Planteamiento/provocación
Aunque parezca que con el desarrollo de la ciencia y la tecnología moderna han desaparecido una serie de prácticas y concepciones de tipo mágico acerca de nuestras relaciones, esto no es así. De acuerdo con Ioan Culianu, hay algo en esta manera de comportarnos que nos conecta con el hombre del Renacimiento. Ahora, dice, no sólo son similares los resultados a los que la tecnología ha llegado, tales como la telecomunicación o la rápida transportación, sino que incluso las ciencias psicológicas y sociales de todo tipo pueden ser consideradas derivaciones directas de la magia. La magia, como la maneja Culianu, es una ciencia de lo imaginario:
En su desarrollo máximo, alcanzado con la obra de Giordano Bruno, la magia es un método de control sobre el individuo y los medios de comunicación, basada en el conocimiento profundo de las pulsiones eróticas personales y colectivas […]. La magia va dirigida, en primer lugar, a la imaginación humana donde intenta suscitar impresiones persistentes.[1]
Esto es lo que, desde su perspectiva, nos mantiene tan unidos a aquel hombre del Renacimiento; principalmente en lo referente a las técnicas de control sobre las pulsiones y deseos humanos, pero también, por supuesto, en la confianza que toda la sociedad coloca en ellas, en su desarrollo y su buen funcionamiento.
Hemos llegado a tal grado de fe en las técnicas de manipulación, tanto de la naturaleza como de nosotros mismos, que quizá se podría decir que vivimos en un mundo de hechizos de los cuales ya no somos conscientes. En tal caso, se podría afirmar, como lo hace Culianu, que
[…] actualmente, el mago se encarga de las relaciones públicas, de la propaganda, de la prospección de mercados, de las encuestas sociológicas, de publicidad, de la información, la contra información y la des-información, de la censura.[2]
Sin embargo, habría que hacer una revisión detallada acerca de esta comparación entre la magia del Renacimiento y este tipo de manipulación de la que hablamos ahora; a fin de no solamente analizar hasta qué punto se mantiene, sino también para ver qué es lo que en todo caso tendríamos nosotros que aprender de la magia del Renacimiento si es que queremos mantener la comparación. Esto nos permitiría no solamente dar cuenta de la forma en que trabajan esos supuestos magos contemporáneos, sino también anclar esta comprensión a un entendimiento más amplio acerca de nuestra realidad de tal forma que podamos tener guías acerca de cómo o para qué utilizar esos artilugios mágicos en el caso de que se sostengan como tales.
I. La idea del hombre
Para empezar, habría que revisar la definición del hombre que se proponía en el Renacimiento, pues en definitiva no es el hombre que describe la ciencia ni biológica ni psicológica ni antropológica el que ellos concebían. En el discurso De la dignidad del hombre, Giovanni Pico della Mirandola define al hombre más bien como un ser intermediario entre todas las criaturas; un ser que está en el centro del mundo; sin puesto fijo, con capacidad de decisión y elección de su propia imagen y empleo; entre las bestias y los seres celestiales. De acuerdo con Pico, Dios dijo al crear al hombre:
Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal, ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a tu gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión.[3]
Evidentemente hoy no podríamos concebir tal hombre bajo los discursos científicos, pues éstos han perdido su referencia divina, metafísica. Sin embargo, lo que nos dice Pico bien puede servirnos para entender también cuál era el objetivo del desarrollo humano y qué tipo de desarrollo se buscaba. No era solamente llegar a manipular los elementos del mundo en el cual se encontraba el hombre como ser intermedio. Se trataba más bien de una búsqueda hacia lo intelectual, que estaba identificado con lo angélico.
El hombre se planteaba, desde Pico, como un camaleón que puede tener lo que desea, que será lo que él mismo cultive. Así, había una serie de grados que el hombre podría alcanzar: desde lo vegetal, identificado con el grado de las plantas; lo sensual, al nivel de los animales; lo racional, identificado con lo celestial; y lo intelectual que, como ya se dijo, sería lo angélico. Para alcanzar este último grado eran necesarios también una serie de disciplinas que iban desde la filosofía especulativa, la filosofía moral, la filosofía natural, la teología santísima y la poesía para poder finalmente aportar algo propio. Hoy estos términos han perdido sentido. El conocimiento de la naturaleza que Pico planteaba no era más que el “conócete a ti mismo”, el cual llevaría al hombre a una suprema sabiduría que lo convertiría en mago. Pero la magia que él defendía la identificaba como μαγεια y no como γοητεια, ésta última entendida como simple hechicería o encanto. Es decir, no se trataba de un simple poder sobre las cosas o de un dominio sobre la naturaleza, como que quizá hoy lo entendería la ciencia y la tecnología, sino de una forma de actualizar y unir toda virtud. En algunas de sus tesis, Pico deja claro que la magia está más bien cercana al tiempo y la eternidad. “Practicar la magia no es otra cosa que maridar el mundo”[4], decía Pico. Esto quiere decir que se trata no de buscar fines específicos, determinados y a corto plazo utilizando la naturaleza para obtenerlos, sino de realizar lo que él identificaba como ciencia natural a la manera de una labor práctica que más que separar los elementos de la naturaleza para utilizarlos, se trataba de realizar uniones.
II. Vínculos
Si Culianu proclama que hoy los magos son aquellos que se encargan de la manipulación del imaginario social y, por ende, de las poblaciones es porque efectivamente estos hombres se encargan de realizar uniones, vínculos, al igual que los magos del Renacimiento. Textualmente dice:
[…] hablando con propiedad, se puede decir que el amante y el mago hacen lo mismo: lanzan sus «redes» para apoderarse de ciertos objetos, para atraerlos y arrastrarlos hacia ellos […] Para poder actuar en este sentido, debe acumular el conocimiento de las redes y los cebos que tiende para alcanzar el efecto deseado. Esta operación se llama, según Giordano Bruno, «vincular», y sus procedimientos reciben el nombre genérico de «vínculos».[5]
Esta comparación entre el mago y el amante no es casualidad. Es necesario ver qué tipo de vínculos son a los que estamos hoy sujetos y cómo es que éstos actúan en nosotros. No sería posible dar cuenta de los mecanismos de la sociedad contemporánea si no se observa de lo que la sostiene. Si no damos cuenta del tipo de vínculos que nos mantienen en nuestro actual estilo de vida, pareciera que los vínculos son gratuitos; pareciera que estamos destinados a continuar bajo el actual funcionamiento de la sociedad que se ha quedado sin sustento metafísico, sin una guía a partir de la cual relacionarse con el mundo.
De acuerdo a Bruno, filósofo del Renacimiento que investigó acerca del tipo de vínculos de los que estamos hablando, el más importante de todos los vínculos es el erótico: “-el amor-, en cuya sustancia está incluido también el odio, domina a todos, sobre todos, y los activa, los dirige, los regula y los gobierna. Este vínculo disuelve a todos los otros vínculos […] puesto que, realmente, el amor es el vínculo de vínculos.”[6] En una sociedad como la nuestra en que todo pareciera tener orden y sentido, y que, sin embargo, no tenemos un objetivo claro, ni como sociedad ni como individuos, que no sea el simple desarrollo y mantenimiento de las mismas dinámicas que al menos hasta ahora parecen no tener conclusión, el conocimiento de esto puede ayudarnos a entender nuestra situación. Es decir, efectivamente hoy tenemos la posibilidad de una gran cantidad de manipulaciones sobre los elementos del mundo, pero hay que advertir hasta aquí dos cosas: a) no sabemos con qué objetivo estamos manipulando el mundo, no sabemos a dónde queremos llegar; y b) no damos cuenta de que lo que sostiene a esta manipulación es la unión a través de vínculos eróticos. Por estas dos razones, tampoco somos conscientes de la forma en que somos manipulados y de la forma en que incluso al creer que nosotros mismos manipulamos el mundo o a los demás, la mayor parte de las veces somos más bien nosotros quienes estamos cayendo bajo un tipo de manipulación; pues, si no tenemos un referente externo más allá de una finalidad mundana, no podremos salir nunca del mundo sensible que, recordemos, en Pico se identificaba con el mundo de los animales. En ese mundo a lo máximo que podemos aspirar es al simple placer que como sabemos es siempre momentáneo.
III. Amor divino y amor bestial
“Como las relaciones entre individuos están condicionadas por criterios «eróticos», en el sentido más amplio de la palabra, resulta que la sociedad humana, en sus diferentes niveles, no es más que obra de magia”[7], dice Culianu. Y es que en Renacimiento, de hecho, la formación del mundo no era sino causa del amor. Para Marcilio Ficino, por ejemplo, antes que el mundo fue el caos. Pero éste era un mundo sin formas, o más bien, pura materia sin forma. Fue la fuerza del amor lo que dio forma al mundo, es decir, la fuerza de la unión, de los vínculos. Así se unieron las cosas por atracción de lo semejante y se ordenó la materia. Por ello toda la fuerza de la magia, todo lo que vincula y da forma, se basa en el amor. Pero el amor y su deseo no se dirigen necesariamente hacia todo aquello que nos beneficie, a veces corren hacia lugares insospechados a los que nunca querríamos llegar. Los deseos del amor no se agotan, buscan siempre ser cumplidos, buscan su satisfacción, más nunca es suficiente su búsqueda, pues siempre habrá nuevas uniones posibles. Por ello es necesario prestar atención a la manera en que se están realizando tales vínculos en todo momento a fin de no caer en vínculos no benéficos. No es fácil dar cuenta de la forma en que se generan los vínculos. De hecho, lo más fácil es quedar atrapado en relaciones que, bajo la lógica del Renacimiento, nos alejen del estatuto divino. Como lo pondría Ficino: “Esto mismo le sucede a veces a los amantes y a los amados. Porque muchas veces toman las cosas falsas por verdaderas, cuando estiman a sus amados más bellos, agudos y buenos de lo que son”[8].
Lógicamente, si buscamos la simple satisfacción de nuestro deseo de placer, lo que hoy probablemente se equipararía con la búsqueda de una supuesta felicidad que se basa solamente en obtener bienes materiales y evitar el dolor, quedaremos atados también a los estímulos pasajeros. Lo que ofrece Ficino al proponer la búsqueda de la belleza divina es algo estable, algo seguro. Por ello Ficino hace la diferencia entre el amor divino y el amor bestial o mundano. Describe, de hecho, dos Venus, una celeste y otra vulgar. La primera lleva al amor de Dios, es decir, de lo universal. La segunda corresponde al apego hacia los cuerpos. El amor, para ser bello y bueno, no debe ser sólo corpóreo, pues el orden de los miembros, lo que les da su forma no es parte del cuerpo. Es, dice, lo que se percibe con los ojos sin pertenecer al cuerpo. De aquí que, para Ficino, sea tan importante saber distinguir entre una belleza humana, que pertenece a la mente, la vista y el oído, y algo que más que belleza es concupiscencia o furor. Ésta última se inclina más bien hacia los sentidos del oler, el gustar y el tocar. Dejarse llevar por tales sentidos perturban al hombre, pues tal voluptuosidad lo llena de intemperancia y lujuria que se convierten en deformidad y fealdad. Aquellos que usan mal el amor “transfieren lo que es de la contemplación a la concupiscencia del tacto; porque más fácilmente se soporta el deseo de ver, que la avidez de ver y tocar.”[9] Es decir que para ver más allá de los beneficios materiales y a corto plazo, de los placeres, es necesario poner la vista en algo más. Sólo de esta forma se puede operar la magia de la que hablamos. No es una magia de simple manipulación de los cuerpos, sino una que nos regresa hacia aquel amor capaz de generar formas y, por lo tanto, generar mundo.
IV. La vista
Ahora, es necesario prestar atención en lo que dice Ficino sobre la generación del amor, pues, efectivamente “todo amor comienza por la vista; pero el Amor del contemplativo, de la vista se eleva hacia la mente. El amor del voluptuoso, de la vista desciende hacia el tacto.”[10] Como lo describe Ficino, puesto que el alma y el cuerpo son de naturaleza diferente, éstas se unen por un espíritu intermedio que es superior a los cuerpos. El alma, al percibir las imágenes de los cuerpos los juzga a partir de ellas. Pero lo que ve es el mero reflejo de su propia fuerza. Por ello las juzga incluso mucho más puras de lo que son. Entonces comienza a fantasear y a imaginar. Puesto de forma ejemplar: en el amor del alma del otro entra por los ojos y se adecua a una imagen que ya estaba de antemano en el alma de quien mira. Entonces el alma se impresiona y reconoce como cosa suya la imagen que recibe, pues reconoce su propia imagen incluso mejorada. Por ello es que finalmente termina amando a esa imagen que no es más que una obra suya. Explicado así, tal parece que hoy no podemos culparnos por dejarnos llevar por los efectos de la ciencia y la tecnología, principalmente cundo éstas han llegado a constituirse como una gran maquinaria de trabajo y generación de imágenes. Terminamos apegados siempre al cuerpo, queriendo apreciar siempre los resultados de nuestras manipulaciones en algo medible, cuantificable. Y finalmente, hemos acabado por utilizar el sentido de la vista como un aseguramiento de los efectos, en lugar de tomarlo como un modo de ir más allá de los cuerpos; como una forma para elevarnos hacia la sabiduría.
En realidad no nos dejamos llevar más que por fantasías, fantasmas; no por las cosas verdaderas sino sólo proyecciones de nosotros mismos en las cosas. Las manipulaciones que hacemos sobre los cuerpos no son más que formas en que olvidamos que nosotros mismos tenemos un alma. Y que esa alma, para desarrollarse, necesita aspirar a algo más allá que simplemente el poder sobre las cosas materiales. Aún con eso, la única salida que tenemos para ir más allá del mundo sensible es la propia vista y los fantasmas que se generan con el uso de ella. Para Culianu, “ésta es una de las razones que hacen que sea considerada, en toda la tradición platónica, como «el más noble de los sentidos».”[11] La vista nos puede llevar más allá del disfrute de la simple mezcla de colores y figuras hacia la luz que ilumina todos los cuerpos. Esta luz es evidentemente la sabiduría universal. Bruno, en El sello de los sellos dice que hay que saber distinguir de aquello que se nos presenta como imágenes, signos, espectros, fantasmas, lo que es odioso o deseable, bello o deforme, bueno o malvado, fácil o difícil, etc., a fin de poder elegir. Los procedimientos de numeración, medida, peso, división, definición, representación, raciocinio son medios que están en la naturaleza al igual que las imágenes, signos o fantasma. Están como arquetipos de lo infinito, dice Bruno. De tal manera que no es sino por medio de fantasmas y las formas que se nos dan que podemos ascender o descender del mundo supremo.
V. El máximo
Para los filósofos del Renacimiento, hay sólo una luz que ilumina todo y es únicamente a ésa a la que hay que aspirar. Dice Bruno:
Quien de hecho no prepara, no busca, no comprende y no realiza la unidad, no prepara, no busca, no comprende y no realiza nada; quien no alcanza un solo y único sentido y un único entendimiento a partir de los múltiples sentidos y de los múltiples niveles de conocimiento, no posee ningún sentido, ningún entendimiento; quien, en definitiva no conoce el entendimiento mismo y no opera a través de él, no conoce nada y en nada opera.[12]
Todos los procedimientos han de servir para separarse de las pasiones del cuerpo y no al contrario para complacerlo. Es necesario llevar el ánimo hacia la especulación para no ser arrastrados hacia una locura miserable. En tal locura sería en la que nos encontraríamos en caso de no dirigir las fuerzas de nuestra alma hacia la luz. Recordemos que, desde Pico, la filosofía especulativa era el primer paso para separarse de lo animal. Sólo de esta forma se puede alcanzar lo que no se conoce y sólo así se puede ascender. De lo contrario siempre nos quedaremos apegados a beneficios mundanos, a corto plazo y corporales, jamás infinitos. Es necesario adoptar, como lo pondría Nicolás de Cusa, otro filósofo del Renacimiento, una docta ignorancia [13]. Sólo sabiéndonos ignorantes es que podemos superar nuestra condición actual, diría Cusa.
Ha quedado hasta aquí muy claro que hay una diferencia entre la magia como esa sabiduría suprema que nos eleva hacia algo más allá de lo corpóreo y la magia como simples artilugios, encantos o hechizos que más bien nos mantienen y nos apegan aún más a lo sensible, a lo material. Bajo este segundo tipo de manipulaciones también se obtienen efectos, poderes; pero sólo se puede aspirar a lo universal si de esos fantasmas se puede intuir el máximo absoluto. Es necesario observar los resplandores en las sombras para poder inferir de ahí un único universo infinito, diría Cusa. Sólo puede haber uno así. Y éste es verdadero y abstracto. Sólo hay un máximo absoluto y éste máximo está en todo de manera contracta, dice Cusa. Ese máximo absoluto que en los teóricos del Renacimiento era Dios está en todo y todo está en Dios. Pero para comprender esto es necesario un entendimiento especial. La maximidad absoluta está por encima del discurso racional. El máximo es innombrable. El máximo se comprende sólo incomprensiblemente. Es decir que no es posible que a través de la manipulación y el entendimiento de los mecanismos de las cosas de forma consciente y material podamos aspirar al máximo. El máximo está más allá de cualquier artificio que podamos realizar bajo la ciencia y la tecnología. Éstas se quedan en lo mundano; trabajan con cuerpos. No es que no sirvan para nada, pero es necesario que sean utilizadas con un fin más allá de sí mismas y más allá de la satisfacción de placeres mundanos. ¿Cuáles serían esos fines?, ¿cómo operarían los magos actualmente? No lo sabemos. Quizá eso es lo que hay que proponer hoy día.
Algunos indicios a manera de conclusión
Además de Culianu, otro teórico del siglo XX que se encargó de estudiar el Renacimiento porque veía en ese momento histórico algo valioso de lo cual hoy podríamos aprender, fue Carl Gustav Jung. Tanto Jung como Culianu sostuvieron la tesis de que la Reforma protestante, a través de la iconoclasia, acabó con esa gran tradición simbólica del Renacimiento de la que hemos estado hablando aquí. Pero Jung se fue por otro camino, no solamente señaló que hoy podría haber ciertas reapariciones de la magia del Renacimiento en las diferentes manipulaciones de los símbolos en la cultura contemporánea, sino que intentó él mismo llevar a cabo un trabajo con esos símbolos a nivel de la psicología. Él le llamó la psicología profunda.
Aquello que se intuye a partir de lo sensible –o lo resplandeciente en las sombras, como lo decía Cusa– podría ser recogido bajo la figura del arquetipo de la forma en que lo trabaja Jung. Los arquetipos son figuras simbólicas colectivas. Jung los describe como remanentes muy primitivos de los orígenes no sólo de la mente humana, sino de todo lo existente. Toda la forma en que vemos los fenómenos a nuestro alrededor está cargada de arquetipos. En todas las creencias e imágenes se encuentra el inconsciente colectivo. Para acceder a ello es necesario volverse inconsciente uno mismo, he ahí el peligro. Sin embargo, una vez que accedemos, es posible elevarnos por arriba de los hombres. Por el contrario, todos los efectos patológicos en los hombres resultan de una falla en la adaptación de la conciencia con ese inconsciente. Es por ello que resulta tan relevante la falla del protestantismo al querer acabar con los símbolos del hombre. A partir de ahí se han perdido vínculos, conexiones con nuestro inconsciente.
Siguiendo a Jung, “el proceso simbólico es un vivenciar en imagen y de la imagen.”[14] Es decir que fuera de las imágenes, o los fantasmas, no puede haber proceso simbólico, no puede haber una construcción de uno mismo. Ahora, “el peligro principal consiste en sucumbir al influjo fascinador de los arquetipos. Las mayores posibilidades de que esto suceda se dan si uno no toma conciencia de las imágenes arquetípicas.”[15] En la psicosis, como la describe Jung, éstas alcanzan completa independencia. Los delirios psicóticos son animados por las mismas figuras arquetípicas que están en el fondo de la conciencia de los neuróticos y de todas sus fantasías. “El elemento patológico no consiste en la existencia de estas representaciones sino en la disociación de la conciencia, que ya no puede dominar lo inconsciente.”[16] Tal parece que esto es lo que ha sucedido ahora con todos los mecanismos de manipulación científica y tecnológica. Nos hemos dejado fascinar por las fantasías que ofrece, pero el peligro entonces es vivir en una especie de psicosis colectiva, bajo los términos arriba descritos. Lo que esto implica es no solamente quedar atrapados en lo mundano, sino por ello mismo perder todas nuestras facultades humanas al dejar ese lugar de intermediario entre lo sensible y lo suprasensible.
Es necesario, por ello, desarrollar en la cultura contemporánea herramientas que nos sirvan para elevarnos sobre lo meramente material. De no ser así, quedaremos a expensas de todo tipo de manipulaciones mundanas, desde la publicidad hasta las estadísticas, realizadas no por magos, sino por hechiceros, como se pudo ver a lo largo de todo este texto. Hacen falta, pues, magos que igual se encarguen del manejo de los vínculos, pero principalmente para ligarnos, o re-ligarnos, con el absoluto. ¿Cómo sería ese absoluto? No lo sabemos, pero lo que sí podemos decir que es que en esa búsqueda no podemos prescindir de la filosofía como una especulación que tiende hacia la superación de lo actual; una filosofía que no solamente se sirve de la razón para ejercerse ni tampoco una que, además de solamente servirse de la razón, también se queda en la mera especulación. Como lo diría Bruno, “tal como se la emplea entre los filósofos, esa palabra mago designa un hombre que alía el saber al poder de obrar.”[17] Ese filósofo está aún por construirse. Para eso queda aquí –sólo sugerida– la psicología profunda de Jung, pero lo importante es que a lo que nos remite ésta no es más que a la asunción de la tarea del “conócete a ti mismo” que ha caracterizado siempre a la filosofía. Si bien es verdad que ese hombre del Renacimiento, creyente, sigue entre nosotros, también es verdad que por ello mismo es necesario saber utilizar los artificios para algo más que sólo mantenerlo apegado a ellos.
Bibliografía
- Bruno, Giordano, De la magia; De los vínculos en general, Cactus, Buenos Aires, 2007.
- ________ El sello de los sellos, Libros del innombrable, Zaragoza, 2007.
- Culianu, Ioan, Eros y magia en el Renacimiento, Siruela, Madrid, 1999.
- Cusa, Nicolás de, La docta ignorancia, Aguilar, Buenos Aires, 1957.
- Ficino, Marsilio, Sobre el amor: Comentarios al Banquete de Platón, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1994.
- Jung, Carl Gustav, Arquetipos e inconsciente colectivo, Paidós, Barcelona, 1970.
- Pico della Mirandola, Giovanni, De la dignidad del hombre, Editora Nacional, Madrid, 1984.
- ________ “Veintiséis conclusiones mágicas según propia opinión”, Conclusiones CM, (http://cds.library.brown.edu/projects/pico/index.php), consultado el 8 de enero de 2015.
Notas
Ioan Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, p. 22.
Ibíd., 149.
Giovanni Pico della Mirandola, De la dignidad del hombre, p. 105.
Giovanni Pico della Mirandola, Veintiséis conclusiones mágicas según propia opinión, II. 9. 13 (http://cds.library.brown.edu/projects/pico/singleThesis.php?myID=p2090013&expand=sec209).
Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, p. 130.
Giordano Bruno, De la magia; De los vínculos en general, p. 113.
Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, p. 147.
Marsilio Ficino, Sobre el amor: Comentarios al Banquete de Platón, p. 128.
Ibíd., p. 122.
Ibíd., p. 119.
Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, p. 60.
Giordano Bruno, El sello de los sellos, p. 32.
Nicolás de Cusa, La docta ignorancia, 1957.
Carl Gustav Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, p. 53.
Ibíd., p. 54.
Ibíd., p. 55.
Bruno, De la magia; De los vínculos en general, p. 16.
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