desarrollaran sus potencialidades militantes, lo cual condicionó enormemente los lugares ocupados por las mujeres en el PRT-ERP.
De tal forma que -y está constituye la primera tesis sostenida por la autora- la idealización de los valores y la vida proletaria (por parte del PRT-ERP) potenció la conformación de una subcultura operante en el marco de la organización que en lo relativo a los aspectos de género se caracterizó por sus marcados ribetes tradicionales, lo cual “obstaculizó a las activistas mujeres para ascender dentro de la organización y lograr ser vistas como iguales en la militancia revolucionaria del PRT-ERP”7.
La segunda tesis expuesta por la autora en su obra, sostiene que la permanente militancia de los varones en el marco del espacio público (la cual se realizaba abjurando de sus responsabilidades en sus respectivos espacios privados), devino un obstáculo para la militancia y participación política de las activistas mujeres de la organización. A partir del análisis de esta tensión la autora ilustra el carácter cultural y co-constitutivo de lo público y lo privado, la dinámica intradoméstica y el mundo social y político se interpenetran, por lo tanto el patrón de división del trabajo (que asigna responsabilidades y tareas) reinante en el marco de la primera, afectará la capacidad de participación y agencia de la mujer en la organización. De allí que la incorporación inesperada de una nueva tarea de cuidado (como la enfermedad de un hijo) impactará en la práctica militante de las mujeres, mientras que la reproducción de una organización de la división sexual trabajo de matriz tradicional en el hogar seguramente pondrá un techo a la trayectoria de militancia. Lo cual sin dudas fortaleció la división genérica de roles tradicionales en el marco de la organización. Si bien concordamos con esta tesis de la autora, no queremos dejar de remarcar que el texto carece de una problematización del papel jugado por las mujeres en relación a ese tipo de situaciones: ¿las mujeres protagonizaron (micro)resistencias o invisibilizaron su propia subordinación?
La tercera -y última tesis- que expone la obra aquí revisada sostiene que en el marco de la estructura del PRT-ERP se configuraba una matriz genérica de distribución de tareas en la que las mujeres si bien militaban a la par de los hombres (protagonizando incluso operaciones y acciones armadas) veían vedados los ámbitos estructurales en los que se tomaban las decisiones y se decidía la estrategia política, ámbitos que se encontraban cuasi-monopolizados por los hombres de la organización.
Este “modelo” organizativo reproducía las diferencias de género socialmente constituidas, los hombres deciden, hacen política, son quienes trazan el horizonte y la hoja de ruta que debía asumir la organización, mientras que a las mujeres se las reducía a los planos medios e inferiores de la militancia. En efecto, la obra analizada demuestra empíricamente que la estructura piramidal del PRT-ERP, en cuyo vértice se encontraban los órganos de dirección -Comité Central, Comité Ejecutivo y Buró Político-, en los cuales se tomaban las decisiones que debían ser acatadas por los niveles medios e inferiores de dicha estructura, excluía la participación y la voz de las mujeres. En tal sentido es dable subrayar que pese a que alrededor del 40 por ciento del total de militantes del PRT-ERP eran mujeres, sólo en dos casos (Liliana Delfino y Susana Gaggero) las mujeres militantes lograron acceder a formar parte del Comité Central. Se trataba de una estructura en la que las jerarquías eran sumamente respetadas por lo que de hecho contribuían a mantener determinados roles y espacios de género tradicionales que operaban para las militantes como una suerte de suerte de techo de cristal en su trayectoria militante, como sostienen la propia autora: “las mujeres no dirigían, sino que acompañaban”8. En definitiva, la división del trabajo sexual que se cristalizaba en la estructura organizativa no era más que una manifestación de una subcultura extendida en el PRT-ERP, una subcultura en la que predominaban prácticas y representaciones de género de matriz tradicional, de allí que las jerarquías de género, la subordinación padecida por las mujeres (tanto dentro como fuera de la organización) no formaba parte de la “agenda política”, o más bien deberíamos decir que se encontraba subsumida -en tanto contradicción secundaria- en el antagonismo social básico, el antagonismo de clase.
En definitiva, las líneas de pensamiento desarrolladas en la obra analizada contribuyen decididamente al redescubrimiento de los objetivos, los conflictos en que estaban implicadas y la voluntad de ser sujetos de su propia existencia que caracterizaron en la década de los setenta a las mujeres militantes de una organización político-militar como lo fue el PRT-ERP. Las tesis que Martínez logra hacer emerger en tanto corolario de su investigación son sensiblemente estimulantes dado que colocan en el plano de lo visible (micro)procesos, experiencias y relaciones -fundamentalmente de género- que permanecían invisibilizadas. En tal sentido, sin duda ha sido fundamental que la autora partiera de una perspectiva que, si bien no desconoce los efectos de la dominación masculina sobre las acciones y representaciones de las mujeres, sí logre circunscribir acertadamente los alcances negativos de la misma. Ello posibilitó no sólo colocar en su análisis a las mujeres en el lugar de sujetos y no de meros objetos pasivos de cierta dominación patriarcal concebida como omnipotente por determinadas perspectivas de pensamiento, sino que, asimismo, le permitió analizar y reflexionar en toda su complejidad tanto en las potencialidades militantes de las mujeres, como en los obstáculos públicos como privados de impronta cultural y política pero investidos por la problemática de género que la organización no sólo no cuestionaba sino que reproducía, obstáculos que las activistas políticas debieron enfrentar para poder llevar a cabo su militancia.