Filosofía y filósofos en Monterrey

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Filosofía y filósofos en Monterrey

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Entre la producción editorial más reciente publicada por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, destaca la obra Inventario de la filosofía en Nuevo León. Filosofía y filósofos en Monterrey (Monterrey, FFYL-UANL / Juan Pablos, 2014, 376 p.) de Miguel de la Torre Gamboa y Rolando Picos Bovio, quienes aparecen como coordinadores de la obra, aunque más bien son realmente los autores, pues ellos escribieron todo su contenido y no hay otro autor de alguna sección o capítulo del libro, que haya sido “coordinado” por los anteriores.

El libro es destacable por varias razones. De entrada, por ser el primero que se escribe sobre una etapa del desarrollo de esta escuela universitaria, que el año pasado cumplió 65 años de existencia y no ha tenido todavía su historiador o cronista, algo raro y reprochable si consideramos que alberga al Colegio de Historia y de sus aulas han salido un gran número de historiadores, desde fines de los años setenta del siglo anterior.

Recuerdo, para contraste adverso nuestro, que en el año de 1994 la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM publicó un voluminoso y elegante tomo con varios ensayos históricos y pedagógicos sobre la historia y avatares de esa Facultad, así como un apartado con semblanzas de sus profesores más eminentes, escritas por alguno de sus discípulos o por un especialista en el tema. Algo muy bien pensado si notamos, por ejemplo, que la semblanza del historiador Martín Quirarte la realizó, podemos adivinar con cuánta atención y cuidado, su hijo Vicente Quirarte.

La obra que aquí comentamos no tiene un objetivo tan general. Se trata de una obra a dos voces, con elementos en común y una cierta complementariedad entre ambas. Por un lado, la descripción, conceptualización y discusión de los modos o modelos de enseñanza de la filosofía que se dieron en esta escuela, consignando la aparición de un cada modelo como una “refundación” de la carrera (y por extensión, también, de la escuela misma). Es la parte desarrollada por Miguel de la Torre Gamboa. Y por otro lado el inventario de los filósofos más importantes que se han formado en esta Facultad, en esta primera etapa (pues se anuncian otras, sucesivas) como registro y a partir de una serie de entrevistas semiabiertas, a profundidad, con algunos de los más importantes protagonistas de esta historia: Severo Iglesias, Giampiero Bucci, Alfonso Rangel Guerra, Juan Ángel Sánchez Palacios, Pedro Gómez Danés, Miguel de la Torre Gamboa (entrevistado por R. Picos), Tomás González de Luna, José Roberto Mendirichaga y Rolando Picos (entrevistado por De la Torre).

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Las entrevistas ocupan la mayor parte del contenido del libro, pues van de la página 165 a la 376, mientras que las primeras162 páginas contienen los dos ensayos en los que De la Torre y Picos Bovio exponen sus planteamientos, y en los que incorporan o citan muchos pasajes de las entrevistas, a veces de forma un tanto repetitiva, lo que da cuenta que los trabajos se realizaron por separado.

Cabe decir algunas cosas sobre este material que integra la “voz viva” de algunos protagonistas centrales, a veces desde luego con disonancias o discrepancias entre las diferentes versiones, pues como se dice, sobre cualquier acontecimiento histórico no existen propiamente los hechos sino la interpretación de los mismos. Y aquí cabe preguntarnos sobre el valor técnico de este material para la investigación. Desde luego que la entrevista constituye, en sí, una técnica idónea cuando los acontecimientos estudiados no están muy lejanos en el tiempo, y la Historia oral como metodología ha sido ampliamente utilizada por los historiógrafos desde el siglo pasado. Pero también debemos estar conscientes de que los entrevistados cuentan una historia por definición sesgada, comenzando por el natural olvido y traslape de los acontecimientos en la engañosa memoria de los participantes. En el libro se advierte esto cuando los entrevistados muchas veces no pueden precisar los años en que ocurrió tal o cual cosa, y se refugian en expresiones vagas y aproximativas. En ocasiones los autores-entrevistadores explican en notas al pie de página a qué se refiere el autor, pues cuando uno habla raramente contextualiza lo que está diciendo, pero en muchas ocasiones no se proporciona información requerida, e incluso se reproducen muchos comentarios de los entrevistados que son flagrantemente erróneos o equivocados, los cuales bien pudieron ser corregidos, o bien advertir en una nota lo conducente.

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Me parece que el resultado obtenido con las entrevistas es muy valioso en lo general, pero muy desigual en lo particular, entre un entrevistado y otro. Esto es explicable también porque el papel que jugaron los diferentes “protagonistas” no es equiparable, lo que se revela también en la extensión de las entrevistas. Las más extensas son las de Severo Iglesias y Juan Ángel Sánchez (34 y 38 páginas, respectivamente). Las más breves, las de Alfonso Rangel Guerra y Rolando Picos (15 y 11 páginas). La entrevista con Tomás González de Luna, tan importante por el papel que jugó en el crecimiento institucional de los años setenta, está plagada de vaguedades, maledicencias y rencores. También de megalomanía, lo que asimismo se percibe en la de Severo Iglesias, falso modesto tras su utilización constante de la palabra yo. De manera que, entre toda la información interesante que contienen, a veces incluso sobre cuestiones más personales, de reflexión sobre la propia vida, estos textos deben tomarse, como dicta el antiguo adagio, cum grano salis.

La parte medular del trabajo es la hipótesis de las etapas por las que ha pasado la Facultad, a partir del análisis de lo ocurrido en el área de filosofía (tomando la parte por el todo), que resulta, por decir lo menos, bastante plausible: 1) Etapa humanista o “rangelfriísta”, que va desde la fundación en 1950 hasta mediados de los sesenta, cuando empieza a cuestionarse ese modelo de escuela “difusora de la cultura”, dando pie a una segunda etapa, la cual se presentaría en dos momentos; 2) La filosofía como crítica y como impulsora del cambio social, que tendría como antecedente el momento antiautoritario del movimiento Impugnación (en los años sesenta); un primer momento con la gestión de González de Luna (1973-1979), y uno segundo cuando se plantea el proyecto de una Nueva Facultad, con Juan Ángel Sánchez (1979-1985); 3) la tercera etapa comenzaría en la gestión siguiente, de Bernardo Flores (1985-1991), y tendría como rasgos principales el abandono de una visión propia para la Facultad y la adopción creciente de visiones impuestas desde el exterior, conforme avanza en la Universidad el paradigma neoliberal basado en la evaluación y certificación de procesos, programas y profesores, así como en el enfoque de educación por competencias; aunque en esta etapa se reconoce como valioso el interés actual por la profesionalización de los diferentes programas, en un mundo en el que el mercado se ha vuelto el mandamás de la educación superior.

El texto de Miguel de la Torre, donde se expone la periodización antedicha, ocupa las páginas 15 a 119. Hay aquí algo que me extraña un poco: el hecho de que el autor, por ser él mismo protagonista de la historia que recrea, juega el doble papel de narrador y actor en la narración. Creo que el autor bien pudo contar la historia sin tener que aparecer en escena. Esa proximidad me parece peligrosa para mantener la sana distancia que debe existir entre el autor y su objeto de estudio, y aflora en el hecho de que, en su ensayo, De la Torre Gamboa se refiere a los protagonistas de la historia con sus nombres de pila: “Severo”, “Tomás”, “Juan Ángel”, etc., en lugar de citarlos por sus apellidos, como es lo normal en textos académicos. Desde luego, este detalle no desmerece el vigor del análisis ni su propuesta de periodización.

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Además de valor histórico y testimonial, las entrevistas contienen también muchas frases para el cuaderno de citas citables. La más valiosa por varios motivos, me parece que es la de Juan Ángel Sánchez, pues fue quien llevó a buen puerto la estructura institucional crecida por González de Luna, y lo hizo mediante un proceso colectivo y podríamos decir que democrático. Además de ser quien reflexiona más a profundidad sobre la reforma educativa impulsada por la izquierda y su vinculación con una propuesta concreta de innovación educativa. Por desgracia, como ahí se señala, no tendrá continuidad en las gestiones sucesivas, aunque sí el modelo académico alternativo que gestó, para integrar mejor a los diferentes colegios, en un esquema que se anticipó a la introducción de los estudios generales en toda la Universidad, a partir del año 2000.

La visión que arrojan la mayoría de los entrevistados, y los dos autores, es más bien negativa. “Hemos quedado a deber”, dice De la Torre, en cuanto a producción filosófica y en cuanto a incidencia o influencia de la filosofía en el contexto social circundante. Se percibe también, por atisbos, una visión ambivalente, en relación con el papel de la filosofía en la vida social. Por un lado se reconoce que la filosofía no es solamente algo que hacen los especialistas llamados filósofos, sino que la filosofía podría y debería jugar un papel más importante en la vida social, si saliera de las aulas para integrarse en la vida ciudadana como un aliado de la convivencia democracia, pero por otro se insiste en que a la filosofía local le han faltado rigor y profundidad, y esto se muestra mucho más por la vía negativa: con la negación y menosprecio de lo que, en los años iniciales de la Facultad, hicieron abogados, intelectuales y “diletantes” que no eran “realmente filósofos”. ¿En qué quedamos entonces?

Una visión que prevalece en muchos de los participantes y en la opinión pública regiomontana en general, es que nuestro estado, y nuestra ciudad, han sido proverbialmente reacios a la filosofía y a las expresiones del espíritu, en contraposición con nuestra marcada inclinación por las cuestiones prácticas y económicas, fruto también de las condiciones materiales de la región (el “desierto” natural e intelectual) y del importante desarrollo económico que vivió nuestra entidad a partir de fines del siglo XIX, vía la industrialización capitalista. Sin embargo, algunos datos concretos podrían hacernos matizar esta idea. Por ejemplo: nuestra Facultad de Filosofía y Letras comenzó a existir, si bien en el papel, desde la Ley orgánica de 1933, cuando se planteó su creación, y el Comité organizativo presidido por Pedro de Alba elaboró una Exposición de motivos con indicaciones generales para su fundación (suscrita por Pedro Benítez Leal y Plinio D. Ordóñez el 1 de junio de 1933), como escuela nueva que era (a diferencia de las pre-existentes). Si su creación no pudo llevarse a cabo, fue en buena medida por el conflicto ideológico-político que se produjo a partir de la iniciativa de la Universidad socialista, promovida no por Arturo B. de la Garza (como dice De la Torre en la página 72) sino por el gobernador cardenista Pablo Quiroga, que llevó al cierre de la Universidad. De todos modos, todavía considerando su fundación en 1950, 17 años después de su creación en el papel, la FFYL de Monterrey fue una de las primeras escuelas de filosofía en el país: la segunda de las públicas y la tercera, considerando a una privada como la que después será la UIA. He aquí los años de fundación de las primeras diez escuelas y facultades de Filosofía en el país: Facultad de Filosofía y Letras UNAM (1924), Carrera de Filosofía del Centro Cultural Universitario, después UIA (1943), Facultad de Filosofía y Letras UNL (1950), Facultad de Filosofía de la U. de Guanajuato (1952), Departamento de Filosofía de la U. Veracruzana (1956), Facultad de Filosofía y Letras de la U. de Guadalajara (1957), Facultad de Filosofía, Letras y Periodismo (U. de Chihuahua), Facultad de Filosofía y Letras de la UAP (1965), Escuela de Filosofía y Letras de la UAEMEX (1967), Facultad de Filosofía y Letras de la U. Michoacana (1973).

Para concluir, podemos decir que hay muchos aspectos en los cuales todavía debemos profundizar, y de una buena vez trabajar, colectivamente, en una historia integral de nuestra Facultad que incluya los aspectos institucionales, económicos, legislativos, pedagógicos, políticos, sociales, culturales, infraestructurales, personales y desde luego contextuales (del contexto universitario, estatal y nacional), para la cual este estudio constituirá, sin duda, una contribución esencial.

 

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