Lo malo de estar informado

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Lo malo de estar informado

 

Diagnosticar las múltiples lacras que infestan al hombre moderno es una de las ocupaciones y preocupaciones más comunes entre los intelectuales; por definición, el intelectual es crítico hacia su propio tiempo. Que la vida moderna es nefanda es noción común para todos quienes se aventuran a incrementar la ya muy resobada crítica de la modernidad. Pero la abundancia de críticas parece ser una más de nuestras lacras: para ser propiamente moderno es menester flagelar al hombre moderno con disciplinas cada vez más punzantemente anti modernas, azotes que se aplican a sabiendas de que el azotado es insensible y permanecerá incólume en su disfrute de los falsos placeres de la vida contemporánea. Los azotes se aplican en libros y revistas jamás leídos por quienes supuestamente deberían recibirlos. Además, los flagelantes también usamos computadoras y teléfonos celulares.

Este tipo de reflexiones me han llevado a percatarme de que no abundan las respuestas a la pregunta: ¿Qué mal propiamente moderno es el que distingue a nuestra época de los males de antaño? Pregunto con plena consciencia de que el hombre moderno se piensa a sí mismo como el más poderoso y astuto de la historia, y cree que en principio puede resolver todos los problemas que se le presenten. Además se concibe a sí mismo como el creador de un mundo incomparablemente superior a los del pasado, para lo cual cuenta con innumerables estadísticas que muestran el progreso económico de los últimos doscientos años como algo jamás logrado por ninguna otra civilización. Esta satisfacción consigo mismo se apuntala con la creencia en la superioridad de su moral: jamás en el pasado hubo tanta filantropía y respeto a los derechos humanos. Con una coraza tan impenetrable, las críticas a la modernidad parecen rebotar como flechas en las placas de un tanque de guerra. Pero la coraza bien podría ser uno de los defectos o lacras fundamentales, pues es metáfora de la incapacidad para el conocimiento de sí. La otra posibilidad, evidentemente, es que en efecto las críticas sean nimias y el triunfo del hombre moderno sea incuestionable.

¿Qué tiene de malo la modernidad? Quizás para comenzar a responder la pregunta lo más indicado sea comenzar por lo más superficial. Me propongo reflexionar brevemente sobre una de las actividades distintivamente modernas, casi universalmente reconocidas como indudablemente benéficas y promotoras del progreso humano: me refiero a la actividad de informarse sobre los acontecimientos mundiales diariamente, es decir, “ver los noticiarios”.

Es un dato incontrovertible que jamás tantos seres humanos estuvieron tan ampliamente informados de lo que ocurre en el planeta. Para poner este dato en perspectiva, recordemos que apenas hace más de un siglo Nietzsche detectaba en esta afición por las noticias un indicio de la modernidad incipiente, pues advertía que antes de la proliferación de la prensa, el hombre iniciaba el día leyendo la Biblia, no leyendo el periódico, o, añado, consultando su teléfono celular. El lector de la Biblia pensaba sobre lo perennemente humano, el espectador de noticias se informa sobre lo que acaba de ocurrir. El consenso actual se puede expresar como el imperativo de estar bien informado. El desinformado es el equivalente moderno del antiguo pecador. ¿Pero, de qué está informado el espectador de noticiarios? Y, lo más importante, ¿qué comprensión de la praxis puede obtener de ellos?

Me propongo someter a examen este axioma universal analizando la instancia más superficial a mí disposición: las noticias de la BBC el domingo 25 de mayo por la mañana. Considero justa mi elección porque esta agencia británica es de las más importantes del mundo, pues tiene difusión mundial veinticuatro horas diarias: es un producto paradigmáticamente moderno. Puedo suponer que el equipo de editores de tan importante agencia escoge y jerarquiza las “noticias” conforme a criterios que se pueden colegir de la secuencia en la cual las presentan.

Pues bien, el noticiero abrió con la noticia de que en California un joven de veintidós años primero se  había filmado a sí mismo declarando que se disponía a matar a jóvenes mujeres como venganza porque no le hacían caso. Acto seguido cometió seis asesinatos, hirió a otros cuantos más y luego, al parecer, se suicido mientras se enfrentaba a la policía. Al final de la nota aparecen, primero el sheriff californiano hablando de las víctimas en los términos más cuidadamente burocráticos imaginables y el padre  dolido de una de las muchachas asesinadas, quien denuncia furiosamente la cobardía de los políticos que se doblegan ante las presiones de la National Rifle Association para facilitar la compra de armas. (El joven asesino había adquirido legalmente todo su arsenal).

A continuación se presenta una noticia sobre otro asesinato pero esta vez en Bélgica y perpetrados en el interior de un museo judío. Después aparecieron notas sobre bombazos en Nigeria, sobre un ministro turco que patea a un joven sometido por policías, sobre las detenciones que realiza el gobierno militar de Tailandia tras haber dado golpe de Estado. Luego se presenta la gira del Papa en Jordania, en donde se dedica más tiempo a su conversación con un reportero de la BBC que a los momentos que ocupó en meditar en la ribera del río en la que San Juan bautizó a Cristo. La nota concluye con la observación hecha por el reportero según quien la Iglesia Católica es muy conservadora y por consiguiente no se puede saber qué tanto logrará modernizarla el nuevo Papa. Por último, se dedica una parte muy amplia de los treinta minutos del noticiero a la boda de una estrella de cine, quien gastó más de un millón de dólares en la fiesta… pero recibirá veintiún millones por los derechos de filmación. Todo esto es  presentado por una locutora china con rostro tan bello como la luna, acento sino-británico perfecto y entonación cuidadosamente neutral (“objetiva” diríase) sobre los asuntos acaecidos.

Esta manera de “informar” al televidente tiene múltiples consecuencias que se pueden notar sin mayor esfuerzo. En primer lugar, la secuencia de las notas no es arbitraria porque se ubica al inicio dos episodios de asesinatos tácitamente calificados como actos de enfermos mentales, si bien el primero es por insatisfacción sexual y el segundo por odio a los judíos. Otorgarles mayor importancia es indicativo de lo que los editores mismos consideran relevante. En comparación, el viaje del Papa a Jordania es de importancia inferior. La violencia tiene jerarquía más alta que la paz. Si preguntamos por qué no comenzaron con los asesinatos en Bélgica, la respuesta puede ser meramente que de esos sucesos no había qué filmar, mientras que los de California sí. En fin, sólo deseo señalar que la jerarquía la fija la primacía de la violencia y los criterios de entretenimiento para el televidente. Sin embargo, lo propiamente malo y moderno de esta “información” es que presenta de manera tan fragmentada y superficial los eventos acaecidos que, por una parte, parecen fortuitos, sin razón de ser, y, por otra, permiten difundir la noción de que ya se les entendió suficientemente. La multiplicidad de notas con temas tan disímiles impide que en efecto el espectador pueda formarse una idea coherente del mundo en el que habita y, al mismo tiempo, lo lleva a creer que en efecto sí tiene una comprensión de lo acaecido en el mundo. El espectador de noticias cree que sabe lo que ocurrió “en el mundo”. De ahí que esté dispuesto a creer que en efecto el mundo es un objeto que se puede conocer viendo noticiarios. Pero de hecho sólo presenció el “mundo” que la BBC seleccionó. Conocer adecuadamente lo que ocurre en todas las naciones del mundo es una tarea que sólo quienes se dedican a ello profesionalmente pueden aproximarse a cumplir. El espectador sólo retiene imágenes evanescentes que propiamente no tienen unidad alguna. En realidad no sabe nada de lo que ocurre en el mundo, tan sólo captó imágenes entrelazadas por una narración superficial. No me parece exagerado concluir que el espectador putativamente informado padece una de las peores falacias que puede acaecernos: cree que sabe lo que no sabe.

En cuanto la situación del espectador de noticiarios es paradigmática del manejo de la “información” en nuestra época, sirve de ejemplo universal. Puedo responder a la pregunta propuesta al inicio subrayando que lo propiamente moderno de esta falacia no estriba en que la gente crea que sabe lo que no sabe —esto es condición eterna y común del humano— reside, más bien, en el hecho de que la información está diseñada para desinformar. Pero la información que desinforma no la produce un genio maligno que desea embrutecernos a todos, pues es consecuencia necesaria de los supuestos epistemológicos que determinan al mundo moderno —del “método científico”. Lo propiamente nuevo es que somos víctimas de nuestra propia retórica.

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