Actualmente las representaciones agresivas en el cine fungen como un modelo de posibilidad para hurgar en la psique del proceder humano, desde una perspectiva subjetiva hasta una universal, con el propósito de permitirnos vislumbrar la justificación de dicho proceder desde el papel del victimario. Incluso, pensar en cualquier acción humana desprovista de violencia es casi imposible, si además, consideramos las distintas manifestaciones que tenemos de ella.
Bajo este primer enfoque, hablar de la agresión en el cine es un tópico que se reduce generalmente a una violencia física y, en el mayor de los casos, a aquello que arremete contra la vida como máximo estandarte teleológico. La vida en torno a la violencia carece de valor y sentido, se adopta tan sólo como un objeto, un medio para satisfacer un fin concreto, a saber, terminar con ella a cualquier costo.
Esta idea desvalorizada de la vida dentro de un género del cine encuentra un esplendor preponderante. El cine de terror necesita vida por terminar, busca fenecer el mayor número de vidas posible, desea despojar de cada aliento a todo cuerpo que se le presente; pero también, el cine de terror hace de la violencia un ritual mortuorio y estético como gracia ante la muerte. Sin embargo, al adentrarnos más en la exaltación por lo violento, el cine de terror encuentra un mejor subgénero para esto en el cual puede elogiar el valor más bello de la vida… la muerte; el individuo muerto, la carne sin dignidad, la sangre esparcida y los huesos rotos; todo en lo que había vida, todo en lo que había valor y dignidad de ser queda convertido en nada, es tan sólo un producto, material de obra para exaltar la belleza de lo muerto y el resultado estético de todo acto violento.
El cine gore expone esta sensación estética por lo muerto; hace de toda acción un himno vesánico y de regocijo. El cine gore en tanto subgénero del terror busca provocar impacto y displacer en el espectador de una forma más visual que narrativa a partir de la vulnerabilidad del cuerpo ante su mutilación.
La consideración que abordo entre el cine gore y la violencia encuentra su forma general en algo denominado gorno.[1] Este subgénero cinematográfico fusiona una violencia brutal con situaciones de sexo en las que la vida y la víctima es lo que menos importa. Empero, pensar en la relación entre ambas escenas es grotesco, aunque la justificación existente es por demás plausible y sustancial; por una parte, la pornografía relata al cuerpo desde su ámbito perceptivo, lleno de sensaciones, pasiones que desbordan en deseo propio y ajeno que precisan ser colmadas; por otra parte, el gore hace del cuerpo inerte el móvil de la pasión, la fragilidad del cuerpo incita el placer ya no estrictamente por lo sexual, sino por poseerlo como un objeto, sólo interesa la carne. Así, lo idéntico entre el cine gore y la pornografía es que ambos resaltan el carácter de apreciación que se le da al cuerpo, a la carne.
Francisco Enríquez Muñoz, contrario a esto, menciona que
[…] la diferencia radical entre estos dos géneros está, precisamente, en lo explícito de cada uno. Porque el cine porno “explícito” significa consumar todo lo que puede hacer la carne; mientras que el cine gore “explícito” significa cometer todo lo que se pueda hacer con la carne.[2]
Sin embargo, cabe considerar que el cine gore y la pornografía en su forma explícita juegan con este elemento de la carne no como distinción; la carne es el elemento que hace posible vislumbrar aún de forma grotesca todo lo que se puede hacer con ella y todo lo que ella puede hacer aún en su más mórbida consideración. Este fundamento pone en perspectiva la maleabilidad de la carne como un recurso artístico, como un material de naturaleza obscura ante el deseo, un deseo no carnal en sentido bíblico, sino carnal en sentido bestial.
Bajo esta doble fundamentación de la carne, tanto el gore, como la pornografía, muestran que el cuerpo es sólo un recipiente para el deseo, la carne sólo es un instrumento, sólo es un medio y, como tal, no existe valor en él, la persona se desvanece y la dignidad se omite. Pero también, el punto de compatibilidad entre ambos radica en la consideración de que el cuerpo es la cima del erotismo aún en su visión más mórbida o desvalorizada. Esta relación erótica se sostiene como punto en común en tanto que es condición unida a la noción de cuerpo como motor de las pasiones; incluso encuentra resonancia en la afirmación de que: “generalmente se considera algo como erótico si se reserva un espacio para lo oculto o para lo ausente que es, en definitiva, el espacio de la fantasía y de la imaginación del observador”.[3] De esta manera, lo erótico como premisa de la fantasía y de lo imaginativo es también premisa de justificación en el gore y en el porno, en tanto que es un elemento mimético en ambos casos. La pornografía se crea como una situación ficticia, donde el sexo es real pero el contexto no; en el gore ni el sexo ni las situaciones son reales, pero muestra una faceta de lo posible en tanto real. Ambos espacios juegan con lo imaginario, con lo fantástico y lo llevan a posibilidades de lo real desde lo estético, lo ético y lo sexual.
En este sentido, el gorno hace una relación simbiótica entre la pornografía como modelo vulgar del erotismo sexual y el gore como modelo grotesco del valor erótico y sexual por la carne como mero objeto del deseo ante lo carente de vida y sensación. Dicha relación, además, se instaura en una argumentación que pone en tela de juicio la veracidad por afirmar un pathos erótico por lo muerto desde lo violento y sin aparentes juicios de razón, pues pareciera demostrar que sólo es culmen de una bestialidad injustificada en la que la animalidad propia del ser humano desborda como instinto irracional. Sin embargo, no es así estrictamente hablando pues podría considerarse esta manifestación ante lo erótico como una razón erótica que muestra el abanico de posibilidades tanto teóricas, como fácticas de los modelos del ser erótico.
Si el eros se sostiene como una premisa de “exaltación del instinto y búsqueda del placer”,[4] podemos afirmar que dicha razón erótica puede ser entendida como aquella que “se concibe como reflexión acerca del límite transgredido por la violencia e impuesto por la prohibición”[5] en la que tal transgresión de lo prohibido es el fundamento de lo erótico, se busca llegar al eros mediante lo prohibido y mediante una exaltación fantástica de lo prohibido.
Aunque pese a este esbozo de justificación el porno y el gore tanto juntos, como separados, no encuentran, a veces, una aprobación social digna, en una perspectiva teórica y filosófica la unión de ambos encuentra resonancia en algo que podemos considerar como la estética de lo sublime[6], pues tal concepto acuña que lo que es motivo de displacer pueda causar placer aún en su sentido negativo, feo o grotesco. Este fundamento de contrariedad es justificado por Kant[7] y además podría tener cabida en el hombre estético kierkegaardiano, en tanto que éste busca la consecución del placer y del instante como máxima condición de ser. Pero en otro tenor, esta relación de la violencia, la pornografía y el gore como manifestación de una estética sublime puede acuñarse como una posibilidad fáctica de un modo de ser concreto, a saber, una existencia sublime. Tal modelo existencial sería propio del individuo que sin queja alguna se regocija, o bien, encuentra en estas manifestaciones de lo prohibido y de lo vetado como bello un modo de ser.
Llevado a lo mimético el gore muestra a individuos que participan de tal modelo existencial, puesto que encuentran goce y placer en vicisitudes que están consideradas como negativas, pero que apelando a una razón erótica se justifican como modalidades del desenvolvimiento existencial y apreciativo respecto de lo erótico y de lo hedonista. Esta idea, aunque controversial, permite considerar que la violencia, el erotismo y la pornografía se erigen como una manifestación válida del placer, incluso en su negatividad.
Así, el gorno en tanto amalgama de lo violento, lo pornográfico y lo erótico encuentra una justificación precaria, pero filosófica; justifica el rigor del sentido existencial sublime y del goce pasional a partir de lo prohibido desde su carácter mimético. El gorno se muestra, además, como una instancia fantástica que evidencia distintos modos de alcanzar y buscar el placer a partir de la violencia y lo sexual, vistos éstos no como algo prohibido o éticamente incorrecto, sino como algo válido. La violencia y el sexo son un medio que nos permite alcanzar el placer, la finalidad reside en el grado de goce del placer, sin pensar en el otro, sólo se busca conseguir el goce estético.
Algunos ejemplos cinematográficos que evidencian la justificación de este tenor sublime, aunque poco reconocidos y vetados por el vulgo común denominador son: Hardgore (1976), en la que el acto sexual es preámbulo de la muerte y ritual para ella, las pasiones y goce sexual tiene un fin determinado que trasciende lo carnal y que busca mediante la concupiscencia y la mutilación evocar entidades oscuras y malévolas; Nekromantik (1987), un filme más que erótico poético, que juega con la ideología vulgar de lo bello y lo erótico, en la que lo muerto es considerado como erótico y el deseo de la muerte es la culminación de lo pasional; Aftermath (1994), junto con Nekromantik esta producción rescata el valor erótico del cuerpo inerte y sin vida, la sexualidad no es algo que evoque de lo vivo, al contrario, el cuerpo nunca deja de ser un eros creciente, que pide a gritos muertos ser poseído; The Necro Files (1997), la violencia y la profanación de la carne son una dieta necesaria; cuando lo muerto regresa de su descanso sólo puede tener como objetivo dos cosas: violar más carne y mutilar más cuerpos; Niku Daruma (1998), como en la mayoría de los filmes orientales, éste se caracteriza por ser una representación de snuff que aboga por la violencia pre y post mortuoria, la vida y el placer sexual no tienen sentido si no se experimenta su finitud al mismo tiempo; Life and Death of a Porno Gang (2009), las distintas manifestaciones de la sexualidad tienen que ser reconocidas y qué mejor que un espectáculo teatral para representarlas, la pornografía como un teatro de la vida es un teatro para la muerte; A Serbian Film (2010), el porno siempre vende, pero el porno real y violento vende más, la pornografía debe trascender y mediante lo violento y lo real encuentra su mejor forma de expresión. Estos filmes son tan sólo algunos de la vasta producción existente, pero que sin error muestran la simbiosis de lo violento con lo sexual como algo estrictamente estético y sublime.
Sin más, sólo resta decir que en los anaqueles de la justificación estética de lo violento-sexual el gore, y su subgénero gorno, ahondan en contenido para mostrar esto no sólo como un dejo de racionalidad y exaltación por lo bestial, al contrario, lo que ofrecen es un panorama de lo erótico del cuerpo desde su banalización, de la carne como mero producto de consumo hedonista, de las pasiones más bajas y de lo prohibido y lo grotesco como un gusto racional justificado, filosófica y estéticamente hablando; incluso, desde su función mimética pretenden mostrar y evidenciar cómo cualquier individuo puede experimentar y desear este tipo de pasiones, esto no entendido como una queja psicológica, sino esgrimidas desde un enfoque posible de vasto deseo pasional del hombre por colmar su frenesí estético, mediante lo fantástico y lo imaginativo, sin una presuposición moral de los actos, bajo el estandarte de que toda pasión es digna de colmarse, aún en su forma más inverosímil y grotesca.
Esto es el gorno, la muestra más fidedigna de la bestialidad humana, justificada por la estética, colmada de violencia, sexualidad y erotismo, entendidas como manifestaciones pasionales sublimes que también pueden y deben ser satisfechas en tanto exigencias de la razón y del cuerpo. Las pasiones más bajas del hombre también son condiciones del modo de ser, la violencia y la sexualidad confirman esto, puesto que: ¿qué sería de todo acto violento y sexual sino colmara una pasión?, ¿qué sería del gorno sin una justificación sublime? Todo presupuesto racional y fáctico es justificable, y el gorno demuestra eso, la justificación de las pasiones y el erotismo desde su más sublime manifestación; desde su compromiso mimético por denunciar que lo prohibido no es algo vetado de lo acuñado como normal o cotidiano, sino tan sólo algo reservado para un espectador y/o agente con juicios valorativos más oscuros y, hasta cierto punto, enfocados en buscar y experimentar con la otra cara de lo real, de lo posible real.
Bibliografía
- Bermúdez Pérez Erika Patricia, “Filosofía de la razón erótica”, en Revista Amauta, núm 14, Julio-Diciembre, 2009.
- Kant Immanuel, “Analítica de lo sublime”, en Crítica del Discernimiento, trad. Roberto Rodríguez Aramayo, Mínimo tránsito, Madrid, 2003
- Llorente María Ema, “Erotismo y pornografía: revisión de enfoques y aproximaciones al concepto de erotismo y de literatura erótica”, en Anuario de Letras. Revista del Centro de Lingüística Hispánica “Juan M. Lope Blanch”, Vol. 40, UNAM, México, 2002 pp. 359-375.
- Muñoz Enríquez Francisco, “Cine Gore”, en Paripando 12: De película, año II, núm. 12, Octubre, Biblioteca Popular Municipal “Sofía Vicic de Cepernic”, Argentina, 2010, pp. 8-11, Formato pdf: http://www.ral-m.com/revue/IMG/pdf_P12_-_De_Pelicula_Version_internet_.pdf, consultado el 9 de Marzo de 2016.
- Tello Antonio, Gran diccionario erótico de voces de España e Hispanoamérica, Temas de Hoy, Madrid, 1992.
Notas
[1] Acrónimo de “gore” y “porno”.
[2] Francisco E. Muñoz, Cine gore, p. 10.
[3] María E. Llorente, Erotismo y pornografía: revisión de enfoques y aproximaciones al concepto de erotismo y de literatura erótica, p. 361
[4] Antonio Tello, Gran diccionario erótico de voces de España e Hispanoamérica, p. 166.
[5] Ericka P. Bermudez, Filosofía de la razón erótica, p. 28.
[6] Para la estética de lo sublime el displacer es considerado como bello y positivo en tanto que encuentra una forma de validez contraria que lo hace ser positivo aducida bajo un fundamento de la razón práctica y no teórica, en la que su justificación se sostiene por una apreciación empírico-racional, más que por la delimitación de la razón pura.
[7] Véase, Immanuel Kant, Crítica del discernimiento, Mínimo tránsito, Madrid, pp. 199-242.
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