La fotografía de Alex Dorfsman (Ciudad de México, 1977) nos acerca a la ausencia de los significados, a aquello que creemos reconocer pero que por algún motivo siempre escapará a nuestras denominaciones y determinaciones. Tratar de asir una narración, una palabra o una frase, son aproximaciones que son válidas para el espectador porque la fotografía de Dorfsman no tiene nomenclatura: son imágenes que se escapan a la premeditación, que en ocasiones reflejan una realidad pero que en el fondo encarnan conceptos. Por ello, Dorfsman prefiere presentar sus imágenes como si se tratara de un libro y en sus imágenes hay un tratamiento editorial: son fotografías que crean sentido cuando tienen un acomodo determinado, cuando se sitúan una junto o debajo de la otra. Hay una lectura, no de una fotografía, sino, de una composición de fotografías, que deja al descubierto una mirada a la realidad que envuelve a las cosas. Encontrar el universo en la cáscara de nuez sería una metáfora un poco cursi para describir lo que busca la cámara de Alex Dorfsman, pero en esos límites de la imagen microscópica se encuentra también lo grande e infinito y es ahí en donde está el trabajo de este fotógrafo mexicano.
Al observar las fotografías de Alex Dorfsman se abren dos caminos: darle sentido a las fotografías, forzar su secreto, obligarlas a decir lo que queremos o pensamos que dicen o bien develar el no sentido del mundo, su no motivación, su no causalidad, su arreglo hacia sí mismas y no hacia el nosotros. La fotografía de Alex Dorfsman crea un discurso que no necesita sujetarse a temas o metáforas, encuentra su palabra como memoria de un mundo que no tiene constituido un significado y que éste está en constante cambio. Lo que prevalece en estas imágenes es la ruptura de todo orden establecido y muestra que la búsqueda del sentido siempre será interrumpido por una nube, una espuma de café o un letrero vacío.
