MANIFESTACIONES DE LA LUCHA CONSTANTE ENTRE PULSIÓN DE VIDA Y PULSIÓN DE MUERTE
“Opino que sólo así es posible comprender que de la sofocación de las pulsiones resulte
–con frecuencia en la totalidad de los casos– un sentimiento de culpa, y que la conciencia
moral se vuelva tanto más severa y susceptible cuanto más se abstenga la persona de agredir a los demás”
(Sigmund Freud)
I
Quizá del mismo modo que en la época de Freud, en ámbitos no filosóficos ni psicoanalíticos, existe una propensión a pensar que el sadismo y el masoquismo, en su relación con la sexualidad, son formas propias de sujetos ”enfermos”. Sin embargo, la teoría psicoanalítica freudiana ha puesto de manifiesto que tanto el sadismo como el masoquismo están presentes en la vida de todos los neuróticos, es decir, en todos y cada uno de nosotros. Y que, por tanto, constituyen parte de la vida anímica.
El propósito del presente ensayo es reflexionar sobre el sadismo y el masoquismo en tanto que principios fundamentales de la teoría psicoanalítica freudiana y cómo se relacionan con la dualidad pulsional propuesta por Freud.
II
En El problema económico del masoquismo, Freud propone un cambio fundamental en su metapsicología, pues ya no reconoce al sadismo como la tendencia primaria del ser humano; sino que ahora plantea al masoquismo como tal. “El masoquismo originario adquiere un relieve decisivo, como testigo y residuo”[1] de la relación entre la pulsión de vida y muerte. No es que el sadismo ya no tenga ninguna importancia, más bien, es relegado a un segundo plano. Para comprender por qué el masoquismo ocupa el lugar que antes tenía el sadismo es de vital importancia mostrar las tres formas de masoquismo: erógeno, femenino y moral.
El masoquismo erógeno tiene que ver con el gusto por recibir dolor y “han de atribuírsele bases biológicas y constitucionales”.[2]
El masoquismo femenino, se relaciona directamente con la fantasía de ser golpeado o maltratado de diversas formas de modo que por medio de esa violencia ejercida sobre el sujeto éste experimente placer. “El masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, pero, en particular, como un niño díscolo. […] Es fácil descubrir que ponen a la persona en una situación característica de la feminidad, vale decir, significan ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Por eso he dado a esta manifestación del masoquismo el nombre de femenina”.[3] Es importante tener claro que este masoquismo marcadamente femenino no sería exclusivo de las mujeres, pues a partir de la perspectiva freudiana podemos afirmar que todo ser humano (independientemente de su sexo) tiene ese rasgo femenino.
Lo crucial de ese masoquismo femenino es el conflicto del sujeto con la prohibición. Al tiempo que quiere ser tratado como alguien indefenso, el sujeto también desea ser tratado como aquel que no obedece la ley, sino que la transgrede. En ese sentido, el fondo de la transgresión es el deseo de ser castigado.
El masoquismo moral es, según Freud, “el más importante, sólo recientemente ha sido apreciada por el psicoanálisis como un sentimiento de culpa las más de las veces inconciente”.[4] En este tipo de masoquismo, el componente más relevante es la culpa, es decir, un “sentimiento inconciente de culpa” o, para ser más preciso, la “necesidad de ser castigado por un poder parental”.[5] En este punto debemos recordar que:
“[…] en general, todo padecer masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y ser tolerada por orden de ella; esta restricción desaparece en el masoquismo moral. El padecer como tal es lo que importa; no le interesa que lo inflija la persona amada o una indiferente”.[6]
Como podemos ver, tanto en el masoquismo erógeno como en el femenino, el lugar de la persona amada es fundamental, pues el castigo sólo tiene sentido en tanto que proviene del ser amado. Sin embargo, en el masoquismo moral se rompe con ese principio, pues lo relevante ya no es el vínculo del sujeto con la persona amada sino el hecho mismo de sufrir o padecer. En el masoquismo moral, el centro es el castigo por el castigo, por eso no tiene ninguna importancia de quien proceda. En esta clase de masoquismo encontramos, más bien, una relación de carácter necesario (casi obvia, pero no por ello evidente) entre el masoquismo y la moral, pues:
“[…] la conciencia moral y la moral nacieron por la superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una regresión de la moral al complejo de Edipo. […] El masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas, a trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se le abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real”.[7]
La moral y la conciencia moral, según la propuesta freudiana, se gestan a partir de la prohibición del incesto que será introyectada por el sujeto. Se trata de la renuncia al primer objeto de amor por ser incestuoso. Con el masoquismo moral se reanima el complejo de Edipo y su dimensión sexual, sin que eso implique la cancelación de la moral, del superyó. El sujeto busca satisfacer su deseo, pero de forma inconciente no lo hace, pues la culpa opera como un mecanismo que impide que se pueda realizar ese deseo. Por eso se castiga. El sujeto crea una serie de obstáculos para no colmar su propio deseo.
Lo anterior no cancela la posibilidad de:
“[…] la reversión del sadismo hacia la propia persona ocurre regularmente a raíz de la sofocación cultural de las pulsiones, en virtud de la cual la persona se abstiene de aplicar en su vida buena parte de sus componentes destructivos. […] El sadismo del superyó y el masoquismo del yo se complementan uno al otro y se aúnan para provocar las mismas consecuencias. Opino que sólo así es posible comprender que de la sofocación de las pulsiones resulte – con frecuencia en la totalidad de los casos- un sentimiento de culpa, y que la conciencia moral se vuelva tanto más severa y susceptible cuanto más se abstenga la persona de agredir a los demás”.[8]
El sadismo vuelto contra el sujeto, únicamente se puede comprender a partir de las prohibiciones y normas sociales que impiden el ejercicio de la violencia sobre otros y dejan como única posibilidad la descarga sobre el sujeto. Por eso es que parece que al final se realiza un encuentro entre sadismo vuelto contra el sujeto y masoquismo. De modo que ambos se ponen servicio de la pulsión de muerte.
Es importante notar aquí la relación entre la imposibilidad de satisfacer el deseo y la culpa o necesidad de castigo. El sujeto, al no poder violentar a otros, encuentra que la única posibilidad es la violencia sobre sí, que aumenta en la medida en que el superyó (moral y la conciencia moral) se torna más severo.[9]
III
Para la teoría psicoanalítica freudiana, el ser humano está constituido por la pulsión de vida y la pulsión de muerte. El hombre vive en un conflicto constante que se manifiesta a través de la lucha entre las pulsiones; entre Eros y Tánatos. No debemos olvidar que la pulsión de muerte y su consecuente manifestación en pulsión de destrucción aparece en la teoría freudiana hasta 1920 en Más allá del principio de placer y que es en ese momento en el que se inicia la dualidad pulsional. Debemos reconocer que:
“La pulsión de muerte puede ser considerada como correspondiente a la esencia del descubrimiento de Freud. Pero ésta suprime, en efecto, toda esperanza- y de ahí su carácter escandaloso- de una armonía posible, tanto entre el hombre y el mundo como entre el hombre y él mismo, entre su bien y su deseo”.[10]
La existencia de las dos pulsiones pone de manifiesto el conflicto permanente que vive el ser humano y a su vez la imposibilidad de una armonía. En ese sentido, lo más que se puede alcanzar en esa lucha entre las pulsiones es un equilibrio siempre imperfecto. La idea de ese equilibrio sería evitar que sea la pulsión de muerte la que imponga las condiciones para la vida. Por eso es que:
“Tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora; la desempeña desviándola […] hacia afuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe el nombre de pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función sexual […] Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector no obedece a este traslado hacia fuera, permanece en el interior del organismo […] En ese sector tenemos que discernir el masoquismo erógeno, originario”.[11]
No debemos olvidar que la pulsión nunca actúa en estado puro, sino más bien se presenta con un monto de la otra pulsión. Lo que sí podemos reconocer es que se presenta un cierto predominio de una pulsión sobre la otra, pero únicamente en determinados momentos. En cierta situación predomina una pulsión y luego la otra. Lo único que permanece es la lucha entre las pulsiones. En este sentido, Freud reconoce que:
“[…] se producen una mezcla y una combinación muy bastas, y de proporciones variables, entre las dos clases de pulsión; así no debemos contar con una pulsión de muerte y una pulsión de vida puras, sino solo con contaminaciones de ellas, de valencia diferentes en cada caso”.[12]
Las pulsiones actúan siempre de manera conjunta, nunca se presenta una sola de ellas en estado puro. Por tanto, “sólo la acción eficaz conjugada y contraria de las dos pulsiones primordiales, Eros y pulsión de muerte, explica la variedad de los fenómenos vitales, nunca una sola de ellas”.[13] Todo lo que hacemos, en última instancia, se encuentra condicionado (inconscientemente) por la lucha entre las pulsiones, por eso es que para Freud:
“[…] la pulsión de muerte actuante en el interior del organismo – el sadismo primordial- es idéntica al masoquismo. […] Ese masoquismo sería un testigo y un relicto de aquella formación en que aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y pulsión de muerte. […] El sadismo proyectado, vuelto hacia fuera, o pulsión de destrucción, puede bajo ciertas constelaciones ser introyectado de nuevo, vuelto hacia adentro, regresado así a su situación anterior. En tal caso da por resultado el masoquismo secundario, que viene a añadirse al originario”.[14]
Tanto el sadismo como el masoquismo son manifestaciones de la lucha permanente entre las pulsiones. Por eso, aunque Freud reconoce el masoquismo primario, también da un lugar importante al sadismo en tanto que masoquismo secundario o sadismo introyectado y vuelto contra el sujeto. Dicha cuestión sólo se puede entender a partir del reconocimiento del lugar del superyó en la lucha entre las pulsiones:
“El masoquismo moral pasa a ser el testimonio clásico de la existencia de la mezcla de pulsiones. Su peligrosidad se debe a que desciende de la pulsión de muerte, corresponde a aquel sector de ella que se ha sustraído a su vuelta hacia afuera como la pulsión de destrucción. Pero como, por otra parte, tiene valor psíquico (Bedeutung) de un componente erótico, ni aun la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción libidinosa”.[15]
Por lo tanto, Freud considera que únicamente se puede entender al ser humano como un complejo entramado de pulsiones tanto de vida como de muerte. Esas dos pulsiones constituyen al ser humano y crean una complicada red de relaciones consigo mismo y con los otros desde el comienzo de la vida.
En última instancia, la pulsión sexual apunta a la preservación de la especie; la pulsión de muerte a su destrucción, a la vuelta al estado primigenio. La pulsión de vida se relaciona con el sadismo, esto es, con el ejercicio de la violencia sobre otros. La pulsión de muerte se relaciona con el masoquismo y con en el sadismo introyectado, que se manifiesta en la violencia sobre sí mismo. Violencia incrementada en el masoquismo moral, que se torna más peligrosa al ir acompañada por una cierta dosis de placer (pues el masoquismo moral no deja de ser un masoquismo erógeno) asociada a la culpa por desear aquello que está prohibido y que el superyó (moral) siempre recuerda, sobre todo en el ámbito de lo inconciente, a través de la “necesidad de castigo”. Quizá lo que falta pensar a partir de la propuesta freudiana es cómo superar la culpa o dejarla totalmente de lado.
Bibliografía
- Assoun, Paul-Laurent, La metapsicología, Siglo XXI, México, 2002
- Freud, Sigmund, El problema económico del masoquismo (1924), Volumen XIX, Amorrortu, Argentina, 1992.
- ______________, Análisis terminable e interminable, Volumen XXIII, Amorrortu, Argentina.
- Millot, Cathetine, Freud ant-.pedagogo, Paidós, México, 1990.
Notas
[1] Assoun, P., La metapsicología, Siglo XXI, México, 2002, p. 86.
2 Freud, S., El problema económico del masoquismo (1924), Volumen XIX, Amorrortu, Argentina, 1992, p. 167.
3 ibid. p.168.
4 idem.
5 ibid. p. 175.
6 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit., p. 171.
7 idem.
8 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit., p. 175.
9 En esos planteamientos de Freud, sin lugar a dudas, resuenan las ideas de Nietzsche. Específicamente lo que plantea en La genealogía de la moral, en el tratado segundo en el que aborda la cuestión de la culpa, su relación con la mala conciencia y la violencia vuelta el propio sujeto. Para una aproximación al complejo encuentro esos dos grandes pensadores se puede consultar el artículo: “Nietzsche en Freud. La innegable presencia de la filosofía de Nietzsche en la teoría psicoanalítica de Freud”, en Reflexiones Marginales, número33 junio-julio, 2016.
10 Millot C., Freud ant-.pedagogo, Paidós, México, 1990, p. 128.
11 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit., p. 169.
12 ibid. p. 170.
13 Freud, S., Análisis terminable e interminable, Volumen XXIII, Amorrortu, Argentina, 1975, pp. 244-245.
14 idem.
15 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit., p. 176.
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