Cotidianidad y caída

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Cotidianidad y caída


En el § 10 del curso Agustín y el neoplatonismo impartido en la Universidad de Freiburg (en el Semestre de verano de 1921) e incluido en la Phänomenologie des religiosen Lebens,[2] Heidegger nos recuerda lo que, para San Agustín, era la “caída hacia abajo” (sic), es decir, aquella que le ocurría al hombre impío que se obcecaba por su verdad personal y se olvidaba de que Dios era La verdad, todo lo cual lo conducía a un estado donde privaba:

“la moda, la comodidad, el miedo a la inquietud, el miedo a sentirse de repente vacío”.[3]

Caída que los mantenía “aferrados al error” y los alejaba de la vida beata, esa “vida feliz en Dios” de la cuál eran la cúspide los estados de “dejadez y desasimiento”.[4]

Es en este curso de 1921 donde encontramos los antecedentes directos de lo que, seis años después, Heidegger sostendrá en los parágrafos 35 a 40 de El ser y el tiempo.

Es en el parágrafo 38 de Ser y tiempo titulado “La ‘caída’ y el ‘estado de yecto’” (Die Verfallen und die Geworfenheit), donde Heidegger despliega eso que denomina la “caída” propia del “estado de yecto” (arrojado en el mundo):

“Las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad caracterizan el modo en que el “ser ahí” es cotidianamente su “ahí”, el “estado de abierto” en el “ser en el mundo”.[5]

De esos tres caracteres del Dasein,[6] Heidegger ya había discurrido en los parágrafos 35, 36 y 37 de la misma obra.

En el §35 había indicado que, en primer lugar, las habladurías presentan la pretensión:

“de comprenderlo todo sin previa apropiación de la cosa”.[7]

Las habladurías (Gerede) son, según Heidegger, el modo cotidiano del habla. Y aquí es menester aclarar que, para él, el término no es despectivo, expresa simplemente la “forma de comprensibilidad del término medio” que, por su repetición, adquiere autoridad, determinando así “lo que se ve y cómo se ve”. Para Heidegger existe, además, una versión literaria de las habladurías: las escribidurías (Geschreibe), entre las cuales se encuentra fundamental, aunque no exclusivamente, la publicidad.

El estado de yecto, incluye, en segundo lugar, a la “avidez de novedades” (Neugier), en la cual, debido a la “primacía del ver”, el “ser ahi” (Dasein) se pierde cotidianamente:

“Sólo busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo nuevo. No es el aprender y, sabiendo, ser en la verdad lo que interesa a la cura de este ver, sino que son ciertas posibilidades de abandonarse en el mundo”.[8]

Plantea Heidegger en el §36 que la avidez de novedades es inquieta y está “en todas partes y en ninguna”, se rige por las habladurías y por ello carece de fundamento y dirección.

Finalmente, la ambigüedad (Zweideutigkeit), tercer elemento del “Estado de yecto” (Geworfenheit), corresponde al modo del comprender del Dasein caído, es decir, impropio (uneigentlich). La ambigüedad expone la cualidad del Dasein que sabe que realmente no comprende lo que dice comprender debido a estar perdido en las ilusiones que portan la avidez de novedades y las habladurías. La ambigüedad muestra al Dasein confuso en el mundo del uno (el mundo de la rutina y la monotonía) y que ya no sabe lo que es un genuino comprender. En el § 37 Heidegger señala que la consecuencia de esa confusión del Dasein es la incapacidad de obrar:

“La ambigüedad del público “estado de interpretado” hace pasar el hablar por anticipado y el sospechar ávido de novedades por el efectivo suceder y estigmatiza de secundario e inimportante el realizar y obrar”.[9]

Para Heidegger las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad constituyen las cualidades del Dasein impropio, en “estado de perdido”, un Dasein que aún no se pregunta por su “quién”.

Para Heidegger el Dasein impropio, por tanto:

  •     se encuentra arrojado en el mundo de la cotidianidad;
  •     se encuentra envuelto en las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad;
  •     ha olvidado su finitud;

Estado del Dasein que se opone al del Dasein “propio” (eigentlich) el cual:

  •    se encuentra lanzado a su más peculiar poder ser (ser sí mismo);
  •    su comprender es del “ser deudor”, es decir, sabe que no tiene fundamento, sabe que su vida no tiene un sentido predeterminado;
  •    su encontrarse es en la angustia, pues ha precursado la muerte;
  •    su habla es la silenciosidad pues la voz de la conciencia habla callando;
  •    estos elementos conforman su “estado de resuelto”, aquél donde el sujeto puede decir “yo soy”.  Además el “estado de resuelto” es lo único que permite al Dasein “dejar ser” a los otros.[10]

Reiteremos: el Dasein nace en la cotidianidad, en el “mundo del uno”[11], no puede sino aparecer como parte de ese mundo, perdido en ese mundo y por ello es inicialmente gobernado por las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad. Es de ese mundo del cual el Dasein puede llegar a rescatarse, pasando del “estado de perdido” antes citado al “estado de resuelto” (Entschlossenheit) característico del Dasein propio.[12]

En los parágrafos previos Heidegger ya había apuntado en esa dirección. En el §34 Heidegger indicó que lo que echa abajo las habladurías e incluso las escribidurías es la “silenciosidad” (Schweigen):

“Para poder callar necesita el “ser ahí” tener algo que decir, esto es, disponer de un verdadero y rico “estado de abierto” de sí mismo. Entonces hace la silenciosidad patente y echa abajo las “habladurías”. La silenciosidad es un modo del habla que articula tan originalmente la comprensibilidad del “ser ahí”, que de él procede el genuino “poder oír” y “ser uno con otro” que permite “ver a través” de él”.[13]

Lo que puede rescatar al Dasein de la avidez de novedades y la ambigüedad son la angustia y el “ser deudor”, pues la angustia, en la cual la nada se presenta, abre al Dasein de modo terrible, aunque sólo momentáneamente, la inhospitalidad del mundo. En el §40 Heidegger señala que la inhospitalidad (Unheimlichkeit), fuente y razón de la angustia, persigue al Dasein y amenaza su “estado de perdido” en el uno. La Unheimlichkeit no tiene otra pretensión que rescatar al Dasein del uno. Por otro lado, es por el “ser deudor” (gracias al cual ocurre la conciencia del sinsentido de la existencia) que se posibilita al Dasein que quiere llegar a ser sí mismo, logre dejar atrás la avidez de novedades.

En la segunda parte “Ser ahí y temporalidad” de la obra, Heidegger volverá a la problemática que nos atañe y, desde su comprensión de la temporalidad se referirá a la manera como el Dasein deja atrás el estado de yecto y deviene propio.

En el §74 plantea que para que el Dasein sea sí mismo debe precursar la muerte advenidera, es decir, asumir la finitud, pero sin quedarse en un mero “esperar la muerte” pesimista sino, con base en la comprensión de su finitud, lanzarse a desarrollar verdaderamente sus posibilidades, proyectándose. Y ¿de dónde extrae tales posibilidades?  Pues de su sido propio, de su historia personal y social, de su “tradición heredada”:

“El ‘estado de resuelto’, en el que el ‘ser ahí’ retrocede hacia sí mismo, abre las posibilidades fácticas del existir propio en el caso partiendo de la ‘herencia’ que toma sobre sí en cuanto yecto. El resuelto retroceder al ‘estado de yecto’ entraña una ‘tradición’ de posibilidades transmitidas, si bien no necesariamente como transmitidas. Si todo ‘bien’ es hereditario y el carácter de los ‘bienes’ radica en el hacer posible la existencia propia, entonces se constituye en el ‘estado de resuelto’, en cada caso, la tradición de una herencia. Cuanto más propiamente se resuelve el ‘ser ahí’, es decir, se comprende sin ambigüedades partiendo de su más peculiar y señalada posibilidad, en el precursar la muerte, tanto menos equívoco y accidental es el encuentro electivo de la posibilidad de su existencia. El precursar la muerte es lo único que expulsa toda posibilidad accidental y que sólo tiene ‘curso provisional’. Sólo el ser en libertad para la muerte da al ‘ser ahí’ su meta pura y simplemente tal y empuja a la existencia hacia su finitud. La bien asida finitud de la existencia arranca a la multiplicidad sin fin de las primeras posibilidades que se ofrecen, las posibilidades del darse por satisfecho, tomar las cosas a la ligera, rehuir los compromisos, y trae al ‘ser ahí’ a la simplicidad de su  ‘destino individual’. Con esta expresión designamos el gestarse original del ‘ser ahí’, gestarse implícito en el ‘estado de resuelto’ propio y en que el ‘ser ahí’ se hace ‘tradición’ de sí mismo, libre para la muerte, a sí mismo, en una posibilidad heredada pero, sin embargo, elegida.”[14]

En este párrafo clave Heidegger muestra lo que ocurre al Dasein propio en el momento de comprometerse con su proyecto. Para Heidegger, el Dasein propio presenta un “estado de resuelto” el cual está caracterizado, recordémoslo, por un comprender del tipo del “ser deudor” —es decir, el Dasein sabe que no tiene fundamento, sabe que su vida no tiene un sentido predeterminado—, por un encontrarse del tipo de la angustia —pues ha precursado la muerte—, y por un habla silenciosa —pues la voz de la conciencia, indica Heidegger, habla callando.

El “estado de resuelto” se opone al “estado de perdido” característico del Dasein impropio que, por negar su finitud, se halla sumergido en la ambigüedad, las habladurías y la avidez de novedades. El Dasein propio, por tanto, luego de precursar la muerte y enfrentarse a su finitud, se “retrae sobre sí” encontrando una “herencia”, una “tradición”. En la medida en que dicho Dasein asume con claridad su finitud a partir del “precursar la muerte” puede entregarse de manera más firme a su proyecto. Y es en dicha entrega en lo que consiste su “libertad”:

“Sólo el ser en libertad para la muerte da al ‘ser ahí’ su meta pura y simplemente tal y empuja a la existencia hacia la finitud”.

Esta afirmación es exacta, sin la finitud no hay proyecto posible. Es el apremio de la muerte advenidera lo que obliga al Dasein a dejar atrás la impropiedad y arrojarse a su proyecto, a ese “destino individual” (Schicksal) que es al par “colectivo” en virtud de que el Dasein es “con otros” (Mitsein). Ese destino, indica Heidegger, constituye el “gestarse original del “ser ahí” en el cual el Dasein se hace “tradición”, es  “libre para la muerte” y “elige” su “posibilidad heredada” sin “ambigüedades”.

Digamos, de paso, que la posición del Dasein impropio no lo exime de reiterar su tradición heredada, pero lo hace a pesar suyo y desde la ambigüedad, pues el “estado de perdido” es un esfuerzo, en ocasiones desesperado, de negar la presencia de la muerte, de esa “posibilidad de la imposibilidad” que, sin embargo, tarde o temprano acaece. Ciertamente la voluntad, haciendo un gran esfuerzo, puede oponerse a la posibilidad heredada. Pero ello le permite tan sólo detener momentáneamente el movimiento, no conduce a ninguna otra parte. La voluntad contraria a la posibilidad propia es tan sólo como el dique frágil ante el río profundo y agitado: sólo acumula el agua, no la conduce a otra parte… hasta que la fuerza de la corriente se abre paso.

Dicho de otra manera, el precursar la muerte advenidera hace al Dasein encontrarse con la angustia, angustia producida por esa “posibilidad de la imposibilidad” que es la muerte.   El precursar la muerte hace al Dasein retrotraerse al sido, hallando ahí su tradición, su ubicación histórica y sus posibilidades más propias, lo cual le permite ubicarse en su presente, gestarse históricamente, pudiendo ser un Dasein propio, que vive para sí, y que es un hombre de su tiempo.

Gracias a este análisis, la tesis heideggeriana del hombre como un “ser para la muerte” cobra su real sentido: no es una tesis pesimista sino vital, permite la decisión y la resolución del destino individual, permite vivir la vida propia inserto en el momento histórico-social.  Y es en ello en lo que radica la posibilidad de recuperarse de la caída característica del Dasein perdido en la cotidianidad, es decir, lo que permite al Dasein “llegar a ser lo que es”.[15]

Cuernavaca, Morelos, 6 de mayo de 2013

CITAS

1 Dr. en Filosofía por la UNAM, Miembro de la Heidegger Gesellschaft. Actualmente Director de la Unidad de Estudios Filosóficos del CIDHEM.

 2 Volumen 60 de la Gesamtausgabe de M. Heidegger (Klostermann, Frankfurt am Main, 1995). Las partes segunda y tercera de ese volumen fueron traducidas al castellano y publicadas bajo el título: Estudios sobre mística medieval, Siruela, Madrid, 1997).

 3 Heidegger, M., Estudios sobre mística medieval, Op. Cit., p. 75.

4 Ibidem, p. 76. Todo esto no deja de recordarnos la definición que el Dr. Pascal David (de la Universidad de Bretaña Occidental) indicaba recientemente en su seminario Heidegger después de Ser y tiempo impartido en la UANL (1-5 de noviembre de 2010), que el ateísmo, tal como Heidegger, San Agustín y Pascal lo entienden, no consiste en un rechazo de Dios sino, al contrario, en la terrible experiencia de ser rechazado por Dios. Experiencia que, sin embargo, no deja de ser liberadora como más adelante veremos.

 5 Heidegger, M., El ser y el tiempo, Trad de José Gaos, FCE, México, 1983, p. 195. En la versión alemana: Sein und Zeit, Max Niemayer, Tübingen, 1993, p. 175.

 6 Heidegger indica que el Dasein (vocablo que Gaos traduce como “ser ahí” y que yo prefiero no traducir) refiere a aquél que “somos en cada caso nosotros mismos”, el Dasein  no es sino el sujeto “ontológicamente bien comprendido”  (Cfr. la versión de Gaos, p. 127; en la versión alemana: p. 111).

 7 Ibidem, en la versión de Gaos: p. 188; en la versión alemana: p. 169.

 8 Ibidem, en la versión de Gaos: p.191-192; en la versión alemana: p. 172.

9 Ibidem, en la versión de Gaos: p. 194; en la versión alemana: p. 174.

10 Ibidem, en la versión de Gaos: p. 324; en la versión alemana: p. 298.

11 El “mundo del Uno” (en alemán: del Man) es el mundo común, al que refiere el impersonal “uno o “se”, como se indica en las frases: “se dice” o “uno dice”. En el §27 Heidegger indica que el Uno “simula todo juzgar y decidir y quita al Dasein la responsabilidad” (en la versión de Gaos, p. 144; en la versión alemana, p. 127).

12 En el texto antes citado, Heidegger diferencia asimismo entre un tiempo propio y uno impropio. El tiempo impropio tiene las siguientes características:

–     es el tiempo del pasado-presente-futuro, el tiempo por el cual “pasamos” (en el sentido de “pasar por el tiempo, por los años”);

–     es un tiempo continuo, “flujo continuo de ahoras” (en la versión de Gaos: p. 442; en la versión alemana: p. 410);

–     es el tiempo del Dasein impropio, alienado en el mundo de los hombres, del Dasein perdido en la moda y en la avidez de novedades, es el tiempo de aquél que “nunca tiene tiempo”.

Heidegger deja de lado ese tiempo que llamará vulgar, impropio, y planteará una temporalidad propia con tres “éxtasis”: el advenir, el sido y el presente. Tales “éxtasis” están en el Dasein mismo, son inseparables de él.  Así como en Parménides, donde la concepción del tiempo depende del ser y en su Ser único, continuo e inmóvil era impensable que se “pasase por el tiempo”, así en Heidegger, aunque desde una perspectiva totalmente diferente, el tiempo es inseparable del ser.[1]

La temporalidad del Dasein propio tiene tres éxtasis: el advenir, el sido, y el presentarse, es decir, lo que adviene, lo que ha sido y lo que se presenta al Dasein.

13 Ibidem, en la versión de Gaos: p. 184; en la versión alemana: p. 165.

14 Heidegger, en la versión de Gaos: p. 414; en versión alemana: pp. 383-384.

15 “Werde was du bist!” (¡llega a ser lo que eres!) es la fórmula pindárica reiterada por el Mefistófeles del Fausto de Goethe y que retoman Nietzsche y Heidegger para dar cuenta del anhelo del Dasein de realización. Cfr. la versión de Gaos de Sery tiempo: p. 163; en la versión alemana: p, 145.