La vida de la pintura, 50 textos en torno a la obra de Jazzamoart, La Cabra ediciones, México, 2019.
Es inevitable. Cuando merodeamos alrededor de la obra plástica de Javier Vázquez, irremediablemente nos enfrentamos a un personaje que, siendo Javier, es, al mismo tiempo, Jazzamoart, una suerte de döppelganger que habita las composiciones, los ritmos, un fraseo de Swing, donde asoma siempre ese instrumento apasionante que da color y forma, ritmo y sentido al jazz o a una pintura: El Saxo. En la pintura de Jazzamoart siempre está ahí, asoma por distintos lados, de inéditas maneras, en el bebop de la plástica, de esa música que late en el lienzo evocando a Charlie Parker, Max Roach, Bud Powell y Thelonious Monk; de alguna manera siempre he imaginado a Javier Vázquez, Jazzamoart, como en esa escena de La Gran Manzana, cuando Charlie Parker llegó a la ciudad como un huracán y zarandeó el acontecimiento del jazz hasta el fondo.
Las líneas melódicas fundidas salieron de él en un torrente de improvisación de fuego rápido que llevó el virtuosismo a un nuevo nivel. La pintura de Jazzamoart juega de esta forma, se construye en estos sentidos, todo es como el bebop -una palabra proveniente del scat neoyorkino que creció tanto como una derivación de la música swing de big band-. En el bebop, como en los cuadros que forman la obra de Javier, el énfasis rítmico se sustituyó del bombo al más tenue de los címbalos, o de los “charles y platillos de paseo” como ha dicho Charles Waring, esto fue lo que permitió una mayor fluidez rítmica.
El saxo, sin querer descubrir el hilo negro, es uno de los instrumentos melódicos solistas que con mayor frecuencia está en la obra de Jazzamoart, igual como se asocia con las sonoridades del jazz por su signo expresivo y su carácter versátil con los que alcanza timbres dulces y agresivos. Cómo no pensar en la obra de Jazzamoart en términos no de Pollock o de Giorgione, de Velázquez o de Veronés y de Goya, que los tiene, sino de Charlie Parker, Gerry Mulligan, John Coltrane, Roland Kirk o Stan Getz entre muchos otros.
Tenemos que pensar, vibrar y asombrarnos frente a la pintura de Jazzamoart siempre en un ritmo sincopado, entre Parker y Pollock, entre Goya y Coltrane…, su obra siempre está viva y transformándose, como una metáfora viva, o como una improvisación que nunca culmina. Estamos de cara a una pasión por la pintura y por el jazz. Decía que es inevitable. Porque la plástica de Jazzamoart es un embarcarse en una aventura de sonidos, y ritmos llena de colores y movimientos, inabarcable per se.
Seguimos. Lo más extraordinario de esta obra pictórica es que ha dado de qué hablar. Y habla, y crea su propia historia, su propia dinámica, sus sonidos, su armonía, ella peregrina de manera horizontal y se trueca en actitudes, gestos, guiños, produce efectos y, sin embargo, no se encuentra localizada y fijada, no está nunca en manos ni es propiedad de ciertos individuos, clases o instituciones, sino que vibra sola, como un sonido al infinito.
La obra habla y da de qué hablar. O diríamos que se escribe en forma de signos que otros advertimos y que nos llevan a retroceder hacia el sendero recorrido hasta el punto de hallar bajo lo representado en lo pictórico aquello que ha quedado oscuro y no tematizado, esto es, lo no-visto, lo que hace que lo que se ve sea. Muchos somos los autores que nos hemos acercado a la obra de Jazzamoart tratando de devorar su secreto, tratando de descifrar ese juego que pervive en los colores, en las beboperas, en cada una de las formas que, creemos, adivinan y revelan. cada vez, el secreto irrealizable de decirlo todo, de señalar ese punto indomable desde donde pinta Javier Vázquez a través del jazz.
En este libro, La vida de la pintura. 50 textos en torno a la obra de Jazzamoart, son justo eso: 50 escritos que circundan la obra de este pintor mexicano, de este neoyorkino residente en México, o este hombre nacido en Irapuato pero habitante del cosmos neoyorkino, de este jazzista que pinta con el saxo o hace música con los pinceles y los tubos de óleo, nos encontramos escritos excepcionales, profundos, comprometidos, tanto de críticos y teóricos del arte, de artistas plásticos, así como de escritores, críticos literarios o filósofos intentando desestructurar el secreto del arte, el recóndito e indomable arte de Jazzamoart. No pretendo con ello hacer un estudio de los distintos escritos que hacen el libro de homenaje a Javier Vázquez. Son textos excepcionales, con gran altura, la misma que tiene la obra del pintor. Los hay de Jorge Alberto Manrique, Tere del Conde, Raquel Tibol, Luis Rius Caso, Graciela Kartofel, Avelina Lesper, Carlos Blas Galindo, Jorge Juanes, Merry Macmaster, Vicente Leñero, Carlos Montemayor, Julio Patán, Alain Derbez, José María Espinasa, Andrés de Luna, Guillermo Samperio, Rafael Coronel, José Luis Cuevas, Luis Argudín, Arnold Belkin, Vlady, Sebastian, Manuel Marín, Alberto Constante, entre otros tantos más.
Quisiera traer a colación sólo algunos comentarios como el de Evodio Escalante, crítico literario y jazzero, que entreteje su asombro por la pintura de Javier Vázquez, con sus efectos, sus relaciones, su establecimiento con escenarios de jazz, una suerte de hermenéutica de lo dicho con lo no dicho en la pintura de Javier con el jazz, Escalante alcanza a decir ahí, con un dramatismo intenso: “esa compenetración (del mundo jazzístico con la pintura) se produce en el ámbito de una libertad que, sin negar ni ocultar su procedencia, su inspiración, su modelo musical, impone al mismo tiempo una obra autosuficiente y dueña de una conformación propia”. Jorge Juanes, en un largo y finísimo, ensayo como acostumbra, cierne su discurso a través de unas palabras de Michel Foucault en las que este filósofo destaca la imposibilidad de alojar lo que se ve en lo que se dice. Quizá ese sea el centro de todo, algo que Juanes destaca con sobrada atingencia: el corazón de la obra de Jazzamoart radica en eso: en su imposibilidad, esa que nos agobia y seduce al mismo tiempo porque en eso radica su fascinación: la mixtura de la música con la obra plástica y la vida misma. Precisamente de esa vida clara en la que transcurre la existencia de un hombre como Javier y de la que nos habla en la presentación Nora Smith: desde luego: Jazzamoart es, sin duda, un ser afortunado “destinado a vivir la vida como un jazz por medio de la pintura”.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.