Nosotros los apátridas

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Nosotros los apátridas

 A Alberto Constante

  

El perspectivismo es para Nietzsche la negación del esencialismo comunista de Platón. Hasta tal punto que podemos afirmar que el comunismo es, ontológicamente, lo contrario del perspectivismo de la primera persona del singular. No, no se trata de egocentrismo; sino de politeísmo. Es una teoría poética renacentista si partimos de la base de que la poesía moderna como los descubrimientos modernos tienen su razón de ser en el descubrimiento del hombre como individuo-perspectiva del mundo. Este perspectivismo es una sempiterna defensa de la imaginación del yo, o del alma o espíritu, o persona. En el entendido con Zaratustra de que quien no lleve dentro de sí un “caos”, jamás alumbrará una “estrella danzarina”. Luego esta teoría perspectivista del “yo” o del “sujeto” nos anima, casi nos exhorta, a considerarnos a nosotros mismos como infinitos puntos de salida, nunca como si ya hubiéramos encontrado sedentariamente nuestro yo-butaca confortable a la que aspiran sujetos trasmundistas y metafísicos cansados con el incesante devenir del mundo. El perspectivismo nos invita de forma elegante a salir de ese identitario y vaca sagrada nacionalista del <> y descubrir un afuera rico en discordias infinitas y amistades que prometen. Quien se sabe  -y quiere-  una perspectiva, un individual-concreto, ya no anhela contentarse con ser el testigo de la verdad; sino el creador de la misma. Una creación que no viene a cerrar al mundo y al hombre sino a abrirlos, peligrosamente, a un devenir del yo como punto dentro de la vida que se renueva constantemente. Es el precio de la modernidad y su deriva infinita. Una concepción de la razón y de la verdad y del hombre que se sabe batalla y campo de batalla de la propia modernidad: la vida (múltiple y exigente del infinito plus individual) en juego por aquellas tipificaciones normativas que obligan, cristianismo y socialismo, nacionalismos y moral de partido, al máximo común denominador, esa patología cultural de un solo pastor y un solo rebaño. La encrucijada en la que nos coloca el loco de Turín cumple a fondo con el diagnóstico que hace este sutil psicólogo de la cultura occidental a finales del siglo XIX: o Nihilismo o perspectivismo. La disyunción es exclusiva. También es una crítica mordaz del rigor mortis de la filosofía académica que sólo produce reproductores de los clásicos; y, en este sentido, el perspectivismo nietzscheano está ontológicamente emparentado con la novela moderna en tanto género literario que ironiza con los arquetipos; crítica que no habría podido darse al margen de los descubrimientos científicos modernos. Sin olvidar que tanto las concepciones republicanas como las tiranías de la Italia del Renacimiento son el suelo socio-político en cuyo espacio aparece lo subjetivo como individuo.[1] El perspectivismo es el escudo de armas de un caballero que anda por ahí deshaciendo totalitarismos filosóficos, escolasticismos de izquierdas y de derechas. Nietzsche es uno de los pilares más importantes del perspectivismo liberal de Ortega y Gasset. Podía haber escrito que la vida, pero la vida personal, era la única realidad radical; no obstante, había llegado lo suficientemente cerca del corazón plurilingüe de la vida como para afirmar, entre bromas y ardides, ay, el filósofo y su sombra, que el hombre no era una fría rana pensante y que el conocimiento de la existencia nunca va a dejar de ser una interpretación que lleva a cabo el hombre como poeta y novelista de sí mismo.

Gilles Deleuze acertó al calificar la obra de Nietzsche como la expresión testimonial-creativa de un “pensamiento nómada”. Este giro hermenéutico no sólo tiende a la empatía que provocan los viajes, salir, huir, de <>, ver de otra manera y sentir de otra y decir y hablar de otra forma, sino que la philia y areté del perspectivismo no serían posibles sin el buen humor.[2] Este “gay saber”, esta ciencia alegre, este espíritu ligero no sería tal sin la existencia de vasos comunicantes entre las más diversas perspectivas, en fin, si no fuera posible la empatía entre las diversas costumbres, lenguas y pueblos y, más allá de estos, entre los individuos. Esto no quiere decir que las perspectivas sean intercambiables como los cromos repetidos porque sería lo mismo que suponer que el hombre no es un fin en sí mismo sino sólo una raza. No, no es esto; el perspectivismo de Nietzsche es fruto del descubrimiento renacentista de la subjetividad, de la individualidad, en fin, de la persona como personalidad imposible de fundir en un Bloque llámese Estado, Iglesia, partido político, patria o raza. Frente al resentimiento y envenenamiento entre los pueblos aherrojados unos contra otros, el perspectivismo prima filosófica y políticamente al individuo soberano frente a la Tribu. Esta Gaya ciencia y buen humor es transnacional y antimetafísico porque ha descubierto la paradoja de la perspectiva moderna: a la vez que se descubre un universo infinito, al mismo tiempo, se van descubriendo las proximidades que se dan entre los diversos mundos, las otras lenguas y las muchas patrias. El perspectivismo nietzscheano, cuyos abuelos inmediatos son Cervantes y Montaigne, toma conciencia filosófica del mundo en la medida que lo descubre y lo ama como incógnita: detrás de la “U” siempre deviene una “X”. Una existencia que vive en la medida que interpreta y se da al lujo de mantener una vida humana a la altura de un Universo sin Respuesta Última o The End. Este perspectivismo es netamente moderno por sus contactos con los descubrimientos de la ciencia y técnica modernas; pero, sobre todo, por la literatura moderna, la novela y el ensayo. El propio animal racional es un ensayo porque él mismo vive en la medida en que ensaya. Es, en cierto sentido, un experimento que va con la X del mundo. Lo repite en el Prólogo de 1886 (el año de la autocrítica) de La gaya ciencia: “es como el amor a una mujer que nos hace dudar…”. Este animal aún no fijado por ninguna definición, ya que él mismo, ahora lo sabe, es el artista, el creador de un universo de signos que nos significan, animal de conceptos y metáforas, desde donde nos orientamos tal y como la araña se orienta en el mundo a través del gran conocimiento “objetivo” que le proporciona su “tela de araña” y el mosquito que quedó adherido, pegado, en la sutil tela de araña. Todo un “mundo”. El Nietzsche de Verdad y mentira en sentido extra moral advierte, contra todo tipo de teleología ya religiosa o laica que también el mosquito en su vuelo podría sentirse, antes de ser atrapado, el ombligo del universo o el de la historia.

 

Opina y sentencia el viajero (y su sombra) Nietzsche que podemos vivir esta infinitud e incógnita del universo transformado en una gran “X” desde dos almas o espíritus. Una siempre va a añorar la época dorada de la humanidad en la que todo parecía “tierra firme”. Pero sólo era un espejismo tramposo de nuestra propia inseguridad y miedo al miedo: como la incertidumbre que le sobrecoge al pájaro que se le da libertad y añorara su jaula creyendo que allí había más libertad, más seguridad… La metáfora es de Nietzsche. Giordano Bruno tuvo que pagar ante el Bloque de la Santa Inquisición lo que cuesta desprenderse de esa jaula del pensamiento denominada geocentrismo. Este espíritu conservador nunca va a estar a la altura de un universo sin Respuesta; incógnita que hace del hombre un nómada, un ser fronterizo. El espíritu conservador y antirrevolucionario entiende por espíritu el suelo, la tierra firme, la raza-raíz. No soporta la ambigüedad de la metáfora porque su voluntad de verdad quiere cerrar al universo en la tumba de la finitud. El perspectivismo del que siempre iba en ruta hacia Génova, qué fina puntada, es una excelente  crítica contra el totalitarismo del espíritu o de las almas y sus respectivas geopolíticas. Europa es batalla y campo de batalla del espíritu; por esta razón, y desde el primer momento, fue consciente que el perspectivismo tenía que afrontar un duro debate con el historicismo alemán de tendencia esencialista y antiempática. Contra toda vuelta al origen el perspectivismo se autoanuncia y exhibe de forma intempestiva como fruto de nuestra modernidad. Pero no la modernidad de la sustancia, sino la del que para ser se tiene que inventar a sí mismo con la piel y carne del mundo. Nietzsche se vuelve “intempestivo” al mismo tiempo que abandona el historicismo como trinchera del Ser.

Cuando oímos hablar a los sutilizantes metafísicos y trasmundistas, los otros ciertamente sentimos que somos los «pobres de espíritu», pero también que de nosotros es el reino celestial de la mutación, con primaveras y otoños, inviernos y veranos, y de ellos el trasmundo con sus infinitas nieblas y sombras grises”. Así alguien habló para sus adentros durante un paseo bajo el sol matutino; alguien en el que en el estudio de la historia se le muda siempre de nuevo no solamente el espíritu sino también el corazón, y que a diferencia de los metafísicos se siente feliz porque alberga “no un alma inmortal”, sino muchas almas mortales.[3]

Por lo tanto la experiencia hermenéutica del mundo se basa, en Nietzsche, en la acción interpretadora del hombre.[4] Ahora bien, esta acción no sólo no es ajena a la pluralidad, sino que esencialmente se trata de una pluralidad que denominaremos interna en el sentido de devenir, tal y como Nietzsche aprecia el estudio de la historia como parte fundamental de la Bildung o formación del individuo con la meta de la cultura que no es otra que el de vivir, experimentar, esa X que es el mundo pero en su mismo centro de descubrimientos y encuentros infinitos. Este y no otro era el cometido cultural de la primacía de la vida sobre la historia; no para encadenarnos a una determinada forma de vida sino para comprender por qué a algunas personas se les cambia o transforma su vida después de leer a Montaigne, Octavio Paz, Herodoto, Aristóteles, Galileo, Bartolomé de las Casas, Virginia Wolf, Julio Cortazar, en fin, un tal José Alfredo. Idem al conocer otras personas y otros pueblos y otras religiones y otras comidas y otros cuerpos y otras playas…etcétera, etcétera, etcétera. La cultura nos hace más libres. Y es por esta razón histórica (la frase es de Ortega y Gasset) por lo que el joven Nietzsche revoluciona antinaturalistamente y antirománticamente (y, por ende, antoinacionalistamente) la idea de perspectiva en cuanto experiencia que nos aherroja a un único suelo (Boden) o una única lengua (Sprach). Que se lo pregunten al “mosquito” de Verdad y mentira en sentido extra moral. ¿Qué nos queda? Defendernos como individuos, hombres superiores, de las andaderas del mundo circundante al que estamos tan pegados. Y si de este acto de inflexión se deriva la soledad, tanto mejor. No es fruto del azar que la Gaya ciencia esté dedicada a los apartidas. Modernamente ya sabemos que la metáfora es, si no la madre, sí la abuela del concepto y de todo pretendido origen puro.[5] Se trata de rechazar el Bloque en aras del politeísmo del mundo.[6] Esta toma de conciencia del perspectivismo no nos instala en un ángulo mirando hacia la pared como si estuviéramos castigados al solipsismo de nuestras auténticas o propias culturas de tal modo ontológico que esa cultura o tradición no fuera la liberación del individuo sino la aceptación de que sólo es el pálido, pálido reflejo de una Idea o Arquetipo ( que suele ontológico-nacionalmente aparecer como Volk, Boden, Sprach y Reich, “destino” que antecede a cualquier movimiento del individuo soberano de sí mismo. El suelo o Boden o Heimat (patria natal) puede formar parte del paisaje del Übermensch; pero no como si estuviera atado por la sangre. Todo lo contrario, su paisaje es el Devenir y su circunstancia filosófica es el nomadismo del viajero y su sombra: una conciencia siempre fuera del sí mismo nacional. El país de los hombres superiores es el país que supera los prejuicios y fronteras nacionales. Capaz de ponerse en el pellejo de otras lenguas. Esta ciencia es, a diferencia de las ciencias del espíritu metafísicas e historicistas (como Herder, Strauss, Dilthey y el conde Paul Yorck von Wartenburg) ciencia de la jovialidad y de la alegría al reconocer la pluralidad infinita del mundo; infinitud del mundo que conlleva cada nueva perspectiva sobre el mundo: la pupila en movimiento. Una alegría que contagia el estudio de la historia de otras perspectivas. Cambiamos con el estudio de la historia de la física como con la de la sexualidad, la música, el deporte, la pintura o la cocina. Entonces la X del mundo -de la que formamos parte y no meramente como pacientes sino como artistas- se transforma en el símbolo de una cita, en el lugar de los descubrimientos y encuentros y desencuentros entre los hombres.

El politeísmo comportaba el germen del librepensamiento [Freigeisterei] y multipensamiento [Vielgeisi] de los hombres, el poder de labrarse ojos nuevos y propios y siempre de nuevo nuevos y aun más propios; de suerte que el hombre es, entre todas las especies, el único para quien no existen horizontes ni perspectivas eternas.[7]

Bendita lengua alemana en manos de este loco por el mundo, apasionado ante la perspectiva infinita de lo Nuevo (metáfora biopolítica del <> perteneciente a la tercera transformación del espíritu). En el texto que acabamos de citar aparecen dos términos muy significativos que vienen a corroborar lo que estamos defendiendo: para Nietzsche ser “hermeneuta” y “nacionalista” o “metafísico” sería una contradicción en sus términos. Freigeisterei  significa “librepensamiento”; pero conlleva un matiz ilustrado de “incredulidad” al estilo de lo que denomina “espíritus libres” [Freidenkertum]. No es casualidad que el primer volumen de Humano, demasiado humano esté dedicado a Voltaire. El otro término es Vielgeisterei  que cabe traducir como “muchos pensamientos”; pero no se hace hincapié en la cantidad sino en lo cualitativamente diferente o “nuevo” o “propio”. El estilo nietzscheano impresiona por la capacidad lingüística de sus registros. Una lectura cuidadosa, “rumiante” como pide a sus lectores en el Prólogo de La genealogía de la moral, lectores vacas capaces de “rumiar” lo que se lee para poder repensarlo despacio, regurgitarlo las veces que sean necesarias; [8] esta invitación a masticar lo que se piensa y lee nos hace ver que la pluralidad de perspectivas está en íntima conexión con su propia vida itinerante, nómada, huyendo del pensamiento único de Prusia como arquetipo alemán tras el desenlace fatal de la guerra franco-prusiana. Vielgeist, en efecto, significa “muchos pensamientos”; pero Nietzsche no es ajeno al juego de palabras entre lo anterior y Vielgereist que significa que se ha viajado mucho.[9] Este cosmopolitismo lo separa radicalmente de lo que Heidegger va a entender como “situación hermenéutica” en 1922 cuyo broche es el cierre ontológico del Dasein en una tradición o Volk=Reich cuya historicidad se identifica como “destino común del pueblo” en su Estado (Reich), tal y como puede comprobarse en los §74-§77 de Ser y Tiempo (1927). Y no podía ser de otra forma porque el que ha viajado mucho detesta cualquier tipo de “nacionalismo”; especialmente, afirmaba heroica e intempestivamente Nietzsche a partir de la I Intempestiva, cuando este odio entre las patrias está propiciado por Alemania (II Reich), paradójicamente el pueblo del “espíritu” y el del “sentido histórico”.

La hermenéutica nietzscheana conducía filosóficamente a entablar un combate contra el creciente racismo y antisemitismo de Alemania, hasta el punto de lanzar este desafío: “Ser buen alemán significa desalemanizarse.” Por su enorme riqueza de matizaciones merece que reproduzcamos de forma íntegra el pasaje en el que nos estamos basando para articular nuestra lectura:

Aquello en que se hallan las diferencias nacionales es, mucho más de lo que hasta ahora se ha considerado, sólo la diferencia de distintos niveles culturales y en mínima parte algo permanente (y aun esto no en un sentido estricto). Por eso toda argumentación a partir del carácter nacional compromete tan poco a quien trabaja en la transformación de las convicciones, es decir, en la cultura. Si se pondera, por ejemplo, todo lo que ya ha sido alemán, enseguida se corregirá la cuestión teórica ¿qué es alemán? con la contra cuestión: «¿qué es ahora alemán?»; y todo buen  alemán la resolverá prácticamente, sobreponiéndose precisamente a sus cualidades alemanas. Pues cuando un pueblo avanza y crece, va haciendo saltar los sucesivos cinturones que hasta entonces le han conferido su aspecto nacional: si se detiene, si se atrofia, un nuevo cinturón le ciñe el alma; por así decir, la costra cada vez más dura construye en torno una prisión cuyos muros no dejan de crecer. Si un pueblo tiene por tanto mucha solidez, es esta una prueba de que quiere petrificarse y desea convertirse enteramente en monumento: como sucedió a partir de determinado momento egipciaco. Por tanto, quien quiere bien a los alemanes debe por su parte velar por crecer cada vez más allá de lo que es alemán. Siempre ha sido en consecuencia el giro hacia lo no alemán el distintivo de los prohombres de nuestro pueblo.[10]

Por lo tanto, Nietzsche dinamiza y relativiza las diferencias entre las culturas. No rompe el continuum de la historia ni el de la vida como sí hace Heidegger -es nuestra apreciación-  en los §6 y §9 de su obra magna Ser y tiempo; cuya diferencia ontológica entre “auténtico” e “inauténtico”, “propio” e “impropio”, que son ontológicamente opuestos por la presencia/ausencia de historicidad, debe rendir obviamente cuentas ante el existenciario que viene a dar, en última instancia, sentido a la Sorge o cuidado: el Volk. No entro a discutir si es una contradicción respecto de la Primera Parte de la obra en la que aparece la muerte del Dasein como absolutamente propia e irreferente, inexpugnable ante cualquier ideología política. La diferencia con Nietzsche estriba en que esa infinita novedad que hace saltar todos los muros que aprisionan, fosilizan, al hombre, esa perspectiva de horizontes lejanos cae del lado de la “especie”. No se trata de que esta o aquella cultura o nación son eternamente propias y cada vez más propias porque son más eternamente nuevas, no repiten el origen; sino porque es el bioz el alma de esa pluralidad del mundo.

Entre bioz  e individuo se establece una conexión de tal calibre que hace saltar en pedazos, por la implosión que lleva a cabo el Übermensch  (siempre en plural), de toda normatividad ajena al propio devenir de la vida abierta. Si esto es así, la vida misma reemplaza el amor a las patrias; por lo que no es de extrañar que ser buen alemán consistiera en desalemanizarse. Des-alemanizarse no era para Nietzsche una traición a la patria del sentido histórico y del espíritu, sino, al revés, el mejor homenaje que se les podía hacer a los grandes pensadores y escritores alemanes que lucharon por tener una perspectiva propia. El problema ontológico-político de la hermenéutica bifronte nietzscheana/heideggeriana (gadameriana) se localiza en los términos “auténtico” y “propio”.

En el fondo cada cual sabe muy bien que es un ser rigurosamente único [ als ein Unicum] y que ningún azar logra concretar tan extrañamente abigarrada multiplicidad en una unidad como es el individuo [Einerlei]; lo sabe, pero lo oculta como si tuviese la conciencia turbada. ¿Por qué? Por temor al prójimo que exige la conformidad a lo convencional y se esconde tras ello.[11]

La “unicidad productiva” del individuo, alma del bioz, es lo que le hace oponerse al “ser” alemán y a la ontologización de las diferencias. Su vida, de novela, fue un constante atravesar líneas fronterizas que ocultaban a unos pueblos de otros, a unas culturas contra otras. Él mismo se nacionalizó suizo aunque, como buen patriota, acudió a una guerra. Thomas Mann en Confesiones de un apolítico, señaló para siempre la diferencia entre ser patriota y solidario a ser nacionalista, ególatra. De ahí la excepcionalidad del individuo Nietzsche: capaz de firmar un autorretrato sirviéndose libremente de sus múltiples viajes lejos de su mundo circundante. Heráclito, Montaigne, Wagner, Schopenhauer, Voltaire, Bizet, Spinoza, Cristo… y Esquilo, Hölderlin, Napoleón, Virgilio y Dostoievski. Todos los nombres de la Historia. Pero él hace su elección, él elegía a sus propios héroes que fueron sus compañeros de viaje y que, obvio, entrarán a formar parte de esa acuarela que nosotros mismos pintamos eligiendo de la paleta aquellos y estos colores de tal forma que el mundo se renueve al trasluz de nuestra propia perspectiva.

Claro que amamos nutro suelo natal; pero no estamos atados ni al suelo, ni a la comunidad, ni a la raza.

Coatepec, 17 de diciembre de 2013.

  

 

Citas Bibliográficas


[1] Burchardt, Jacob, La cultura del Renacimiento en Italia, Segunda Parte, “Desarrollo del individuo”, Editorial Porrúa, México, 1984, pp. 73 ss.
[2] “Si conocer alguna cosa supone siempre participar de ella en alguna forma, aprehenderla, el conocimiento poético se desinteresa considerablemente de los aspectos conceptuales y quitinizables de la cosa y procede por irrupción, por asalto e ingreso afectivo a la cosa, lo que Keats llama sencillamente tomar parte en la existencia del gorrióny que después los alemanes llamarán Einfühlung, que suena tan bonito en los tratados”. Estamos. Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos, Tomo  II, Ed., Siglo XXI, 5ª edición, México, 1970, p. 173. (Negritas en el original).   
[3] Nietzsche, Friedrich, Humano, demasiado humano, Vol. II, 17, p. 372. Ed., Prestigio, Buenos Aires, 1970, p.  372. Iremos optando entre las ediciones españolas según la traducción y, en algunos casos, damos la nuestra. Sämtliche Werke Kritische Stidienausgabe [KSA]. Deutsche  Taschenbuch Verlag de Gruyter. Berlin/New York, 1980. Band II, 386. Cursivas en el original.
[4] Rivero, Paulina, Nietzsche como precursor de la hermenéutica, Véase No hay hechos, sólo perspectivas. Universidad de los Andes. Bogotá, 2004.
[5] Nietzsche, F., Verdad y mentira en sentido extra moral, En Nietzsche. Edición de Joan B. Llinares Chover. Ediciones Península/Textos Cardinales, n°8. Barcelona. 1988, pp. 41-49.
[6] A pesar de los años el trabajo de Pierre Klossowski sigue vivo: Nietzsche, el politeísmo y la parodia. Tan funesto deseo, Taurus, Madrid, 1980. Ídem. Bataille, Georges, Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, Taurus, Madrid, 1972.
[7] Nietzsche, F., La gaya ciencia, §143. Ed., Prestigio, III, Buenos Aires, p. 149. KSA, 3, 491. Cursiva en el original.
[8] Nietzsche, F., La genealogía de la moral. Prólogo de julio de 1887, Alianza, Madrid, 1992,  p. 31. KSA, 5, 255-6.
[9] Nietzsche, F.,  Die fröhliche Wissenschaft, 143. KSA, 3, 491.
[10] Nietzsche, F. Humano, demasiado humano,  II, 323. Esta traducción española se sigue por Akal, Madrid, 1996, p. 98.  Gut deutsch sein heisstsichentdeuutschen. KSA, 2, 511-512.
[11] Nietzsche, F. Schopenhauer como educador, vol. I, Ed., Prestigio, Buenos Aires, p. 701. Cursivas del original. KSA, 1, 337.