Una potencia de rechazo capaz, creemos nosotros, de abrir un porvenir.
Resumen
Poder sin Poder remite a diferentes ángulos desde los cuales ver al Poder: a un poder como apariencia de éste; a un poder como exceso, más allá de la persona que dice investirlo, e incluso visto como providencial; a un poder que no se encuentra representado en las instituciones y que se manifiesta como rechazo: la negación es el último poder humano. Blanchot, crítico literario, filósofo de la fragmentalidad, o mejor llamado anti filósofo; en estos escritos nos da cuenta de un llamado a una nueva forma de hacer política. Respuesta a acontecimientos de la vida política de la Francia gaullista, pero que la supera para hacer de su bandera común el “NO” que delata la injusticia, el rechazo que surge de la debilidad de los que no pueden hablar. Rechazo anónimo que exige ser verificado en cada afirmación para crear comunidad y nuevos mundos posibles.
Palabras clave: rechazo, exceso, el afuera, lo neutro, comunidad, poder.
Abstract
Powerless Power examines the different perspectives from which one can see power. Power can be conceived as the appearance of itself, as an excess that tends to go beyond the person who claims to hold it or, when considered as a providential gift, as a power that is not represented by institutions and in which rejection is manifested: denial is the ultimate of all human powers. Blanchot, literary critic and philosopher of the fragment, better knowns as the Anti-philosopher, brings our attention to a new way of doing politics. This new vision of politics is a response to the events in the political life of Gaullist France, and it seeks to use as a common flag the “NO” that reveals the injustice and rejection arising from the weakness of those who cannot speak. This flag is an anonymous rejection that demands to be verified through each statement, to create a new community and open different worlds.
Keywords: rejection, excess, the outside, the neutral, community, power.
Es importante pensar el legado del 68 para evaluar el impacto de las prácticas políticas que permearon ese momento histórico y que, progresivamente, han cambiado la forma de hacer política en el mundo.
La figura de Maurice Blanchot, intelectual francés que desde la literatura y la academia se compromete con las causas de su tiempo; es un fuerte opositor a las políticas Gaullistas ante la rebelión por la descolonización de Argelia y, junto a Jean Paul Sartre, uno de los profesores que encabezan las manifestaciones y la redacción de panfletos del mayo del 68 francés. Si bien no hay una teoría política sistemática del autor, mediante los textos que han sido compilados como sus Escritos Políticos, se puede dar cuenta de las reflexiones que, desde los intelectuales de 1968, se fueron articulando a octavillas, con la intención clara de generar una nueva forma de hacer política, que trascendiera los mismos hechos desde los cuales se reflexionaba. Es a partir de dichos textos que podemos pensar y enunciar una alternativa al poder opresivo, reconstruyendo la figura del “poder sin Poder”.
Poder sin Poder remite a diferentes ángulos desde los cuales se puede ver al Poder.[1] Por un lado, a la figura del gobernante puesto en una institución ya de por sí excedida; a un Poder como apariencia de éste, en tanto imposibilidad ante la acción; también a un Poder sostenido sin respaldo social, sin sostén en la comunidad. Por otro lado, remite precisamente a ese poder de la comunidad que se hace ver y expresa su rechazo, pero que no se realiza efectivamente en ninguna institución. Más aún, también nos remite a una forma de hacer política, a la expresión del poder en el “sin Poder”. Sin Poder que surge del desamparo y se deja ver como rechazo, que no se sirve de un proyecto definido de cambio, pues no sabe a qué remite sino solamente a qué se opone, que deja ver su fuerza en todos aquellos que se adhieren al rechazo. El grito disruptivo del “NO” aparece como actividad desbordada, sólo puede surgir del rechazo, de la negación, de la denuncia de la injusticia; se hace presente sin darse a ningún poder, “[…] puesto que la negación ha sido el último poder humano”,[2] que desde su imposibilidad no puede, pero tampoco quiere, ser aferrado por el Poder institucionalizado. El rechazo hace las veces de denuncia, ya no de vigilancia. La vigilancia al Poder tiene por finalidad señalar errores y exigir la inclusión y corrección de las normas mal aplicadas pero que aún se consideran vigentes. Por otro lado, el rechazo que aparece como denuncia emanada desde el sin Poder, desconoce al poder operante, pretende su desactivación y disolución; ya que su injusticia es radical, propone la creación de una política nueva y diferente.
Maurice Blanchot así lo hace constar en artículos aparecidos en revistas, periódicos y declaraciones, compilados bajo el título de “Escritos Políticos”.[3] Escritos firmados por muchas personas, o por nadie, para dejar testimonio de un movimiento colectivo; muchos de ellos atribuidos a Blanchot por la sustancia de su contenido, pero todos muestra de un llamado a pensar en común, a exponer y posibilitar con ellos una nueva experiencia política. Política que surge del rechazo, de la debilidad de los sin poder.
Los primeros escritos, publicados entre 1958 y 1959, surgen de un rechazo a cómo se hizo del poder la figura de Charles de Gaulle, en la forma en cómo desde su figura se puso en marcha la política. El rechazo se hace escuchar de manera rotunda y categórica. Los hombres que frente a algún acontecimiento público rechazan, saben que aún no están juntos, pero que este rechazo los une en la amistad y en la contundencia del “NO”. Frente a nuevas opresiones surge el llamado a la franqueza que no tolera más la complicidad. El rechazo surge de la debilidad. El “NO” llama a lo colectivo. Pues, “[…] el poder de rechazar no es realizado por nosotros mismos, ni en nuestro nombre solo, sino a partir de un comienzo muy pobre que pertenece en principio a aquellos que no pueden hablar”.[4] Un rechazo sin desprecio, sin exaltación, tan anónimo como se pueda. Pero que exige el cuidado de ser verificado en cada una de nuestras afirmaciones. Se nutre del eco producido en aquellos que, apareciendo como “Otros”, comienzan a ya no serlo.
El rechazo es una política entendida como conducta oportuna, cuando el oportunismo se convierte en la política real. Rechazo que es al mismo tiempo compromiso; y que, de no manifestarse claramente, forma parte y es cómplice de aquellos que coaccionan secretamente. Para Blanchot, la dictadura es un poder humano que se manifiesta como fuerza sin coerción, que es conquistada por un hombre para dominar; y por tanto el combate contra ella es simple. Pero, para Blanchot, De Gaulle, que se encuentra en el centro de su rechazo, no ha conquistado nada, ni siquiera lo considera hombre de acción. No tomó el poder, espero a que éste se acercara a él.
De Gaulle concilia su poder con un mínimo de acción, ante un poder que considera y respeta como impersonal, y cuya soberanía le corresponde afirmar. De tal forma que esta soberanía que aparentemente encarna es una soberanía excedida. Glorifica un nombre utilizando su recuerdo enaltecido, afirmando lo irremplazable de su presencia. De Gaulle, se dice: “[…] representa el valor sagrado y misterioso de lo único”,[5] está separado del resto, es el ungido. Es una persona designada como providencial, es decir, ha sido designado por la providencia y él mismo se afirma como providencia. De tal forma que: “[…] el poder con el cual es investido un hombre providencial no es ya un poder político sino un poder de salvación. Su sola presencia es saludable, eficaz por sí misma y no por lo que haga”.[6]
Esto cambia del todo el panorama, pues si su autoridad puede considerarse divina, entonces, tiene una omnipresencia posible con la capacidad de hacer lo que sea. Pero De Gaulle no hizo nada con su autoridad, el Poder del cual fue investido le quedo demasiado alto y grande para poder ejercerlo. De Gaulle puede hacer todo, pero en particular nada, nos dice Blanchot; se manifiesta, pero por deber. Incluso cuando aparece es como extraño a su apariencia, está retirado en sí mismo; y sus fieles viven de la exégesis de palabras inciertas.[7] Un hombre investido de un poder providencial es incapaz de la acción particular y solo se puede manifestar en las vías más generales. ¿Poder sin Poder? Es un poder de salvación, encargado de cumplir el destino, pero que escapa a cualquier hombre, está más allá de él. Es un Poder en exceso que sobrepasa a la persona del Poder. “No hace nada, no puede hacer nada, a lo sumo preserva, salvaguarda su presencia, mantiene con altura derechos nulos, una autoridad sin contenido”.[8] Sólo es una parte nominal de las fuerzas activas que trabajan lentamente en traducir en realidad las afirmaciones de una Idea; con la cual se ha construido la soberanía providencial.
Se trata de una autoridad soberana que se ha construido a partir de la manifestación del vacío, ha surgido de la urgencia y la necesidad, y se manifiesta como soberanía de la excepción. De Gaulle, como todo poder providencial se nutre y conserva el sentimiento de necesidad, hace que se tome conciencia del vacío como amenaza. Sin él solo quedará el vacío, solo por él se logrará la salvación. La persona de un hombre se consagra en el poder de salvación mediante el vacío. Es un poder sagrado que tiene plena libertad de actuar, pero que en de Gaulle no ha encontrado efectividad, no se ha puesto en acto. “Un poder majestuosamente desprovisto de contenido”[9] que, por lo mismo, nos deja un conocimiento insuficiente de sus fuerzas. Su posibilidad o imposibilidad lo afirman como un poder no político, de esencia religiosa. La desesperación, la efervescencia, el vacío, la necesidad: sus promotores. Pero, en su incapacidad de realizarse como acción, deja a “[…] las potencias del neocapitalismo usar la mística de la unidad soberana, desviarla de su sentido ideal para hacerla responder a las exigencias de la dominación económica, que necesita un poder centralizado, al servicio de los planes y en vista de la eficacia tecnocrática”.[10] De Gaulle se convirtió en la careta bajo la cual se ocultaba el verdadero ejecutor. Un ejecutor que dirige, supervisa y decide según las necesidades de la organización capitalista moderna; y no conforme a lo que las necesidades propias de la sociedad le reclaman. De todo lo cual se desprende lo categórico del diagnóstico de Blanchot:
“No quiero profetizar, sólo constato que rara vez el régimen fue más falso, no por la falsedad de los hombres, sino por la alteración esencial del poder político: régimen autoritario, pero sin autoridad; bajo la figura de la unidad, la más dividida; bajo la apariencia del poder activo, incapaz de definirse y de elegir; pretendiendo la responsabilidad y la designación personales y cubriendo con el nombre de una persona la multiplicidad de acciones irresponsables, así como la supremacía de las fuerzas económicas impersonales”.[11]
No se ha salvado nada. La perversión del poder, al gobernar sin la confianza pública, deja abierta la puerta a la dictadura que de manera estrepitosa sobrevendrá necesariamente, nos dice Blanchot, pues “[…] el poder político se corrompe cuando se erige en salvación”.[12]
El poder de los sin Poder
Aunado a este Rechazo categórico al Poder pervertido, a la apariencia de poder, para Blanchot el civismo se convierte en una sumisión vergonzosa, la negativa a servir debe de constituir un deber. Se rompen todos los marcos del Poder, la negativa se hace escuchar y encuentra oídos. Surge de la debilidad y encuentra adherentes, una nueva comunidad. El rechazo que desde el NO se vuelve colectivo, surge como resistencia por la toma de conciencia espontánea. Los intelectuales, entre los cuales se encuentra Blanchot, sienten el deber de manifestar su rechazo, pero ya no de manera aislada, pues se corre el riesgo de que el rechazo perdiera su fuerza si se da a título propio; las declaraciones deberán ser colectivas y por lo mismo anónimas. Se trata de un “él” en lugar de un “yo”; “una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo. Lo Neutro”.[13] La obra es más perfecta mientras menos importa su autor.
El Poder lleva en sí mismo su imposibilidad, también su negación. Al manifestar su rechazo de manera colectiva, “[…] los intelectuales han tomado así consciencia del nuevo poder que representan y, aunque de manera confusa, de la originalidad de ese poder (poder sin [P]oder)”.[14] La escritura con la cual se deja ver este rechazo es la inverosímil marcha de un poder que vira en no-Poder. Se trata de separar a la palabra de su alianza con el Poder, para abrir el espacio de discursos no regulados, no prescriptivos. Un proyecto ambicioso que a inicios de los años 60 se materializó incluso en una revista, que, a falta de un título definitivo, se convino en llamar la Revue internationale. Si bien fracasó, contaba entre sus principales adherentes a Blanchot y Sartre, que querían hacer de la revista un lugar de crítica total. Un proyecto colectivo de escala internacional, sin buscar un pensamiento común a todos, sólo con la consigna de poder desarrollar nuevos pensamientos, críticas, ideas; rebasando los propios por la puesta en común de los esfuerzos.
Lo que importa, dirá Blanchot, “[…] es una búsqueda de verdad, o incluso cierta exigencia justa, de justicia quizá, para la cual la afirmación literaria, por su interés en el centro, por su relación única con el lenguaje es esencial”.[15] La filosofía no nos sirve aquí, pues con ella se reduce la acción al intentar racionalizarla en discurso. La literatura debe de ser ahora el nuevo horizonte político, constituye no sólo una experiencia propia, sino una experiencia fundamental que pone todo en juego, incluso a ella misma. Escapa al modo de ser del discurso como representación, se desarrolla a partir de sí misma; crea una red en la que cada punto se sitúa en relación con los otros en un espacio que los contiene y los separa al mismo tiempo.[16] La literatura depende de un poder que no depende quizás de la posibilidad; que no puede ser reducido, pues surge de la efervescencia, se va construyendo en el camino, desde sí mismo y por sí mismo, es discusión infinita, no simple anarquía sino libre búsqueda del poder que ella representa, del poder sin Poder. La nueva posibilidad de la literatura consiste en el acercamiento a la realidad de manera indirecta. Una crítica por el desvío más radical y capaz de alcanzar el sentido oculto de raíz; pero no con la intención de reducir la experiencia a lo conceptual, de hacer ver lo invisible; sino hacer ver hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo invisible.
FUENTE: Bibliothèque nationale de France
Hay que escapar del Ser entendido como totalidad, como posibilidad, como conceptualización; se trata de estar enclavados en el Ser, y para ello no está preparada la razón. Es la experiencia junto a la producción de realidad, y no meramente la conceptualización filosófica. Al afirmar la ruptura, hay que hacerlo desde la necesidad de escribir, pero con otros marcos de experiencia diferentes, desde las figuras de la imposibilidad, decir lo indecible, lo no-dicho. “Una escritura de la exterioridad radical, una escritura afuera del discurso, afuera del lenguaje, afuera del mundo, afuera de todos los mundos posibles, afuera de la posibilidad como categoría lógica. Anárquica, por lo tanto, anterior a toda regla discursiva, anterior al discurso mismo”.[17]
La escritura está afuera de la idea de algo que aparece. El Afuera indica una localización, un espacio, un lugar de transformación en la fisura abierta entre las palabras y las cosas. Escribir es entregarse a la ausencia de tiempo, que no es tiempo común, sino es de cualquier alguien. Un Afuera que previene, procede y disuelve toda posibilidad de relación personal. Hay que romper con los hábitos y los privilegios tradicionales de la escritura. La escritura del Afuera se encuentra en los textos anónimos, en la desaparición del sujeto aislado y egoísta. Un anonimato destinado a construir una palabra colectiva o plural: un comunismo de la escritura.[18] Resignificar el yo, que habla ya imprescindiblemente del Otro, de él, de ellos: “[…] el poder del afuera es la virtualidad de una memoria absoluta o memoria de la resistencia o desterritorialización o cambio de territorio o poder del afuera en tanto creatividad y mutación”.[19]
Imaginación: ruptura y creación del poder
El pensamiento de Blanchot puede verse como incesante meditación sobre la muerte. Muerte y pensamiento, nos dice desde el inicio de “El paso (no) más allá”, tan próximos que, pensando, morimos, si al morir nos permitimos no pensar.[20] Al decir yo, al referirnos al yo, nos referimos inevitablemente al Otro, pues todos somos responsables de todo y de todos. Si sentimos temor de morir, no es tanto por morir sino por no poder decir “yo muero”. Somos responsables de la muerte del otro, pues no se muere solo, hay una ilusión que te hace morir cuando mueres; el paso (no) más allá. “No mueras ahora que no hay ahora para morir. ‘No’, última palabra, la prohibición que se hace queja, lo negativo balbuciente: no-morirás”.[21] En esta tensión, esta imposibilidad, nos dice Cesáreo Morales: “No-paso, su tensión se vuelve vida, torbellino de deseo y subjetividad, al tiempo que sus torsiones abarcan los distintos gestos del venir al mundo y el sobre-vivir”.[22]
Estoy obligado, enfatiza Blanchot, “[…] a mantenerme presente en la proximidad del prójimo que se aleja definitivamente muriendo, hacerme cargo de la muerte del prójimo como única muerte que me concierne, he ahí lo que me pone fuera de mí y lo que es la única separación que puede abrirme, en su imposibilidad, a lo Abierto de la comunidad”.[23]
No podría haber comunidad si no fuera por un acontecimiento común, el primero y el último en que cada uno deja de poder serlo: nacimiento y muerte. La muerte es ella misma la posibilidad verdadera de la comunidad de los seres mortales, su comunión imposible. Comunidad inscrita en la misma imposibilidad de la comunidad. La comunidad no es, por tanto, una forma restringida de sociedad. Sólo sirve para hacer presente un servicio al otro hasta la muerte. Los nuevos procesos políticos requieren una comunidad negativa de los que no tiene comunidad. Unidos al llamado del rechazo. Comunidad del rechazo, del No.
Afirmar la ruptura radical con el Poder, con la noción misma de poder, da lugar a una comunidad de contraataque que solo puede existir y subsistir en la urgencia de la lucha. En cierto modo sólo existe en la calle (prefiguración de mayo del 68), es decir, en el afuera. Se afirma mediante octavillas que vuelan y no dejan huella.[24] Surge de la espontaneidad, se organiza en la forma de colectivos; sus declaraciones surgen del rechazo, de la negativa al poder, no tienen propiamente un proyecto, pues el mismo va surgiendo según se imponga en la necesidad. “Afirmar radicalmente la ruptura: esto equivale a decir que estamos en estado de guerra contra aquello que, en todo lugar y siempre, sólo se relaciona con una ley que no reconocemos”.[25] Esta ruptura que declara la muerte de la política, su petrificación, su impedimento a la acción; es de cual se nutrió el mismo movimiento del 68. La exigencia de mejores condiciones materiales de estudio, exigida por un grupo de intelectuales burgueses, estudiantes y profesores, mutó rápidamente en una ruptura y en un rechazo generalizado a las condiciones laborales y a la política social. El descontento con el gobierno apareció como un llamado al cual respondieron adhiriéndose obreros y la sociedad en general. Efervescencia sin proyecto, comunidad por el rechazo; explosión a lo Abierto, desde lo Neutro. Dieron origen a un poder sin Poder, despertaron la calle como espacio vivo, el afuera de la experiencia. La calle habla y ese es uno de los cambios decisivos; se vuelve viva, potente, soberana: el lugar de toda libertad posible, el poder mismo de hacer que algo suceda. Esta nueva forma de hacer política “ya no contiene un sentido sino un llamado, una violencia, una decisión de ruptura”.[26] Es la respuesta a la opresión.
Blanchot se muestra entusiasta de esta nueva forma de hacer política, de este poder sin Poder de la literatura. Encuentra en el movimiento del 68 un ejemplo claro de ello y así lo hace constar en sus declaraciones en aquel entonces, en la toma de decisiones de la cual tomó parte en los colectivos; en sus proyecciones y llamados a la escritura, a la toma de conciencia, a adherirse al rechazo, a la creación de revistas y publicaciones de crítica a magnitud mundial.
Reformulando la tesis marxista pone a la literatura como el final del movimiento mismo de la ciencia. Discurso inscrito en el juego insensato de escribir. Por eso llama al mayo de Paris: “[…] la revolución por la idea”. La idea, el deseo, la imaginación, como las fuentes de las que emana esta nueva forma del sin poder. Lo cual dirige inmediatamente la atención a aquel libro publicado a finales de los años sesenta por D. Cohn-Bendit, el llamado dirigente estudiantil del movimiento del 68 parisino, y por Jean Paul Sartre y Herbert Marcuse, intelectuales adherentes al movimiento; y titulado: “La imaginación al poder. Paris mayo 1968”. Donde se deja ver todas esas formas nuevas, efervescentes, fragmentarias, literarias, poéticas de manifestar el rechazo.
“Una potencia de rechazo capaz, creemos nosotros, de abrir un porvenir”, nos afirma H. Marcuse, citando las declaraciones anónimas, colectivas, que emanaron del movimiento y de las cuales formó parte el mismo Blanchot. Escribir es, en última instancia, aquello que no se puede, que encierra en sí mismo su propia imposibilidad, que quizá se manifiesta como un poder ambiguo siempre en riesgo de perder su ambigüedad y quedar al servicio de otro poder que lo sojuzgue. Pero que “siempre está en busca de un no-poder que rechace la maestría, el orden y, ante todo, el orden establecido, y prefiera el silencio a una palabra de absoluta verdad, contestando así y contestando sin cesar”.[27
El sentido primordial de la imaginación es el de crear lo nuevo, poner ante los ojos lo no presentado por lo riguroso del poder; y en tanto ruptura con lo ya dicho, con la imagen impuesta, aparece como acontecer. Su pretensión es fundante, pone ante los ojos lo nuevo o trae a cuenta un mundo negado por el poder totalizante y unificador que se afirma como lo Uno, ante lo cual se presenta como lo múltiple el umbral de lo Abierto. La imaginación en la política, por tanto, sólo puede aparecer como fluir y movimiento de fuerzas a las que se les ha negado al poder. El umbral abierto por el grito disruptivo del “NO”, tiene que imaginar otras formas surgidas con toda la fuerza del poder sin Poder. Donde los sin Poder, aquellos a los que se les ha negado su capacidad subjetiva de crear realidad política, se sitúen en lo Abierto con toda su capacidad transformadora y su interpelación por la justicia.
La calle ha sido por definición el espacio público de lo Abierto en la política, por ello la necesidad de tomarla, defenderla y apropiarse de ella; pero no solamente hacer fluir los cuerpos, sino para darle velocidad y movilidad a las ideas producidas por la imaginación del cambio político con reclamos de justicia. El grito disruptivo que se hace escuchar en las paredes y las voces, suenan categóricas como rechazo, su eco hace vibrar los cuerpos y se transforma en productora de comunidad. Se denuncia lo presentado en el orden de las cosas como injusto, la imaginación propone nuevas maneras de vinculación y de reconocimiento entre aquellos que originariamente se pensaban ajenos. Se producen nuevos valores a los cuales los cuerpos al reconocer su subjetividad política se adhieren poco a poco; la figura del poder sin Poder en tránsito.
Así pretendió ser el arribo de la imaginación al poder en el mayo francés, pero así pretende ser el movimiento fundacional que declara un nuevo acontecimiento político, que surge de la ruptura y el rechazo de los sin Poder, creando sujetos éticos y políticos; que pretende imaginar nuevas formas de vivir en el mundo, de imaginar la justicia y las relaciones sociales.
Blanchot coincide con el principal teórico del acontecimiento disruptivo y fundacional en la política, Alain Badiou,[28] al afirmar que la ética, que originariamente es definida como la búsqueda de la buena manera de ser o sabiduría de la acción y se vincula directamente con la situación de decisión sobre lo bueno, debería repensarse e identificarse, al menos de inicio, con el rechazo de lo injusto en una situación determinada; debe presentarse cómo negación ante la imposibilidad de producción y reproducción de la vida.
Lo ético nos vincula con lo otro, somos actores de la intersubjetividad reproductora de la comunidad de vida en situación. Pero no tanto reproductor de lo Uno ya determinado, sino desde la ruptura inaugurada por el acontecimiento, donde actuar en el mundo con los otros cobra sentido. Es decir, no en tanto negación de las condiciones de afrenta a la subjetividad, sino como productores de nuevos mundos/posibilidades de cambio verdadero, donde lo singular se reconoce en su voluntad de devenir otro diferente de lo ya presentado. Producción de realidad y de formas de vida.
La falta de proyectos éticos es resultado de la carencia de “sujetos” productores de estamentos de verdad que den sentido a los proyectos comunes de verdad. Badiou dirige su crítica a la idea de que la objetividad refiere a un mundo determinado que emana como figura inamovible y homogeneizadora del orden de las cosas en tanto totalidad que impone su ley, el acontecimiento inaugura un umbral que abre posibilidades políticas donde los sujetos se reconocen. El acontecimiento funda la universalidad de lo político, como verdad productora de sentidos comunes. Ya que: “El proceso de verdad no es universal sino en la medida en que lo soporta, como su punto real, un reconocimiento subjetivo inmediato de su singularidad”.[29]
El sujeto de la política, que es la categoría ética por excelencia, en tanto abre espacios de lo común, solo encuentra su lugar en procedimientos de verdad, pero no en tanto (re)producción de saberes, sino en la invención de nuevas interpretaciones, que hacen las veces de promesas. Lo poético es la ruptura hermenéutica, en tanto verdad (de lo) múltiple, que rompe con lo objetivo de la totalidad inventando nuevas maneras de reconocerse en lo común. Lo poético imaginativo (más que la poesía) lleva a cabo la ruptura con lo establecido, pues invierte los sentidos de lo político. Vincula palabra y experiencia. La experiencia de un sujeto que desde lo nuevo llama al otro. Lo importante de la vinculación entre sujetos originada por la poesía viene dada porque lo poético rompe con los sentidos unificados que la totalidad, en su representarse como permanente, no puede asimilar. La comprensión viene por alegoría e interpretación del acontecimiento fundador de verdad. Aunque el sujeto no es co-extensivo al acontecimiento sino a su promesa de verdad, la invención poética que da lugar a lo éticamente deseable al denunciar la justicia origina lo político como espacio de lo común. La imaginación quiere romper con lo injusto y totalizante de la política. El poder sin Poder escapa, así, a la institucionalización y normalización de su aparecer, a la vez que se nutre de las posibilidades abiertas de reinventarse a cada paso por la imaginación de los sujetos disruptivos y productores de mundos posibles.
Reflexión final
En la reflexión de Blanchot aún no surge claramente definido el sujeto político de la transformación, sin embargo, desde la negatividad, desde la disrupción y la ruptura con aquello que se considera injusto es que se piensa la posibilidad de la construcción de un nuevo sujeto transformador. Esto es muy importante, pues si bien podríamos decir que los movimientos estudiantiles que aparecieron en 1968 sufrieron más fracasos que triunfos, como lo atestigua la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en México y las represiones y asesinatos de manifestantes estudiantes y obreros en Francia, lo que el ánimo de la época aportó a la historia fue la necesidad de transformar tanto la forma de hacer política como al sujeto de la emancipación. La ruptura con el sujeto obrero, enunciado como el motor histórico de cambio desde el marxismo, abre paso a un sujeto múltiple, situado en su especificidad histórica, que responde ante las diversas, variadas y situadas injusticias ante las que irrumpe negativamente gritando: “No, nunca más”. El 68 permitió romper con los cánones, con lo ya dicho, con los conceptos y las formas de la política, trasformar imaginando otros mundos posibles, donde se pueda superar la injusticia en sus múltiples caras.
Bibliografía
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- Cohn-Bendit, D; Sarte, Jean Paul y Marcuse, Herber, La imaginación al poder. Paris mayo 1968, Barcelona, Argonauta, 1978.
- Foucault, Michael, El pensamiento del afuera, Valencia, PRE-TEXTOS, 2000.
- Morales, Cesáreo, Pensadores del acontecimiento, México, Siglo XXI Editores, 2007.
- López Gil, Marta y Bonevechi, Liliana, La imposible amistad. Maurice Blanchot y Emmanuel Levinas, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004.
- Levinas, Emmanuel, Sobre Maurice Blanchot, Madrid, Trotta, 2000.
Notas
[1] En este trabajo, cuando se escriba “Poder” se estará hablando del poder de las Instituciones, es decir, del Estado; “poder” se entenderá, por tanto, en sentido amplio cómo capacidad. Se utilizan ambas formas de escritura para demostrar los diferentes sentidos y acepciones del concepto y su categorización
[2] Levinas, Sobre Maurice Blanchot, ed. cit., p. 34.
[3] Blanchot, Escritos políticos, ed. cit.
[4] Ibídem, p. 13.
[5] Ibídem, p. 14.
[6] Ídem.
[7] Ibídem, p. 19.
[8] Ibídem, p. 20.
[9] Ibídem, p. 22.
[10] Ibídem, p. 24.
[11] Ibídem, p. 25.
[12] Ibídem, p. 26.
[13] López Gil y Bonevechi, La imposible amistad. Maurice Blanchot y Emmanuel Levinas, ed. cit., p. 95.
[14] Blanchot, Escritos políticos, p. 45.
[15] Ibídem, p. 51.
[16] Foucault, El pensamiento del afuera, ed. cit., p. 12.
[17] López Gil y Bonevechi, op. cit., p. 214.
[18] Blanchot, Escritos políticos, p. 93.
[19] López Gil y Bonevechi, op. cit., p. 218.
[20] Blanchot, El paso (no) más allá, ed. cit., p. 29.
[21] Blanchot, La comunidad inconfesable, ed. cit., p. 25.
[22] Morales, Pensadores del acontecimiento, ed. cit., p. 8.
[23] Blanchot, La comunidad inconfesable, pp. 23-24.
[24] López Gil y Bonevechi, op. cit., p. 30.
[25] Blanchot, Escritos políticos, p. 101.
[26] Ibídem, p. 124.
[27] Ibídem, p. 137.
[28] Badiou, La ética: ensayo sobre la conciencia del mal, ed. cit.
[29] Badiou, San Pablo. La fundación del universalismo, ed. cit., p. 23.
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