Notas de un diario
El perro ciego
El escritor argentino se asoma a los recuerdos de su madre, la amistad entre mujeres o los nuevos caminos de la narración
Lunes
(Sueño que soy un perro ciego. Pequeños movimientos aterrados, el hocico en el aire)
No tiene objeto seguir, dijo mi madre. Ninguna resignación. No tiene objeto. Como si ella pudiera decidir el momento. La casa de los abuelos tenía su nombre y su nombre fue lo primero que aprendí a leer. “Ida, ¿ves?”, decía ella y me señalaba las letras en el portal. Llevaba un vestido azul. Su imagen en el recuerdo es más nítida que la luz de esta lámpara. Siempre estaba alegre. Al final leves delirios, divagaba. Preguntó ¿Qué dice usted? y sonrió, antes de morir. Y yo no estaba ahí. Oh, madre…
Miércoles
Tengo que llamar a mi madre, pienso de pronto. Pensamientos sueltos, pesadillas. (Sueño que soy un perro ciego. Pequeños movimientos aterrados, el hocico en el aire).
Domingo
El Gato Barbieri tocó anoche en Blue Note. Mucha gente, todo muy íntimo. No lo escuchaba desde el 77 cuando lo vi en un concierto en San Diego en el que presentóRuby Ruby. Quiero hacer con algunos amigos un documental sobre el jazz en Buenos Aires. El Gato en los orígenes del free jazz; a mediados de los 60 grabó Symphony for Improvisers, pura improvisación casi sin standard. Steve Lacy se quedó varado y sin plata en Buenos Aires en 1965 o 66 y tocó en Jamaica, donde también tocaban Salgán y De Lio. Me acuerdo que fuimos a escucharlo con Néstor Sánchez que en aquel tiempo quería llevar la improvisación a la prosa: Siberia Blues. Curiosamente, en literatura el jazz siempre estuvo ligado al estilo oral (Kerouac, Borís Vian, Cortázar, etcétera).
Martes
Ella tiene la facultad de hacer amistades, como quien dice hago una obra. Cada una de sus amigas, definida por una cualidad específica, tiene un leve toque diferencial. La muchacha húngara que dirige cursos para dejar de fumar a funcionarios de países en desarrollo de las Naciones Unidas; la joven brasileña que se dedica a descubrir inesperadas galerías de arte en el Bowery a coleccionistas que le pagan el tour; la mujer de mediana edad, ex tenista profesional, que sólo se acuesta con negros. La amistad entre mujeres tiene la forma de una sociedad cerrada donde no hay secretos. Claro que no hay secretos, me dice ella, ni secretos ni vida privada. Hay que vivir en tercera persona. Mira por la ventana, divertida. Aquí abundan las ardillas porque no hay perros sueltos, dice. Habría que importar perros callejeros, etcétera.
Viernes
Larga conversación en el bar de Lahiere’s con James Irby, legendario traductor de Borges al inglés, extraordinario profesor de poesía en Princeton. Discutimos algunos poemas de Lezama Lima, entre ellos Oda a Julián del Casal, sobre el que Jim ha escrito un largo ensayo al que todavía considera incompleto. Tendrías que hacer un libro sobre ese poema, le digo. ¿Hay algún libro dedicado a un solo poema? Recordamos el ensayo de Butor sobre un sueño de Baudelaire. Los versos son como el resto diurno del sueño, un tejido de imágenes rotas, de recuerdos y palabras perdidas. Calasso ha publicado ahora un libro sobre el mismo sueño de Baudelaire, me dice Jim, pero sin citar a Butor. La clave del trabajo de Jim es que analiza poemas escritos en lengua extranjera. La lectura es siempre incierta e indicial, las palabras parecen piedras en un muro: el sentido depende del peso, del volumen, de la posición. Llamamos a ese modo de leer, crítica concreta. En la misma dirección, me hace notar que el final de Blanco nocturno alude a la anáfora del poema Metempsicosis de Rubén Darío, que yo he leído muchas veces a lo largo del tiempo pero en el que no pensé mientras escribía la novela. Jim lo recita, con aire irónico, marcando la suave escansión de los endecasílabos y el corte de la estrofa: Yo fui un soldado que durmió en el lecho / de Cleopatra la reina. Su blancura/ y su mirada astral y omnipotente. / Eso fue todo // Y crujió su espinazo por mi brazo; / y yo, liberto, hice olvidar a Antonio. / (¡Oh el lecho y la mirada y la blancura!) / Eso fue todo. Y luego de una pausa, poniendo ahora énfasis en el ritmo metálico del verso, dice la última estrofa: Yo fui llevado a Egipto. La cadena / tuve al pescuezo. Fui comido un día / por los perros. / Mi nombre, Rufo Galo. / Eso fue todo. Me olvidé un par de estrofas, dice mientras salimos a la calle. A veces uno olvida para mejorar los poemas, le digo. No fue este el caso, sonríe Jim. Afuera, ya es de noche. Sabes que van a cerrar este bar, ¿no?, me dice, apenado.
Mientras tomaba nota de la conversación de hace un rato con Irby, recordé que la metempsicosis -la palabra que Molly no comprende al empezar la novela- está en el origen del Ulises de Joyce. Bloom es la reencarnación del héroe griego. Esa concepción define la intriga. Tiene razón Auden cuando señala que los artistas cambian de visión del mundo para renovar su poética. Explicaba así su adhesión al marxismo y también la pasión tardía de Yeats por el espiritismo o la conversión al catolicismo de Eliot o el populismo de Tolstoi. El escritor no inventa la ideología, la encuentra hecha y la utiliza como material de trabajo. Antes de criticar los pensamientos de un escritor, hay que analizar su función técnica. Las dudas de Hamlet sirven para retardar la acción.
Lunes
Había ido a la inauguración de una muestra de León Ferrari en Filo, y cuando salía se encontró con Miguel, un amigo de toda la vida, y se quedó con él. Empezaron a beber en distintos bares y primero Julia y después la chica que estaba con Miguel los dejaron solos. Los dos eran -o habían sido- buenos escritores pero ya no publicaban y los recuerdos de la juventud los ayudaban a seguir. Sobreentendidos, bromas sangrientas, referencias equívocas. Conversaciones errantes, difíciles de transmitir: sesgadas por la doble temporalidad de la ironía, por su captación diferida. Terminaron al amanecer en uno de los últimos bares abierto de la ciudad, atrás de la Recoleta, y se despidieron como si ya nunca se volvieran a encontrar. Emilio volvió a su departamento, Julia no estaba, se había hartado de esas historias de borrachos. Se sentía mareado, desvelado; buscó una botella de agua en la heladera; después bajó a comprar cigarrillos y cuando cruzaba Ayacucho hacia Santa Fe vio la iglesia. ¿Hacía cuántos años que no entraba en una iglesia? La quietud, las mujeres sentadas en los bancos de madera, el pilar de agua bendita, un sacerdote atrás de los visillos de la celda, palabras en latín, murmullos. Entonces va hacia el confesionario, se arrodilla. El cuento ¿termina ahí? ¿O incluye lo que dice al confesarse?
Viernes
David Simon, el creador de la serie The Wire, es un gran narrador social. Incorpora a la intriga policial los hechos del presente (la economía de ajuste de Bush, la manipulación de las campañas políticas, la legalización de la droga). En el capítulo-piloto de Treme,su nueva serie de televisión que vi la otra noche, el marco es Nueva Orleans después de Katrina: nunca los desastres son naturales, esa es la poética de Simon. La narración social se ha desplazado de la novela al cine y luego del cine a las series y ahora está pasando de las series a los facebooks y a los twitter y a las redes de Internet. Lo que envejece y pierde vigencia queda suelto y más libre: cuando el público de la novela del siglo XIX se desplazó hacia el cine, fueron posibles las obras de Joyce, de Musil y de Proust. Cuando el cine es relegado como medio masivo por la televisión, los cineastas de Cahiers du Cinéma rescatan a los viejos artesanos de Hollywood como grandes artistas; ahora, que la televisión comienza a ser sustituida masivamente por la web, se valoran las series como forma de arte. Pronto, con el avance de las nuevas tecnologías, los blogs y los viejísimos emails y los mensajes de texto, serán exhibidos en los museos. ¿Qué lógica es esta? Sólo se vuelve artístico -y se politiza- lo que caduca y está “atrasado”.
Martes
En la esquina de Witherspoon y Paul Robeson, un hombre, con jeans y campera de franela a cuadros, alza un cartel de apoyo al candidato republicano en las elecciones legislativas. Le agregó una banderita norteamericana, señal de que pertenece a la derecha nacionalista. Hace propaganda aprovechando el semáforo largo. Nunca había visto un acto proselitista de un solo hombre. Acá todo se individualiza. Así funcionan también los atentados políticos. Lee Harvey Oswald; el asesino de Martin Luther King; el que disparó contra la congresista demócrata en Arizona. Son sólo actos de un individuo perturbado, singular. Esa personalización extrema es “la apariencia puramente estética” del mundo social, como decía Marx hablando de Robinson Crusoe. No se ven las luchas sociales, pero su ausencia se expresa alegóricamente: un empleado de correos, en Ohio, despedido de su empleo, se sube a una torre y mata a los que pasan por la calle. Otro ejemplo es el fallo de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos que aprobó (caso Citizens United) la ley que obliga a considerar ciudadanos individuales a las poderosas corporaciones económicas. La utopía del capitalismo norteamericano es que los grupos de poder y las fuerzas sociales sean considerados personas aisladas. Todos los individuos serían iguales, cada uno de ellos un Robinson que lee la Biblia en su isla desierta.
Babelia, El País