El problema del ser y la verdad

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El problema del ser y la verdad

El método fenomenológico-dialéctico de Eduardo Nicol parte de la fenomenicidad del ser, exige dos clases de depuraciones: la vital, que consiste en intentar hacer a un lado toda clase de prejuicios, y la técnica, que intenta ser lo menos invasiva posible, y comprende al logos dia-lógico como el elemento que, además de donar lo donado y poseerlo, investiga lo ente para procurar llegar a verdades comunes. Ahora bien, en cuanto al ser –cuyo reconocimiento es inmediato, intuitivo y a-metódico- dice Nicol que es indemostrable, indefinible y en cuanto a sus posibles atributos es ambiguo pues, por un lado, señala que sólo lo determinado puede tener atributos (razón por la cual el ser no los tendría) pero, por el otro, que el ser tiene dos clases de atributos: unos determinantes y otros universales. De estos últimos identifica a la eternidad como el primero de ellos y subraya que se trata de una “evidencia de razón” más que de una idea de teoría.

Esto último me parece fundamental, pues en tanto evidentes a la razón (que significa, como veremos, que tienen que ser conceptuados), pareciera que los atributos del ser no requieren propiamente dicho de un método para ser mostrados; son, si acaso, “fenómenos racionales”. Sin embargo escribe Nicol: “La eterna cuestión es ésta: encontrar para el ser unos atributos que no lo reduzcan a ser-determinado: a un esto real, o a una categoría.”[1]

Queda claro que el ser no es un ente. Éste tiene forma específica; ocupa un lugar en el espacio; se interrelaciona con otros entes de los que se diferencia; viene a ser y deja de ser. El ente es, pues, algo real –en tanto existe-, determinado, por lo que es relativamente sencillo, en este nivel, registrar sus atributos o características que lo hacen ser lo que es.

¿Qué sucede en el caso del ser? Con base en lo dicho podemos decir, al menos, que no es un algo determinado, lo cual tiene sentido si tomamos en cuenta que toda determinación implica una diferenciación. Si el ser no se diferencia de nada, entonces ha de poseer unos atributos distintos a los del ente. Ahora bien, ¿cómo encontrar los atributos del ser? Si, insisto, el ser no es un ente, parece obvio que no podemos conducirnos con él del modo como lo hacemos con los entes. ¿Cómo, entonces? La respuesta de Nicol es la siguiente:

Los componentes del Ser son sus atributos […] esos atributos no deben buscarse más allá de la presencia concreta. Nuestra experiencia primaria no llega a conceptuarlos, claro está; pero tampoco se requiere tal conceptuación del ser para la certidumbre de su presencia. Recíprocamente, la experiencia del análisis metódico no rebasa lo que estaba presente, puesto delante, en la primera aprehensión. Lo compuesto es fenómeno: el ser es apariencia.[2]

Nicol mismo lo ha dicho: lo realmente importante es la evidencia de la presencia del ser, pues ésta nos asegura la unidad y complementariedad de todo lo que es. Lo que sigue, sus atributos, son conceptuaciones que, en rigor, no se requieren para tener certidumbre de la apariencia del ser. Con otras palabras, la experiencia precientífica, aquella que tiene todo ser humano y que consiste en advertir que lo que es, es, basta para relacionarse con el entorno y hablar de ello. El científico, de su lado, parte precisamente de esta certeza común para investigar la esencia del ente. Ni uno ni otro necesitan, para ser lo que son, de la conceptuación de los atributos del ser.

Se dirá que la tarea de encontrar los atributos del ser es justamente obligación del filósofo, y de nadie más. Se puede argüir a favor de ello que desde la Grecia antigua la metafísica ha concentrado sus esfuerzos en mostrar qué atributos convienen al ser (o a Dios) a diferencia del ente. Nicol sigue esta tradición. Sin embargo, antes de referirme a los componentes que, según Nicol, posee el ser, considero necesario hacer las siguientes preguntas: si el ser no es algo determinado, ¿se pueden indicar sus atributos? Preguntado con más rigor, ¿tiene el ser atributos? Por otro lado, si el análisis metódico no rebasa la apariencia del ser, ¿cómo los conceptúa? O, más bien, ¿qué método utiliza para concebirlos? Para ello habría que recordar que uno de los preceptos de la fenomenología es “atenerse a los hechos”. Finalmente vale la pena señalar que atribuir significa abonar: ¿qué abonan los atributos al ser?

En su artículo “Fenomenología y dialéctica” ofrece Nicol una serie de atributos del ser, mismos que analiza, no de manera separada, sino complementaria. Los atributos son los siguientes: presencia entendida como omnipresencia, presencia simbólica y concreta, permanencia, necesidad, eternidad, acto final ab initio, dádiva, dato, concreto, evidente, igual, común, visible, aparente.

Si bien no voy a desarrollar en este espacio el significado de cada uno de estos atributos y su interrelación, sí es necesario que quede claro que el ser lo es del ente, que el ser no aparece en ningún otro lugar sino en el ente. Al mismo tiempo, sin embargo, “el ser no es lo que se dice un ente”, como bien dice Heidegger. Lo que se tiene que llevar a cabo entonces, siguiendo al pensador de la Selva Negra, es la “diferencia ontológica” para no confundir al ser con un ente cualquiera. ¿Cómo procede Nicol? Es claro que diferencia entre los atributos del ser y los del ente. Pero no se trata de una diferenciación cualquiera, es decir, que los atributos de uno y otro sean simplemente distintos, sino que son contrarios. Así, mientras la presencia del ente, en su calidad de ser-determinado, no es necesaria, la presencia del ser es permanente, lo cual hace suponer que es necesaria. Si la presencia del ente está restringida a un espacio y a un tiempo determinado, la del ser es una omnipresencia, lo que significa que está cabalmente presente en todas partes. Asimismo, en tanto el ente deviene, el ser es eterno.

Los atributos del ente son manifiestos: no es necesario, pudo no haber sido; ocupa, en todo caso, un solo espacio; así como vino a ser, dejará de ser; depende de otros para ser lo que es; tiene un origen particular. ¿Podemos decir lo mismo de los atributos del ser?, ¿que son fenoménicamente evidentes? El proyecto nicoliano pretende dirigirse a lo que es, sin prejuicios o ideas preconcebidas, para que se muestre en su ser. Pero si partimos verdaderamente de lo dado, que es la presencia del ser en lo que es, e intentamos que el ser se muestre sin juicio previo de nuestra parte, ¿son acordes a su presencia sin más los atributos de necesidad, omnipresencia, eternidad, concreción, plenitud e igualdad?, ¿le corresponden fenoménicamente al ser los atributos mencionados? ¿No será, más bien, que el hombre los conceptúa a partir de la experiencia primaria? La siguiente cita, si bien muy extensa, puede ayudarnos a responder esta cuestión:

En definitiva, la presencia actual del ente es meramente fáctica, aunque apoyada en una estructura ontológica: lo que es, pudo no haber sido. En cambio, al ser no lo mengua nada que no es todavía, no lo elimina ninguna de mis variables perspectivas. Cabe entonces decir que el ser es acto, entendiendo que el acto no es el término de plenitud a que se llega desde la virtualidad de la potencia. Por el hecho simple de que “Hay Ser”, y sólo ser, y de que nunca sufre mengua ni ganancia, el ser es actualidad final ab initio; o sea que no tiene inicio. Su actualidad no es adquirida, sino cumplida totalmente, y esto es lo que distingue su presencia. El ser es un acto de presencia. El acto del ente particular es, si se quiere, un absoluto, pero restringido a su propia forma entitativa. Lo verdaderamente absoluto en el ente no es tanto su actualidad, cuanto la presencia en él del ser. La totalidad final del ser es la ausencia total de relatividades: no las ofrece respecto de unas potencias que no puede albergar, ni respecto del devenir de los entes, ni respecto de las situaciones y disposiciones de mi atención. Lo que el ser ofrece es el ser mismo. El darse es inherente al ser, y esto sería verdad aunque no hubiera nadie que lo captase. De hecho (pues ésta es cuestión de hecho, y no sólo de razón), el ser era presencia antes de que naciese en el mundo la conciencia, que no es sino una forma de ser; y cuando la existencia humana haya concluido su ciclo, el ser seguirá siendo el dato.[3]

Sólo el hombre reconoce y recrea el ser, pues tiene la potencia de re-presentar con el logos su simple presencia, lo hace presente. Los demás entes, los no-humanos, son. De allí que Nicol diga reiteradamente que lo no-humano carece de sentido, pues sólo tiene uno: ser conforme a su disposición genética. El ser humano, en cambio, es el ser con-sentido, pues no se atiene a lo dado, sino lo transforma –transformándose a sí mismo- históricamente. En este sentido llama fuertemente la atención que, en el texto citado, Nicol enfatice que el ser sea un dato sin haber necesariamente un “ante quien”.

Es más, afirma que la donación sería verdad aun cuando nadie la captase. ¿Cómo puede haber verdad sin logos, una verdad literalmente i-lógica? Entiéndase la verdad como adecuación o concordancia, como descubrimiento o desvelación; ya sea que hablemos de una verdad metafísica, epistemológica o lógica; de verdades de hecho o de razón, sólo hay verdad si ésta se ofrece a alguien que la pueda acoger. Una cosa es que haya habido realidad sin hombre y que haya indicios de que vaya a haber realidad sin ser humano, y otra muy distinta que haya un dato sin que nadie lo aprehenda.

Dato proviene de dar, y significa “informe, testimonio”. Si el ser informa de su presencia, si entera o da noticia de sí mismo, ¿a quién lo hace?, ¿quién testimonia, atestigua o sirve de testigo de la presencia del ser? Si no hace falta que alguien capte la donación del ser, ésta carece de sentido y significado, pues resulta que el ser no sólo es intocado, sino intocable. Nada lo conmueve, pues es imposible que sufra ganancia o mengua alguna. Es puro en el más amplio y estricto de los sentidos, y esto de manera eterna pues no tiene principio ni fin.

Si con base en lo anterior preguntamos por la “diferencia ontológica” entre ser y ente, tendríamos que decir que ésta es radical, absoluta, trascendental siendo que, para establecer una diferencia, para distinguir a uno de otro, algo tendrían que tener en común. Pero no es éste el caso. Esto lo demuestran claramente los atributos contrarios o contrapuestos del ser y del ente a los que ya hemos hecho referencia. Pareciera que, en última instancia, no hay punto alguno de contacto entre ser y ente pues si bien, como dice Nicol, “no hay más Ser que el ser del ente”, el ser, por su parte, es increado y no es creador, mientras que lo ente es creado (por otro ente) y creador (aunque sea pasivo), por la suya. Visto así, estamos ante una aporía, pues si bien ser y ente se “muestran conjuntamente”, no hay propiamente dicho relación entre ellos (el Ser, dice Nicol, es “la ausencia total de relatividades”), o quizá podríamos decir que su relación es, si no excluyente, sí indiferente.

Más aún, el problema de los atributos del ser es tan complejo para el propio Nicol, que mientras en Los principios de la ciencia señala que la eternidad es “una evidencia de la razón, más que una idea de teoría”,[4] en “Fenomenología y dialéctica”, como hemos citado ya, asevera que la presencia eterna del ser es una “cuestión de hecho, y no sólo de razón”. Estamos ante una disyuntiva: evidencia de razón o cuestión de hecho. Si, como lo exige la fenomenología, hemos de atenernos a lo dado y evitar cualquier tipo de creencia o conjetura teórica, entonces ninguna de las dos afirmaciones me parece afortunada.

La razón, como ya indicamos, actúa sobre lo dado, de modo que lo que ofrece no es un reflejo pasivo sino más bien un símbolo –que no concepto- de aquello que aparece. El logos complementa al fenómeno pro-poniendo de éste una versión verbal o lógica. Dicho de otro modo, el logos encierra en sí un plus, ofrece siempre más de lo que recibe. En este sentido, una evidencia de la razón es una “construcción simbólica” del fenómeno, no un mero traslado idéntico de la mostración a su de-mostración. Lo mismo podemos decir de un “hecho” pues, para dar cuenta de él, se requiere del logos que, como hemos visto, es incapaz de conservar y transmitir la identidad pura de aquello a lo que se refiere.

Con base en lo anterior podemos decir que el hombre conceptúa los atributos del ser, que le atribuye al ser unos componentes que no son fenoménicos, es decir, no son evidentes, patentes a simple vista, sino que son producto de la posición o postura que toma el filósofo ante aquello que es. Y que esta posición no siempre es la misma puede verse claramente, no sólo por el método utilizado, sino por los diferentes listados de atributos que, por ejemplo, exponen Parménides, Platón, Aristóteles o Nicol, lo cual nos permite sospechar que, aun cuando aceptemos la presencia eterna del ser, ésta no es siempre igual.

Todavía habría que preguntar: ¿es necesario buscar los atributos del ser? Dicho con mayor precisión: ¿son los atributos un componente indispensable del ser?, ¿es esencial intentar definirlo? ¿Acaso no hay otro modo de que el ser sea? En torno a esto, Nico atisba una idea: “Sin abusar de la figuración, podría decirse que el ser se afirma a sí mismo en el acto particular de la comunicación, porque es el ser que ya está dado el que se da otra vez en esta forma peculiar del ser que es el dar razón del ser”.[5]

Si el ser se desdobla en el acto del logos para ponerse en contacto consigo mismo, como sugiere Nicol, entonces el ser podría, siendo, no tener el problema de tener que definirse y, con ello, tener que violentarse a sí mismo. En este sentido, podemos decir que si bien el logos alude siempre a algo que es, razón por la cual es factible decir que en todo caso es verdadero, puede ocurrir que el contenido de lo dicho concuerde o no con aquello que aparece. Así, se comete un error al juzgar algo sobre lo que los interlocutores han coincidido que es. Sea error por ignorancia, confusión, apreciación, voluntad, engaño, distracción o torpeza, éste radica en el logos y no en lo que es. Es por ello que para distinguir entre verdad y error – sea en la vida cotidiana o en ciencia- se requiere de la verificación. A pesar de lo anterior hay para Nicol “un caso especial en el que la diferencia entre verdad y error es tajante: cuando se trata de hechos, y no de opiniones o teorías, el error es una posesión fallida y debe suprimirse con urgencia”.[6]

Sea a nivel de mera opinión o de ciencia estricta, el ser humano comete errores así como también da con verdades: lo importante es subrayar que ambos, verdad y error, se fundan en una verdad original y común: la presencia del ser. Podríamos decir que, en general, el modo de proceder del hombre incluye tanto verdades como errores. Es ésta una de las razones por las cuales el hombre es un ser histórico. Es comprensible, desde esta perspectiva ontológica, que cuando se da un hecho por verdadero siendo erróneo, tenga que ser descartado, como dice Nicol, con urgencia. ¿Por qué? Porque la fenomenología, así Nicol, debe atenerse a los hechos, y nada más. La pregunta salta a la vista: ¿puede un hecho ser erróneo? La respuesta es: un hecho, en sí, no es verdadero ni falso, simplemente es. Cobra valor de verdadero o falso cuando lo nombramos. Es entonces necesario modificar la pregunta: ¿cuándo y cómo nos percatamos de que lo que considerábamos un hecho, un dato, una evidencia, no es tal? Cuando hay un hecho nuevo que contraviene al anterior; cuando la formulación del hecho es ambigua o defectuosa; o cuando se demuestra que lo que se daba por un hecho necesario y universal es en realidad sólo una determinada perspectiva o interpretación. El problema, pues, es doble: por un lado está la cuestión de si podemos estar plenamente seguros de que lo que indicamos como un hecho lo sea de manera cabal y definitiva. Por el otro está la duda de si el logos tiene la capacidad de reproducir nítidamente un hecho.

Con respecto a la primera vertiente del problema, es decir, si podemos estar seguros que un hecho es tal, Nicol señala que es necesario

[…] discernir entre las verdades de hecho que son puramente fácticas, y las que llamamos verdades de hecho principales. Es un hecho la caída de los cuerpos. La ciencia formula la ley de este fenómeno. Hay hechos de otra índole que no requieren ni admiten una razón legal: el hecho de la omnipresencia del ser […]. Estos hechos principales son evidencias irrecusables. Sirven de base para la existencia, y no sólo para la ciencia. De suerte que, en sentido estricto, no es posible dar razón de los hechos principales. La razón que puede darse es razón histórica. Los hechos tienen su propia razón.[7]

 Nicol pretende distinguir entre dos clases de verdades de hecho. Sin embargo, tienen ciertas similitudes que pueden llegar a dificultar su diferenciación. Ambos hechos son, en sentido riguroso, irrecusables: la caída de los cuerpos es una evidencia fenomenológica que puede ser constatada por cualquiera y cuantas veces se considere necesario. La omnipresencia del ser, si la entendemos como el dato de que lo que es, es, también resulta evidente. Ambas verdades sirven de base para la existencia, si bien en sentido diverso, pues mientras la caída de los cuerpos nos indica el modo en el que hemos de manejarlos, la omnipresencia del ser nos asegura la comunidad de todo lo que es. Las dos verdades tienen su propia razón: la caída de los cuerpos una física; la omnipresencia del ser, una ontológica.

Pareciera que la diferencia fundamental estriba en que mientras de un hecho –la caída de los cuerpos- se pueden formular leyes que son, además, históricas, del ser –dada su preeminencia ontológica- no se puede dar razón, pues es él la razón de todas las razones. Aun así, el ser se nombra, se han ofrecido de él diversas formulaciones y también se han propuesto acerca de él diferentes atributos. ¿Cómo es esto posible? Más aún, ¿qué nombres, formulaciones o atributos muestran hechos verdaderos y cuáles erróneos, razón por la cual deben ser descartados con urgencia? Nicol sugiere una posible respuesta:

Ciencia es visión. La visión científica es histórica porque, en cada una de sus etapas, su estado se caracteriza tanto por lo que no se ve como por lo que se ve. Y además por la manera de ver […]. Hay que avenirse a la idea de que la verdad de una misma cosa puede ser múltiple […]. Pero si el modo de ver está condicionado históricamente, de ahí se desprende que teoría es expresión. El pensamiento verdadero es susceptible de variaciones modales. Las variaciones no afectan la pura relación con el ser. El ser está a la vista. Lo cual no implica que todo el ser esté siempre a la vista de todo el mundo, ni que los hombres y las épocas exhiban la misma capacidad visual.[8]

 

Aparentemente Nicol está hablando de dos cosas distintas: del quehacer científico y de la relación con el ser. El primero es histórico-dialéctico. Así, distintas ciencias descubren verdades diversas de un mismo objeto. Al mismo tiempo cada ciencia, en su particular desarrollo, varía su modo de acceso a lo que examina, tanto por su grado de evolución como por la pregunta que busca responder.

Este modo de proceder de las “ciencias particulares”, dice Nicol, no “afecta la pura relación con el ser”, pues éste “está a la vista”. Dicho de otro modo, toda ciencia parte –lo sepa o no- del hecho de que “hay Ser” y su proceder particular no trastoca su presencia. Sin embargo, Nicol cambia sensiblemente el tono respecto al ser. Ya no busca los atributos que le convienen o que debiera tener, sino que voltea la vista a quien lo percibe. No piensa el ser sólo como fundamento común sino como aquello que, estando presente en todo ente, es experimentado cada vez de manera renovada. Dicho con otras palabras, a pesar de que el ser sea visible por sí, hay modos de verlo, ya que la visión humana es limitada y se modifica históricamente.

Esto trae consigo consecuencias de alcance ontológico. Si la visión, y con ello la comprensión del hombre de la presencia del ser no es siempre la misma, ello explica sus distintos acercamientos y concepciones de dicho fenómeno. En este sentido, es natural que diversas épocas prediquen atributos disímiles del ser. El problema con esto es distinguir qué atributos son verdaderos y cuáles, por erróneos, tienen que ser desechados. Además, esto último significa que los atributos no son evidentes sino más bien que el hombre, dependiendo de la época y visión correspondiente, interpreta la aparición del ser y le asigna determinados componentes.

Si esto es así, ¿qué tan diferentes son realmente las ciencias particulares y la ontología?, ¿no da la ontología, finalmente, razón del ser? El “dar razón”, el logon didonai no se limita a descubrir la esencia de las cosas. Es también, y quizá más originalmente, un acto de donación: la razón se ofrece al ser para que éste, a través del logos, se haga presente.

Es cierto que, para Nicol –y en esto consiste su reforma- el fundamento no es lo buscado sino de lo que irremediablemente se parte y que asegura, además, la comunidad y complementariedad de lo que es. Pero de esto no se sigue, como he intentado mostrar, que su presencia ante el hombre sea diáfana y fácil de comprender. Al contrario, los múltiples esfuerzos que ha llevado a cabo la metafísica por definirlo, predicar de él sus atributos precisos o formular de manera justa, exacta, su presencia muestran que, para el hombre, el ser es un problema que históricamente ha sido resuelto o interpretado desde perspectivas y métodos diversos. Como bien apunta Nicol

[…] la comprensión requiere dos operaciones: la interpretación y la verificación. La primera es necesaria porque el logos es esencialmente expresivo, y hay infinitas maneras de decir una misma cosa. El significado de cada término empleado tiene una significación definida; sin embargo, este significado varía según el contexto. La segunda es la que atiende a la relación del pensamiento con lo pensado.[9]

El logos es ontológicamente multívoco e histórico. Evoluciona, pero eso no impide sino más bien posibilita la interpretación (adecuada o no) y comprensión de lo que se ha dicho en torno a determinado tema. Tomemos como ejemplo el eje de este trabajo: el problema del ser. Cuando hablan del ser o de lo que es, ¿se refieren a lo mismo Heráclito, Parménides, Platón, Aristóteles, Agustín, Descartes, Kant, Hegel, Husserl, Heidegger y Nicol? Podrán utilizar terminología semejante, razón por la cual hay entre estos filósofos un diálogo intenso, pero la idea que cada uno de ellos tiene del “fenómeno del ser” es sin duda diversa o incluso contradictoria. Lo mismo, que en este caso es el ser, se muestra y se dice siempre de modos distintos. Por ello habría que hacer una última pregunta: ¿se puede formar un concepto del ser, de tal modo que lo determine? Diría que no. Lo que se puede, y considero que es esto lo que ha hecho la metafísica a lo largo de su historia, es ofrecer símbolos del ser que complementan el anhelo del hombre, nunca plenamente satisfecho, de comprenderse a sí mismo a partir de lo que no es pero que lo conforma.

Bibliografía

Eduardo Nicol, Ideas de vario linaje, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1990.

Eduardo Nicol, Los principios de la ciencia, México, FCE, 1965.

Eduardo Nicol, Crítica de la razón simbólica. La revolución en la filosofía, México, FCE, 1980.

 

 

 

 

 

 Notas

[1] Nicol, Eduardo, “Fenomenología y dialéctica”, en Ideas de vario linaje, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1990, p. 99. Las cursivas son mías.

[2] Ibid., p. 102. Las cursivas son mías.

[3] Ibid., p. 101.

[4] Nicol, Eduardo, Los principios de la ciencia, México, FCE, 1965, p. 399.

[5] Nicol, Eduardo, “Fenomenología y dialéctica”, op. cit., p. 109.

[6] Nicol, Eduardo, Crítica de la razón simbólica. La revolución en la filosofía, México, FCE, 1980, p. 70. Las cursivas son mías.

[7] Ibid., p. 72.

[8] Ibid., p. 61. Las cursivas son mías.

[9] Ibid., p. 65.

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