Amenazados por la información

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Cass Sunstein, Rumores, Ed., Debate, trad., Alfonso Barguñó Viana, 139 páginas
Si se “googlea” el nombre de Cass Sunstein aparecen dos tipos de entradas. Un grupo de sitios de Internet lo describe como teórico del derecho, profesor en la Universidad de Harvard y especialista en derecho ambiental. Otro racimo de entradas señala que actualmente es director de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios de la Casa Blanca. Este último camino marcado por el buscador lleva también a recordar su participación en la campaña presidencial de Barack Obama y su matrimonio con la periodista y académica Samantha Power, asesora en la misma campaña, famosa por haber dicho en plenas elecciones primarias que Hillary Clinton era un monstruo. Rumores obliga a tener en cuenta los dos caminos, aun en sus dimensiones más privadas.
Es que aquí Sunstein reflexiona sobre el modo en que, en una era marcada por los blogs y las redes sociales, se generan y difunden los rumores. Lo hace en un formato que esquiva la estructura de la argumentación académica pero también la lógica del impacto directo y simplón de los tweets . Su presentación parte de una certeza: la era de Internet no ha alterado los modos de la información meramente en términos cuantitativos sino también cualitativos. No sólo accedemos a más información a través de más fuentes, sino que además la manera en que digerimos o repetimos lo que leemos ha cambiado sustancialmente. Internet ha vuelto más simple la difusión de falsedades. Los rumores cobran una capacidad destructiva inédita. Sunstein utiliza un ejemplo perturbador. El 31 de agosto de 2005, el rumor de que un terrorista suicida iba a volar uno de los puentes de Bagdad se difundió rápidamente entre quienes formaban parte de una procesión religiosa que en ese momento circulaba por allí. La estampida causada por el pánico debido a la información falsa mató a casi mil personas.
De acuerdo con el análisis del especialista, los mecanismos a partir de los cuales creemos lo que leemos, vemos y escuchamos parecen estar bastante alejados del horizonte pluralista. La lógica de la polarización de grupos muestra que si se pone a discutir a dos sectores que disienten sobre algún tema lo más probable es que cada uno de ellos radicalice su postura. Estamos más dispuestos a escuchar aquello que reafirma nuestros preconceptos que a abrirnos a la persuasión. Y hoy las propias redes sociales han devenido instrumentos de esa polarización.
Los ciudadanos -asegura el autor- no han sido entrenados para discriminar. Es más, la lógica del mercado aplicada a las ideas no sólo nos aleja de lo verdadero sino también de lo correcto.
Lo que preocupa a Sunstein es el daño que esta situación puede infligir a la democracia. Si las falsedades circulan y se repiten por medio de mecanismos que distan de toda racionalidad, el debate público está en indudables problemas. La solución pasa por establecer mecanismos regulatorios que impongan fuertes límites, sin por ello ahogar la libertad de expresión.
El libro cobra una dimensión adicional si recordamos justamente que Sunstein es, desde el año pasado, la persona encargada de regular este tipo de cuestiones: sus argumentos pueden ser más que una expresión de deseos y transformarse en el anuncio de una política concreta. Sunstein conoce de cerca los peligros, ya que fue la difusión magnificada de un dicho de Samantha Power lo que terminó con su carrera política. No sería justo que se repitiera.
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