A la revista de filosofía Reflexiones Marginales propongo publicar una nota sobre Oscar Masotta. Contestan que sí, me apresto a redactarla. Intento un resumen apretado: comprimir mis desperdigadas páginas sobre Masotta. Pero me invade una determinada inquietud. No propongo, en efecto, una nota sobre Masotta para hacer desde su escritura viva una cosa muerta, sino con la pretensión de hacerla más viva. Y para arrastrarme a mí mismo tal vez en esa doble vida. Cierro el documento Word en que estaba escribiendo y, sin guardarlo, abro otro. Me tranquilizo. ¿Por qué no, en fin, escribir la nota diciendo exactamente eso? Estampo entonces como primer párrafo las dos frases que se leen arriba. Pero ¿no sería mejor, encarar, directamente, la nota, de manera más académica? El aspecto profesional, como se dice. Pero no me importa, puesto que reverdece en mí tanto un aspecto biográfico como generacional. Me siento entonces cómodo conmigo mismo, justificado, importante, histórico. Cierro no obstante el Word nuevamente y abro otro documento. Pero vuelvo a sentirme insatisfecho antes de comenzar. Pienso entonces en enviar un mail al comité editorial de la revista. ¿Pero mandar un mail? ¿De pronto? ¿Para qué? Es un poco cómico. Es que se trata de Oscar Masotta, me digo. Pediré hablar con el director de la revista y le diré que me disculpe, que no he de escribir la nota, y que, si yo me pusiera a escribir exactamente lo que pienso sobre Masotta, la revista no me publicaría. Preparo el tono de voz adecuado para escribir tal cosa. Pero desfallezco inmediatamente. El director de la revista me agradecería seguramente, gentilmente la nota, y siempre gentilmente es seguro que se quedaría pensando que estoy un poco loco. Desisto de mandar ese mail. Y comienzo esa nota que jamás se publicaría. Pero también la abandono. En efecto, ¿cómo decir, brevemente, lo que uno piensa sobre Oscar Masotta sin despertar todas las desconfianzas, todos los equívocos? Inicio y abandono otras notas. Imagínense: ¿Cómo no escribir, exactamente, eso que uno piensa sobre Masotta sin escribir sandeces? Apago la notebook. Y cuando ya había decidido no escribir la nota, comprendí que ya estaba escrita. El único texto que me era posible escribir sobre Masotta debería reflejar mi imposibilidad de escribirlo. Yo había intentado varias veces escribir sobre Masotta y varias veces mi intento se había visto frustrado. He aquí una selección desordenada de esas frustraciones.
Primer intento
Oscar, Masotta, masottiano: son estilos, son varios. Y por eso mismo, el problema de escribir sobre Masotta es que uno está condenado al fracaso. Fracaso que deriva de la imposibilidad de identificar un Masotta. Imposibilidad de congelar sus pasiones teóricas y apresar sus jadeos políticos. Frustración que surge, tal vez, de sus constantes desplazamientos, del zigzag que lo conmueve desde bien adentro. Hay un no sé qué en Oscar Masotta que me desespera y fascina, en la misma medida. Tal vez esto sea resultado de esa manera que él tenía de sacudir el cuerpo para arrojar su existencia hacia la creación de un encanto personal. Masotta agita en mi eso que todos tenemos de específicamente masottianos: la curiosidad teórica o el inconformismo intelectual como una modalidad de fastidio subjetiva, cierto rigor delirante y una inclasificable inquietud militante. Pues en Masotta todo ocurre como si la vida no fuera otra cosa que las mil y una formas de ensayar un estilo. Hay que decir, entonces, que no hay un Masotta, sino varios, infinitos quizás; o mejor dicho, cada uno tiene su Masotta. En Masotta confluyen el snob despreocupado y el intelectual ceñudo, el novelista fallido y el ensayista extravagante, el crítico de arte y el copión, el happenista marxista y el cómico, el dandy y el psicoanalista lacaniano, el solemne fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y el bohemio alucinado. Masotta fue, sin lugares a dudas, un infatigable peleador por las ideas, anti-héroe de izquierdas, el idiota de la familia Contorno.
Segundo intento
Oscar Masotta, que nació en 1935, murió en 1979, de una muerte insoportable, porque murió de una afección política, el exilio. Quienes lo conocieron, quienes lo amaron o lo odiaron, están de acuerdo en recordar el día de su muerte, el 13 de septiembre, como un día de atmósfera melancólicamente blanca, de cielo abierto, claro y soleado. Y ciertamente, un extraño pastiche de duelo y melancolía emana de las páginas que Correas o José María Aricó han dedicado a Masotta.
La izquierda política y militante ignora en cambio a Masotta, y esto textualmente, para el caso de las organizaciones partidarias tradicionales y gran parte de las autoproclamadas nuevas izquierdas, izquierdas autónomas, izquierdas críticas, etc., de quienes se podría afirmar que jamás han sujetado un libro de Masotta en los dedos a los efectos de evaluar los inestimables aportes masottianos (principalmente, en el campo filosófico que procura analizar el vínculo entre historicidad política y subjetividad) en el marco de una urgente discusión generacional en argentina a propósito de la reelaboración de aquello que podríamos llamar cultura de izquierdas. Hay en Masotta un gusto por el cinismo; pero es un cinismo activo, tanto más hundido en la historia colectica que incrustado consigo mismo; un cinismo crítico, para nada neoliberal o nihilista, de tono menor, y a partir del cual sería interesante hacer un trabajo de comparación entre este último cinismo (sea el neoliberal, propio del coaching ontológico o los talleres de entusiasmo, sea ese cinismo vetusto que se explicita transversal a una parte no desdeñable de las izquierdas argentinas) y el cinismo militante, lúcido y sincero que hace posible que Masotta se nos aparezca, hoy en día, como un hombre a destiempo con su época, como un precursor sombrío de nuestro drama histórico. Hay en Masotta, también, una tentación por el plagio, por los sentimientos erroristas: fracasos, traiciones, metamorfosis. Pero siempre esas tentaciones aparecen impregnadas de afecto. Y, en fin, es de ese afecto, de ese compromiso o de esa impregnación de sentimiento en Masotta, que habría que confiarse para iniciar un proceso de creación de una experiencia política multiforme y mutante que busque diferir la actualidad.
Tercer intento
No es cierto que la izquierda intelectual haya ignorado a Masotta por completo: Correa, Rozitchner, Arico, Terán, entre tantos otros, han escrito sobre él. Lo que se descubre, sin embargo, es cierto ninguneo que las izquierdas estrictamente militantes han tenido sobre él. Y este yerro consiste en ignorar que, por alguna extraña casualidad, en la historicidad masottiana es posible verificar una narrativa diferencial sobre la cultura de izquierdas en este país…un espíritu plurívoco, un logos demoníaco, frustrado y trágico, impregnado de cambios abruptos e innovaciones improbables, más o menos errante, bastante dandy, para nada academicista, sin el aspecto telúrico de buena parte de los así llamados intelectuales nacionales. Y es por ello que atrae en Masotta una actitud de rebeldía fugaz y desesperada, tal vez más camusiana que sartreana, pero profundamente existencialista. Y esa actitud que su obra alienta es la única, necesaria y suficiente justificación para leer sus textos. Masotta entonces es una suerte de buzo, un hombre que se hurga y que hurga, se hunde, bucea, y a plena luz, con ojos bien abiertos, se sumerge, se empasta, se zambulle, se pierde, se ahoga casi, en la “realidad”. Un escritor movilizante, de dudosa autencidad, que ratificaría los derechos de lo que podríamos llamar una metafísica de la desesperación. Desesperación, de acuerdo, ¿pero en qué? En la militancia intelectual. Insoportable pasión política por las ideas. Metafísica a la cual no son ajenos David Viñas, León Rozitchner y los escritos de la denominada generación Contorno. Quienes desde ya hace bastante tiempo representan, en lo que a mí respecta, la piedra de toque fundamental para repensar la práctica intelectual en la Argentina contemporánea.
Cuarto intento
Anecdotario de Masotta: reléanse una por una todas las anécdotas que sobre él se cuentan y se verá el aspecto del hombre que acentúan. Teniendo en cuenta tales anécdotas quizás se pueda trabajar en torno a algo así como un “modelo humano-Masotta”, una forma de habitar la ciudad, de horadar la política, de transformar el quehacer teórico en Argentina. Una imagen pintoresca, coloreada, con final agridulce, un muchacho un tanto revoltoso, un poco inconciente, o bastante, pero de hipnotizante talante, un hombre que vehiculiza otro tipo de adultez, o una prolongación atenta de la adolescencia, preocupado y serio, talentoso y descuidado, dedicado a molestar. Un muchacho presto a superarse, para ganarse el pan, para mejorarse, para ser cualquier cosa menos alguien: escritor, artista, actor o militante. Una imagen pedagógica, edificante por sus ribetes de anti-héroe: moral del fracaso, promiscuidad teórica, política del exceso, estética del simulacro. ¿Pero qué relación hay entre las anécdotas conocidas y su obra, donde se cuecen las formas de vida y los dispositivos de lectura y re-escritura? Ninguna de las anécdotas o pasajes de los libros de Masotta permite evocar o entrever de modo más preciso ese lugar estructural (y subjetivamente) en donde se exhibe el “modelo humano-Masotta” que aquellas líneas de “Roberto Arlt, yo mismo” en que él mismo narra su crisis personal – espiritual y corporal – en vínculo con la muerte de su padre. Novela psicoanalítica, lógica del sentido existencial. Ese acto de escupir y excavar en la propia biografía para comprender el campo abierto de la experiencia colectiva se nos revela como el gesto masottiano por excelencia.
Quinto intento
Tengo a León Rozitchner y a Oscar Masotta por los dos escritores claves para reflexionar en torno al problema generacional de la cultura de izquierdas en la Argentina actual. El rigor filosófico y el espíritu combativo del primero, sus escrituras intempestivas sobre Marx, Freud, la fenomenología o Clausewitz, sus intervenciones públicas a contra-pelo, sus críticas impiadosas a las militancias populares, el legado de un formato de lectura que recorre, con la misma cizaña y vigor, la sociedad de las clases, la historia de las religiones, las mitologías nacionales, etc.; la irreverencia teórica del otro, su deseo de experimentación constante, su presencia vivaz y renovadora en todos los ámbitos de la producción cultural y social. Uno y otro, expresarían, cada uno a su nivel y cada uno a su modo, las peripecias intelectuales de la cultura política de las izquierdas argentinas de mitad del siglo pasado. Tesis masottiana, por cierto, atractiva a fuerza de exageración y plagio, por lo que creo que no es preciso dejarla de lado…
Sexto intento
Hay un párrafo en el Prólogo a la re-edición de Conciencia y estructura de Oscar Masotta publicado en 2011 por Eterna Cadencia, en el que Diego Peller sugiere que es posible identificar, al menos, tres momentos en la biografía político-intelectual de Masotta. Para Peller habría algo así como tres Masottas. Lo cual podría ser atinado, por prudente, pero intuyo que se queda corto. Encapsula un flujo masottiano que a menudo nos desborda por todos lados. Por ello, parece más preciso, y por qué no decir más fiel a las mutaciones aberrantes de Masotta, aquello que anota Guillermo Sacomano en el citado texto de Página 12 cuando resalta que existen “incontables Masottas”. Algo semejante, pero por motivos bien diversos, emerge del inagotable libro de Carlos Correas La Operación Masotta. Arico, Terán, Scholten o García, entre otros tantos, trabajan, según nuestra apreciación, en unos u otros aspectos de la producción masottiana, con profundidad es verdad, pero sin la pretensión de agotar el universo de posibles que su obra habilita. En hora buena. Sin embargo, y en contraposición, es notorio y atendible aquello que escribe León Rozitchner en su texto Oscar Masotta o el origen de un mito sin historia. Rozitchner argumenta que existen dos Masottas, fundamentalmente. Y para iniciar un verdadero intento de comprensión y apropiación de la obra de Masotta tal vez no sería ocioso plantarse, previamente, en el terreno abierto por Rozitchner. Pues ese parece ser el primer problema con que se encuentra todo aquel que se dispone a escribir sobre Masotta. Reflexionar sobre Masotta supone, creemos, debatirse respecto de ese matiz que nos condena una y otra vez al fracaso: explicar ese tránsito, entender ese pasaje desde, escribe Rozitchner, “el primer Oscar Masotta, sartriano, debatiéndose entre el marxismo y la fenomenología, tratando de incluir la reflexión política en la reflexión teórica de la conciencia considerada en su forma más abstracta– hasta llegar a reivindicarse como psicoanalista lacaniano y jefe de escuela”.[1]
Porque comprender, e incluso intentar resucitar ese tránsito, requiere esencialmente ponerse uno mismo como índice de lectura y núcleo de escritura. No se trata simplemente de elegir entre uno y otro bando, sino más bien en pensar más allá de las dicotomías establecidas. Estar a la altura de la situación, seleccionar nuestro Masotta. Y desde allí maquinar con y contra Masotta en sus propios devenires. Ahora bien, en lo que a mí respecta, decido ver mejor con los lentes del Masotta filósofo, militante marxista y existencialista. Aunque no por ello desestimo al artista pop, al coqueto outsider y al lacaniano más aggiornado. Sostengo que es generacionalmente importante confrontarse con la totalidad del “modelo humano-Masotta”. Hay un legado masottiana, en su intelectualidad irreverente, en sus compromisos variables y sus opciones políticas errantes. Existe, para el presente, una obra que aporta aires de inconformismo creativo y prepotencia crítica. Una obra que es necesario revisitar. Porque Masotta, loco de la teoría y farsante de sí mismo, es un suelo elemental para repensar los avatares políticos de la cultura de izquierda en la Argentina contemporánea.
Bibliografía
- Correas, Carlos, La Operación Masotta, Interzona, Buenos Aires, 2011.
- Masotta, Oscar, “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt”, en Sexo y traición en Roberto Arlt, Eterna cadencia, Buenos Aires, 2010.
- Peller, Diego, “Prologo”, en Masotta, Oscar, Conciencia y estructura, Eterna cadencia, Buenos Aires, 2011.
- Rozitchner, León, “Masotta o el origen de un mito sin historia”, en Retratos filosóficos, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2015.
- Saccomanno, Guillermo, “6 intentos de escribir sobre Masotta”, en Pagina 12, Buenos Aires, 10 de enero de 2010.
Notas
[1] León Rozitchner, “Oscar Masotta o el origen de un mito sin historia”, en Retratos filosóficos, p. 48.
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