En una entrevista exclusiva, Alain Badiou sostiene que frente a la permanente amenaza belicista los intelectuales deben tener más protagonismo. Dice que EE.UU. exporta la democracia a Irak como la Conquista evangelizó a los indios. Acaba de publicarse “Circunstancias”, su nuevo libro.
“Un militante de la verdad, un combatiente”. Así, dice Alain Badiou, debe ser el intelectual contemporáneo. Así también se asume Badiou, quien siempre defendió el papel activo del filósofo frente a los ataques de quienes cuestionan la validez de la filosofía para analizar las problemáticas del tiempo presente. “No sólo mantengo que la filosofía es hoy posible, sino que además esta posibilidad no tiene la forma de la travesía de un final. Se trata, al contrario, de saber lo que quiere decir: dar un paso más. Un solo paso. Un paso en la configuración moderna, que vincula desde Descartes, a las condiciones de la filosofía los tres conceptos nodales que son el ser, la verdad y el sujeto”, escribió en Manifiesto por la filosofía (Nueva Visión). Hoy reivindica esa posición a través de un breve conjunto de ensayos titulado simplemente Circunstancias (Libros del Zorzal) donde con sólo tres artículos exhibe la contundencia de su pensamiento político reivindicando el papel que le cabe al filósofo para el análisis coyuntural de la globalidad, sus devenires y también de la situación francesa frente a un acto eleccionario decisivo.
Badiou es uno de los más importantes referentes de la filosofía francesa actual, un baluarte del pensamiento crítico formado en el marxismo, el maoísmo y con los protagonistas del existencialismo, el estructuralismo y el psicoanálisis. Hoy se lo denomina un pensador posmarxista que no ha abandonado la idea de una política de liberación y emancipación de los hombres y que lleva en su escritura y en su pensamiento la marca y la “huella” de tres maestros fundamentales como lo han sido Jean-Paul Sartre, Louis Althusser y el “antifilósofo” Jacques Lacan. Con ellos estableció jóvenes relaciones de discípulo que luego se transformaron en vínculos entre iguales. Y entre sus referencias canónicas se encuentran Platón, Hegel y Husserl. Después compartió ideas y contradicciones con Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean-Francois Lyotard.
Con Deleuze mantuvo algunos enfrentamientos y una reconciliación materializada en el libro Deleuze (Manantial): “Se trata más bien de acabar lo inacabable: una amistad conflictiva que, en cierto sentido, jamás tuvo lugar”, escribió. Allí Badiou muestra diferencias y coincidencias con el autor de La lógica del sentido. Entre las últimas rescata la postura contra los “nuevos filósofos”: “El ve muy bien que al pretender modificar la tradicional relación de libre reserva de los filósofos con respecto a los medios de comunicación y a la opinión, y al convertirse en portavoces de la ‘crítica vulgar’ del comunismo, atentan contra el pensamiento mismo. Comienzo a decirme que cuando se abre una nueva secuencia y otros adversarios entran en escena, las alianzas del pensamiento se desplazan o cambian incluso completamente”.
El cruce con estos pensadores y su formación en la Ecole Normal Supérieure forjaron su pensamiento ligado estrechamente con el marxismo y el maoísmo. El recorrido de un camino que se hacía cada vez más intenso e interesante lo llevó a la Université de París VIII. Allí fue profesor desde 1969 hasta 1999 cuando fue nombrado director del departamento de filosofía de la Ecole. Badiou, de familia francesa pero nacido en Marruecos, llegó a la conclusión de que la filosofía “no es una práctica académica sino más bien una manera de abordar los problemas” y se interesó en analizar aquellas condiciones en las que un pensamiento se tornaba activo. Desde entonces su compromiso político se fundió con la actividad académica. Dedicó parte de su obra a la interpretación de las consecuencias del mayo del 68 y al planteo de su teoría más importante: la filosofía del acontecimiento. “Un acontecimiento es siempre localizable. ¿Qué significa esto?
En primer lugar que ningún acontecimiento concierne, de manera inmediata, la situación en su conjunto. Un acontecimiento está siempre en un punto de la situación en su conjunto, lo que quiere decir que ‘concierne’ un múltiple presentado en la situación, cualquiera sea el significado del término ‘concernir’”, dice en El ser y el acontecimiento (Manantial). El acontecimiento es un hecho o una suma de hechos que no son naturales ni neutrales y que tiene una ubicación histórica pero que no puede ser calculado ni es previsible. Para dar un ejemplo local se puede afirmar que los hechos de diciembre de 2001 han sido el “gran acontecimiento” que vivieron los argentinos.
En esta entrevista Badiou analiza algunos “acontecimientos” como las últimas elecciones francesas en las que el socialismo le dio el triunfo a la derecha de Chirac, el terrorismo, la democracia (y la exportación militar que hace Estados Unidos de ella), la revolución, entre otros temas, y por encima de ellos, el papel que asumen, o que deben asumir, los filósofos en esta coyuntura planetaria. “Cuando un acontecimiento es político, no hay diferencia entre ‘acontecimiento’ y ‘contexto social’. Por el simple hecho de que un acontecimiento político concierne a masas humanas, concierne a la dimensión infinita de la vida colectiva”, sostiene Badiou desde su casa en París.
– —Usted señala en “Circunstancias” que la crítica a los filósofos radica en que: “el verdadero reproche es que, en definitiva, exclusivamente preocupados por afirmar los caminos de la salvación que pretenden detentar, ellos no muestran ningún interés por los sufrimientos de la humanidad ni se preocupan por las víctimas. En suma: siguen filosofando como si no pasara nada, ‘después de Auschwitz’”. Entonces, ¿Se puede seguir filosofando después del 11 de septiembre, la invasión a Irak, las torturas y los atentados en Rusia?
– —¡Pero esa pregunta no puede tener sentido! La filosofía existe porque hay crisis, guerras, revoluciones y catástrofes. La filosofía existe siempre en condiciones más o menos dramáticas. Trata, precisamente, de pensar el drama, el horror, al mismo tiempo que la paz y la alegría. La filosofía no tiene límites. Su único tema es la verdad, y ese tema no admite límite alguno.
– —En “Circunstancias“, usted cita al ensayista Alain Peyrefitte en la ocasión en la que dijo a los socialistas franceses, que estaban en el poder desde 1981, que ellos habían sido elegidos “para cambiar el gobierno y no la sociedad.” ¿Los intelectuales franceses, en particular, y del resto del mundo en general, pueden desempeñar un papel de observadores activos de la democracia y del funcionamiento de sus gobiernos?
– —No veo por qué el intelectual debería ser un “observador”. Tiene que ser un actor, un militante de la verdad, un combatiente. La ideología del “espectador”, que se encuentra en la filosofía política de Hannah Arendt, es muy discutible. No somos testigos del mundo; tenemos que incorporarnos al devenir, con frecuencia paradójico y violento, de las verdades, ya sea que esas verdades sean políticas, artísticas, amorosas o científicas.
– —¿Pero usted cree que en la actualidad, la sociedad escucha al intelectual? ¿Lo tiene en cuenta? ¿Los intelectuales van por el mismo camino que transita la sociedad?
– —El intelectual forma parte de la sociedad; no es un elemento extraño ni externo. Tiene que hablar, intervenir, actuar, según principios. Es necesario decir sin reservas ni cálculos lo que se piensa. Una verdad siempre hace su camino, aunque ese camino sea lento y tortuoso. No tenemos que “calcular” nuestro público, como lo hace la televisión. No somos comerciantes de ideas. Si los “intelectuales” quieren que su pensamiento sea activo, deben seguir un viejo consejo de Mao Tse Tung: unirse a las masas, organizar a los obreros, a los empleados, a los pobres. No hay que limitarse a estar entre ellos, ni creer que las ideas de la pequeña burguesía son las de todo el mundo.
Mao Tse Tung
Algunos de los acontecimientos franceses que Badiou ha analizado en este libro son la democracia, las elecciones presidenciales francesas de 2002 y la actitud de los socialistas que terminaron votando a Jacques Chirac para evitar el ascenso del ultraderechista Jean Marie Le Pen. Además también ha trabajado sobre el “cuestionable” valor simbólico y/o concreto del voto.
– —¿Los socialistas franceses se arrepienten de haber votado a Chirac?
– —¡Pregúnteselo a los socialistas! Yo combato al partido socialista francés reaccionario desde mi juventud, cuando ese partido dirigía la guerra colonial en Argelia. No me interesan los dilemas espirituales de los socialistas.
– —¿Usted cree que hay una importante brecha entre el deseo del votante y su correlato en la realidad, y que eso implica una desilusión para el que ha sufragado y después no se siente representado por los elegidos?
– —El votante reemplaza a un equipo de gobierno por otro dentro de límites muy estrechos. Debería saber que nunca en ningún lugar el voto provocó un cambio radical. No se puede esperar del voto más de lo que puede dar, que es muy poco.
– —¿Es posible esperar de la democracia algunas soluciones concretas para equilibrar un mundo tan desigual e inequitativo?
– —¿A qué llama “democracia”?
– —A la voluntad de un pueblo para elegir un gobierno, vivir en libertad, protestar, ejercer sus derechos…
– —Me parece que es evidente que las “democracias” como la de los Estados Unidos o la de Gran Bretaña, o también la de otros países europeos, son los regímenes políticos del imperialismo contemporáneo. No se puede esperar nada de la forma “democrática” de esos Estados que practican la invasión, el bombardeo, el crimen de masas. En realidad, en la actualidad las “democracias” organizan una guerra implacable contra todos los pobres del planeta. El camino es crear una política completamente ajena a esa presunta “democracia”. Al ver la propaganda que hace el Estado de Israel, a todas luces colonial y militarista, que se presenta como “el único Estado democrático de Medio Oriente”, la única idea posible es criticar a fondo semejante “democracia”.
– —¿Es posible que la democracia sea un bien exportable como han pretendido los Estados Unidos llevándola a Irak o Afganistán con sus tropas de ocupación?
– —Los Estados Unidos, y en última instancia todos los Estados occidentales, quieren llevar la democracia a los pueblos del mundo exactamente de la misma forma en que los conquistadores pretendían llevar “la verdadera religión” a los indios. Detrás de los militares siempre hay misioneros. Después de matar, se convierte. Que la religión actual sea la “democracia” no cambia las cosas.
– —¿Cuando en la actualidad se usa la palabra terrorismo se lo hace para incluir y excluir, para definir quién es amigo y quién enemigo?
– —La palabra “terrorismo” siempre se usó para designar a los enemigos de los ejércitos de ocupación. Durante la ocupación nazi de Francia, se calificaba de “terroristas” a los miembros de la resistencia. En la actualidad se utiliza esa palabra para designar, por un lado, a los autores de crímenes masivos (como en el caso de Nueva York o Madrid) y, por otro, a los que resisten la invasión y la ocupación estadounidense (como en Bagdad o Kabul), o también a la resistencia palestina. La palabra “terrorista”, entonces, es claramente una palabra de propaganda de los gobiernos y los medios. Trato de no utilizar esa palabra.
– —Gobiernos e intelectuales, que trabajan para ellos, clasifican como terroristas tanto a movimientos fundamentalistas como a los que luchan por sus derechos en cualquier lugar del planeta. ¿Cuántas clasificaciones son necesarias para entender qué es terrorismo y qué no lo es?
– —El análisis político no debe usar la palabra “terrorismo” sin una referencia precisa a la situación. No hay que confundir “terrorismo” y “resistencia” (en Irak, en Afganistán o en Palestina). Sólo puede calificarse de “terroristas” a aquellos atentados que se cometen en las zonas de paz civil, pero atacar a un ejército de ocupación en una situación de invasión militar (Irak) o de ocupación colonial (Palestina) es un deber político, de ningún modo una actividad “terrorista”.
– —¿Cuál es la composición del “nosotros” que combate el terrorismo? ¿Comprende a los gobiernos? ¿O es una lucha de la sociedad civil?
– —No hay “un” enemigo, ni tampoco “un” terrorismo. Sólo hay situaciones concretas. Nueva York, Madrid, Bagdad, Pristina, Jerusalén… Todas esas situaciones políticas son distintas y exigen diferentes apreciaciones. Palabras como “terrorismo”, “islamismo” o “crímenes contra los derechos humanos” sólo están destinadas a confundir todas las situaciones y a crear una suerte de estupidez política internacional.
– —En su nuevo libro Michael Hardt y Antonio Negri (Multitude, war and democracy in the age of empire) sostienen que ésta es la era de la guerra permanente. ¿Coincide con esa tesis? Si es así, entonces, ¿no hay paz posible?
– —¡Pero si desde 1914 la guerra nunca terminó! Hubo guerras coloniales terribles, como la de Marruecos en los años 20, guerras civiles como la española, la larga guerra revolucionaria china, que se prolongó desde 1920 hasta 1949, una guerra mundial y también guerras incesantes en Corea, Argelia, Vietnam, guerras revolucionarias en América latina, como en Cuba o en Bolivia, o los años de “guerra sucia” que lanzaron las dictaduras contra la sociedad política en Chile o en la Argentina, y también en Panamá, Yugoslavia, Irak… Y eso sin tener en cuenta las horrendas guerras civiles que tuvieron lugar en África durante décadas, así como una serie de otros conflictos en todo el mundo. ¡Las guerras posteriores a la última guerra mundial causaron muchas más muertes que esa guerra mundial! De hecho, la afirmación de Jaurès “el imperialismo es la guerra” sigue siendo completamente válida a pesar de que las formas de la guerra hayan cambiado porque las formas de la política cambiaron.
– —Quienes defienden las virtudes de los procesos de globalización económica y cultural dicen que esta situación conecta y puede igualar a todo el mundo democráticamente. ¿Acaso África y América latina viven en el mismo mundo que lideran Estados Unidos y Europa?
– —El problema no pasa por saber si hay un mundo, dos o tres. El problema es: ¿qué mundo? Los pueblos del mundo deben unirse contra el (o los) mundo(s) que el capitalismo desenfrenado y su cómplice ideológico, la “democracia”, instalan en todo el planeta por la fuerza de las armas o el poder de la mercancía.
– —¿Todavía se puede esperar una situación que pueda calificarse como revolucionaria? ¿Puede existir una instancia de cambio profundo en la sociedad mundial? ¿O vivimos en la era posmoderna del vacío, del escepticismo donde ya todo ha sido dicho y se hizo y no hay nada que pueda hacerse para generar el cambio?
– —Existe una nueva política, y también existe el pensamiento de esa política. La palabra “revolución” no es más que una de las palabras de la política. Lo que importa es la unión de las masas, la organización de las fuerzas populares en torno de principios, la independencia total del pensamiento, lo que llamamos política sin partido, y una acción política prolongada, paciente, completamente ajena a los mecanismos oficiales de la democracia.
En el libro ¿Se puede pensar la política? (Nueva Visión), Badiou sostenía la necesidad de que la filosofía recuperara el espacio de la reflexión política. El texto, de 1985, avizora, en alguna medida, los cambios que se advertían en el horizonte socialista. Allí escribió: “Lo que está en juego no es nada menos que la posibilidad de la filosofía de contribuir al mantenimiento de la política en el orden de lo pensable, y a la salvación de la imagen de ser que tiene, contra los automatismos de lo indiferenciado. El movimiento consiste en proponer, contra el registro simple del abandono, mi propia vía en cuanto a la destrucción del marxismo, y de tal modo entrar, preservado de una decadencia, en los axiomas de la recomposición política”.
– —¿Los movimientos de resistencia global y sus nuevas formas de lucha constituyen el comienzo de un proceso revolucionario que pueda alterar el orden capitalista?
– —Ninguna política de liberación puede ni debe definirse por la negativa. No me gusta la palabra resistencia. Nosotros no “resistimos”, sino que creamos otra cosa, otro pensamiento, otra práctica, organizada y perdurable, que controla sus propios tiempos. ¿A qué se refiere usted con el nombre de resistencia global? ¿A los movimientos “altermundialistas”? ¿A la visión de Negri? Todo eso, a mis ojos, es muy débil en términos políticos. Es la vieja idea de los movimientos de revuelta. Ni siquiera son capaces de generar sus propios encuentros. ¡Van adonde se reúnen los poderosos para protestar! ¡Todo eso es viejo y no tiene verdadera poesía! ¿Dónde ve usted nuevas formas de lucha?
– —Hay grandes movimientos unidos por redes internacionales que intentan contraponerse al poder del capital…
Toni Negri
– —Las manifestaciones más o menos violentas que protagonizan sobre todo jóvenes marginales son algo tan viejo como el mundo político. La idea de “resistencia” significa que la política (a menudo llamada biopolítica) no es sino el principio constitutivo oculto de la propia innovación capitalista. En el fondo, Negri y sus seguidores ven la nueva política en todas partes, nuevas formas de lucha en la más mínima reunión reformista, porque creen que la resistencia es el reverso inevitable del desarrollo. Es evidente que no hay más que una fuerza vital, y el que cree que la política es la vida, o las “nuevas formas de vida”, es porque tiene una doctrina unitaria del Capital y de la resistencia al Capital. Toda invención política nunca es “global” sino que, por el contrario, está situada, es local, experimental. Hay que proteger y profundizar constantemente su exterioridad a las leyes “democráticas”. Dado que es la esencia de la política de liberación, no es del todo “la vida”; es un pensamiento que toma un cuerpo popular. En realidad, toda invención política es una ruptura subjetiva.
© Con la autorización de la revista El Clarín
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