El trabajador y la Jovencita: hacia una desarticulación de la guerra en el siglo XXI

PAUL GAVARNI, “UN CABINET CHEZ PÉTRON” (1840)

 

Resumen

El presente texto se propone comprender y desarticular la guerra en el siglo XXI como una que nos involucra a todxs y que está dirigida, antes que nada, contra nosotrxs mismxs. Para ello, en un primer momento se toman dos antecedentes: la categoría de “el trabajador” de Ernst Jünger y la noción de “estética de la guerra” de Walter Benjamin. Con esto, se rastrea una derivación que el Tiqqun ha llamado “la Jovencita”. En un segundo apartado se abordan algunas críticas al concepto de “Jovencita” y se brindan pistas para desarticular tanto la noción de trabajo como la de la función estética en nuestra vida actual, identificándolas con roles de género impuestos socialmente. Finalmente, se trata de dar una propuesta para enfrentar todo este panorama.

Palabras clave: trabajo, estética, la Jovencita, guerra, género, estética social.

 

Abstract

This text aims to understand and disarticulate war in the 21st century as one that involves us all and is directed, first and foremost, against us ourselves. In order to do so, two antecedents are taken at first: the category of “the worker” by Ernst Jünger and the notion of “war aesthetics” by Walter Benjamin. With this, a derivation is traced that Tiqqun has called “the Young-Girl”. The second section deals with some criticisms of the concept of the Young-Girl and provides clues to disarticulate both the notion of work and the aesthetic function in our current lives, identifying them with socially imposed gender roles. Finally, we try to give a new approach to face this panorama.

Keywords: work, aesthetics, the Young-Girl, war, gender, social aesthetics.

 

Introducción

 

Este texto se trata de una exploración elemental y un tanto especulativa para tratar de comprender, desarticular y ofrecer alternativas frente a la forma en que actualmente nos encontramos inmersxs en una cultura del trabajo que nos demanda sumisión total y que, por otro lado, únicamente nos ofrece a cambio un poder adquisitivo, por medio del dinero, que tampoco es ningún consuelo en absoluto, pues nos lanza a un horizonte de consumo igualmente insaciable. Dado este panorama, nos enfocamos en la comprensión conceptual de dos aspectos que atraviesan esta vida cotidiana actual: el trabajo y la estética. El texto se compone de dos apartados, el primero está constituido como una labor de articulación genealógica de una serie de factores que han hecho que en nuestro mundo contemporáneo se encuentren entrelazados los dos aspectos mencionados.

 

A manera de antecedentes, traemos a cuento en primer lugar la figura de “el trabajador”, de Ernst Jünger, con el fin de dar cuenta de un momento en la historia de las sociedades occidentales en que de pronto, como lo vivimos ahora, todxs lxs que participamos de la construcción de la cultura quedamos imbuidos en nuestras propias tareas especializadas perdiendo de vista el contexto, y además, sin percatarnos de ello, siendo parte de un entramado de poderes que terminan esclavizándonos aún más. Además, nos apoyaremos de Walter Benjamin para señalar la manera en que de alguna forma no solamente participamos de nuestra propia destrucción, sino que la gozamos a través de todos los aparatos de entretenimiento y distracción que hemos desarrollado como civilización.

 

Creemos que este abordaje resulta necesario hoy en día que es evidente que ya no solamente participamos de esa cultura del espectáculo y el consumo durante nuestros tiempos libres, o fuera de los horarios laborales, sino también durante nuestro tiempo de trabajo, haciendo uso de todo tipo de tecnologías y dispositivos sin los cuales ya ni siquiera es posible realizar nuestras tareas.

 

¡Vaya!, durante y a causa de la contingencia sanitaria que actualmente atravesamos, muchas veces ni siquiera es posible ya mantener contactos o establecer nuevas relaciones sociales si no es con el uso de una serie de medios técnicos; los cuales, directa o indirectamente, forman parte de ese mismo sistema que nos mantiene sumidos en ese bucle donde primero necesitamos generar nuestros modos de subsistencia a través de la producción y luego todavía estamos obligadxs a servirnos de sus mecanismos tanto para agradar como, en última instancia, aunque sea para mantener comunicación con lxs otrxs y no morir en la amarga soledad.

 

Identificando las condiciones de nuestro presente bajo la figura de la Jovencita, un concepto de análisis propuesto por el Tiqqun alrededor del año 2000, describiremos este régimen de autoexigencia que, de acuerdo con nuestro marco teórico, gira en torno a estos dos ejes entrelazados: la obligación de “ganarnos la vida” de alguna forma y a costa de lo que sea, es decir, de trabajar; y la obligación de mantenernos a flote física y mentalmente mientras permanecemos no sólo destrozados por dentro sino forzados a no rendirnos, competir y luchar por “una vida mejor”, es decir, de guardar las apariencias. El primer apartado tratará entonces de describir este entramado, definiendo sus términos y sus formas de operar, constituyéndose como una forma de guerra, pero esta vez dirigida hacia nosotrxs mismxs.

 

Nuestro segundo apartado se propone como una suerte de desarticulación del planteamiento de la Jovencita, por supuesto, tomando en cuenta los antecedentes que nosotrxs mismxs rastreamos y proponemos. Es decir, si en el primero se trataba de ayudarnos a comprender la forma en que se fue constituyendo el régimen de participación en una guerra que nos arrastra en su propio avance, en el segundo trataremos de dar herramientas para desarmar esta maquinaria y, para hacerlo, nos valdremos de algunas de las críticas que han sido lanzadas directamente hacia el propio concepto de la Jovencita.

 

Trataremos de ofrecer otras formas de concebir nuestro presente, dando cuenta de una visión que va más allá de un cierto pesimismo que, además, dirige curiosamente su juicio acusativo hacia la Jovencita como personaje que si bien no está hecho para identificarse con las mujeres, no puede escapar de esta asociación que muestra más del lugar desde el que fue lanzada la etiqueta que de una posible salida. Con esto en mente, rastreamos algunos de los fenómenos sociales que hoy mismo mantienen vivo y quizá más fuerte que nunca un régimen patriarcal tales como la cultura del empoderamiento empresarial y competitivo o la cancelación. A cambio de ello, de la mano de Silvia Federici y bell hooks, ofrecemos la desarticulación de la cultura del trabajo asociada con el empleo asalariado y masculino, derribándolo completamente para permitir la apertura hacia las mujeres, al mismo tiempo que hacia el otro lado abrimos los ojos en dirección a los trabajos domésticos o de reproducción de la vida.

 

Por último, proponemos voltear a ver las críticas a la estética que han sostenido muchos de los teóricos del siglo XX abocados sobre todo hacia la economía política, así como de la identificación de las mujeres como los sujetos por excelencia encargados de la belleza, cargando este peso en su propio cuerpo. Sostenemos, junto a Barbara Carnevali, que una apertura hacia un estudio serio de la estética social, puede servirnos como herramienta para desarticular muchos de los supuestos que hoy en día nos mantienen presxs de una guerra donde nosotrxs mismxs somos quienes pierden todo el tiempo. En la conclusión anudaremos cada uno de los elementos de nuestro argumento para mostrar que más allá de quedarnos solamente con la crítica, existen todavía muchas alternativas por explorar, las cuales debemos agradecer forzosamente a los feminismos por señalarlas de forma tajante y contundente. Así, ya no solamente la figura del trabajador y de la Jovencita, mismas que aquí nos sirven para elaborar nuestros argumentos, se proponen como herramientas que pueden dejarse atrás, sino que se abren posibilidades aún inexploradas si tomamos en serio las notas aquí esbozadas y replanteamos muchos de los fundamentos que sostienen nuestras teorías actuales.

 

Articulación

 

Si hay una guerra en el siglo XXI, ésta es contra nosotrxs mismxs. Aunque las guerras puedan llevarse a cabo en otras ubicaciones geográficas y sólo sepamos de ellas remotamente, de todas maneras siempre son guerras contra nosotros mismxs. Ya en 1934, Ernst Jünger había adelantado algo de esto bajo el concepto de “movilización total”.[1] De acuerdo con Jünger, bajo la supuesta transparencia de la razón y el progreso, se esconde el genio de la guerra. Mientras que la movilización parcial era la esencia de las monarquías, la movilización total es la esencia de las democracias. Toda la existencia se convierte en energía y las comunicaciones aceleran la movilidad. Toda la actividad del llamado “pueblo” está destinada a una economía de guerra, convirtiéndose en un gigantesco proceso laboral. A esto Jünger le llamaba “la era del trabajador”. El trabajador es aquel que, con su fe en el progreso, no se pregunta más para qué está sirviendo; sigue un modelo de “economía planificada” donde cada rincón de su vida está destinado hacia una guerra, que al hacerse cada vez más global, termina retornando como boomerang hacia su propio control.

 

En los mismos años que Jünger, Walter Benjamin, al final de su famoso texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica,[2] en el epílogo titulado Estética de la guerra, advertía que si no se toma en cuenta que las masas tienden a eliminar las relaciones de propiedad, el único destino de la aceleración industrial es la guerra. Esta guerra es una autoenajenación de las masas a través de sus propios aparatos técnicos; una autoaniquilación que se vive como un goce estético de primer orden. Este nuevo factor describe una ceguera ante las atrocidades de un sistema de destrucción del cual todos los trabajadores forman parte, pues se encuentran enfrascados y conformados ya como espectadores inocuos, pasivos o, peor aún, consumidores activos de su propio desastre. Lo que vivimos ahora, entonces, no es más que una exacerbación de aquellas dos advertencias de principios del siglo XX: 1) un modelo de trabajo basado en el supuesto progreso que no cuestiona su propio sentido; y 2) una forma placentera de vivir esta inmersión a través de la estetización de la vida hasta sus últimos detalles.

 

Ambos aspectos de la guerra contra nosotrxs mismxs que hoy vivimos, los podemos rastrear en el texto Primeros materiales para una teoría de la Jovencita, no firmado por ningún autor en particular, pero atribuido a un comité de redacción que se identifica bajo la etiqueta de Tiqqun. De acuerdo con el texto mencionado, el concepto de “la Jovencita” se propone como una máquina de visión que nos puede servir para visibilizar un proceso histórico del cual ya Michel Foucault daba cuenta al advertir el paso de la sociedad disciplinaria basada en el control sobre los cuerpos individuales a la regulación de las poblaciones.[3] Así, “la Jovencita” es el prototipo cristalizado del biopoder. Es la figura defensora de la humanidad. No es una persona, por supuesto; no se propone como una visión sexuada de la crítica. Se trata más bien de una cápsula  conceptual que engloba el modelo imperial de ciudadanía del que todxs somos partícipes. Todxs tenemos algo ello. Todxs estamos a un paso de llegar a encarnar este modelo, pero también estamos a un paso de ser aplastados por éste.

 

La Jovencita es el nombre de un modelo donde todo es transparente y a costa de todo se defiende el trabajo, la paz, la democracia y, por supuesto, la belleza. En primer lugar, siguiendo a Foucault, recordemos que “[…] las guerras ya no se hacen en nombre del soberano al que hay que defender; se hacen en nombre de la existencia de todos; se educa a poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de vivir”.[4] Así, en nombre de una normalidad, “[…] se mata legítimamente a quienes significan para los demás una especie de peligro biológico”.[5]

 

En segundo lugar, habría que recordar el giro que, retomando los planteamientos foucaultianos, señaló Gilles Deleuze hacia las sociedades de control, las cuales ya no se basan sólo en el poder las instituciones estatales sobre el cuerpo y las poblaciones, sino sobre la maquinaria de comunicación que envuelve ya todo el globo y que se impone, ya no como vigilancia o regulación, sino como modulación de las subjetividades a través de los estilos de vida.[6] Así, el marketing se encarga esta vez de dictar las normas, lo que es aceptado y lo que no. A través de una combinación entre la estadística que se encarga de saber qué quiere la población y la publicidad que se encarga de darles eso que quieren y merecen, el espectador de Guy Debord se vuelve igual al empresario o al capitalista de Marx. Entonces de lo que se apropia el empresario ya no es del trabajo, sino de la imagen. Finalmente, si Guy Debord decía que “El espectáculo es un grado de acumulación del capital que se ha convertido en imagen”[7] habría que agregar, con Baudrillard, que la simulación es un grado de acumulación del espectáculo que ha terminado por convertirse en la realidad entera.[8]

 

La Jovencita vive ya en la simulación total. Tiene por principio que toda lucha contra el sistema está perdida desde el principio y, por lo tanto, destierra de sus posibilidades de elección cualquier cosa que le cuestione su actual estilo de vida. A nombre de la moda, la Jovencita es exactamente igual que las modelos de las revistas, no hay diferencia entre ellas. Siempre en función de términos estéticos, la guerra se dirige esta vez hacia sí misma; es decir, siendo espectadora de su propia destrucción a costa de autoexigencia infinita. “La Jovencita se parece a su foto”,[9] dice el Tiqqun; pero quizá habría que agregar que, con la selfie, la Jovencita es más su foto que sí misma. Sin foto no hay Jovencita e incluso puede haber foto sin Jovencita. La Jovencita es la encarnación perfecta de aquel humano que es dueño de sí mismo. Es tan dueño de sí que puede ponerse un valor monetario para venderse. “La Jovencita vende su existencia como un servicio especial”,[10] dice el Tiqqun. Entre la defensa de su estatus social como algo admirable y la necesidad de competencia avasallante, la Jovencita se pudre día a día tratando de fingir que nada sucede, usando la belleza para bloquear su propia destrucción interna.

 

Pero hay algo que se le escapa a la Jovencita. Y es ahí de donde se cuelga el Tiqqun: es que por más dueña de sí misma que pueda parecer, siempre habrá una falta que se extiende infinitamente; y esto es eso que le permite, a su vez, seguir deseando y buscando en los rincones más ocultos del planeta para encontrar más material a ser mercantilizado, mostrado y vendido, valuado, investigado y, en última instancia, convertido en desecho. El precio que paga siempre la Jovencita va más allá de la economía. Se trata del costo de su podredumbre interna. “La Jovencita no envejece, se descompone”.[11] Es como el usuario promedio de facebook que por más que actualiza una y otra vez su página no puede encontrar satisfacción en ninguna de las noticias. Entonces busca en los rincones más oscuros de la red alguna cosa que le violente y lo haga sentir algo, pero tampoco encuentra nada más que su propia destrucción moral, si es que aún le queda algo de eso.

 

En resumen, de acuerdo con la elaboración teórica que nos permite el concepto de la Jovencita, el costo que pagamos por vivir en este mundo de aparente bienestar, con la paz, la salud y la economía asegurada, donde todo está calculado, es que a cambio de eso cualquier cosa pueda sucedernos; que en cualquier momento todo este orden puede caerse pues todo esto se sostiene sobre un vacío profundo que no puede ser llenado, por más que intentemos, ni con psicólogos, ni medicamentos ni empleos mal pagados, ni relaciones sexoafectivas casuales, ni compras, ni con el suicidio incluso. No solamente nos la pasamos emplazando este vacío, sino que al estar continuamente luchando por cubrirlo sin que deje huella, o se note demasiado, terminamos librando una batalla contra nosotrxs mismxs. Y siempre perdemos.

 

Desarticulación

 

Ahora bien, aunque pueda resultar muy sugerente y hasta esclarecedor el modo en que el Tiqqun ha confeccionado la figura de la Jovencita, es por otra parte evidente, una vez expuestas sus bases, que podemos distinguir entre el trabajador y la Jovencita, un debate de género del cual habremos de encargarnos si lo que queremos es dar cuenta del momento que nos toca vivir. Como lo ha enfatizado Nina Power, aunque está claro que el libro de Tiqqun no habla sobre las mujeres, al leerlo resulta imposible no cosificar la crítica con imágenes reales de las redes sociales. De acuerdo con Power, el concepto de la Jovencita inevitablemente “[…] parodia y refleja la misoginia que resuena en el corazón de una cultura que celebra la juventud y la belleza por encima de todo lo demás, mientras que simultáneamente denigra a los portadores —mujeres jóvenes, abrumadoramente— de esas supuestamente deseables características”.[12] La propia traductora del libro al inglés, Ariana Reines, ha descrito lo mucho que le costó física y emocionalmente llevar a cabo tal empresa. Tardó más de año y medio en realizarlo, varias mudanzas de cuartos y de ciudades, así como dolores de cabeza, vómito y nauseas: “[…] a veces era difícil separar un problema de lenguaje de un problema ideológico; en cualquier caso, creo que me tomó casi un año simplemente leer el libro sin leer principalmente mis propias reacciones ante éste”.[13]

 

Bajo la lectura de su traductora, el valor de la propuesta de Tiqqun reside en el diagnóstico que nos dan del capital en el tiempo presente, hablando del momento en que fue escrita, en el umbral del siglo XXI. Al porvenir de intelectuales francesxs, aún contiene remanentes de una imagen de lo femenino con una carga histórica y tradicional europea, dice Reines.[14] Por su parte, Power apunta además que esa Jovencita de la que se habla en el libro ya no es empíricamente equiparable con las mujeres actuales, hablando en 2012.[15] Y, sin embargo, en 2009, bajo la etiqueta de “mujer unidimensional”, parafraseando a Herbert Marcuse, la misma Power advirtió también que bajo una feminización del trabajo que corre a la vez que una laborización de las mujeres, se espera que la mujer trabajadora ahora se sostenga siempre plena y autosatisfecha, sin permitirse siquiera estar mal vestida, deprimida o, peor aún, embarazarse.[16] Podemos colegir entonces que aquellos dos aspectos que en un momento podrían verse antagónicos y complementarios a la vez entre el trabajador y la Jovencita efectivamente ejercen, ya fusionados, una fuerza que no es fácil de desarticular.

 

“Detrás del culo de cada Jovencita se esconden un montón de hombres blancos ricos: la tarea no es seguramente entonces destruir a la Jovencita, sino destruir al sistema que la crea y que la hace infeliz, quienquiera que ‘ella’ sea”,[17] señala Power. En otras palabras, todxs participamos, sea de una u otra forma de este orden que nos mantiene siempre en conflicto. Ya la escritora autodenominada ecosocialista/anarquista, Clementine Morrigan, ha descrito cómo, bajo la cultura de la cancelación, el sistema patriarcal en realidad se mantiene y se hace más fuerte, pues bajo un régimen de imperativos siempre cambiantes a partir de los cuales no hay forma de escapar al señalamiento, en realidad se reproducen comportamientos muy similares a los de una relación de pareja abusiva.[18] La cultura de la cancelación encarna perfectamente esa guerra total que ahora se ha vuelto contra nosotrxs mismxs. Nunca estamos segurxs de estar llenando los estándares suficientes para no ser canceladxs. No hay salida mientras sigamos identificándonos en alguno de los dos extremos, ya sea como acusadxs o acusadorxs. Pasaría entonces del mismo modo bajo una identificación meramente binaria entre el trabajador masculino y la Jovencita femenina. No se trata de esto; y, sin embargo, nos dicen mucho de nuestra cultura como conceptos analíticos.

 

Siguiendo este planteamiento, hace falta, por un lado, una crítica feminista del trabajo, y por otro, una crítica desde la estética. En cuanto a lo primero, ya Silvia Federici nos ha mostrado cómo los análisis marxistas de trabajo no son suficientes, sobre todo señalando cómo el énfasis de Karl Marx en el análisis de la producción dejó de lado el reconocimiento de la reproducción, es decir, aquel trabajo doméstico que se requiere para el mantenimiento de la vida, tareas tales como cocinar, limpiar o procrear. Marx lo ve como un proceso natural y, con esto lo mantiene en un estatus de incuestionable “eterno femenino”. De acuerdo con Federici, la delegación de los trabajos hogareños a las mujeres, a cambio de una reforma en favor de un salario familiar en Europa y EEUU principalmente, en las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, generó una dependencia total y un disciplinamiento de las mujeres como amas de casa a custodia de sus maridos. El nacimiento de esta estructura de familia proletaria nuclear es lo que define la autora como “patriarcado del salario”.[19] “Con esta construcción de la familia se consiguen dos cosas: por un lado, un trabajador pacificado, explotado pero que tiene un sirvienta, y con ello se conquista la paz social; por otro, un trabajador más productivo”.[20]

 

Por su parte, bell hooks ha destacado que tampoco la lucha por conseguir la igualdad social con los hombres en cuanto a empleo ofrece un buen panorama. Por el contrario, hooks identifica esta batalla como un feminismo reformista de clase privilegiada, que aunque ha conseguido algunos derechos, no representa un cambio para la mayoría de las mujeres y ni siquiera se ha logrado totalmente. Lo cierto es que, aunque en realidad fue el capitalismo consumista lo que introdujo a las mujeres en la población económicamente activa y no los reclamos del feminismo blanco, la posibilidad de desarrollo de una vida laboral sí tiene efectos sobre el autoestima de muchas mujeres.[21] “Cuando los hombres eran la mayoría de los que salían a trabajar en un empleo, las mujeres trabajaban para que los hogares fueran un lugar cómodo donde ellos pudieran relajarse. El hogar solo resultaba relajante para las mujeres cuando no estaban cerca ni sus maridos ni sus hijos e hijas”.[22] De acuerdo con hooks, con la llegada de una precariedad generalizada, en realidad hace falta repensar el significado del empleo desde una perspectiva feminista.[23] Tal es lo que significaría no solamente abrir la posibilidad de la vida laboral femenina, sino también voltear a ver los trabajos del cuidado antes asociados únicamente con las mujeres para, esta vez, hacernos cargo todxs de ellos.

 

En cuanto a la estética, inevitablemente, dice Power, se asocia la imagen de la Jovencita con lo inauténtico y su tradición en filosofías ontologizantes como la del filósofo Martin Heidegger.[24] Por su parte, hooks ha hecho notar que hoy en día muchos de los logros del feminismo para alejarse de la imagen sexista de la mujer que sólo vale por su belleza, de pronto se han vuelto algo tan normalizado que se ha olvidado el esfuerzo que costó. Así, bajo esta omisión, “Las revistas de moda de hoy en día pueden incluir un artículo sobre los peligros de la anorexia, mientras bombardean a su público con imágenes de cuerpos jóvenes demacrados que representan la cima de la belleza y lo atractivo. El mensaje confuso es más dañino para aquellas que no conocen las políticas feministas”.[25] Hace falta, concluye hooks en este asunto, no sólo rechazar el gusto de las mujeres por el cuidado estético, lo cual puede llevar a una marginación del feminismo a nivel de los medios masivos, sino ofrecer alternativas de belleza, estilo y moda con el fin de desarrollar el amor propio de las mujeres hacia sus cuerpos y las infinitas variantes de ellos.

 

Ahora bien, además de la coerción que ha representado la identificación de las mujeres con un papel social apegado únicamente a la estética corporal, Barbara Carnevali ha señalado un desdén generalizado hacia el dominio de lo estético por parte de grandes tradiciones de la filosofía. La crítica que iba encaminada hacia la identificación de la estética con lo superficial, se basa en el supuesto de que lo estético oculta lo económico. De este modo, anclar las discusiones de lo estético con lo ornamental, por un lado, o incluso con lo falso, en su cara más crítica, no permitió que se prestara atención suficiente al modo en que se fueron instituyendo algunos modelos de vida, y sobre todo, no ha permitido ver la enorme relación que hay entre estética y economía, menos aún de la estética con el poder. Hace falta, dice Carnevali, el desarrollo de una estética social que nos permita dar cuenta de que estos fenómenos culturales van de la mano. Por supuesto, dentro del campo de la estética se incluyen las expresiones artísticas, pero no se queda ahí, sino que sería necesario acercarla a las ciencias sociales en el sentido de estudio de la percepción sensible que evidentemente atraviesa las formas de socialización; y a la filosofía también como forma de organización coherente de estos saberes.[26] Bajo esta propuesta, tendremos más herramientas para desarticular aquel entramado económico político que tanto ha estado aquejando a la filosofía los últimos dos siglos.

 

Conclusión

 

Compuesto como ensayo conceptual, si en la primera parte acompañamos nuestra articulación con autores masculinos, en la segunda lo intentamos desarticular con autoras. Si la primera parte nos ayudó a comprender la forma en que se fue constituyendo el entramado del biopoder que termina por cristalizarse en la figura del trabajador, por un lado, y de la Jovencita, por otro, en la segunda parte, esta dicotomía fue puesta en cuestión de varias maneras. En primer lugar, la categoría de trabajador, en su concepción heredada del mundo industrial del siglo XIX y las luchas obreras, se puso en tensión a partir de una lectura de Silvia Federici y su propuesta para ampliar la noción de trabajo, yendo más allá de la identificación de éste con el salario. De este modo, aquella añoranza de la organización y la rebelión proletaria que usaría su fuerza, ya no únicamente para la realización de las labores fabriles, sino para la revolución, tendría que adquirir un nuevo giro, o al menos un nuevo matiz; dando cuenta de que esa transformación de la sociedad a nivel masivo que tanto se soñaba desde los socialismos enraizados en el pensamiento ilustrado, y que atravesaron todo el siglo XX, quizá no tiene una sola salida, no se hace de una vez y para siempre, y no tiene porqué realizarse de forma violenta o de destrucción ante todos los poderes establecidos. Federici muestra que hay otras fuerzas, otras formas de la reproducción de la vida, que van más allá de la producción y transformación de la cultura material.

 

En segundo lugar, la categoría de la Jovencita se desveló en su aspecto más visceral a partir de las voces de las mujeres, para quienes este término no puede ser leído desde la neutralidad de una crítica social desapegada del propio cuerpo e historia. Si bien es verdad, como sostuvimos en el primer apartado del texto, que en la Jovencita se reúnen una serie de condiciones que nos atraviesan a todxs en estos momentos de la historia, precisamente no es casualidad que recaiga sobre un género específico este peso social, como si de una culpa histórica se tratara. Al mostrar que existen una serie de roles que se han delegado a las mujeres sistemáticamente, también damos cuenta de que aquellas aspiraciones de revolución tampoco son inocentes ni pueden llevarse a cabo si no se realiza a la vez una transformación de nuestras concepciones actuales, y más aún de nuestras percepciones cotidianas, las cuales determinan en gran medida nuestras formas de socialización. En todo caso, el valor de la Jovencita como constructor de análisis reside en que el disgusto que causa puede abrir paso a un porvenir diferente, como señaló su propia traductora al inglés.

 

El trabajo y la estética se han puesto aquí como los dos aspectos por medio de los cuales se impone un régimen que hay que desarticular y, como lo remarca Nina Power, sólo es posible hacerlo por medio de la escucha de aquella figura a la que tanto se denuncia: la Jovencita. Y es que precisamente uno sirve como enmascaramiento del otro. El trabajo aparentemente niega su dimensión estética, niega que en el fondo lo que se produce es valor, y que toda economía del poder está atravesada por cuestiones de estatus y clases que están definidas por algo más que la capacidad adquisitiva. La estética, por su parte, o se ha visto apegada a los desarrollos del mundo del arte en una esfera separada del mundo, cayendo precisamente en una supuesta neutralidad teórica y desapegada; o, en su cara popular, se ha destinado al papel que cumple la belleza de las mujeres en un orden de entretenimiento y distracción mediática. Lo que desarrollamos aquí son algunas notas para el desenmascaramiento de ambos aspectos con el fin de empujar hacia un desvanecimiento de sus fronteras, que llevado a cabo analíticamente, pueda servirnos para desarticular este régimen actual de codependencia disimulada.

 

Si es verdad, como lo afirma Power, que resulta imposible no rememorar imágenes específicas cuando se habla de la Jovencita, lo mismo pasa con el trabajador. Si a partir de la figura del trabajador se habla de una guerra total, habría que operar un desarme total también. Así, el hombre, no sólo como trabajador sino también como pensador absorto en sus elucubraciones intelectualoides, también es un riesgo en sí mismo. En su afán por la transformación o la construcción de un futuro, se vuelve parte de aquella especialización del trabajo que no permite ver el contexto y, cuando menos se da cuenta, no sólo desatiende los cuidados tanto domésticos como personales, necesita una Jovencita para cumplir con su destino socialmente impuesto. Más todavía, y viendo más allá la identificación de género en estas categorías, el riesgo actual es vernos compelidxs a convertirnos nosotrxs mismxs en Jovencitxs; o algo más que eso, tratando de llenar aquella identidad unidimensional que pretende abarcarlo todo, sin perder el estilo, siendo artistas, activistas, diseñadorxs de moda e intelectuales al mismo tiempo. El peligro es no sólo no darse oportunidad para el fracaso en ese intento, sino, sobre todo, no ver más allá de los términos de éxito y fracaso, creyendo que todas esas actividades en realidad tienen un estándar o una forma correcta de hacerse.

 

No se trata aquí de encumbrar nuevxs enemigxs ni cancelar a nadie, menos aún, a nosotrxs mismxs. Hemos visto que no hay salida y todxs terminaríamos perdiendo en esta guerra cuando dejamos de lado nuestras propias responsabilidades hacia lxs demás, ya no pensando en una cultura y sociedad como entidad abstracta, sino cuerpo con cuerpo con lxs otrxs. Más aún, para salir de la autoexigencia insaciable en que nos introducen estas cuestiones donde ni de un lado ni del otro parece haber alternativa, prestar atención a estas formas en que ha sido configurada nuestra realidad en cuanto a producción y reproducción de la vida y lo necesario para vivir, podría hacernos también dar cuenta de que más allá de nosotrxs y de los límites de las relaciones humanas, aún quedan muchos más asuntos. Lo que aquí abordamos, sobre todo en el segundo apartado dedicado a la desarticulación, es apenas un atisbo de lo que nos han mostrado algunas de las luchas feministas. Visto así, el movimiento feminista es para todo el mundo, como lo diría bell hooks. Lo que queda claro al menos es que, a partir de esto, aún quedan infinitos mundos por venir.

 

Bibliografía

  1. Baudrillard, Jean, Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 1993.
  2. Benjamin, Walter, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Itaca, México, 2003.
  3. Carnevali, Barbara, “L’esthétique sociale entre philosophie et sciences sociales”, Tracés. Revue de Sciences humaines, 13, 2013, pp. 29-48.
  4. Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, Pre-textos, Valencia, 2010.
  5. Deleuze, G “Post-Scriptum Sobre las sociedades de control”, en: Revista Polis, no. 13, 1990. http://www.revistapolis.cl/13/dele.htm
  6. Federici, Silvia, El patriarcado del salario, Traficantes de sueños, Madrid, 2018.
  7. Foucault, Michel, Historia de la sexualidad I, La voluntad de saber, Siglo XXI, México, 2007.
  8. hooks, bell, El feminismo es para todo el mundo, Traficantes de sueños, Madrid, 2017.
  9. Jünger, Ernst, “La movilización total”, traducido en: La Caja, No. 9, 1994.
  10. Morrigan, Clementine, “Cancel Culture is Abusive”, en: Patreon, https://www.patreon.com/posts/cancel-culture-39608544
  11. Power, Nina, “A ella no le gustas tanto”, en Traducciones clandestinas. https://bonobx.noblogs.org/?p=292
  12. __________ La mujer unidimensional, Cruce casa, Buenos Aires, 2016.
  13. Reines, Ariana, “Translator’s note”, en: Triple Canopy. https://www.canopycanopycanopy.com/contents/preliminary_materials_for_a_theory_of_the_young_girl
  14. Tiqqun, Primeros materiales para una teoría de la Jovencita, Acuarela libros, A. Machado libros, Madrid, 2006.

 

Notas
[1] Jünger, Ernst, “La movilización total”, traducido en: La Caja, No. 9, 1994.
[2] Benjamin, Walter, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Itaca, México, 2003.
[3] Foucault, Michel, Historia de la sexualidad I, La voluntad de saber, Siglo XXI, México, 2007.
[4] Ibid., p. 165.
[5] Ibid., p. 167.
[6] Deleuze, Gilles. “Post-Scriptum Sobre las sociedades de control”, Revista Polis, no. 13, 1990. Traducido en: http://www.revistapolis.cl/13/dele.htm
[7] Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, Pre-textos, Valencia, 2010.
[8] Baudrillard, Jean, Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 1993.
[9] Tiqqun, Primeros materiales para una teoría de la Jovencita, Acuarela libros, A. Machado libros, Madrid, 2006.
[10] Tiqqun, Op. cit., p. 86.
[11] Ibid., p. 50.
[12] Power, Nina, “A ella no le gustas tanto”, en Traducciones clandestinas. https://bonobx.noblogs.org/?p=292.
[13] “at times it was difficult to separate a language problem from a problem of ideology; in any case I think it took me about a year simply to read the book without reading mainly my own reactions to it” Reines, Ariana, “Translator’s note”, en: Triple Canopy. https://www.canopycanopycanopy.com/contents/preliminary_materials_for_a_theory_of_the_young_girl
[14] Ibidem.
[15] Power, “A ella no le gustas tanto”.
[16] Power, Nina, La mujer unidimensional, Cruce casa, Buenos Aires, 2016.
[17] Power, “A ella no le gustas tanto”.
[18] Morrigan, Clementine, “Cancel Culture is Abusive”, en: Patreon, https://www.patreon.com/posts/cancel-culture-39608544
[19] Federici, Silvia, El patriarcado del salario, Traficantes de sueños, Madrid, 2018.
[20] Ibid, p. 17.
[21] hooks, bell, El feminismo es para todo el mundo, Traficantes de sueños, Madrid, 2017.
[22] Ibid, p. 75.
[23] Ibid.
[24] Power, “A ella no le gustas tanto”.
[25] hooks, Op. cit., p. 57.
[26] Carnevali, Barbara, “L’esthétique sociale entre philosophie et sciences sociales”, Tracés. Revue de Sciences humaines, Núm. 13, 2013, pp. 29-48.