Habitar el presente: la exigencia de una memoria

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Habitar el presente: la exigencia de una memoria

UN CARTEL DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTAL MEXICANO DE 1968

 

Resumen

Vivimos envueltos en historias desde las que atribuimos sentido al presente que se nos impone fácticamente, es decir, nuestro vivir tiene memoria. Pero habría que cuestionar esas historias y sus orígenes con relación a la vida que se ha de vivir, cuando se pretende trascender la vida de diseño mercantil que este mundo promueve planetariamente. El presente texto cuestiona los usos normales que en la dinámica social hegemónica se da a la memoria social (dinámica que la ha convertido en un valor en sí misma), abriendo a debate la idea de la urgencia de instaurar la memoria que cada formulación de vida exige para figurar el presente, a propósito de la conmemoración de los cincuenta años de la década de los 60 del siglo XX.

Palabras clave: habitar, presente, memoria, política, operosidad, posible.

 

Abstract 

We live wrapped in stories from which we attribute meaning to the present that is imposed to us factually, that is, to say, our living has memory. But it would be necessary to question those stories and their origins in relation to the life that is to be lived, when it is tried to transcend the life of mercantile design that this world promotes planetarily. The present text questions the normal uses of social memory in the hegemonic social dynamics -dynamics that has made it a value in itself-, opening the debate to the idea of the urgency of establishing the memory that each formulation of life it demands to formulate the present, with regard to the commemoration of the fifty years of the 60s of the 20th century.

Keywords: inhabit, present, memory, politics, operosity, possible.

 

Nosotros, estibadores de recuerdos.

Nicolás Casullo

 

El mundo que nos ha tocado vivir, eso que bien podría llamarse: la vida de nuestro tiempo, se nos presenta como una avalancha de condiciones, sucesos, determinaciones, informaciones, viabilidades e impotencias —que en su formulación, su intensidad y su expansión parecen ser inéditas—, que de pronto emergen avasallantes para casi toda forma de vida, excepto para aquella que las ha propiciado y que hoy puede denominarse como liberal-capitalista.[1] Implicados como lo estamos en ese alud violento e impetuoso que es la vida de nuestro tiempo, “[…] ese exceso de realidad”,[2] en que se ha convertido el vivir en nuestros días, nos vemos arrastrados por múltiples fuerzas determinantes, que sería erróneo suponer que son así por pura casualidad o espontaneidad de los fenómenos. Desde luego, entendemos que esto responde a un complejo proceso histórico que hoy adquiere rasgos específicos.

Arrastrados como estamos, parece que no hay tiempo más que el que permite dejarse llevar y sacar el mejor provecho, incluso desde posiciones sociales, políticas, económicas y éticas muy diversas. Y dejándonos llevar, como regularmente nos dejamos, hallamos a nuestro paso una terrible miseria de mundo: desigualdad abismal, precariedad generalizada, violencia extendida e intensificada, explotación diversificada, marginalidad aprisionada, desarraigo forzado, politicidad bloqueada, estado-guerra expandido, individualidad competitiva rampante, entre otras expresiones más del deterioro social, que la dinámica social hegemónica planetarizada trae consigo.

Las vidas rotas o desmoronadas,[3] que la avalancha a la que el dominio planetario nos somete, muchas veces arrinconadas en el nihilismo o la resignación participativa, van tanteando vías para alterar las condiciones de existencia, acaso tímida y desarticuladamente, siempre necesitadas de claves que nos arranquen de las prisiones de lo posible, pues lo posible es también dominado por los mismos detentadores de los hilos del orden mundial dominante, mediante múltiples y capilares fórmulas para ordenar el curso de las existencias.

Parece que durante años hemos caído ingenuamente en la trampa de lo posible que nos ofrece el mundo dispuesto para nosotros, y que halla nuestra complicidad cuando percibimos la realidad con las claves impuestas por el dominio hegemónico y asumimos las formulaciones dominantes entre esas claves y el quehacer cotidiano, inclusive aunque nos asumamos resistente u opositores. Así, por ejemplo, democracia, salud, persona, trabajo, productividad, rendimiento, etapas de vida, mercado, ciencia, derechos humanos, historia, han adquirido carta de naturalización en la vida político social por su valor positivo atribuido como intrínseco para la vida humana, al grado de que si alguien duda de su verdad, sus bondades, encuentra pronto el enjuiciamiento de grandes y chicos, de nenes y nenas, de izquierdas y derechas, de ricos y pobres. Y sin embargo, parece que ha llegado el tiempo no sólo de cuestionar su posibilidad natural, sino de destituirle para gestar ejercicios del vivir, que acaben con la miseria de mundo que nos envuelve perversamente.

Siguiendo a Marina Garcés,[4] advertimos que el reto —que ella ubica para la filosofía— en este tiempo que vivimos, tiene que ver con alterar y subvertir la operosidad del sistema de clasificaciones en que nos han incrustado. Resulta imperativo encontrar aquello que nos importa y hacerlo efectivo prácticamente, para acabar con la homogeneización perversa, la miseria de mundo, la impotencia para ejercer el querer vivir; “[…] trazar los caminos de lo impensado. Dibujar caminos ahí donde no los hay. Desplegar dimensiones de la realidad donde ésta parece plana y unidimensional. Establecer relaciones entre elementos heterogéneos. Entre mundos incomunicados”.[5]

Los caminos por vivir son caminos por figurar. La capacidad de dibujar, trazar, navegar lo impensado para re-figurar la realidad social, desde luego que tiene que ver con múltiples registros a considerar. La época que corre, dadas sus características de expresión inédita en muchas dimensiones, parece que nos demanda una explicación histórica para comprender el sentido de lo que se vive y su entorno. En este marco, hay una intensa vuelta hacia la memoria social como fuente de sentido. No obstante, parece que hoy el mundo se mueve entre memorias oficiales, cosificadas, en los resultados que se les atribuyen como su esencia histórica, bajo la fórmula: gracias a tal o cual suceso… hoy vivimos… Nuestro tiempo, demanda que construyamos la memoria que necesitamos para el vivir que queremos propulsar; que elaboremos memorias y memorables propios para el presente que queremos configurar y la conflictividad en que se incrusta, según nuestra apreciación.[6]

Este escrito pretende una lectura crítica de los usos de la memoria, con relación al presente que se vive, en particular el uso —que no la utilidad—[7] que quién no se conforma con lo dado ha de propulsar y su trascendencia para navegar eso que decimos realidad social y su presente, que altere y subvierta el orden dado y sus determinantes. Incluso de todo aquello que consideramos memorable, en el entendido de que una apuesta por otro vivir implica una apuesta por otra configuración de la memoria y lo memorable.

Como si de una rutina se tratara, nos encontramos de tiempo en tiempo, y parece que siempre aparecen fechas propicias, volviendo la mirada a aquello que parece que fue un cierto origen de lo que llamamos el presente, mismo que de un modo u otro nos atraviesa, nos interpela, nos inquieta, nos envuelve y regularmente se nos impone con su fuerza fáctica: el presente es. Recurrir a la memoria, ese volver la mirada que no deja de insistir, de interesar nuestras vidas, de propiciar afectaciones, hoy se nos presenta como una necesidad para afirmar el sentido del porvenir, que al parecer no se deja aprehender sólo con lo que ofrece este presente incierto que pulula por todas las regiones del planeta.

Tal parece que en alguna medida estamos perdidos si no atendemos esa memoria histórica, a la que asignamos sentidos de certeza, trascendencia; a la que ligamos configuraciones, paisajes, imágenes, imaginarios, como si se tratara de conjuros o sortilegios de los que naciera redención, salvación, bienaventuranza o justificación, disculpa, conmiseración, culpa y remordimiento. Trabajamos la memoria para que nos ofrezca señales que nos permitan saber que no nos equivocamos al figurar nuestro presente como lo hacemos, al hacer lo que hacemos, al no hacer lo que no hacemos, pues socialmente operamos bajo la idea que detrás de nuestro presente hay una (acaso más de una) historia… y, por tanto, razones históricas, que provocan sentido a un quehacer que regularmente se mueve en “Las prisiones de lo posible”.[8]

Envueltos en historias, entonces, fortalecemos el sentido de nuestras prácticas de sobrevivencia, y les otorgamos también estatuto existencial, sentido, razón, sobrevalorando muy cristianamente la vida en primera persona,[9] la nuestra principalmente, colmándola de singularidad y ofreciéndola cuando la ocasión lo amerita a una fuerza trascendente, esa que se halla en los orígenes, en las historias de esos orígenes, en la memoria que les resguarda. Y así, como si de una fuerza natural se tratara, eventualmente nos ligamos a la trascendencia histórica. Y nos figuramos herederos de múltiples batallas, de las que poco o nada sabemos, pero con la certeza que de ellas venimos, porque ellas nos dieron sentido, libertad, patria, próceres, causa y causalidad, motivos y razones que hay que defender, mantener, restaurar o la certeza de continuar batallando por ellas. Y entonces nos incrustamos momentáneamente en esas historias que de pronto se convierten en fugaz patrimonio inalienable, actualizando la entrega a la trascendencia cuando las fechas lo ameritan.

MARCHA EN CIUDAD DE MÉXICO DURANTE EL DÍA INTERNACIONAL

DE LA MUJER (8 DE MARZO). FOTOGRAFÍA TOMADA DE: HTTPS://WWW.PUBLIMETRO.COM.MX/MX/NOTICIAS/2019/03/08/MARCHA-DIA-INTERNACIONAL-LA-MUJER-8-MARZO-2019.HTML

Así, nos vamos encontrando con efemérides respecto de las que sentimos que tenemos un que hacer, de acuerdo con nuestra posición social, a propósito de la celebración, propio de los calendarios de la memoria, que también se nos han impuesto. Nos llegan las fechas memorables, obligatoriamente simbólicas. Nos envuelve el ambiente celebratorio, conmemorativo, el tiempo colmado de entrega político-social correcta. Embriagados de solidaridad, convivencia, conciencia e identidad inducidas, nos sentimos un nosotros ocasional, pero fuerte, verdadero, poderoso. Y estamos tan entregados a la dilución social identitaria, que nos fundimos… y confundimos. Marchamos, gritamos las consignas del día, nos entregamos a los enfrentamientos necesarios, lloramos, maldecimos, porque no olvidamos.

Tragados por el ambiente conmemorativo, hasta nos sentimos parte del sueño político-social de un tiempo otro. Parece que lo saboreamos, que nos invade y posee. Nos sumamos a las plazas, las calles; a sus sonidos, sus corporalidades, sus gustos, sus trayectos. Sentimos que con eso formamos parte esencial… hasta que la fecha concluye, el vino se acaba, los panes se agotan. Y de nuevo a sobrevivir, traicionando toda historia, todo nosotros, toda entrega. Despilfarramos la herencia en unos cuantos días, en unas cuantas horas, con unas cuantas acciones, como luego despilfarraremos energías, celulares, ropa, sentimientos… Izquierdas y derechas viven y participan de manera semejante en la calendario oficial de celebraciones y conmemoraciones. Y en esta entrega, parece que asumimos como verdad indiscutida que la historia ha sido ya realizada; ¿Y nosotros?, a disfrutar o padecer sus efectos, a cargar con las herencias, a seguir las rutas trazadas en nuestras filiaciones históricas, seamos o no conscientes de ellas: a elaborar fórmulas para vivir la herencia histórica patrimonial.

Los nuevos tiempos del mundo dominante, nos han llevado a cargar a la memoria social —¿hay otra?—, colectiva, de facultades salvíficas, redentoras, explicativas, expiativas, volviendo obligatorio el recuerdo, la conmemoración, el compromiso solidario con aquellas causas.[10] Tantos cargos de consciencia hemos acumulado, tanta pasividad activa, tanta palabrería vinculante, sólo discursivamente, el recuerdo se aparece como una tabla salvavidas cuando de resguardar la memoria se trata, cuando se privilegia a las víctimas, cuando se recuerdan sus vidas y no se siguen sus luchas. Y entonces podemos decir: como aquello fue así, es comprensible que hoy se sea como (se) es. Y nos entregamos al recuerdo, y a seguir la marcha conmemorativa, y a llegar a “[…] acuerdos con lo real”[11] para seguir viviendo.

El calendario de lo memorable con sus artilugios de sentido, nos ha demandado muy recientemente volver a los 60, como siempre, pero no igual. Ahora han sido cincuenta años, y esos números han sido investidos de cierta magia: cincuenta años es más trascendente que 49 o 51, sin duda… cosas de la gestión de la memoria. Esos años que ungidos de lecciones inacabables, vuelven para que hagamos sentido. Atados a tramas colmadas de urgencias, sueños, identidades, así como de enemigos, afrentas y justicia sin llegar, nos hallamos urgidos por diagnosticar para nuestro presente el sentido de aquellos años. Acaso esa misma urgencia hoy forma parte de la conflictividad que en ellos se hizo presente. Para Kristin Ross:

Resulta imposible traducir en términos patológicos el amplio abanico de emociones —placer, poder, excitación, alegría, decepción— que generalmente se asocian a los años sesenta. Sospecho que esas categorías nos contrarían poco o nada sobre cómo se recuerda u olvida el pasado político reciente, su ambiente y sus sociabilidades, o sobre cómo la cultura política, en concreto la de las izquierdas, se reescribe, se reconfigura, se oscurece.[12]

Si no se trata de traducir aquello que se vivió, tampoco se trata, como diría Casullo respecto de esta misma cuestión, de “[…] reconstruir esa historia con todo y su cierres ya establecidos por la extenuación de sus datos”.[13] Más bien se trata de esa cierta conciencia de inventar una historia con sólo aludirla. Y vamos de nuevo, como otros tantos tantas otras veces, acaso con la presuntuosa idea de contar lo que todavía nunca fue así, dirá el mismo Casullo, de aquello que es cuando el relato se realiza.

MAPA QUE MUESTRA EL ALCANCE POTENCIAL DE LOS MISILES SOVIÉTICOS EN CUBA (1962)

Más que un recuento de hechos o una interpretación de ellos, aquí se trata de un montaje que permita un distanciamiento radical de los cierres ya establecidos para la historia de aquellos años maravillosos, qué jamás fueron concluidos. Un montaje que esboce un horizonte de sentido particular, que permita volver habitable el presente, escogiendo la memoria adecuada para tal efecto: elaborar sus rasgos, definir sus contornos, ficcionar sus contenidos, elegir sus fantasmas, elaborar sus diálogos, ensamblar sus paisajes. Volver habitable el presente, injustificada, indisciplinada y memorablemente.

Los 60 han sido envueltos en un halo tan esplendoroso, que acaso la luminosidad que se le ha impuesto ha generado una zona oscura para trabar contacto con aquello que ha sido de esos años, con su abigarrados escenarios. Colmada de sueños, esa década y sus años del 68, hoy nos sigue interpelando. Pero lo que nos interpela ha sido reducido a un sueño, que los optimistas no cesan de ligar a los logros actuales de la democracia de mercado que impera por doquier, a las libertades actuales que hoy se ven sometidas a cada instante por las leyes de seguridad cada vez más restrictivas y coercitivas, a la capacidad de consumo que hoy se presume mientras esa dinámica nos consume en deudas y dinámicas existenciales aberrantes, condicionadas por un fetichismo inédito quizá. Y los pesimistas los han vuelto duelo inacabable, señal de inviabilidad histórica de los desposeídos, de los condenados de la tierra. ¿Qué aconteció en los 60 que en nuestro presente es memorable?

 

Se suponía que iba a ser fantástico pero es horrible.

Santa Claus del King Mob

 

¡Corre, corre, camarada, el viejo mundo está detrás tuyo! Es una leyenda que aparece en las paredes del mayo francés. Para Casullo, este lema condensa el espíritu de la época, “[…] la pintada que acarició más íntimamente el secreto del 68”[14] y también el alcance que puede atribuirse al sueño que envuelve lo más memorable de aquellos años, si de habitar el presente se trata. Aún en esa pintada haya algo de verdad. Correr, seguir corriendo, no parar, parece ser hoy mismo una buena causa, pues el viejo mundo moderno sigue detrás nuestro, aparentemente imparable. Esa pintada aparece casi un año después del funeral del hippie, dato no menor: “En 1967, cuando los mismos Diggers pasearon —como si fuese una[15] procesión funeraria— un muñeco que hacía las veces de hippie, la situación había cambiado tanto que resultaba relativamente sencillo que la habitual sonrisa del hippie se transformase en una mueca grotesca. Aquella verdad que anunciaba la muerte de un sueño…”[16]

HIPPIES BAILANDO EN MEDIO DE UN CAMPO EN WOODSTOCK 1969. FOTOGRAFÍA TOMADA DE HTTPS://DOYOUREMEMBER.COM/67057/18-PICTURES-HIPPIES-1960S-PROVE-REALLY-FAR

Para 1967, el hippie y su verano del amor, acaso el sueño más emblemático de los 60, había sucumbido ante los embates de la contrainsurgencia. En ese momento, Las Panteras Negras ya vivían la intensidad de la guerra sucia que el Estado norteamericano lanzaba en su contra, los hippies también, aunque de otra manera; América Latina ya sentía el peso de las nuevas modalidades de la guerra contra toda alternativa al mundo del capital: la mismísima Europa, tan civilizada ella, empezaba a arder con las revueltas y las embestidas de sus Estados contra la efervescencia, decían, juvenil.[17] Ambas embestidas —contra el hippie y Las Panteras Negras— eran anuncio claro de lo que se vivirá en otros países, en esa misma década y las dos siguientes.[18] Desde luego, no podemos olvidar las diferentes luchas socialistas que ya se gestaban en el continente americano, entre las que, en el caso mexicano, destaca simbólicamente aquel 23 de septiembre de 1965 en que sucede el fallido asalto al cuartel madera, con la que se inicia una batalla sin cuartel del Estado mexicano contra el socialismo, pero que curiosamente no resulta emblemático de nuestros 60 como lo es el movimiento estudiantil y su masacre.

Todos los 68 sucederían en el marco de las resonancias del estruendo de la batalla que ya se había iniciado, y que no acaba. Acaso, la suerte del hippie era el anuncio de la embestida del poder que se expandía frente a la revuelta en cadena que los hijos perdidos de occidente emprendían, quizá más estruendosa que organizadamente: “En el hippie y su revolución psicodélica lo siniestro podría traducirse en la fascinación por lo abismal y caótico. Se trataba de una violencia retributiva dirigida contra el propio sistema y gobiernos norteamericanos”.[19] Y esa violencia se expandió por buena parte del planeta, oscureciendo con los humos de sus estallidos la multiplicidad de rebeliones, de sueños, de pesadillas, que poblaron aquellos años. Era, sin duda, un sueño blanco, clasemediero, ingenuo en buena medida. Dice Rozack[20] que la rebelión hippie adquiere sus contornos precisamente porque eran jóvenes blancos, que tomaban distancia de la cultura dominante de sus padres, del destino que les tenían preparado, de las fórmulas a las que eran sometidos para seguir el sueño americano. Situación distinta de las Panteras y las fórmulas de resistencia latinas, en el mismo país. Sin embargo, el Estado embistió contra todos ellos —todos ellos sus ciudadanos— y dio ejemplo al mundo para gobernar a sus compatriotas cuando de defender el orden se trata. Y exportó la disposición para la represión y varias de sus fórmulas de ejecución.

Las imágenes más difundidas y memorables de aquella década nos muestran al luchador social clásico: demócrata natural,[21] soñador incorruptible, hippie o guerrillero con consciencia social, evolucionista, finalmente occidental y moderno, progresista y liberal. No obstante, el mundo de los 60 era habitado por muy diversas explosiones de rebeldía; era un mundo de una abigarrada y notable inconformidad, cuyas expresiones, muchas veces se hunden efectivamente en el caos y los abismos y en el olvido inducido. Y frente a este panorama de oscurecimiento de la multiplicidad de apuestas inconformes, sometidas a las imágenes oficiales del recuerdo del activista clásico, cabe preguntarse por lo que resultaría significativamente memorable para configurar un presente inconforme en nuestros días, habitable en la indisciplina.

En efecto, lo abismal y caótico vendrían como corolario de la inducción estatal para el consumo de la droga, de la provocada violencia callejera: vía la infiltración, la organización de grupos de choque, el financiamiento de la confrontación interna.[22] Y vaya que lo abismal y caótico tomó base en la segunda mitad de aquella década. Desde apuestas satánicas, como la Iglesia del Juicio Final, hasta la violencia callejera de las Panteras Negras, pasando por las apuestas situacionistas como King Mob e incluso la multitud de jóvenes hundidos en el sexo, la droga y el rock and roll. Cuando se trata de rescatar la memoria, de contar la historia, de recuperar la lucha, ¿De cuál o cuáles expresiones estamos hablando? Si bien entendemos con Casullo que “[…] siempre la época teórica contamina con sus secretos el corazón inhallable de las revueltas”,[23]también es imprescindible definir el tipo de memoria y los contenidos de ella que importan al momento de gestar la ilusión retrospectiva, cuando se privilegia la postura ético-política de quien recuerda desde su contaminada época. ¿A quiénes hemos de recurrir para desentrañar lo que contiene el corazón inhallable de esas revueltas? ¿Con cuáles espectros dialogar? ¿A qué fantasmas recurrir? ¿Cuáles gestas heroicas rememorar? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Cuál vivir exigen? Acerquémonos brevemente a algunos de esos corazones, lejos de los recurrentes santuarios que izquierdas y derechas se afanan que visitemos a propósito de aquellos años y que ahora mismo están saturados.

 

Mi cuchillo está tan bien afilado que quiero poner manos a la obra ahora mismo.

Jack el destripador

“Estamos viviendo el final de los tiempos… el diablo está hecho de rock and Roll… Satán se ha preparado para interpretar su obra maestra”, dirá Bob Dylan por aquellos días. Y la Iglesia del Juicio Final emprenderá la búsqueda de la aniquilación de la sociedad como solución salvífica, bajo el lema La humanidad es el diablo. Y su Cristo —Robert de Grimson— concentrará la cuestión: “Mi profecía acerca de esta tierra echada a perder y de la corrupta creación que se agazapa sobre su superficie arruinada es la siguiente: MATARÁS”.[24] Nacida en Gran Bretaña, organizada en Yucatán, difuminada por diversas partes del mundo, asentados en San Francisco durante el verano del amor y años posteriores, la Iglesia del Juicio Final va a la Guerra con Satán. Y evoca a Lucifer, a Jehová, a Satán mismo, contamina a Charles Manson y su familia. Dice Ed Sanders en 1971 , que la Iglesia del Juicio Final “[…] es una sociedad ocultista inglesa dedicada a celebrar y contribuir al fin del mundo fomentando el asesinato, la violencia y el caos…”[25] Recuperar la memoria de aquella década, celebrar aquellos años, reivindicar a sus víctimas, propulsar un —nuestro— presente, ¿los incluye?

Si la memoria se trata, como sugiere Ross, de volver a tejer lo que se ha deshilachado, si eso supone mantener lo bueno que ha de tener cualquier sociedad, ¿de qué despojamos a los actores sociales que tratan de derrumbar lo existente, de tal forma que no quede nada que volver a tejer de ese mundo que corre detrás nuestro?

King Mob, Nosotros, el Partido del Diablo, es otra deriva de los procesos de revuelta propios de los 60s, situados en Londres. Dispuestos a acabar con lo existente, señalaban sin ambages: “Todo lo que queda del pasado o del futuro es lo que se pide en el presente, un presente que todavía debe de ser construido. Hoy en día los momentos de creación o de destrucción de la historia se están uniendo lentamente. Cuando ambos se encuentren tendremos la revolución total. Y la revolución es la única riqueza que nos queda en la sociedad de consumo”.[26]

Dispuestos como eran a la disputa por el desconsuelo, recuerdan a Rozanov para ilustrar el nihilismo que ya aparecía en esas expresiones de la sociedad moderna: “Se acaba la función. El público se levanta para recoger sus abrigos y volver a casa. Cuando se giran, ya no hay abrigos… ni tampoco casa”,[27] a lo que añaden: “¡Nihilistas, un esfuerzo más si queréis ser revolucionarios!”.[28] Acabar con la pesadilla es el primer paso, y luego “[…] volver a apropiarnos de los aspectos más radicales de todas las sublevaciones e insurrecciones pasadas en el momento en que fueron detenidas prematuramente, y hacerlo con toda la violencia que tenemos reprimida”.[29] Por ello, por ejemplo, embistieron con toda su fuerza a lo que se entendía como expresiones artísticas, incluso pop. En ese esfuerzo destructor, como proceso histórico, sentencian a muerte a personajes como: Warhol, Yoko Ono, Mike Jagger, Dylan… por parásitos y mercenarios de la revuelta.

ANDY WARHOL, “RACE RIOT” (1964)

 

Para crear otro mundo, resultaba preciso acabar con el que se les presentaba como la realidad social. Destruir la cultura que engendraba esa clase de mercenarios que se hacían millonarios cantando la revuelta, pintando las alternativas, ofreciendo un soundtrack para aquellos que en acto se batían callejeramente contra el orden. ¿Hoy de qué se trata cuando se trata de cambiar al mundo? ¿Será que se podría tener como memorable la apuesta de El Rey de la Turba, el King Mob?

El presente al que se aspira ha de tener su cosmogonía, sus referentes míticos. Podría pensarse que los revoltosos de hoy hemos caído en la trampa de la memoria oficial, de recordar a los demócratas, pacifistas imperiales, que nos presentan como los jóvenes recordables. ¿Será que ahí encontraremos lo memorable que requiere el presente que siempre está por realizarse?

Más allá de los blancos más o menos ilustrados o de los negros organizados (más —Las Panteras Negras— o menos —los defensores de los derechos civiles en torno a Magín Luther King— violentos), el mundo de migrantes o hijos de migrantes latinos, pandilleros de barrio bajo, también forman parte del amplio espectro de rebeldías de los 60. Los MotherFuckers son una muestra de ello, encabezados por el puertorriqueño Ben Morea: “No eran hippies, ni tampoco una organización. Eran una banda callejera politizada, una tribu, un oscuro grupo de afinidad convertido en una verdadera familia cuyo discurso giraba en torno a una constelación de ideas que incluían a Dadá, la anarquía, la autodefensa armada. Armed Love”.[30]

Dispuestos también a la violenta destrucción de los pilares de la sociedad norteamericana, que sin duda era modelo para el mundo democrático, llamaban desde diferente personajes colectivos (Armed Love, Internacional Werewolf Conspiracy, RAT —su periódico—) a la consciencia armada: a trabajadores del arte, a estudiantes, a jóvenes en general. Por ejemplo, interpelaban a los universitarios así:

La función del movimiento estudiantil no es hacer reivindicaciones a la universidad sino destruir la existencia del <> como rol social y estructura de la personalidad. TIENES QUE DESTRUIR AL ESTUDIANTE QUE HAY DENTRO DE TI. Solo entonces la lucha, en contra de las instituciones y los profesores que nos han formado para la sumisión y esclavitud en la que ahora participamos, puede comenzar. Nuestro objetivo no es ganar concesiones, sino matar a nuestros maestros y crear una vida que merezca ser vivida. Y EN AMERIKA LA VIDA ES LA UNICA DEMANDA QUE NO PUEDE SER CUBIERTA (CONSPIRACIÓN INTERNACIONAL DE LOS HOMBRES LOBO).[31]

El llamado era a actuar, al mejor estilo YIPPIE, ¡sólo hazlo!, Just do it! “Y tu mayor enemigo es tu CULO, Levántalo, deja que se mueva, haz que suceda”. En su constelación de sentido, la grupalidad es un eje central para enfrentar y crear, pues “[…] del vientre de la comunidad surge la cabeza de la revolución”.[32] ¿Será que asumamos en efecto ese llamado conmemorable o bien preferimos pensar que aquellos años ya hicieron lo que podían para la democracia que vivimos?

Sin duda, luego de la segunda guerra mundial, la memoria histórica ha dado un giro aparentemente imparable hacia la memoria de los vencidos, en torno de apuestas que han sido sometidas y parece que tenemos que resignarnos a la memoria de los caídos, de las masacres, de las aniquilaciones. Si de ir configurando un presente habitable, hablamos, ¿Qué memoria nos hace falta? ¿En manos de quién ha de estar la decisión? ¿A qué presencias hemos de convocar?

“Nosotras, hermanas brujas del único verdadero subsuelo, anunciamos nuestra presencia y comenzamos nuestro hechizo”, dicen las W.I.T.C.H. (Women’s International Conspiracy from Hell), una sorprendente guerrilla feminista, pero W.I.T.C.H. también es una estrategia, un medio de subversión: la brujería.[33] Desarrollaron el teatro guerrilla y descubrieron la necesidad de ser hábil en el uso de las máscaras y otras técnicas. Tenían un propósito en el corto plazo: “[…] hacernos mejores brujas, atacar donde menos se espera, poseer a otras mujeres con la fiebre de las brujas y revelar que la rutina de la vida diaria es el teatro de la lucha”.[34] Acaso, ahora, algo de brujería nos vendría bien, frente a tanta verdad verdadera que nos agobia con sus datos duros ¿O no?

MANIFESTANTES DEL MOVIMIENTO W.I.T.C.H. EN E.U.A. FOTOGRAFÍA TOMADA DE HTTPS://WWW.TOPIC.COM/WITCHES-BREW

Habitar el presente, hacernos de presencias, hacernos de una presencia, apropiar espacios, curvar el tiempo, correr, correr, que el viejo mundo moderno nos acecha detrás. Elaborar lo memorable en un esfuerzo de tales dimensiones, habitar el presente. No puede dejarse en manos de expertos oficiosos ligados a las formas contemporáneas de gubernamentalidad, que todo traga, que todo usa, que todo contamina.

 

¿Dónde está mi generación? ¿Está en la sangre?

José Cruz

Desde luego, el presente que nos corresponde vivir ya no es como el que en los 60 tenía lugar. Las disputan no pueden ser las mismas, ni los modos iguales. Hoy, el mundo dominante se ha extendido imparable, se ha intensificado, se ha disfrazado de libertades y derechos, se ha convertido, al mismo tiempo en más violento con una violencia más diversa. ¿Para qué la memoria? ¿Cuál?

 

Dice López Petit que:

Después de la derrota política, económico-social y cultural de los movimientos revolucionarios, del ciclo de las luchas de finales de los sesenta y principios de los setenta, con la hegemonía sin contestación del capital, el hombre está más abandonado que nunca a sí mismo. El destino común y colectivo ya no —protege. Cada uno, y cada vez más solos, tenemos que construirnos nuestra vida. Las grandes decisiones desde ¿cuánta humillación estoy dispuesto a soportar? Hasta ¿por cuánto me vendo?— deben ser tomadas en soledad. La vida, mi vida, más allá del campo de batalla se convierte en un lugar de resistencia.[35]

Y habrá que volverla habitable y habitarla… Siguiendo a Pallasmaá, hemos planteado que habitar tiene que ver con la relación que establecemos con el mundo, “[…] la conversión de un espacio insustancial en un territorio existencial”;[36] el habitar tendrá que ver siempre con la creación de una intimidad colectiva, de un vínculo que vive entre un cierto nosotros. Para López Petit, lograr ese tipo de vínculo —de un nosotros—, convertirlo en un territorio existencial, no deviene de conocerse a uno mismo. Escógete, nos dice López Petit, y en ese escogerse delinea los recuerdos, los muertos, los sucesos que van con ese ser que irás siendo: Escoge lo memorable, instaura un presente con la memoria que él exige. Siendo los años 60 un espacio de memoria, un habitable desde y en el presente, para alguien que no se conforma en este mundo, que no se conforma con él ¿Qué memoria es preciso instaurar creativamente?

Dice Fernández Savater, que difícilmente podríamos pelear por lo mismo que ellos, esos sesenteros que hoy vuelven y nos interpelan, incluso desde la memoria oficial de izquierdas y derechas, que lo que nos es posible es relacionarnos con ellos desde lo táctico, desde el diálogo táctico por hacer del mundo, el nuestro, el que hemos escogido, un espacio habitable. Pero ¿con quiénes dialogar, en ese abigarrado, disperso y discordante mundo de la memoria, de tal manera que encontremos guía, compañía, efectividad, en la obra que exige continuamente hacer un (nuestro) mundo habitable tal y como nos parezca, con fervor y lucidez?

 

Bibliografía

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  12. _________ Entre el ser y el poder. Una apuesta por el querer vivir, Traficantes de sueños, Madrid, 2009.
  13. Pallasmaa, J., Habitar, Gustavo Gilli, Barcelona, 2016.
  14. Rocha, S., “Unos hell angels con manifiestos políticos. Black Mask, Mother fuckers y su tiempo”. En: Motherfuckers! De los veranos del amor al amor armado, La Felguera, Madrid, 2015
  15. Rocha, S., y Devesa, A., “El demonio liberado”. En: A la Guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso. Madrid, La Felguera, Madrid, 2017.
  16. Ross, K., Mayo del 68 y sus vidas posteriores, Acuarela, Madrid, 2008.
  17. Roszak, T., El nacimiento de una contracultura, Kairós, Barcelona, 2005.
  18. Sanders, E., “El Proceso”. En: A la Guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso, La Felguera, Madrid, 2017.
  19. I.T.C.H., Conspiración terrorista internacional de las mujeres del infierno. W.I.T.C.H., La Felguera, Madrid, 2015.

 

Notas

[1] Sin duda, hay diferentes maneras en que se ha nombrado a esta época, elegimos esta, en tanto asumimos que en términos generales desde ellos se pueden identificar los rasgos característicos generales de la dinámica hegemónica que se ha planetarizado, que desde luego no resuelve muchas particularidades que regionalmente pueden presentarse.
[2] Cfr. Anne, Le Brun, Del exceso de realidad, ed. cit.
[3] Dice López Petit: “[…] una vida rota no debe confundirse jamás con una vida desmoronada. Esta última es siempre un síntoma de decadencia que no tiene mayor interés… ya que se envuelve en un cinismo que le permite aprovechar cualquier oportunidad para acercarse al poder… la vida rota, en cambio, aparece a su lado frágil y transparente… Toda vida rota es una vida que se resiste al poder.”, Santiago, López-Petit, El infinito y la nada. El querer vivir como desafío, ed. cit., p. 203.
[4] Marina, Garcés, Fuera de clase. Textos de filosofía de guerrilla, ed. cit., p. 12
[5] Marina Garcés, Las prisiones de lo posible, ed. cit. p. 11.
[6] La cuestión relacionada con la importancia de generar una apreciación del vivir acorde a la vida que se pretende instaurar, para quien asume inconformidad con la vida dominante, requiere una atención mayor a la que hasta ahora se le ha dado.
[7] Cfr. Giorgio, Agamben, El uso de los cuerpo, ed. cit.
[8] Idem.
[9] Aquí, seguimos el planteamiento de López Petit respecto de que san Agustín descubre la vida en primera persona, mí vida, para la filosofía occidental y la liga a la entrega de esa vida a una fuerza trascendente. Santiago, López-Petit, Entre el ser y el poder. Una apuesta por el querer vivir, ed. cit.
[10] Kristin Ross nos recuerda que esa memoria nace luego de la segunda gran guerra y voltea la mirada a las víctimas, más que a los héroes. Y acaso esa memoria viene de un sentido de culpa que no sería raro que haya sido trasplantada a América Latina.
[11] Cfr. Camille, De Toledo, Punks de Boutique, ed. cit.
[12] Kristin, Ross, Mayo del 68 y sus vidas posteriores, ed. cit., p. 23.
[13] Nicolás, Casullo, París 68. Las escrituras, el recuerdo del olvido, ed. cit., p. 9.
[14] Ibidem, p. 18.
[15] No hay que gastar muchas palabras al respecto. La guerra sucia y la invasión de las drogas fueron herramientas extendidas en buena parte del planeta donde los jóvenes se rebelaban ante las fórmulas del mundo moderno liberal capitalista que ya se expandía imparablemente.
[16] Servando, Rocha y Andrés, Devesa, “El demonio liberado”, ed. cit., p. 74.
[17] Ross, advierte lo importante que resulta desapegarse de la idea que fue cuestión de jóvenes. Expone cómo es que la sociobiología —devenida sociopolicía— juega en esto un papel central al admitir sin más los criterios hegemónicos de administración de la vida, con las implicaciones que ello tiene para sostener un dominio desde el dispositivo gerencial de las etapas de vida.
[18] Desde luego, no queremos decir que con ellos se creó inicialmente el tipo la represión de aquellos años. Sin embargo, con ellos se generó un tipo particular de represión, infiltración y manejo del narcotráfico y las drogas como recurso contra insurgente. De eso se percatan los Diggers cuando deciden hacer el funeral del hippie.
[19] Roberto De Grimson, A la Guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso, La Felguera, Madrid, 2017, p. 74.
[20] Theodore, Roszak, El nacimiento de una contracultura, ed. cit.
[21] Incluso nuestro 68, aún conociendo la diversidad de agrupaciones que en él se conjugaron y las que de él derivaron, no todas democráticas y pacifistas, hoy se privilegia el recuerdo de aquella revuelta por su su voluntad democrática, que hoy rinde sus frutos.
[22] Sin lugar a dudas, una de las cuestiones que han distinguido muchas luchas desde la inconformidad con el orden dominante durante buena parte del siglo XX y lo que va del XXI, es la separación formal y operativa de las apuestas, la falta de unidad. Muchas veces, eso es operado desde los aparatos de Estado.
[23] Nicolás Casullo, París 68. Las escrituras, el recuerdo del olvido, ed. cit., p. 26.
[24] Roberto De Grimson, A la Guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso, ed. cit., p. 15.
[25] Ed Sanders, ídem., p. 30.
[26] King Mob, El partido del diablo, ed. cit., p. 114.
[27] Ibídem, p. 111.
[28] Ibídem, p. 121.
[29] Loc. cit.
[30] Servando Rocha, “Unos hell angels con manifiestos políticos. Black Mask, Mother fuckers y su tiempo”, ed. cit., p 17.
[31] Ibídem, p. 245.
[32] Ibídem, p. 251.
[33] W.I.T.C.H., ed. cit., p. 54.
[34] Ídem. p. 55.
[35] Santiago López-Petit, El infinito y la nada. El querer vivir como desafío, ed. cit., p. 164.
[36] Víctor Alvarado et. al.,“Habitar la memoria en Latinoamérica. De contar la historia a encender el fuego nuevo”, ed. cit.

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