Me enteré por un psiquiatra amigo que a Pedro le están matando con CLONAZEPINA (un fármaco indicado para combatir la esquizofrenia que se resiste a los antipsicóticos).
El doctor me informa que la clonazepina produce agranulocitopenia. La granulocita es la célula de la sangre que se encarga de las defensas (es la base del sistema inmunológico) y en las cantidades que le están administrando produce hemorragias y convulsiones. Si le siguen administrando clonazepina, me aseguró, Pedro va a morir de una hemorragia.
Pienso en la frase: “con licencia para matar”. ¿Quién otorga esas licencias?, ¿quién contradice así la ley de Dios, del mundo, de los hombres?, ¿quién se erige como amo, como dueño de otro?, ¿quién ha convertido a los médicos en asesinos?, ¿quién les ha dicho que son dueños de los locos?
Los médicos son ahora cómplices del padre de Pedro, de ese padre que enseña a todo el mundo la foto de cuando su hijo lo golpeó para que constaten que ese hombrecito que fue un prominente político, es una víctima.
Y si el hijo lo agredió ese día rompiéndole la cafetera en la cabeza ya lo pagó con creces, porque el castigo ha sido brutal. La locura del padre supera a la del hijo, que quiere salvar al mundo con su delirio de sabiduría, con su inventiva, con sus ideas.
¿Qué haría el padre tan amado para que el hijo le pegara ese día? Desconozco el suceso que precedió al acto, pero habría que averiguarlo antes de ejecutar la sentencia que se cumple puntualmente cada día en el hospital psiquiátrico.
El padre no soporta ver al hijo. No entra a la sala, no lo visita, no lo saca al patio. El hijo no sale a ninguna parte. Hace meses que está recluido en el pabellón de agudos, descalzo, solo.
—¡Me quieren matar doctora! —me dijo una vez en la reja y me enseñó sus manos heridas por las agujas de la anestesia que le ponen para los electroshocks—. Dígale a mi papá que me saque de aquí hoy. “Ese tipo me quiere matar” —me dijo señalando al doctor. Incapaz de notar que es el padre quien lo quiere matar.
Pero el padre vive en Inglaterra, el país que antes de ser internado albergaba a los dos y los separaba del mundo de los demás. Este es el tema del delirio de Pedro, quien me asegura que él y su papá son inventores de programas que salvarán al mundo de la miseria y se han trasladado a Inglaterra y subvertido el orden del tiempo corrigiendo el pasado lejos del resto de la familia para hacer investigaciones. Allí lo sitúa Luis, pero éste habla con la doctora jefe y decide que su hijo permanezca aislado.
¿Cómo ayudar a Pedro? La doctora jefe me prohibió que lo sacara al patio. La Dra. jefe no quiere saber del sufrimiento de Pedro. La Dra. jefe es un caso perdido.
El Dr. Residente, mi amigo, me ha dicho que le dan Clonazepina ante la desesperación de la ineficacia de los fármacos menos agresivos y que, como dije antes, la Clonazepina destruye el sistema inmunológico.
Pedro cree en la reencarnación, seguramente su padre también. Cuando muera de una hemorragia tal vez podría revivir en la Inglaterra de la Edad Media, con lo que sueña Pedro, y ser un Lord junto a un padre de verdad, porque el que tiene ahora se ha convertido en un perro rabioso que, aterido de miedo, muerde a diestra y siniestra.
¿Y la madre? Pedro no tiene madre. Él lo sabe, no la reconoce. Si tuviera, iría a abrazarlo. Nadie podría impedírselo y, sobre todo, no dejaría que los médicos y el padre lo mataran. Estaría con él.
Pedro está solo. Ha nacido como el protagonista de El perfume,[1] en un basurero, en un elegante estercolero de la colonia contigua al hospital. Y busca existir a través de su locura, donde despliega el deseo de ayudar a los que, como él, no tienen nada cambiando el orden del mundo. Pero la bondad de la medicina se lo impide, apagando con los fármacos, los electroshocks y el encierro, su deseo de vivir.
Notas
[1] Película que trata de un bebé al que abandona la madre tirándolo a un basurero y busca existir a través de extraer el perfume de la mujer que ama.
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