4 de noviembre
Alex me ha pedido que llevara un diario durante la semana que empieza el lunes. Quiere publicar una serie de diarios escritos por amigos durante esa semana. Así responde a la invitación de una revista que le ha confiado la edición de un número. Le respondo, por amistad y curiosidad. Nunca llevo un diario que no sea cuando se me pide que lo haga, es decir, cuando el género o el ejercicio está expresamente requerido, como sucede a veces (cada semana un periódico francés publica un “diario” llevado por un escritor con miras a su publicación). ¿Por qué es esto un género deseado? Sin duda porque se espera que, pidiendo a un escritor (a un filósofo, a un cineasta o, más generalmente, a quien se dirige a otros) revelar lo que él no dirige a nadie, o lo que dirige sólo a sí mismo, su posición será invertida. La exigencia por el “género de diario” tiene un ideal implícito. Un diario debe ser sincero, llevado sin haber habido una exigencia anterior. Esta es al menos la suposición subyacente de lo que transforma un diario en un diario. Pero, ¿alguna vez alguien ha llevado un diario sin ninguna otra petición sino la suya, una petición que viene del adentro, por así decirlo? O mejor dicho, hace tal petición interna que induce a algunos a garabatear cada día (Algo así como: “Leí a Balzac. Fui de compras. Vi en la tele el terremoto en la región de Pouilles, espectáculo angustiante. Los días se están haciendo mucho más cortos, el invierno está aquí”), ¿tal petición no resuena, en su intimidad, con una voz pública? Una voz que hace una apelación y que declara que lo íntimo nos interesa a todos hasta un grado prodigioso. ¿Por qué algunas personas, día tras día, llevan esta tarea diaria, como un jornalero o obrero, así como los trabajadores pagados por el día fueron llamados una vez? Uno dice “llevar un diario” porque requiere tenacidad, aferrarse, o adicción, es lo mismo).[1]
¿Por qué ellos se hacen de sí mismos los periodistas de su vida cotidiana, si no porque una voz muda y apremiante exige que esta vida entre en la historia, haga historia e incluso subvierta la historia visible de los eventos colectivos? Todo esto está bien conocido, no hay nada más que decir al respecto. Eso será por hoy. Son las 7:45 de la mañana, ahora voy a hacerme un segundo tazón de café de achicoria.
5 de noviembre
Segundo día. La historia de Génesis viene a mi mente. Dios evoca luz, este es el primer día. Divide las aguas bajo el firmamento de aquellos por encima de eso, este es el segundo día. Lo que la historia no dice, sin embargo, pero que se entiende fácilmente, es que los días, también, se crean con la creación de elementos sucesivos. O más bien que, cuando la creación tiene lugar, una distribución de elementos, de luz, agua, tierra, pasto, etc., occurre y se establece un orden temporal. Cada día, entonces, se crea un nuevo elemento. Cada día, es decir: cada día después del primero, ya que el primer día, la verdad, no fue un día, porque el tiempo no lo hizo y no lo pudo antedatar. Cada día rememora el primero, cada día una nueva luz amanece y nuevas aguas están separadas. Cada día soy un hombre nuevo. Cada día hay de pronto una ausencia de tiempo, de luz, de mundo detrás de mí. A decir la verdad, no hay nada detrás de mí, ya que de repente ya no hay pasado, no más que algun futuro. Hay: este, el primer día. Es decir, ya el segundo o el diezmillonésimo. ¿Cuántos dias he vivido? Calculemos aproximadamente: 62 × 365 = 22,630. No es tanto. He visto la luz del día veintidós mil seiscientos treinta veces. Experimento esto de una manera muy concreta. Ni un día es el mismo, y sobre todo cada día es de hecho, un día: hay una ruptura. Nada sigue simplemente. Ayer ha terminado, se olvidó, se borró, se abolió. Mañana carece de sustancia. Y hoy, aquí, está poniendo luz. Es un día gris.
6 de noviembre
Miércoles. Me levanté más tarde de lo habitual, no alcancé las primeras horas, el tiempo del día que es propicio para escribir mi breve nota diaria. Así, la actividad del día me ha agarrado tan pronto como desperté: llamada telefónica urgente por hacer, la correspondencia está aquí, se supone que el pintor también trabaja en el frente de la casa, el insignificante y obstinado trastorno diario que molesta, desorienta, impide que uno trabaje. Llamé a la tienda en Alemania que no nos da ninguna noticia sobre la reparación de nuestra cafetera. Corté una rama que crece en la dirección equivocada de una de las dos plantas en el salón (la otra es una palmera, me olvidé de su nombre, tiene también un aparecer oriental). Llamé a Étienne y le pregunté si no quería ir a Damas en lugar de mí ya que, después de mi ataque de neumonía, sería mejor no viajar por algun tiempo. Envié un mensaje de correo electrónico a Amina para pedirle que se pusiera en contacto con el mismo Étienne. Vuelvo a abrir el documento que contiene el texto que ahora estoy escribiendo (o “tecleando” como se dice en la jerga informática), un texto sobre la interpretación heideggeriana del esquematismo. Me pregunto cómo expresar la unidad ciega de la mirada de la máscara mortuoria. Este ejemplo proporcionado por Heidegger tiene un efecto sorprendente: perfora el texto, por así decirlo. Hélène me dice que Augustín ha acoplado su bicicleta a la de Georges sin darse cuenta y que debería tratar de encontrar la llave del candado para que la bicicleta de Georges pudiera ser liberada. Et caetera… Eso es todo. ¿He revelado lo suficiente? En otras palabras: ¿es este un “diario”? Si no, ¿en qué se debe basar el principio de selección? Un diario no debe ser selectivo. No he dicho, sin embargo, lo que desayuné. Antes de levantarme, pensé en la entrada de hoy a la luz del “miércoles”, del día dedicado a Mercurio. Pensé sobre el comercio, sobre el caduceo, las sandalias aladas, el mercado, sobre Hermes y Alcibíades, el que emasculó los Hermae de la intersección, cuyos genitales fueron erigidos allí como si quisieran mostrar el camino. De manera esnob, también cortó la cola de su perro.
7 de noviembre
Jueves. Yo digo [Jeudi. Je dis]. No funciona en traducción, pero sé muy bien que esto debe ser publicado en inglés. Jueves, yo digo: nada que ver con el francés. Olvidémonos de eso. El día de Júpiter. En inglés, el día de Thor. En alemán, el día de Donner. Cada día está dedicado a un dios. Durante la Revolución francesa, la Convención decidió instituir un calendario republicano del cual todos los signos religiosos serían borrados: la semana de siete días fue reemplazada por un período de diez días y los días se llamaban primi, duodi, tridi, etc. (el di de dies —día en latín— se mantuvo).[2] La asociación de los santos del calendario litúrgico con los días únicos fue reemplazada por la asociación con plantas y herramientas: la Encyclopédie se convirtió en un embalse hagiográfico. Hubo un total de tres décadas al mes y los nombres de los meses fueron acuñados sobre la base de las estaciones (Thermidor, el mes de calor, Ventôse, el mes del viento…). Por supuesto, todo esto no tuvo un impacto más allá del uso oficial y el voluntarismo de los sans-culottes (los días añadidos para ponerse al día con el año solar fueron llamados sans-culottides). No se puede imponer un significado, en general. Uno no puede inventar algo tan común e íntimo, tan compartido y repetido como el curso de los días. Sin embargo todos los calendarios fueron inventados una vez. El calendario revolucionario fue abolido por Napoleón cuando se convirtió en emperador. Así se compensó con el paso del tiempo. La Revolución no engendró un nuevo tiempo. Al final del día en el occidente sólo hay cursos religiosos y ritmos de tiempo: el calendario judío, los calendarios cristianos (greco-cristianos) del Bizancio y de Roma, el calendario musulmán de la Hegira. Estos son tiempos organizados alrededor y sujetos al final de los tiempos, los que no vienen después, al final de la historia, sino que siempre vienen llegando, todos los días, justo ahora. Es una interrupción del tiempo en todo momento, la eternidad redescubierta cada mañana o cada noche. El tiempo del progreso y de la progresión, el tiempo de la evolución no habria durado mucho tiempo en la historia. Siempre son los ciclos que son genuinamente poderosos: los días, las noches, los años, las vidas. La cadencia es más importante que el movimiento. Lo que un diario privado registra siempre tiene algo de cadencia, un eterno retorno que emerge cada día a través del flujo permanente, el flujo incesante. Apollinaire lo expresa perfectamente: “Viene la noche, suena la hora / y los días se alejan, y aquí me dejan”.
8 de noviembre
Viernes. Esta mañana tampoco me levanté con el día. No había dormido suficiente durante la noche. Seguí pensando en un trabajo pendiente y urgente. Lo primero que tengo que hacer es escribir un texto para la exposición de Claudio Parmiggiani en Bolonia. Tengo el diseño de la exposición, la descripción de todas las obras, y muchas fotografías y documentos. Ayer, Claudio me envió reproducciones de una pintura por Ribera, la cual ha organizado para pedir prestada del Museo Fabre de Montpellier para su exposición. Es un Magdalena en el desierto y es muy diferente de la otra Magdalena por el mismo pintor que se muestra en el Prado. La mujer es mucho más delgada y mayor. Ella está a la puerta de la muerte. Un cráneo se encuentra frente a ella al lado de un pan de molde medio comido. En la exposición, Claudio pondrá frente a la pintura una de sus esculturas, que representa un cráneo y una barra de pan, dispuestos de modo que al principio uno sólo puede descifrar dos formas redondas no identificadas. Esta mañana la radio anuncia que hay una nueva resolución de la ONU sobre Irak, de la cual Bush está muy orgulloso, y que el presidente estadounidense sostuvo conversaciones con Chirac y Putin: algo así como una movilización insidiosa parece haber comenzado. Me temo que estamos atrapados entre dos polos, lentamente pero irreprimiblemente haciéndonos pedazos, un proceso que refleja la reestructuración general del mundo que comenzó hace veinte años, y que no puede sino conducir a una guerra que será ruinosa para todos, pero quizás especialmente para el Mediterráneo. De hecho, cuanto menos relevancia se le atribuye a la región mediterránea y cuanto más se extiende el espacio “occidental” (europeo, euro-americano), más nos encontramos en un estado de malestar y tensión. El mundo mediterráneo siempre ha sido atravesado por terribles tensiones, pero estas tensiones fueron la electricidad de un mundo compartido, mientras que lo que sucede ahora o, para ser más preciso, desde 1914 y 1917, desgarra este mundo en piezas extranjeras y hostiles.
Anteayer, Antonella me dijo que ella también llevaba un diario para Alex y que justo habia escrito sobre una visita al estilista. Puedo ver el negro y pesado tocado de su cabello napolitano.
9 de noviembre
El día tiene problemas para empezar. En realidad, está nublado por noticias preocupantes. Una amenaza bastante definida de cáncer afecta a alguien cercano a mí. Dudo en escribir por temor de ser indiscreto hacia la persona afectada, sino también hacia el lector sobre el que impongo una especie de intrusión: las preocupaciones externas encuentran su camino en este diario. Pero, ¿cómo puedo llevar un “diario” si paso en silencio lo que da el día su tonalidad? ¿Puedo realmente llevar un diario si asumo que hay un lector? (es tan necesario para asumir lo contrario). El tono frío y doloroso, el tiempo frío y doloroso de la investigación médica se establece: flotando por encima de los exámenes lacerantemente implacables —me atrevo a decir tormentosos— la ansiedad de la incertidumbre proyecta su sombra. ¿Qué será el diagnóstico final? ¿Será un diagnóstico o un veredicto? Recuerdo los períodos durante los que amigos míos o yo tuvimos que esperar un resultado. La esperanza y la desesperación alternan, y nada puede detener dicha alternancia ya que se carece de razones fiables, de instrumentos analíticos. La medicina en su increíble extrañeza se hace cargo, la medicina que se supone que tiene la llave de las tramas y esquemas que nuestros órganos, nuestros vasos, nuestros humores, nuestras entrañas funcionan sin nuestra conciencia. Abrumadora fragilidad. En un día, en una hora todo cambia radicalmente, la naturaleza del mundo, de la vida misma. Que soy un paciente es lo único que es evidente: puedo sufrir o permanecer indiferente, en ambos casos me someto a fuerzas desconocidas que me comen por dentro, mientras que otras fuerzas no menos desconocidas me tratan, me reparan, causan diferentes tipos de dolor. Es una otra vida. No es una vida, y sin embargo es otra, extraña, un pasaje a través del estupor y la blancura del hospital. Todos los signos se borran allí, o bien la dirección de las señales está invertida: ya no provienen del mundo, sino del cuerpo, y los signos y las señales de la medicina sólo hacen eco de ellos. Más tarde, uno recuerda, “empezó ese día”, “tuve los resultados ese día”. Estos días nunca terminan. Siempre están allí, en algún lugar bajo el transcurso del tiempo, como que en un día, su día, tomaron ese tiempo y lo doblaron, lo rompieron. Tal día es un golpe, un corte, una incisión, una fractura. Se rompe la historia, las grietas abren otra historia. Esta puede ser la verdad de un día: que hace una abertura, una hendidura, una marca, tal como uno habla de una “obra abierta” en la confección, en el bordado. Un diario, por último, tiene como objetivo tallar cada día. Trata de hacer un ojal a través del cual deslizar una flor o una cinta negra, para crear un crevé como los que solían estar de moda. O bien quiere dejar una cicatriz en la piel.
10 de noviembre
La primera hora del día es una hora privilegiada. Está suspendida. Alles schwebt, todo está suspendido, todo se desliza, todo deriva, todo está indeciso, mientras que al mismo tiempo todo se asienta en una especie de paz que es también un esperar. Uno no sabe si anhela o no el día que viene. Uno podría desear permanecer en la noche, no despertar. Pero la noche es a menudo espantosa, llena de recolecciones, ruminaciones, recuerdos repentinos de tareas olvidadas, deseos mal contenidos. El día es preferible. Se abre hacia el exterior, al menos por la ventana, y reconstituye un mundo. El principio de un verso flota en mi mente, privado de su final: “la luz del día no es…”, ¿…más bella? ¿…más clara? Me molesta que no recuerdo cómo va.
Luz del día, dies, día, es lo “luminoso”, es la separación de la luz y de la oscuridad. Esto es por qué el día de la creación es también la cosa creada, el acto de crear y el tiempo que se necesita para crear: una abertura, una rasgadura, lo que, proyectando una sombra, separa una mitad perfecta (Valéry). Sin embargo, es también la raíz de lo divino y del primero de los dioses (Iovis). El día es lo divino: emergiendo de un espesor opaco, exponiéndose a la diferencia de lugares y tiempos. El día es diferencia y distancia: distinción. Lo que nos distingue nos garantiza un destino singular, único, que se inscribe desde el principio en la eternidad (Spinoza: “sentimos y experimentamos de que somos eternos”), y a través del mismo y único movimiento, nos separa del mundo y nos rechaza en el afuera no existente. Que las dos distinciones son unidas y opuestas, esto también es lo divino, terrible y milagroso, misterioso: algo que se ilumina y no tiene secreto. La división del día y de la noche. De hecho, estoy aquí volviendo a lo que estaba escribiendo ayer en un texto sobre la exposición de Claudio Parmiggiani en Bolonia. Uno no cambia fácilmente el curso de sus pensamientos. De hecho, uno sigue teniendo los mismos pensamientos.
Mi querido Alex, te enviaré este diario por correo electrónico, ya que los siete días están completos. Es hora de parar: es domingo, día de reposo de Dios. Al menos, del Dios de Moisés. Para el Dios del Islam, por su parte, afirma que no necesita descansar ya que la creación no lo ha cansado. De hecho, ¿por qué la creación debe cansar a Dios? Se extiende donde Dios se retira, en la absoluta distancia de la distinción primordial.
Leer un periódico y amar eso
Como uno lo sabe, Hegel afirmó que la lectura del periódico es la oración diaria moderna (él mismo escribió para los periódicos).[3] No se trata sólo de la repetición ritual. La lectura del periódico envuelve algo más que la repetida absorción de la información: al abrir el periódico, uno abre el mundo. Pero un mundo es precisamente lo que debe abrirse con el fin de que uno recorra las líneas, las redes, las tramas, los desgarros. Abrir el periódico es abrir al mismo tiempo los brazos que los ojos y el espíritu. La oración —ni la exigencia, ni la súplica, sino la mera adoración— consiste en recurrir a y en abrirse a…
-¿Leer el periódico, adorar? ¡Qué chiste!
-Piensa de nuevo, lector… Después de todo, estás leyendo un periódico…
-¿Y si el periódico me enfurece?
-¿Por qué no? Eso te da el ejercicio. (Continúa en el próximo número).
Notas
[1] En francés la palabra “diario” es “journal”. La palabra “journalier” [jornalero] se deriva de la palabra “journal” que es también la palabra para el periódico. Así que en el reglón que sigue Nancy sugiere que una persona que lleva un diario es el jornalero de su vida.
[2] Nota de la traductora: El texto que presento aquí es la traducción de la traducción inglesa del texto original de Nancy publicada en la revista Parralax con el título “Jean-Luc Nancy” (“Jean-Luc Nancy”, traducido por Céline Surprenant y Jared Stark, Parallax, 2003, vol. 9, no. 3, pp. 66–70.). Aquí sugiero que la primera lectura de este texto sea seguida por la lectura del libro del emérito historiador del arte T. J. Clark The Sight of Death. An Experiment in Art Writing (Yale University Press, 2008.), seguida por la lectura del artículo del mismo autor intitulado “For A Left With No Future” (New Left Review 74, marzo-abril 2012, pp. 53-75.). Sería un ejercicio necesario.
[3] El original en francés “Lire un journal et aimer ça” fue pubicado el 16 de febrero 2014 en http://www.liberation.fr/ecrans/2014/02/16/lire-un-journal-et-aimer-ca_980668
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.