Resumen
La “década prodigiosa” definida así por su capacidad de innovación, de cambio en todos los ámbitos de la sociedad. Cada país adoptó a su manera este nuevo concepto estético, musical, político y social. Fueron años rebeldes, años epicureanos donde el erotismo fue como la piedra de toque, el “ábrete Sésamo” de nuestra existencia. La nueva generación quería un mundo nuevo. Los sesenta constituyeron la exasperación de la idea de progreso y de los ideales trascendentales.
Palabras clave: década, prodigiosa, años epicureanos, erotismo, 68.
Abstract
The “prodigious decade” defined as such by its ability to innovate, change in all areas of society. Each country adopted in its own way this new aesthetic, musical, political and social concept. They were rebellious years, epicurean years where eroticism was as the touchstone, the “Sesame” of our existence, the new generation wanted a new world, the sixties constituted the exasperation of the idea of progress and transcendental ideals.
Keywords: decade, prodigious, epicurean years, eroticism, 68.
“Ningún partido político puede conducir un gran movimiento revolucionario a la victoria si no posee una teoría revolucionaria, un conocimiento de la historia y una comprensión profunda del movimiento práctico”[1]
Mao Tse Tung
Imagine no possessions / I wonder if you can / No need for greed or hunger / a brotherhood of man / Imagine all the people / sharing all the world.[2]
John Lennon
Gustave Le Bon, que supuestamente alentó la ideología nazi, escribía en Psicología de las masas que:
“Las grandes conmociones que preceden a los cambios de civilización parecen estar determinadas por considerables transformaciones políticas: invasiones de pueblos o derrocamientos de dinastías. Pero un atento estudio de tales sucesos descubre casi siempre, como su causa auténtica y tras sus motivos aparentes, una modificación profunda en las ideas de los pueblos”.[3]
Las genuinas conmociones históricas, afirma Le Bon: “[…] no son las que nos asombran en virtud de su magnitud y su violencia. Los únicos cambios importantes, aquellos de los que se desprende la renovación de las civilizaciones, se producen en las opiniones, las concepciones y las creencias”,[4] en las formas de valorar y de ver el mundo; ahí se gestan porque el mundo cambia en la mirada y en la voz, en el silencio desconsolado, en esa astilla que hiere la carne, en el relámpago que destroza violentamente las ilusiones y las esperanzas, los sueños, el futuro. Ahí cambian, mutan, se transforman, como decía el mismo Platón, en los pequeños signos y símbolos que constituyen la razón de ser de un pueblo. Los acontecimientos memorables son los efectos visibles de esos pequeños e imperceptibles cambios, cambios invisibles verificados en los sentimientos de los hombres y que se tejen despacio, muy despacio, calladamente, casi de manera anónima.
Pero igual pienso en Michel de Certeau cuando expresó que habría “[…] que recordar […] que los años posteriores a 1968 fueron un momento excepcional, en que los estudiantes tomaban la palabra intensamente, así como los obreros y también los intelectuales”.[5] De Certeau, como nadie, supo dilucidar la eficacia con la que los estudiantes se volvieron un predicado, una fuerza, una idea, un ideal, un furor, un tañido, un horizonte y una inconformidad.
Es cierto, Marcuse pudo vislumbrarlo, cuando en 1965 escribió el revolucionario libro: Eros y civilización. En esta fecha el mundo cambió. Retengo las palabras de R.H. Moreno-Durán en el homenaje que le hicieran a Juan García Ponce, al referirse precisamente al capítulo VII, de Eros y Civilización que había traducido García Ponce, titulado “Fantasía y utopía”, nos cuenta que él subrayó una frase: “El verdadero valor de la imaginación se relaciona no sólo con el pasado sino también con el futuro: las formas de libertad y felicidad que invoca claman por liberar la realidad histórica”. [6]
Sin duda, ésta debió de haber sido el lema de aquella “década prodigiosa” que así ha sido definida por su capacidad de innovación, de cambio, de renovación en todos los ámbitos de la sociedad. Es cierto, cada país adoptó a su manera este nuevo concepto estético, musical, político y social. Fueron años rebeldes, años epicúreos[7] donde el erotismo fue como la piedra de toque, el “ábrete Sésamo” de nuestra existencia. La nueva generación quería un mundo nuevo. Los sesenta constituyeron la exasperación de la idea de progreso y de los ideales trascendentales. Pero a su vez fue la última década religiosa, en el sentido de creer posible lograr una nueva sociedad, había fe, inmensa fe en todo aquello que se emprendía y en sus posibles resultados cuasi utópicos. Los movimientos sociales y culturales que se produjeron en el mundo capitalista desarrollado fueron heterogéneos, aunque muchos investigadores los suelen agrupar en un mismo plano. La contracultura hippie, el movimiento estudiantil, el movimiento por los derechos civiles de las minorías, etc. fueron movimientos disímiles tanto por sus reivindicaciones como por sus adherentes. Quizás una característica les fue común a todos ellos: la percepción de que la sociedad podía cambiar. El cambio que postulaban se dirigía contra una forma de modernidad que había logrado afianzarse.
La modernidad triunfante fue el modelo liberal-burgués el cual impuso determinada cosmovisión del mundo —racionalista, empírica y pragmática—. Este modelo dominó no sólo la estructura tecno-económica sino también la cultura. La ética burguesa y el temperamento puritano, eran códigos que exaltaban el trabajo, la sobriedad, el freno sexual y una actitud ascética frente a la vida y ello había llevado a un autoritarismo feroz, tanto en el seno de la familia como en el Estado. Esos códigos constituían un celoso afán por preservar el mundo platónico del desprecio del cuerpo, al placer, el cambio, la visión de que sólo en el ascetismo se alcanzaba no la felicidad, pero sí el cumplimiento de nuestro ser.
A esa ética burguesa se opuso, a mediados de los cincuenta en los Estados Unidos, la contracultura de la bohemia intelectual: la Generación Beat; la generación de los derrotados. La generación Beat —cuyos miembros han acabado siendo conocidos como beatniks— es un punto de referencia ineludible para comprender todos los movimientos sociales e intelectuales de los sesenta. Hal Chase, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs en 1944.[8] Esta celebración del individuo como único, que rechazaba todas las posturas políticas por considerarlas intrínsecamente opresivas, tiene mayor valor considerando la política norteamericana del momento, no sólo reflejada en el anticomunismo atroz o en el desmesurado crecimiento de la burocracia, sino —por la parte que les tocaba— en la aplicación de técnicas como el electroshock o la lobotomía para tratar “enfermedades sociales” como la homosexualidad o el inconformismo.
Esta acepción de la espontaneidad como forma de vida, de la respuesta libre de concepciones sociales, este ascetismo frente a una sociedad básicamente materialista logró liberar —de una forma natural, sin pretensiones iniciales— tanto a los practicantes como a quienes les observaron. Toda esta situación fue inmortalizada por escritores que montaron este tren desde muy pronto. La generación beat demostró que hay más caminos que los oficiales cuando uno decide imponer las reglas a nadie excepto a sí mismo.
Los antecedentes inmediatos a esta revolución de valores se encuentran en los movimientos por la paz que desde finales de los años cincuenta recorrieron Europa, particularmente Gran Bretaña y la República Federal Alemana, centrados en la denuncia y la movilización ciudadana contra el peligro de una guerra nuclear; a la vez que en la aparición del tercermundismo. Al calor de los procesos de descolonización y del descrédito entre amplios sectores de la izquierda occidental del comunismo soviético se generó un malestar que encontró en la revolución cubana, la guerra de Argelia y, sobre todo, en la infame guerra de Vietnam los elementos movilizadores de una incipiente nueva izquierda. Los movimientos de liberación nacional y las guerrillas en Latinoamérica en contra de todas las dictaduras fomentadas, toleradas o, en más casos de los que podríamos soportar, auspiciadas por los Estados Unidos, desarrollaron una crítica radical de las sociedades opulentas.
Pero fueron igualmente puestos en cuestión los burocratizados y dictatoriales regímenes de socialismo. Comenzó así la búsqueda de una tercera vía que parecía apuntar con el nacimiento del movimiento de los países no alineados. En el contexto europeo los cambios políticos en Checoslovaquia hicieron cifrar en este país la esperanza de una nueva opción social que se concretó en el momento conocido como La primavera de Praga. La evolución libertaria y de protesta, la incomodidad y el repudio a las formas de vida autoritaria, disciplinaria y homogeneizante que provenía en la escala Estado-gobierno-familia-escuela, en los años sesenta, se opuso el movimiento hippie. Pero este movimiento, a diferencia del estudiantil o del de las minorías, no fue político. Los hippies no pretendían cambiar el orden político, simplemente se marginaban. La contracultura estadounidense se politizó cuando en octubre de 1967 algunos ex hippies crearon el Youth International Party, y el movimiento yippie, que fue una agrupación marxista con marcada tendencia hacia la acción directa, encabezada por Jerry Rubin y Abbie Hoffman.
En los países altamente industrializados de la década de los sesenta nadie esperaba ya una movilización de masas como la que desempeñaron los estudiantes. Las ansias revolucionarias se centraban solamente en ese denominado “Tercer Mundo”. Y, sin embargo, en el sueño del auge de la economía occidental la clase política tuvo que enfrentarse a todas y cada una de las acciones de masas que emplazaron a los gobiernos y que cuestionaban la posibilidad del famoso proyecto de la modernidad o de la civilización occidental. En el transcurso de 1968 todo el mundo capitalista, y algunas partes del comunista, se vieron sometidas a oleadas de rebeliones protagonizadas por una nueva fuerza social: los estudiantes, cuyo número había ascendido desproporcionadamente con respecto a épocas anteriores.
“En el decenio de los sesenta la enseñanza creció más que nunca en el conjunto mundial como resultado del extraordinario auge económico y de la explosión demográfica experimentada en la posguerra. En 1970 eran 482 millones los alumnos de todos los niveles en el mundo y cerca de 20 millones los profesores… En el decenio de los sesenta, los alumnos se incrementaron en un 49% y los profesores en un 58%”.[9]
Este creciente número en la matriculación benefició a los estudiantes al aumentar su eficacia política. Se movían fácilmente y disponían de mayor tiempo libre que los obreros de las fábricas. Se concentraban en las capitales a la vista de los políticos y al alcance de los medios masivos de comunicación. Las movilizaciones llevadas a cabo durante 1968 imprimieron todo un carácter a la llamada edad de oro. Esos levantamientos sincopaban la vida de las sociedades en que se explosionaban y mostraban, asimismo, que la organización de las sociedades tal y como se manifestaban ya no eran posibles. Un movimiento casi imposible, hizo que el estallido fuera simultáneo tanto en los Estados Unidos como en México, así como casi todos los países de Latinoamérica. Lo mismo sucedió en el mundo centroeuropeo, las principales revueltas calaron en Francia, Alemania, Italia e Inglaterra; pero igual podemos decir que la movilización estudiantil se operaba en la Europa comunista donde la rebelión estudiantil se llevó a cabo en Polonia, Checoslovaquia[10] y Yugoslavia.[11]
“Aunque todas las movilizaciones estudiantiles del mundo desarrollado se caracterizaron por la movilización en masa del nuevo colectivo social que constituían los estudiantes, no todas revestían las mismas motivaciones, y tampoco buscaban los mismos objetivos. En Estados Unidos, la protesta hippie y la de los estudiantes se dirigía contra el reclutamiento para ir a pelear a Vietnam. También los estudiantes aspiraban a solidarizarse con la comunidad negra, cuyos intereses eran muy distintos a los estudiantes universitarios de clase media-alta. En Estados Unidos no hubo, como sí aconteció en Europa, principalmente en Francia, el famoso mayo francés,[12] una alianza con los obreros”.[13]
No debemos descartar un factor común que afectó a todo el mundo, y que fue en muchas partes el detonador de las movilizaciones: la nunca declarada guerra de Vietnam,[14] una guerra sin heroísmo. Este conflicto centró la atención mundial, lo que permitió acciones de masas, no exclusivamente estudiantiles.
“La movilización obrero-estudiantil europea, más radical e ideologizada que su par estadounidense, pretendía un cambio radical del modo de vida: acometía la tarea titánica de cambiar la sociedad. Allí se encarnaron las últimas esperanzas del marxismo: la utopía salvadora del hombre. Y fue en Francia donde se produjo la máxima expresión de esta idea trascendente con la unión entre obreros y estudiantes en pos de la creación del tan anhelado hombre nuevo”.[15]
Aquel que pregonaba ya oscuramente Nietzsche. Sí, los años sesenta y principios de los setenta se caracterizaron por la audacia, rebeldía y anti-convencionalismo del fenómeno contracultural, de los movimientos estudiantiles, de la lucha de los negros, de las minorías en marcha y del fenómeno hippie.[16]
Así se comenzó a luchar por la autogestión en las fábricas, a postular la anti-jerarquía y el antiautoritarismo como modos de vida. Con sus grafiti y eslóganes comenzaron a reivindicar la libertad personal, la satisfacción de los deseos y las realizaciones privadas. En este punto la movilización se apartaba de los objetivos comunes y de la utopía trascendental. La utopía y la creación de la nueva sociedad se realizan en el ámbito de lo público donde son necesarias la disciplina y las organizaciones para llevar adelante cualquier proyecto político. Al universo de lo público no se podía trasladar los deseos personales y el desarrollo de la personalidad individual. Fue en esta vertiente del mayo francés, y luego generalizada a todos los medios estudiantiles, que reivindicaba el desarrollo personal e individual, donde se instalaron nuevas demandas de grupos específicos: las feministas, los homosexuales, los ecologistas. Estas demandas dieron paso a los movimientos de la inocultable posmodernidad, donde ya no existe una ideología capaz de movilizar colectivamente a las masas.
“La juventud quería vivir de manera distinta, más libre, desprovista de prejuicios y normas, difíciles de entender”,[17] quizá más de todo ese autoritarismo asfixiante que reinaba en las sociedades del momento. Romper con las costumbres de entonces, romper con la visión miserable que de las mujeres se tenía fue, quizá, otro de los sub-fondos de ese necesario e indispensable cambio de valores que se creó en esta época. Liberarse sexualmente luego de la época victoriana que se había vivido se fue marchando de la mano con el nuevo rol que las mujeres pretendían y reclamaban en la sociedad. Su incorporación masiva al mundo del trabajo puso en tela de juicio los roles tradicionales asignados a la mujer primero como hija, luego como esposa, más tarde como madre de familia: atrapadas en un loop siniestro que no les permitía ninguna libertad, al tiempo que comenzaba a cultivarse su autonomía e independencia, es decir, pasar a ser de una mujer dependiente a una autónoma, autosuficiente, empoderada de sí misma. Lo que se empezó a gestar fue la reivindicación de su capacidad a decidir sobre su propio cuerpo y sobre su sexualidad. Nunca como en ese momento el control de la natalidad fue tan categórico y tan liberador.[18] La novedad se agolpaba con estrépito y existía una juventud que la decantaba con igual velocidad, y ese fue el descubrimiento que hicieron los medios de comunicación, lo que provocó una gran perturbación internacional.
“La sociedad escandalizada rechazó y criticó a este grupo de jóvenes que se escapaban de los cánones sociales previamente establecidos. No aceptaban la forma de vida que llevaban, la ropa estrafalaria llena de colores, el pelo largo y su discurso crítico, político y pacifista”,[19] así como la libertad sexual que se otorgaban a sí mismos. En la segunda mitad de la década de los sesentas los Beatles, los Rolling Stones, Jim Morrison, Janis Joplin, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Pink Floyd, Santana, Joan Baez y Bob Dylan,[20] Jefferson Airplane, Zappa, los famosos The Doors, entre otros, sin olvidar “Woodstock”,[21] le pusieron música y letra a la contracultura. En México tuvimos “Avándaro”, ocurrió en el punto más alto del movimiento contracultural conocido como La Onda, ahí se celebró, como se ha dicho, “la vida”, la paz, el amor, la ecología y el arte. Lo que estalló fue la música psicodélica, el arte contracultural, el uso abierto de drogas y ejercicio del amor libre. Cantaron grupos como Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki con Mayita Campos, Tinta Blanca, El Amor, Three Souls in my Mind. Todos llegamos en motocicletas, en autobuses, en autos, festejamos el milagro de la vida.
Corrían años agitados en los Estados Unidos, con esa guerra nunca declarada en contra de Vietnam al fondo y las moléculas de ácido lisérgico (LSD)[22] navegando por la sangre de los jóvenes inquietos. Se traficaba con la droga revistiéndola de un aire indostánico y los adolescentes se fugaban de casa para deambular por las carreteras como Jack Kerouac o irse a vivir a las comunas. La juventud había decidido abandonar para siempre el conformismo consumista del modo de vida americano. Se trataba de una auténtica revolución —antes de mayo del 68— que pretendía cambiar las mentes para llegar al otro lado de las cosas. Alicia se había instalado en las cabezas y la consigna era atravesar el espejo para llegar al País de la Maravillas.
El movimiento feminista marcó un cambio cualitativo respecto del discurso, el eco y apoyo social de los movimientos de las sufragistas de principios de siglo fue, sin duda, ese pasado glorioso que daba sustento a las mujeres a reclamar, a exigir igualdad. Los sesentas marcaron la ruta de la emancipación a todos los niveles, quizá desde el más pronunciado y taimado que fue la familia. En esos años se iniciaron las campañas en favor del divorcio, del derecho de aborto, de la igualdad de salarios; la no discriminación por razones de sexo.
La década dorada fue pletórica en todos los ámbitos, en la pintura, sólo para recordar a algunos: Andy Warhol, Jasper Johns, Robert Rauschenberg, David Hockney, Roy Lichtenstein, Richard Hamilton y Mark Rothko rompían con todo lo convencional y se dedicaban a recoger los detritus sociales para manifestar su incomodidad, su rebeldía, la fuerza de una generación cuya emergencia en el ámbito occidental vino a suponer una contestación político-estética cardinal frente a una forma de arte; el expresionismo escindido del mundo y producido para una elite de privilegiados. El Pop Art como el Op Art y el Arte Povera fueron, sin duda, una hibridación, en el seno de una determinada cultura, de los componentes más heterogéneos de la misma; igual podemos hablar del Teatro Pobre de Jersy Grotowsky, de los happenings, los perfomances, el Body art.
En México se crearon por primera vez los espacios autónomos. El Centro Cultural Isidro Fabela fue la sede de la primera exposición del Salón Independiente, la cual logró reunir cerca de cuarenta y cinco artistas, entre ellos: Felipe Ehrenberg, Francisco Icaza, Francisco Moreno Capdevilla, Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Roger von Gunten, Alberto Gironella, Rafael Coronel y Vicente Rojo.
El SI (Salón Independiente) no contó con una temática determinada y tampoco con curadores o museógrafos. El espacio se distribuyó por medio de un sorteo y cada artista donó una obra para que, del ingreso recaudado por su venta, se cubrieran los gastos de montaje y publicidad. Abstraccionismo, Informalismo, Abstraccionismo Geométrico, Expresionismo Figurativo y Abstracto, Arte Pop, Arte Op, Arte Cinético (muchas de estas corrientes fueron importadas de Sudamérica vía Francia), más todas las variaciones y composiciones que surgieron de los artistas exponentes, coexistieron en la muestra. También se acrecentó la desconfianza al mecenazgo estatal y la línea de autogestión se multiplicó. Nada que ver con la compra y corrupción que en los noventa hiciera el presidente Carlos Salinas de Gortari a toda la intelectualidad, a los artistas y a los académicos con los falsos apoyos a la productividad.
Simultáneo al Salón Independiente, Manuel Felguérez, Francisco Icaza, Ricardo Rocha, Benito Messeguer, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo y José Muñoz Medina pintaban un mural colectivo: el llamado “Mural efímero”, en Ciudad Universitaria. Las láminas acanaladas que rodeaban la escultura del expresidente Miguel Alemán fungieron como lienzo. Asimismo, el Salón de Plástica Mexicana organizó la muestra “Obra 68”, en la cual algunos artistas se manifestaron mediante consignas escritas en las piezas.
Pero más allá de esta discusión, pensemos que en la filosofía muchos de los estudiantes e hippies tomaron la filosofía de Sartre, Marcuse, Levi Strauss y Marx como su cimiento político, autodenominándose la “Nueva Izquierda”, detestando la propiedad privada, el machismo, el racismo, el dinero, el consumismo y, aunque no tenían como convicción ayudar a los oprimidos, sí realizaban frecuentemente obras sociales sin pedir remuneración alguna. Los procesos de lucha en contra de la colonización constituyeron otra de las pautas para buscar formas civilizatorias diferentes de la occidental, impulsando el desarrollo de la etnología y la antropología. No obstante, la frustración de las esperanzas llevó a algunos, influidos por la mitificación de las luchas guerrilleras de Latinoamérica, a postular estrategias de guerrilla urbana que coadyuvaron, en varios países, a la formación de grupos terroristas, como las Brigadas Rojas en Italia o el RAF —fracción del ejército rojo— en la República Federal Alemana, la Liga Comunista 23 de septiembre en México, entre otras, durante la siguiente década.[23]
El sueño continuaba, pero la represión estatal no permitió nada más, de ahí se desempolvaron las vocaciones asesinas de gobernantes, policías, militares, y toda clase de salvadores patrioteros que amenazan por siempre a la imaginación que quiere hacerse del poder.
Bibliografía
- Alpini, Alfredo, A 30 años. El mayo francés, en http://www.chasque.net/frontpage/relacion/9805/memoranda.htm.
- Certeau, Michel de, La prise de la parole, París, Le Seuil, 1994.
- Cuadernos de Marcha, “Los Estudiantes”, No. 15, julio 1968.
- De Miguel, Amando, “Sociedad y cultura en los años sesenta”, Siglo XX. La década prodigiosa, No. 31, Madrid, Historia 16.
- Le Bon, Gustave, Psicología de las masas, en http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/lebon/introduccion.html. Consultado el 11 de septiembre de 2018.
- Mao, Tse Tung, El Libro Rojo, México, Ediciones Orbis, 1974.
- Moreno Durán, R.H., “Juan García Ponce: celebración con una carta magna” en http://www.garciaponce.com/premios/xi-premio-de-literatura-latinoamericana-y-del-caribe-juan-rulfo-2001/entrega/semblanza/. Consultado el 17 de febrero de 2018.
- “Nuestro pasado hippie vuelve a la memoria” en http://www.mercuriocalama.cl/site/edic/20040307022632/pags/20040307030059.html
Notas
[1] El Libro Rojo (Citas del Presidente Mao) de Mao Tse Tung, fue publicado originalmente en 1974, pero la versión en español en 1996 por Ediciones Orbis.
[2] “Imagina que no hay posesiones, / me pregunto si puedes, / que no hay necesidad de avaricia o de hambre, / una hermandad de hombres. / Imagina toda la gente / compartiendo todo el mundo”.
[3] Le Bon, Psicología de las masas, ed. cit.
[4] ídem.
[5] Certeau, La prise de la parole, ed. cit., p. 25.
[6] Moreno Durán, “Juan García Ponce: celebración con una carta magna”, ed. cit.
[7] Epicuro creyó en un pensamiento basado en la búsqueda del placer, pero este placer tenía que ser conducido por la prudencia. Asimismo estuvo en contra del destino, de la necesidad y del recurrente sentido griego de «fatalidad». La naturaleza está regida por el azar, es azar, en donde no cabe la causalidad. Sólo en un mundo donde reine el azar es posible la libertad, sin libertad, no es posible el hedonismo.
[8] La definición original de Generación Beat fue acuñada por John Clellon Holmes y Jack Kerouac para describir a la gente de su edad que vivía en Nueva York a finales de los 40. El término “beat” viene de beaten down (derrotado), reflejando la desesperación frente a una sociedad barrida por la depresión económica, la Segunda Guerra Mundial y la amenaza de la bomba atómica. Los beatniks (la partícula “nik” es un sufijo despectivo yiddish —dialecto judeo-germano—; así pues, beatnik viene a significar “derrotaducho”) optaron por una actitud que se despojase de todas las falsas moralidades y mostrara al hombre desnudo y sincero.
[9] Alpini, A 30 años. El mayo francés, ed. cit. Y cfr. De Miguel, “Sociedad y cultura en los años sesenta”, ed. cit., p. 18.
[10] La República Checa y Eslovaquia, escisión que entró en vigor el 1 de enero de 1993.
[11] Seis nuevas repúblicas soberanas se formaron a partir de la extinción de Yugoslavia (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia y Serbia).
[12] El mayo francés constituyó la mayor acción de masas que registró la historia francesa luego de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, en un país rico en su capacidad productiva —ocupaba el cuarto lugar en el comercio mundial por el volumen de sus exportaciones—, en las comodidades accesibles a la población y en su cultura, nadie sospechaba tal movilización. Durante las rebeliones todos estos progresos de la civilización occidental fueron desdeñados y, el Estado, que parecía uno de los más sólidos, quedó paralizado. El mayo francés se detonó ante la situación de la educación y las reformas que el gobierno gaullista pretendía realizar. Las universidades francesas se habían retrasado con respecto al profundo cambio técnico y social que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial. En las sciences humaines, las cuales eran predominantes, los estudiantes eran educados dentro del pensamiento crítico, pero apenas tenían perspectivas de realización profesional. En la medida en que grandes sectores de la población tuvieron oportunidad de estudiar, ingresar a la Universidad ya no era un privilegio de una minoría. Sólo la creación de centros pedagógicos que ofrecieran diplomas intermedios podía reconducir a la masa estudiantil fuera de la Universidad. Ante la inflación de la matrícula universitaria, se trasladó a la educación secundaria una barrera para desviar el flujo de jóvenes. Se quiso orientarlos hacia instituciones de menor estatus y puestas al servicio de la producción. De este modo se esperaba que, para 1968, un cuarto de los bachilleres fuese a los Institutos de Tecnología. Otra medida fue crear un mecanismo por el cual se transformaban los exámenes en concursos: la asignación de cuotas de estudiantes aprobables, manipulando cada umbral de paso. Su aplicación fue uno de los detonadores de la rebelión en los lyceés. Todas estas medidas se conocieron bajo el nombre de “Plan Fouchet” y tenía como objetivo fundamental frenar el acceso masivo de jóvenes a las universidades y conducir a una gran parte de los estudiantes hacia carreras técnicas al servicio del mercado y de la producción industrial.
[13] Alpini, op. cit.
[14] Cuadernos de Marcha. “Los Estudiantes”, ed. cit., p. 14.
[15] Alpini, op. cit.
[16] La historia nos dice que desde San Francisco surgió un grupo de jóvenes pacifistas e idealistas, que extendieron su movimiento por todos Estados Unidos, luego Europa y América Latina. El periodista Michael Fallon había acuñado el término hippy en referencia a la reunión de los beatninks y bohemios, sin embargo, las primeras comunidades se habían formado en 1964.
[17] “Nuestro pasado hippie vuelve a la memoria”, ed. cit.
[18] Fue en 1960 cuando se inició en los Estados Unidos la comercialización de la píldora anticonceptiva.
[19] Cfr. “Nuestro pasado hippie vuelve a la memoria”.
[20] Recuerdo que el día de Acción de Gracias de 1976, “The Band” colgaba los trastos. La legendaria banda que acompañó a Bob Dylan durante años se despedía del público en un concierto filmado por Martin Scorsese (“El último vals”). Justo cuando el rock daba sus últimos estertores creativos y la industria discográfica se apresuraba a reelaborar el producto para consumo de nuevas generaciones. Bob Dylan había llegado a Nueva York quince años antes, con su inevitable guitarra y su armónica, dispuesto a salir adelante en la jungla bohemia del Greenwich Village. Había nacido en Duluth, Minnesota, en 1941, en una familia descendiente de judíos ucranianos. Por entonces se llamaba Robert Allen Zimmerman y siempre se ha dicho que se cambió el apellido en homenaje al poeta galés Dylan Thomas. Él lo ha negado, explicando que el Dylan lo tomó de su tío Dillon. Dylan pasó buena parte de su infancia en Hibbing, localidad minera. De allí, asegura, se escapó varias veces para recorrer autopistas a golpe de pulgar, sin duda influido por la lectura de Jack Kerouac y la beat generation, aquellos hermanos mayores que, entre cerveza y marihuana, prepararon el estallido de los sesenta. Cuando Dylan llegó al Village, aquello era una bomba social. El barrio reventaba de “hípsters” contestatarios, tocando en esquinas y cafés. Su experiencia como cantante era escasa y bebía en las fuentes de folksingers como Pete Seeger, Woody Guthrie o Big Joe Williams. También tenía algo de bluesman y la cabeza llena de imágenes ruteras sacadas de la América profunda. Sus historias de poeta de la carretera denuncian la miseria humana, la inmensa trastienda del falso sueño americano.
[21] El Woodstock 15 de agosto de 1969. Casi medio millón de hippies llegaron de todos los rincones de los Estados Unidos a la pequeña granja de Max Yasgur en el estado de New York; el concierto estaba programado para unas 40 mil personas y llegaron 400 mil. Al calor de las drogas cantaron y bailaron.
[22] Albert Hoffmann, descubridor del LSD-25, decidió poner por escrito los acontecimientos que rodearon el descubrimiento de este compuesto psicodélico, sobre todo en el campo de la psiquiatría, por el potencial de esta sustancia de desvelar lo oculto que hay en la mente humana: el inconsciente. Otros personajes que cabe destacar del mundo de la psicodelia durante los años 50 y 60 fueron Jünger, Huxley y Timoty Leary. Estos tres personajes representan las posturas que se tomaron durante esos primeros años de ilusión y desconcierto tras el redescubrimiento de los enteógenos en el mundo occidental. Jünger señaló que el uso de estos fármacos debería mantenerse en una esfera restringida de intelectuales, poetas y filósofos; Huxley, por su parte, se mantuvo a la expectativa de que su uso más amplio pudiera ofrecer una oportunidad de “iluminación” a amplias capas de la sociedad; por último, Leary optó por la popularización sin restricciones de estas sustancias, situándolas en la base de lo que pretendía que fuera una revolución cultural, con mayúsculas, en la sociedad occidental.
[23] Colombia: FARC-EP, en 1964 se creó el Ejército de Liberación Nacional (ELN); Venezuela, 1963 Fuerzas Armadas de Liberación Nacional; Perú: 1965 con la conformación del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria); la guerrilla guevarista en Bolivia, inicio su actividad insurgente en 1967; Argentina: 1961 Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP), Montoneros, 1970; Chile: Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR); Brasil donde surgió la guerrilla urbana de Carlos Maringhela que actuó entre 1967 y 1969
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