Preliminares
El objetivo fundamental que guía este escrito espera mantenerse en una forma de crítica filosófica a la «suicidología». Vamos a tratar de determinar este objetivo disponiendo de una filosofía de referencia. Los cuidados teóricos –siempre exigibles– que exija este estudio los haremos consistir desde el auxilio de una filosofía crítica [1]. De los aspectos que conviene atender con esa filosofía frente a los problemas de la suicidología, los más distinguidos para el enfoque gnoseológico se encuentran en su plena suposición de «cientificidad». Y es aquí donde se sitúa la pregunta por la estructura de la disciplina suicidológica. Esto será el tema nuclear de nuestro análisis. Digamos, para ubicarlo, que por dentro del sostén institucional de la suicidología hay una serie de contenidos que operan in media res con una idea de ciencia. Se necesitan buenas entendederas para captar que la suicidología (comenzada presumiblemente con Edwin S. Shneidman) asume una idea criticable –nunca mejor dicho– de ciencia. Pero su cubierta general de acción es tan indefinida a unas exigencias científicas, que entonces la presencia de un análisis gnoseológico es simplemente necesaria. No es nada extraño que muchas de las cuestiones que configuran un examen gnoseológico comienzan por interrogar: «si la suicidología se concibe como una ciencia, ¿qué entiende por ciencia?» Hecho esto, sobrevienen cuestionamientos no menos importantes tendentes a enhebrar una requisitoria de muy pertinente alusión: ¿qué realidad científica hay que reconocer en la suicidología?, ¿la suicidología se realiza gracias a la generalizada «interdisciplinariedad»?, ¿qué metodologías usa la suicidología en sus indagaciones?, etc. De todo ello, en realidad, puede justificarse el sintagma titular de este escrito en la medida que pretende ensayar –con actitud dialéctico-reconstructiva– un análisis de la suicidología. Debidamente estudiada la cuestión, no será baladí examinar: la problemática que tiene que ver con el «estatuto gnoseológico» de la suicidología; las perspectivas que determinan la puesta «en marcha» de la suicidología aunque ésas mantengan entre sí principios teóricos y prácticos muy distintos; la razón praxiológica (que no acientífica) que fundamenta su factum. La unidad temática de estas examinaciones analíticas se hace consistir en su codeterminación gnoseológica, esto es, son cuestiones que trazan los ejes temáticos para la crítica de la suicidología como disciplina de estudio. Y al ser propósito nuestro someter a análisis crítico las premisas gnoseológicas características de la suicidología, y ello no tanto para condenarla o, incluso, para aplaudirla (como si esa actitud viniese a cuento o recuento de una crítica gnoseológica), cuanto para discutir su «estatuto gnoseológico» en las Ciencias Humanas; convendría advertir que no partimos de un conjunto nulo cero de premisas (está fuera de duda que aquí no hagamos valer algún marco teórico), sino que tomaremos algunos conceptos gnoseológicos de la Teoría del Cierre Categorial (TCC) del filósofo Gustavo Bueno [2] que puedan contribuir al análisis del significado de la suicidología. Limitémonos, pues, a solventar ese análisis.
Problemática gnoseológica
Debemos comenzar constatando que es un «hecho» actual, en las sociedades del presente, que el término «Suicidología» es un término del vocabulario de muchos profesionales de las ciencias psicológicas, sociológicas, criminológicas. Es un término que se ha construido con el sufijo propio de las ciencias como es -logía; asimismo, es un término que, sin perjuicio de su valencia etimológica para nada unívoca, asume ser una disciplina que se concibe, según apuntan Pérez Barrero & García Ramos, como «el estudio científico de la conducta suicida en sus aspectos preventivos, de intervención y rehabilitatorio. Comprende el estudio de los pensamientos suicidas, los intentos de suicidio, el suicidio y su prevención» [3]. Obstante tan deíctica definición, saber si es o no un término del vocabulario de términos gnoseológicos queda por ver. En todo caso, desde el punto de vista de su contenido, un análisis gnoseológico (en cuanto dependiente de una teoría filosófica sobre la ciencia) remite necesariamente a cuestiones de la «filosofía de la ciencia». Así, el quid aquí rondaría sobre la materia que define denotativamente a la suicidología. Sólo que la definición del suicidio como un «fenómeno de muerte» define al suicidio a una escala lisológica [4]; pero la definición del mismo fenómeno desde categorías psicológicas o sociológicas o criminológicas nos define el suicidio a una escala morfológica. Lo que llama la atención con ello es que la conjunción de las escalas morfológicas (sociológica, psicológica.) no explican gnoseológicamente la forma de la suicidología. El peso gnoseológico que tiene la distinción entre la materia y la forma de las ciencias es fundamental antes de repetir el trillado respecto de la suicidología como algo «interdisciplinar». Por de pronto, hay que señalar –para mostrar las premisas del enfoque de la TCC– que esa distinción entre materia y forma, cuya presencia en la teoría de la ciencia es históricamente notoria, alcanza su significado gnoseológico en la medida que tiene que ver con la «verdad científica». Esa distinción gnoseológica, que se encuentra en una situación dialéctica, en tanto funge en la interpretación del factum de las ciencias, ha de servirnos para triturar la estructura general de la suicidología. Precisamente si la suicidología se precia de ser una ciencia que estudia los comportamientos que tipificados como «autodestructivos», será preciso aproximarnos a las partes formales y a las partes materiales que constituyen su campo (que no su «objeto»).
En efecto: si la suicidología presume un estatuto «interdisciplinario» surge la pregunta por sus fundamentos gnoseológicos. Hay que tener presente en su reconstrucción (o progressus) que hacerlo requiere rastrear el entrecruzamiento disciplinar de la estadística, la demografía, la psiquiatría social, la psicología, la criminología, la antropología, la bioética. Y entretanto, con este gran indicio, podríamos aducir que la suicidología habría que atajarla con en el llamativo cedazo de la interdisciplinariedad. Nada embrolla más que esto… porque pensar la cientificidad de la suicidología en la interdisciplinariedad no significa que tal conformación tenga por sí misma una sustantividad científica. De esta suerte, en tanto que la suicidología no parece estar fundada en una categoricidad soberana, se hace central, dada la repercusión gnoseológica, el problema de unitate et distintione scientiarum. Esto desde luego no quiere decir que la suicidología, en lo que guarda a sus detalles gnoseológicos, no arrastre un significado gnoseológico. Ahora que, si se admitiere que la interdisciplinariedad está llamada a ser el sostén básico que amarra el proceder de la suicidología (y ello, advirtámoslo, sin perjuicio de su ingente difusión en contextos no sólo académicos), cabría considerar esto:
Hablando en general cabría afirmar que el concepto de interdisciplinariedad no presenta mayores dificultades cuando va referido a disciplinas institucionalizadas muy diferentes, cuya coordinación práctica sea requerida para una gestión eficaz de determinados proyectos en campos que no son exclusivos de una ciencia categorial dada. […] Pero cuando la interdisciplinariedad intenta ser referida a un conjunto o subconjunto de disciplinas científicas –es decir, a un conjunto de ciencias categoriales en función pragmática– entonces la idea de interdisciplinariedad se oscurece. Más aún, al menos cuando examinamos esta idea desde la Teoría del Cierre Categorial, la idea de interdisciplinariedad aparece como una idea fantasma, o como una idea ficción [5].
Dicho esto, se podría apreciar en el proceso de «racionalización institucionalizada» (que es recurrible a un punto de reconstrucción praxiológica) del campo de la suicidología que ésta parte de premisas constitutivas de las ciencias psicológicas y sociológicas. Por ejemplo, Shneidman afirmó que «la suicidología pertenece a la Psicología porque el suicidio es una crisis psicológica» [6]. Sin perjuicio de su fervor teórico, ello no hace sino refrendar un tipo de reducción que ataja el suicidio a una escala morfológicamente psicológica. Nos obsta que este término, ciertamente por su ausente univocidad, cargue con equívocos. Pero, sin ir más lejos del planteamiento de la interdisciplinariedad, la declaración de Shneidman deja en entredicho una exigencia gnoseológica, que es, a saber, la cuestión de si la Psicología es o no una «ciencia cerrada categorialmente». Pero antes, nótese que si la suicidología enmarca su campo de estudio en el fenómeno de la conducta, será inevitable confundir sus «partes materiales» como cogenéricas de la materia de la Etología (puesto que la materia de ésta es la «conducta»). Sin soltar lo anterior, cabría colegir que Shneidman no estuviera apelando tanto a la conducta animal cuanto a la praxis personal. Pero entonces se hará igualmente preciso remarcar las «partes formales» que hacen latir alguna «singularidad» (al menos en su capa metodológica) de esa supuesta ciencia de la «conducta suicida». Está claro que la Psicología, como forma de actividad, lleva acoplada una teoría sobre sí misma, una autoconcepción que satisface unos esquemas de oficio en cuanto presupone los valores, funciones o servicios que su profesión ofrece. Por tal, habría que reinterpretar la declaración de Shneidman, en general, como la autojustificación del oficio del psicólogo; y, en particular, como la autodefinición del suicidólogo. Sin embargo, aun tintinea la exigencia gnoseológica.
A esta altura, estamos obligados a referir que se trata de un problema principalísimo dentro de nuestro marco teórico, en tanto que la TCC –prima facie– no parece apresar ciertos rasgos de la Psicología como situaciones constructivas por las que habrían que pasar las Ciencias Humanas y Etológicas [7]. A sabiendas de tal problema, convendría encargarnos, sobre todo pensado en la innecesaridad de esos eruditescos puntos, de hacer metodológicamente el progressus (a contextos causales) a la estructura de la suicidología. Ante todo, habrá que poner de relieve explicativamente que para estudiar el «estatuto gnoseológico» (que a nuestra vez es el de la suicidología) de una ciencia, es preciso informar que la TCC concibe en su gnoseología general analítica la idea de un «espacio gnoseológico» donde se adscriben ejes y sectores que contemplan la constitución del cierre categorial de una ciencia [8]. Así diremos, para echar ojo en las líneas generales del espacio gnoseológico, que éste se compone –por mencionarlo presurosamente– de los ejes sintáctico, semántico y pragmático; donde, a su vez, cada eje cuenta con unas figuras respectivas:
I. Figuras correspondientes a los sectores del eje sintáctico:
I-1 Términos. I-2 Relaciones. I-3 Operaciones.
II. Figuras correspondientes a los sectores del eje semántico:
II-1 Referenciales. II-2 Fenómenos. II-3 Esencias o estructuras
III. Figuras correspondientes a los sectores del eje pragmático:
III-1 Normas. III-2 Dialogismos. III-3 Autologismos.
He aquí el esqueleto de la teoría filosófica que la TCC llama el «espacio gnoseológico». Ya con el cual, considerando restricciones de espacio, resumiremos así: en el eje sintáctico, se entiende por términos de un cuerpo científico las partes objetuales constitutivas de su campo; las relaciones se establecen entre los términos del campo de un modo característico; las operaciones de un cuerpo científico son las transformaciones que uno o varios objetos del campo experimental quedan determinadas por un «sujeto operatorio». Digamos, para una mirada del eje semántico, que los referenciales (exigidos por postulados gnoseológicos) son los contenidos fisicalistas (corpóreos) de los cuerpos científicos; los fenómenos, referidos a un contexto gnoseológico, son objetos apotéticos dados a la escala «organoléptica» de los sujetos operatorios sobre los cuales tienen sentido las operaciones de separar y de aproximar; las esencias o estructuras resultan –tal y como lo concibe la TCC– de la neutralización de las operaciones ejercidas sobre los fenómenos. Saber a fondo el concepto de las esencias de nuestro marco teórico es ciertamente de mayor importancia cuando establece: «mientras que el trato con los fenómenos […] nos mantiene en el frágil terreno de un mundo cuyas líneas morfológicas dependen enteramente de las contingencias de nuestros neurotransmisores, […] el regressus hacia las esencias que puedan constituirse en el flujo mismo de los fenómenos, nos abre el único camino posible hacia la constitución de nuestro mundo real objetivo» [9]. Y habiéndose propuesto dialécticamente (polémicamente) una teoría de los «tres géneros de materialidad» [10], se puede ubicar a las esencias como relaciones del tercer género de materialidad (abreviada usualmente como M3) entre los fenómenos que constituyen nuestro mundo entorno. Dejando estas enormes cuestiones, ahora tengamos a bien decir, respecto al faltante eje pragmático, que las normas son entendidas en tanto que artífices de las construcciones científicas impuestas a los sujetos operatorios (a la manera como operan las «reglas» de la Lógica formal); los dialogismos se refieren a la comunicación que tienen los sujetos operatorios en el contexto de la actividad científica; los autologismos agrupan las situaciones empíricas (definidas psicológicamente) que se dan en las actividades del sujeto operatorio, en la medida que él tiene que identificar observaciones actuales con otras pasadas. Dicho eso, nuevamente habrá que resumir que la TCC apela a los procesos de construcción cerrada en tanto que va referida a campos con una multiplicidad de términos organizados procesualmente en más de una clase. Según esto, el cierre categorial de una ciencia es un cierre operatorio, esto es, queda determinado por el sistema de operaciones que caracterizan su campo. Así, volvamos ya a ocuparnos de la disciplina que nos convoca, reaprovechando los conceptos ya usados o mencionados de la exposición precedente.
Crítica gnoseológica
Con el propósito de establecer la crítica gnoseológica de la suicidología, hay que servirnos no tanto de las perspectivas talladas desde las pretensiones subjetivas (ético-profesionales) de los suicidólogos, cuanto sí del respectivo status que concibe a la suicidología como una disciplina dedicada a estudiar (morfológicamente) el suicidio. Y fundándonos decididamente en que una «disciplina consiste gnoseológicamente, en efecto, ante todo, cualquiera que sea su materia, en un conjunto de instituciones técnicas, o sociales, tales como libros, cátedras, departamentos, congresos, comunidades gremiales de especialistas» [11], el estatuto disciplinar de la suicidología nos permitirá saber si se puede encuadrar análogamente a una Ciencia.
Y entretanto, antes de esbozar la mirada analítica que podría darse a la suicidología desde las coordenadas gnoseológicas del «espacio gnoseológico» de la TCC, habría que arrancar admitiendo que no es para nada ilusorio constatar (documentalmente incluso) que el suicidio plantea determinados «problemas» a multitud de ciencias, disciplinas y/o saberes.
Por eso, así hallaremos aparecida: filosofía del suicido (decantada según la filosofía de referencia), psicología del suicidio (Stengel), sociología del suicidio (Durkheim, A. Giddens, R. W. Maris), psicoanálisis del suicidio (Freud), epidemiología del suicidio, estadística del suicidio, genética del suicidio (W. Haberlandt, S. Seymour), criminología del suicidio (Marchiori). Abonada en tal estado en entendederas a las que es familiar la «problematización» del suicidio, la cuestión ha articulado en una disciplina como la Suicidología un temario, cuestionario y problemática que no queda exenta de aquellos tratamientos. Tal y como se desprende de la estela investigativa del suicidio (sobre todo doxográfica), cabría una sistematización enciclopédica, pero nada de ello podría constituir una «crítica» de las condiciones que debe reunir la Suicidología para que tenga un estatuto científico. A la pregunta ¿qué es la Suicidología? Valdivia respondería de un modo deíctico: la suicidología es el «estudio científico del proceso suicida individual y grupal, así como de las características propias y/o asociadas a las ideas, comunicaciones y conductas suicidas en población general» [12]. Al leer eso, no es un hecho bruto que su nombre esté presente asimismo en la Asociación Americana de Suicidología (fundada en 1971 por Shneidman), el Centro de Suicidología del Hospital Clínico de Barcelona, la Sociedade Portuguesa de Suicidologia (SPS), la Red Internacional de Suicidólogos, el Capítulo Nacional de Suicidología de la Asociación Psiquiátrica Peruana, la Sección de Suicidología de la Asociación Psiquiátrica Mundial, la Asociación Mexicana de Suicidología, A. C. (AMS), el Instituto Hispanoamericano de Suicidología, A. C. (INHISAC), etc. A ello podemos sumar las revistas Suicide and Life-Threatenig Behavior (fundada por Shneidman), el Giornale Italiano de Suicidologia, el Boletín Latinoamericano de Suicidología-APAL, etc. Así, a sabiendas de tal exuberancia, podríamos evidenciar hasta qué punto la suicidología ha alcanzado una generalización sorprendente (léxica no sólo).
Ahora bien: la «condición gnoseológica» de la suicidología tiene que dar respuesta a estas preguntas: ¿qué figuras presenta su eje sintáctico?, ¿qué figuras tiene su eje semántico?, ¿qué figuras posee su eje pragmático?. Evidentemente, tales cuestiones requieren regresar a la perspectiva de la suicidología como disciplina (y eso dando por supuesto que sea resultado de una composición-intersección de otras diversas disciplinas). En su construcción, la susodicha ha fraguado un tejido terminológico subordinado al término-sujeto (desde su eje sintáctico) de su campo: los individuos conductuales dados a una escala antropológica en su especificidad «autodestructiva» (actual o potencial). De ese modo, así: acto suicida, autopsia psicológica, circunstancias suicidas, signos de suicidio, conducta destructiva, conducta suicida, crisis suicida, daño autoinfligido, dolor psicológico, factores protectores del suicidio, individuo suicida, intento suicida, letalidad del método, método suicida, pensamientos suicidas, prevención del suicidio, posvención, proceso suicida, riesgo suicida, síndrome presuicidal, situación suicida, suicidio, suicidio asistido, supervivientes, tasa de suicidio, tendencia suicida. vendrían a ser la base de una nomenclatura definicional desde la cual, sin embargo, no hay razones gnoseológicas para concebirla como una figura gnoseológica. Acaso esos conceptos, por concebirlos como intercalados a verdaderos campos categoriales (como puedan serlo la estadística, la etología, la epidemiología, la psicología cognitiva.), avalan el valor disciplinar suicidológica. Pero, ¿significa esto que semejante conceptografía no funge para hacer referencia semántica de una «realidad suicida»? Sin perjuicio de que esas palabras hagan un «recorte» nominal de un continuo fenoménico como lo es la conducta, su relevancia gnoseológica no la salva ese minúsculo intento de conceptuación. Allí, si es verdad que le interesa el hombre en cuanto a sus conductas suicidas, la principal razón para pensar que la suicidología no puede ser una ciencia, es sencillamente porque el hombre no es una categoría sino una Idea. Y ante todo, la TCC sostiene que una ciencia no puede considerarse como referida a un objeto, sino que debe ir referida a múltiples objetos. Por ello, en cuanto se considera al suicidio como único objeto de estudio se torna improcedente el «cierre operatorio» de la suicidología.
Al cabo de que la suicidología se negase a desfondar de algún significado «científico» a un material fenoménico de referencia, introduciendo para ello un esquema «hermenéutico», entra en suspenso una indudable expectativa praxiológica pero también una dudosa fundamentación gnoseológica. Y es que eso es algo, que toma parte de las justificaciones del quehacer suicidológico: es comprender el suicidio, y que, a título de ejemplo, cabe encontrarlo más o menos así: «si el suicidio es un problema social, el problema sociológico no lo constituye el suicidio, sino la comprensión de los factores que intervienen en la acción» [13]. Nos parece que planteamientos como este estarían ejercitando una modulación hermenéutica que acaba por concebir a la labor científica como mera «comprensión» de fenómenos. Conviene sin embargo tener en cuenta, pese a todas las cautelas de esta vía, que «la comprensión no constituye por sí misma una metodología que tenga significado gnoseológico» [14]. Según ve la cuestión Bueno, explica que
[…] pedir la comprensión en las ciencias humanas, como medio ad hoc de adecuación o identificación con el objeto de estudio […] es tanto como incapacitarse para distinguir las diferencias que, desde el punto de vista de la verdad, debe críticamente reconocerse en los mismos materiales estudiados, dado que estos materiales son muchas veces […] de índole proposicional-apofántico (tesis, teorías, concepciones del mundo, o bien, símbolos, contenidos culturales o tecnológicos vinculados por proposiciones). Comprender el sentido de esos materiales proposicionales (otras veces, describirlos en perspectiva emic) no es en modo alguno identificarse con ellos «desde el punto de vista de la verdad», que es lo que interesa. [15]
Sin embargo, cabe decir que esta disciplina (que no Ciencia) se desenvuelve en un no tan evidente entretejimiento de varios modos gnoseológicos: utiliza definiciones, clasificaciones, modelos. Pongamos por dicho, ya que es posible, que la parte de las definiciones quedó referida arriba. Pero por lo que manifiestan sus metodologías cualitativo-demostrativas (no un sentido axiomático), en la suicidología subsiste lo que puede dar de sí constructivamente un modo gnoseológico (modi sciendi): la clasificación. Establecida según variados criterios, la clasificación, sea de lo que sea, es una metodología de racionalización. De hecho, y ateniéndonos a su valor gnoseológico, no es raro que ese procedimiento conforme una vía de construcción científica. Esto mismo posibilita la racionalización –y creámoslo posible– del suicidio sobre todo si se considera que clasificar el suicidio corresponde a un arduo procedimiento que obliga a descomponer al suicidio como un todo. Sólo que admitir a la Durkheim que «una clasificación de los suicidios razonables de acuerdo con sus formas o caracteres morfológicos es impracticable» [16], se podría reparar si no tal, por lo menos sí en una casuística que traduciría los agravantes, aminorantes, coadyuvantes, dirimentes, eximentes, impedientes, y machacantes del suicidio. Pero, a toda vez conocida la pluralidad de conatos clasificatorios (como lo son, dicho sea expresamente, el propuesto por Durkheim, o el propuesto por el NIMH, o el propuesto por la Clasificación Internacional de Enfermedades, o el propuesto según la «intención de morir», o el propuesto según los «grados del suicidio», entre otros), habría que criticar su pertinencia gnoseológica. En resumidísimas cuentas, la TCC sostiene que hay distintos modos de clasificación que se «sazonan» –por así decir– según su construcción sea ascendente (de las partes al todo) o descendente (del todo a las partes), y según las totalidades sean distributivas o atributivas. De ese cruce brotan (a) taxonomías, (b) tipologías, (c) desmembramientos y (d) agrupamientos [17]. Esto supone un miramiento un poco geométrico (inadecuado a nuestros efectos), apto para discernir las clasificaciones del suicidio. Así podríamos entender, por ejemplo, que las taxonomías del suicidio serían aquellas que lo clasificasen descendentemente de un modo distributivo (como la clasificación caracterológica del suicidio asistido, el suicidio fanático, el suicidio del fugitivo); las tipologías, aquellas que lo hiciesen ascendentemente de un modo distributivo (por ejemplo la tipología de Hansen); los agrupamientos, aquellas que lo realizasen de un modo ascendente distributivo (incardinándose a la metodología estadística tendríamos el ejemplo en la clasificación de los grupos de riesgo suicida).
No dejará de heredar dificultades al procedimiento clasificatorio el hecho de que en el plano fenoménico cualquier suicidio se muestra (lisológicamente) como un «fenómeno de muerte», de suerte tal que sus partes –si el suicidio puede considerarse como un todo fenoménico– se homogenizan como un proceso decisional que culmina en un acto de auto-aniquilación. Y por efectos de que la clasificación la emprende una disciplina praxiológica, cabría ejercitar en ese «material fenoménico» una vuelta hacia el plano en el que es posible reconstruir el suicidio –sin perjuicio de cometer alguna reducción– en función a sus contextos causales. Es decir que el orden fenoménico del suicidio exige necesariamente remitir a un orden esencial. Este plano se mantiene muy próximo (correlativamente) a lo que ha venido en llamarse «etiología del suicidio». Considerando, en breve, que no hay por qué la suicidología deba interponer una argumentación filosófica de la Idea de «causa», no obstante, sí cabe permitirnos la crítica del pensar «causalista» (juzgamos útil llamarlo así) de Durkheim, afirmante de que «sólo puede haber tipos diferentes de suicidios en tanto sean diferentes las causas de que dependen» [18]. Así, tiene que destacarse que el concepto de «causa» es como el fulcro que regula una metodología clasificatoria (algo que, a su vez desde la perspectiva de su praxis social, evidentemente importa pero no a un grado sumo). Es interesante proferir que las fatales operaciones del sujeto psicológico suicida son operaciones prolépticas (teleológico-causales): el disparar contra uno mismo, el tirarse por un acantilado. Cualesquiera de las conductas suicidas se orientan hacia «fines» con una proyección «antivitalista». Sólo que tales suposiciones inmanentes a esa proyección «biopsicosocial» son importantes para el Test psicodiagnóstico [19] de suicidabilidad (concepto que hacemos beneficiario de la definición dada en el Diccionario de Psicología de Dorsch).
Hay más: la relevancia gnoseológica del «Test de tendencia suicida», pese a las rencillas que aniden sus elaboraciones estadísticas, distingue a los sujetos (conductuales) suicidas en términos de predictibilidad. Esto es muy lioso. Pues amén de que su situación gnoseológica suele tener un trato casuístico que para el suicidólogo se le ofrece según el «caso», asimismo no podemos perder de vista que la preparación de semejante Test (psicodiagnóstico) haya venido sembrando polémica. Al suponer la «cientificidad» del Test puede cuestionarse la precisión, estabilidad, o autenticidad de su hechura, pero creemos que el mismo puede concebirse como otro término (en sentido gnoseológico) de la suicidología. En todo caso, si postulamos que el Test se trata de una metodología modeladora aplicable a la cobertura preventiva de una región del campo su acción (aun suponiendo que el Test se sustente en un «método de inducción»), obsta cuán difícil sería neutralizar las operaciones del sujeto gnoseológico en situaciones β-operatorias (β2), puesto que la aplicación del Test en un término-sujeto suicida (potencial o actual) implica mutuamente el engaño, la observación, la sorpresa, la verdad.
En cualquier caso, es necesario remirar la condición pragmática de la suicidología. Habremos de considerar, en principio, que el «acta fundacional» de la suicidología se da con la fundación del Centro de Prevención del suicidio en los Ángeles en 1958 por Farberow y Shneideman [20]. Algo que, efectivamente, implementó unos dialogismos que llegaron a cristalizar la formación de Instituciones portadoras de su nombre (corroborado con las arriba ya mencionadas). Asimismo, la pluralidad de diplomados existentes ofertados en el presente actual bajo el sintagma de Suicidología (v.gr.: el Diplomado de Suicidología de la Escuela Nacional de Salud Pública de Cuba, o el Diplomado en Suicidología del Instituto Hispanoamericano de Suicidología, S. A.), o los congresos nacionales e internacionales como el II Congreso de Suicidología de América Latina y el Caribe (junio, 2007), tenderán a concebirse o conceptuarse como una estructura que representa, en lo referente al desarrollo de la suicidología, un enraizamiento histórico en los campos «disciplinares» (en coordinación con otras disciplinas en marcha) solventados por nuestro presente actual. Con ello, semejante contextura pragmática posee una incidencia social (codificable en acciones coordinadas no sólo por el fragor de la Secretaría de Salud Pública) directamente inteligible para la «profesión» del suicidólogo. Sólo que, obsérvese, lo que pueda dar de sí frente a exigencias gnoseológicas ha de hacerse criticar en atención a su condición praxiológica, dada la situación operatoria (β2) en la que efectúa sus operaciones a partir de términos-sujeto (sujetos conductuales suicidas). En este sentido, podemos atizar semejante condición si pasamos a controvertir sus regularidades praxiológicas.
Fundamento praxiológico
El fundamento praxiológico de la suicidología surge, si nos atenemos su orden pragmático, en el momento genealógico donde se determina que Shneidman acuñó el término de «suicidología» en función de su inflexión preventiva. Y es que, sin perjuicio de que el término tenga un remotísimo antecedente allá por 1929 en un tal Bonger, no obstante, la reformulación de Shneidman produce una total restructuración del término, determinando su significado como disciplina de investigación psicológica (las ideaciones suicidas dadas en sujetos psicológicos, antrópicos, proyectadas como una fase conductual, con un significado característico para la «biopolítica» de la salud pública.). Así, cabría decir que la «fundamentación» praxiológica de la suicidología se pudieran hacer consistir por un finis operis distinguido en el concepto de «prevención». Lo interesante del caso sería triturar, a sabiendas de que su proceder opera genéricamente en una situación que la TCC designa como β2-operatoria (dado que podemos reconocer a la suicidología como una disciplina que tiene un campo indisociable de las operaciones mismas), los componentes ideológicos que alberga dicha «praxis».
Sea como sea, lo primerísimo que habrá que poner en claro en este contexto, es que tanto el conjunto de presupuestos «metacientíficos» (así filosóficos) que envuelve la propia praxis (no sólo clínica), como los contenidos doctrinales que figuran como el tejido de las acciones institucionales de la suicidología (incluso las que tienen a su favor un empuje gubernamental), no constituyen teoremas (células gnoseológicas básicas indispensables para la construcción de las verdades científicas) de ninguna ciencia categorial. Será en el plano del ejercicio donde, al parecer, cabría confirmar la razón de ser de la suicidología; pero lo cual no significa que en el plano de la representación se tenga una pobreza de tesis. Es lo más frecuente concebir las «diez características comunes a todo suicidio» de Shneidman no como teoremas sino precisamente como tesis (y en ciertas condiciones, como modelo). Pues tales no son meras construcciones proposicionales (o meras frases, se sobreentenderá) sino que, desde el enfoque adecuacionista de la ciencia que mantiene la suicidología, también habrá que verlas como construcciones objetuales que hacen referencia a un sujeto conductual –el suicida– que las confirma o modifica. Insistamos: es en este proceso donde el «sujeto gnoseológico» (en este caso, el suicidólogo, o psicoterapeuta, o «trabajador social») centra sus operaciones frente al «sujeto psicológico» (que puede ser el individuo suicida o los supervivientes). Añádase a esto la idea de que las operaciones que hace el suicidólogo, en cuanto acciones propositivas, acogen una retícula doctrinal (ideológica) del «sentido de la vida». Tanto que, ¡ojo!, lo esencial sería ver encarecido ese plexo que queda arrastrado prácticamente en la «nematología» (i.e. especulaciones de carácter ideológico que se organizan encima de las instituciones) de los propios suicidólogos:
[…] se pueda afirmar –nos dice un suicidólogo– que actualmente no están en la suicidología todas las respuestas posibles al acto suicida, pero sí una voluntad cognoscitiva que permite, cada vez más, recorrer territorios aledaños en la búsqueda de enclaves epistemológicos significativos para hacer la vida más tolerable […] Otra hipótesis que permite construir este planteo es que esta disciplina, en su perspectiva positiva, tiene como objeto la vida y lo vital [sic], atendiendo al impacto que tiene en ese devenir la emergencia de lo destructivo como usina generadora del padecer humano. Si el problema entonces está en el desfallecer, los fallecimientos evitables que esta problemática provoca, denuncian el compromiso pendiente del conocimiento para con una ciencia de la vida [otra vez sic] que sea aceptable para el alma humana [21]
Con el propósito de recalcar los supuestos gnoseológicos de esta cita habría que darse cuenta que en vez de diafanizar a la suicidología, llega a embrollar su estatuto científico suponiendo que su objeto de estudio es «la vida y lo vital» (como si la biología, la microbiología, o la exobiología no estuviesen abocadas, sustancialmente o no, a reclamar su materia de estudio en la «vida»). Asimismo, habría que sobredimensionar al suicidólogo como el encargado que resarce las ideaciones suicidas de los sujetos psicológicos con tal hacer su vida «tolerable» (como si la suicidiología solventara un «arte de vivir»). No se puede comprender por qué se tendría que legitimar eso. Y lo es, efectivamente, no ya porque la suicidología dominante contravenga la «ética del suicidio» propuesta por Szasz [22], sino porque la nematología que evidencia su «filosofía espontánea» presupone que el concepto de sentido de la vida configura la operatividad institucional de la suicidología.
Dicho lo anterior, a medida que es construido el fundamento praxiológico de la suicidología en una plataforma ideológica –de trasfondo biopolítico– sostenida en consignas tales como «Cultura por la Vida» o «Sí a la Vida» [23], justamente se abre camino en un campo disciplinar acotado por una «capa metodológica», sin perjuicio que esté abovedada paradigmáticamente por un proceder psicoterapéutico, que superpone a los contextos determinantes del suicidio (familia, escuela, sociedad.) una aplicación de medidas ético-políticas que, aunque fundamentada irregularmente, busca transformar las conductas potenciales o actuales de tipo suicida de unos sujetos operatorios (niños, adolescentes, adultos o ancianos) en función de su impacto en el «orden social» de un cuerpo político. De esto resultará que las «políticas de la prevención», tal como suelen justificarse, se encaminan a «realizar una serie de medidas para promover hábitos saludables de vida» [24]. El conjunto de presupuestos que sustentan ese proceder, en principio, suelen estar legitimados por políticas de «salud pública», en base a las cuales se ha llevado a posicionar al suicidio –in genere– como un «problema de salud pública». Precisamente este es, advirtámoslo, el enfoque biopolítico que predomina en la Organización Mundial por la Salud (recuérdese que en el 2003 la World Health Organization declaró al suicidio como un problema de «salud pública»). Dicho más en particular, los marcos legales de nuestra Ley General de Salud dan vigor, en razón de su compromiso por la «salud», a medidas que se mantienen mirando al suicidio como algo identificable con un problema de «salud mental». Así, en las instituciones de la «capa conjuntiva» (entendida desde las categorías de las ciencias políticas que G. Bueno estableció como una de las capas del cuerpo político), incluso teniendo enmarcada a una escala Constitucional el «derecho a la vida» (sin perjuicio de que ello, adviértase, tienda a una hipostatización de la Vida), pareciera que el Estado opera con un imperativo vital (modulado jurídicamente por los «derechos humanos» otorgados por las instancias legisladoras, o por las normas bioéticas de las instituciones de sanidad correspondientes). ¡Ah! Pero en la intromisión de la política en la vida, el poder se inmiscuye en el tipo de vida que la gente lleva, en los años que vive, en el cómo, el cuándo y el dónde [25], y hasta en por qué no debe de suicidarse.
Pues bien, si la suicidología pretende identificarse (frente a terceros campos disciplinares) como la «ciencia referida a los comportamientos autodestructivos, así como sus alcances y funciones en la investigación, tratamiento y rehabilitación suicida y los supervivientes de un suicidio» (como lo define el Diplomado del INHISAC), será plenamente difícil identificarla con una ciencia α-operatoria (como pueda serlo la Geometría, la Química.), en tanto en cuanto es más bien una disciplina que en la que convergen ciencias prácticas orientadas a fines prácticos que se hacen consistir en el «amor a la Vida», y, en virtud de ello, en el «amor al cuerpo». Muchos de los estudios sobre el suicidio, se orientan precisamente hacia las ciencias de la Medicina (v.gr.: la Antropología médica, la Enfermería.). Si es cierto que «la Medicina, en cuanto arte sanador, se orienta hacia los campos constituidos por cuerpos vivientes humanos clasificados según los dos estados por los cuales puede pasar en su desarrollo ontogenético o filogenético: el estado de sano y el estado de enfermo» [26], cabría suponer que asimismo la suicidología lleva a cabo su faena praxiológica frente a unas transformaciones practicables, cuyo finis operis es «sanar» algo ora en su momento de prevención, ora en su momento de posvención. Sin duda, esas transformaciones se llevan a cabo considerando, al menos desde un plano emic (sea desde la acepción de Bueno), que tales se ajustan al canon antropológico que –no obstante se nutra, en cierto sentido, del «mito de la felicidad»– define el éxito de su acciones según la fortaleza vital que recupere en los «sujetos psicológicos» (sea del suicida en potencia y del superviviente en acto). De esa iniciativa, las acciones operatorias de los suicidólogos llevan a cabo transformaciones que buscan modificar la conducta suicida en una dirección deseada. Dada esa misión, la actividad del sujeto gnoseológico (o suicidólogo) empeña su «estrategia» de tratamiento de la conducta autodestructiva (dependientemente de la edad del sujeto y el contexto de las disposiciones biomorales) en una justificación de profunda reconsideración vital […]
Si es verdad que la misión de la suicidología se hace consistir en unas operaciones (prevención, posvención.) siempre tan inequívocamente encarecidas con las «políticas preventivas del suicidio» (como en el National Center for Suicide Prevention, o en la International Asociation for Suicide Prevention), ¿acaso no requerirá de unos principios no ya digamos éticos sino metafísicos –y no científicos– que guíen el sentido de sus intervenciones? Sin duda, por su condición de Praxiología, la suicidología nada tiene que envidiar a la metafísica del optimismo (contradistinta a la metafísica pesimista del estilo de Buda, Schopenhauer, o Cioran) que se atribuye a la «naturaleza humana». Pues en su desarrollo, con ella enraízan las justificaciones dadas en el contexto de su labor preventiva, donde el planteamiento es, como dice una consigna, el ir «trabajando rumbo a la esperanza de que una vida mejor es posible». Lo que notamos ahí no es intempestivo sino pretencioso. Para sugerir los principios éticos de la suicidología, Beskow [27] peroró que la prevención se enfrenta a la «comprensión» sobre qué autonomía puede pensarse en las personas con una vida dolorosa. Eso habría que modularlo con la metafísica del optimismo en función de la «filosofía moral» que secunda una praxis preventiva. Hasta cierto punto, nada revelaría mejor la modulación axiológica de la suicidología cuando invoca a la «calidad de vida» como gestión de su praxis. Se trata de algo, en suma, cuyos límites se determinan junto con otros inescapables aspectos de la «condición humana».
Conclusiones
Lo esencial en todo lo dicho debería remirar que la cuestión del status científico de la suicidología, después de haber visto su situación operatoria dentro de unas coordenadas gnoseológicas harto precisas en la TCC, aparece atravesada por dos planos operatorios, el uno, presente con situaciones α2 (por sus métodos estadísticos); el otro, presente con situaciones β2 (por ser Praxiología), que toma su fundamento en una praxis clínica y social. Cara disciplina, y no ciencia, tan ávida, tan inquieta, tan prometedora, ha visto comprometer su razón de ser en el regreso a contextos causales (etiológicos, factoriales.) para apostar (agudamente o no) por la «prevención» directa o indirecta del suicidio. Finalmente, asimismo, hay que ver que el cuidadoso proceder institucional de la suicidología, ha tendido a producir un efecto «pragmático», llamado a fecundar una faceta gnoseológica, el cual se evidencia no sólo en una praxis clínica sino también en un interés político (ipso facto, «biopolítico»). Semejante efecto, tributario de unas determinaciones axiológicas de índole ético-política, se hace consistir en un acrecentamiento considerable de «promotores» cuyos dialogismos (establecidos en revistas, congresos, diplomados.) suelen tener detrás tesis filosóficas de una metafísica del optimismo. Desde lo cual, sin tornar a la suicidología como una palabra impresionista (o libérrima palabreja establecida larvatus prodeo), podríamos aventurarnos a decir, a sabiendas de un «diagnóstico» bibliométrico y sociométrico general, que el término «suicidología» será un puntal léxico en el vocabulario de los profesionales dedicados a ciencias (tecnologías o praxis) involucradas secante o tangencialmente con el fenómeno del suicidio.
Notas
[1] Cf. Bueno, G., ¿Qué es la filosofía? (Oviedo: Pentalfa), 1995, 70-80.
[2] Vid. Bueno, G. Teoría del cierre categorial. Introducción general. Siete enfoques en el estudio de la Ciencia (Oviedo: Pentalfa, 1992); ibídem, ¿Qué es la ciencia? (Oviedo: Pentalfa, 1994).
[3] Pérez Barrero, S.; García Ramos, J., El suicidio. Manual para la familia y glosario de términos suicidológicos (México: Psique, 2004), 65.
[4] Nos hemos valido de la distinción lisológico / morfológico propuesta por el materialismo filosófico de G. Bueno: «Con estos términos se designan dos escalas en las que pueden presentarse las ideas o los conceptos que van referidos a un mismo dominio de fenómenos, ante los cuales se enfrenta el sujeto operatorio. La escala lisológica (lisos = uniforme, liso) recoge y organiza los fenómenos del dominio de referencia en lo que tienen de común y uniforme. La escala o perspectiva morfológica recoge y organiza los fenómenos del dominio en sus componentes diferenciales, delimitados en sus partes constitutivas. Tanto la escala lisológica como la morfológica pueden mantenerse a distintos niveles, dentro de un mismo dominio de fenómenos» (Lisológico, Enciclopedia Filosófica Symploké [online] 8-jun-2012 [consultado el 27-03-2015]. Disponible en
[5] Bueno, G., “La Ciencia enfermera desde la TCC”. El Catoblepas. Revista crítica del presente 117 (2011), en http://nodulo.org/ec/2011/n117p02.htm. (Consultado el 20 de marzo de 2015)
[6] Apud Chávez-H., A. M.; Leenaars, A. A., “Edwin S. Shneidman y la suicidología moderna”, Salud Mental 4, (2010), 357.
[7] Fuentes Ortega, J. B., “La Psicología: ¿una anomalía para la Teoría del Cierre Categorial?”, en Congreso sobre la filosofía de Gustavo Bueno (Madrid: Editorial Complutense, 1992), 183-206.
[8] Bueno, G., Teoría del cierre categorial. Introducción general. Siete enfoque en el estudio de la ciencia (Oviedo: Pentalfa, 1992), 113-126.
[9] Bueno, G., ¿Qué es la ciencia? (Oviedo: Pentalfa, 1995), http://www.filosofia.org/aut/ gbm/1995qc.htm (Consultado el 27-3-2015)
[10] Bueno, G. Ensayos materialistas (Madrid: Taurus, 1972), 291-304.
[11] Bueno, G., ¿Qué es la Bioética? (Oviedo: Pentalfa / Fundación Gustavo Bueno, 2001), 22)
[12] Valdivia P., A., Suicidología: Prevención, tratamiento psicológico e investigación de procesos suicidas (Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, 2014), 22.
[13] Estruch, J., Cardús, S., Los suicidios (Barcelona: Herder, 1982), 25.
[14] BUENO, G., Nosotros y ellos. Ensayo de reconstrucción de la distinción emic/etic de Pike (Oviedo: Pentalfa, 1990), 44.
[15] Ibid.
[16] Durkheim, E., El suicidio (México: Grupo Editorial Tomo, 1897; v. e. 2004), 132.
[17] Bueno, G., Teoría del cierre categorial. Introducción general. Siete enfoques (Oviedo: Pentalfa, 1992), 142.
[18] Durkheim, E., op. cit., 132.
[19] En estas pruebas psicológicas de «detección» se frecuentan el Scale for Suicidal Ideation (SSI) o el Hoplessnes o el GHQ de Cattel (Clemente, M.; González A., Suicidio. Una alternativa social (Madrid: Biblioteca Nueva, 1996), 144.
[20] Chávez-H., A. M.; Leenaars, A. A., op. cit., 357.
[21] Martínez, C. Introducción a la suicidología. Teoría, Investigación e Intervenciones (Buenos Aires: Lugar Editorial, 2007), cap. 1. Las bastardillas son nuestras.
[22] Szasz, T., Libertad fatal. Ética y política del suicidio (Barcelona: Paidós, 2002).
[23] En todo caso, tiene el mayor interés subrayar aquí las acciones emprendidas por distintos gobiernos contra las prácticas suicidas; y es que, por ejemplo, el Senado español aprobó en diciembre del año pasado una moción que, inspirada en los datos de la “Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud 2009-2013”, busca «prevenir y concientizar» el fenómeno del suicidio; o, asimismo, la recientísima promulgación en la Argentina de una muy polémica «Ley nacional de prevención del suicidio». En el caso de México, a inicios del mes de marzo del presente año la SEDIF, SGG y SEP puso en marcha en Puebla un programa que busca «prevenir» el suicidio poniendo a disposición pública una línea de atención, al modo del llamado «teléfono de la esperanza» (
[24] Pérez Barrero, S., Lo que usted debiera saber sobre… suicidio (México: s/e., 1999), 95.
[25] Tejeda, J. L., “Biopoder en los cuerpos”. Educación Física y Ciencia 14, Universidad Nacional de la Plata (2012), 13-25.
[26] Bueno, G., “La Ciencia enfermera desde la TCC”. El Catoblepas. Revista crítica del presente 117 (2011), en http://nodulo.org/ec/2011/n117p02.htm. (Consultado el 20 de marzo de 2015)
[27] Beskow, J. “The ethics of suicide prevention: A suicidologist´s perspective”. Giornale Italiano di Suicidologia 2 (1993), 101.
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