Movimiento y fugacidad

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Movimiento y fugacidad

Movimiento y fugacidad. Bill Brandt, Flâneur del siglo XX

 

De forma más apremiante cada día,
se va imponiendo la necesidad de
hacerse dueños del objeto, pero ello,
además desde muy cerca, en la imagen,
en la reproducción.

Walter Benjamin

William y Frederich Langenheim. Gtrard Bank 1844

La fotografía nació con la intención de aplazar el olvido, alimentar la memoria y perpetuar  el recuerdo en la era de la transformación, la modernidad. Las grandes ciudades, Londres, París, Nueva York, levantaban sus muros, erigían edificios más altos que las catedrales, delimitaban la frontera entre la ciudad y el campo, daban paso a la revolución tecnológica y a la consolidación de una clase económica ascendente en el poder, la burguesía. Las grandes ciudades del siglo XIX  construían un nuevo espacio común que desterraba apresuradamente al pasado; el mundo estaba cambiando y la fotografía era indispensable para guardar ese pasado que se desvanecía apresuradamente, por ello como señaló Walter Benjamín, en su Pequeña Historia de la Fotografía,  “había llegado la hora de inventarla”[1]. Así el fotógrafo decimonónico comenzó a capturar los espacios y a la gente que simbolizaban un nuevo orden y el progreso material alcanzado por su época. Los estudios fotográficos eran abarrotados por la clase ascendente en busca de un retrato[2]. La fotografía se aferró al mundo moderno a través del retrato romántico de la clase burguesa del siglo XIX. Políticos, celebridades, comerciantes, industriales recurrían a los estudios más famosos para ser retratados por los mejores fotógrafos, en familia o de forma individual, el objetivo era tener un retrato en casa, colgado en alguna pared o colocado diligentemente en suntuoso mueble muy común de las casonas europeas que simbolizaba el poderío de una clase económica y política ascendente.

 Daguerrotipo: Edgar Allan Poe 1840 

 La fotografía era una forma de ostentar la vida que se llevaba; de forjar una identidad de  grupo o de clase, frente a los otros, pues todo estaba perfectamente dispuesto en el espacio fotográfico desde la escena más trivial, mirar de frente estático y con un fondo negro o blanco, hasta la escena más dramáticamente ficticias, donde la mirada se encontraba perdida y el cuerpo simboliza una forzada calma y una fingida nostalgia. Las familias burguesas se preparaban cuidadosamente para el retrato, usaban la ropa de gala como si se estuvieran preparando para un momento trascendental en sus vidas, repasaban una y otra vez un par de muecas frente al espejo, pensaban en la imagen que querían transmitir. Finalmente, llegaban al estudio, dibujaban en su rostro una discreta sonrisa satisfactoria tras un desbordante destello de luz que los dejaba ciegos por un instante, y ahí estaba la imagen, el retrato o los retratos, las tomas perfectamente cuidadas. Los retratos estáticos donde sólo había un fondo blanco, o un paisaje sencillo donde no se reflejaba ni un sólo movimiento; donde el personaje miraba fijamente al observador  o en algunas ocasiones prefería extraviar la mirada en esa lejanía que ya no le pertenecía al fotógrafo. El retrato permanecía inamovible sosteniendo el discurso de una bella época de progreso en manos de la burguesía; imagen y discurso se entregaban a la posteridad, al recuerdo que sería leído en el futuro. Las imágenes de los primeros pasos de la fotografía eran bellas y elegantes momificaciones de un instante.

 

Bill Brandt East end girl doing the lambeth walk 1936.

 

Lo estático de las primeras fotografías decimonónicas sería arrebatado por el vertiginoso siglo XX, los cambios abruptos que vería este siglo serían plasmados por cada uno de los fotógrafos con temas diferentes, pero con la misma insistente necesidad de fotografiar lo irrepetible. Los cambios en la fotografía vinieron acompañados de una cámara más pequeña[3], la cual le dio libertad a la fotografía, le permitieron abandonar el estudio. Salir a las calles le imprimió espontaneidad a las imágenes e hizo sentir el movimiento de la vida urbana. El fotógrafo se convirtió entonces en un auténtico flâneur (paseante) recorriendo las calles, vagando entre callejones olvidados y caminos repletos, reteniendo fragmentos e instantes de la vida urbana, la vida de las masas. El flâneur es el que recolecta los desperdicios de las ciudades industrializadas, se alimenta de ellos; por tanto ofrece una mirada distinta de éstas; una mirada que se coloca detrás de los escaparates y las luces; detrás de la vida de los grandes personajes; esa que está detrás de la moral burguesa, de la versión oficial de la realidad. Bill Brandt fue uno de esos flâneur, (hijo de padre ingles y madre alemana, nació en 1904), que nutrió su fotografía de las calles, de los olvidos y sus olvidados; de lo oculto y lo reprimido como el cuerpo femenino, fotografió mujeres desnudas que atacaban la moral burguesa. Asimismo, le recordó a la sociedad inglesa que había gente, (niños, niñas, mujeres, hombres, ancianos) alimentando las tumultuosas calles de Londres, generando instantes, construyendo la incesantemente vida urbana.

 

Bill Brandt: window in Osborn Street 1931

 

Bill Brandt: 1938

Los primeros trabajos de Bill Brandt se centraron justo en ese caminar por las calles y mirar caminar a otros, así nos otorga el instante de una joven imitando, ante la cámara, el pasear de una dama de alta sociedad, riendo como todos a su alrededor, pues se han percatado del observador y saben que ese momento quedará guardado en suburbios de la clase obrera.  Brandt siguió recorriendo esas calles buscando esos rostros de niños riendo que le permitirían plasmar en su obra la idea que él tenía acerca de ser un fotógrafo. “Un fotógrafo -decía Bill Brandt- debe poseer y conservar las facultades receptivas de un niño que mira por primera vez en el mundo”[4]. Para Brandt el fotógrafo debía sorprenderse con la capacidad que lo hace un niño sin importa cuán sencillo fuese el objeto, la acción o el momento; el fotógrafo debía sorprenderse para encontrar en eso olvidado un momento único, como esos niños que nos miran tras la ventana de un sótano o como aquel que se descubre espontáneamente siendo fotografiado tras su taza de café.

De esta forma, la fotografía, en manos de una nueva generación,  dejó de ser únicamente el retrato de los otros, de la clase burguesa y se convirtió en una nueva forma de interpretar la realidad. El fotógrafo insertó su mirada en la imagen, se hizo parte del discurso que buscaba transmitir y comenzó a entregarnos imágenes irrepetibles, una tras otra; eliminó todo idea de objetividad en la fotografía, porque el fotógrafo, como alguna vez lo señaló George Tice (fotógrafo norteamericano), “[…] sólo puede ver lo que se está dispuesto a ver, lo que la mente refleja en ese momento especial.”[5] A partir de ese momento fue posible reconocer al fotógrafo en sus escenas, no era lo mismo mirar una foto de August Sander que de Edward Steichen o Bill Brandt, por mencionar algunos. Las dos Guerras Mundiales y el periodo entre ambas estimularon aún más la figura del fotógrafo como un flâneur. Las vanguardias y su búsqueda de lo irracional, lo amoral y fuera del orden, ofrecerían una manera de entender la realidad en una sociedad que había eliminado la idea de lo absoluto y había  incorporado a su imaginario una concepción relativa del tiempo, del espacio, de la razón, de lo políticamente correcto. Brandt fue participe de ello, se dejó influenciar por las vanguardias y explicó aquellas ideas con luces y sombra, así planteó situaciones imposibles, tal vez tan irracionales como unas escaleras que se desplegaban ante la mirada como infinitas. O cuerpos desnudos femeninos que se encuentran así mismos mediante el reflejo de múltiples miradas en un espejo. No obstante, no se olvidó del momento histórico tan álgido que estaba viendo aquella época, fotografió los rincones más oscuros, posó la luz de la cámara y plasmó la crudeza de una guerra para aquellos que la viven, y nos obligó a mirarla casi violentamente. Ahí estaba nuevamente Bill Brandt con su cámara persiguiendo la guerra y a la posguerra, intentado asir el mundo en una imagen antes de que éste se derrumbará por completo. Así nació una serie de imágenes en el año de 1940 justo meses después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, Brandt retrató a personas durmiendo en el metro y en tuberías lo que señalaba que la guerra había llegado y había que protegerse de ésta.

 

Bill Brandt: Elephant & Castle Tube Station, 11 November 1940.

Bill Brandt: Liverpool Street Underground Station Shelter: A group of sleeping children bedded down for the night in the station. 1940

 

[1]Ibíd. p. 377.

[2] Beaumont, Newhall. Historia de la fotografía desde sus orígenes hasta nuestros días. Trad. Homero Alsina. Barcelona, 1983.

[3] Tausk, Petr. historia de la fotografía en el siglo XX: de la fotografía artística al periodismo grafico. Madrid, Alianza, 1984 p. 35.

[4]Bill Brandt. A camera in London. 1938

[5]Susan Sontag. Sobre la fotografía. Trad. de Carlos Gardini. EDHASA, España 1981 p.205.